Y los invitados seguían llegando.
La otrora tranquila y solitaria puerta de la casa, donde sólo el trino de los pájaros o el repiqueteo de la lluvia rompiera el cándido silencio del campo, ahora se había transformado como la plaza de un pueblo del día de navidad. Mientras el pequeño grupo de sirvientes y el mayordomo intentaban poner orden llevando las monturas y carruajes a las cuadras, e intentaban complacer a los recién llegados con copas de vino y hojaldres de carne, las conversaciones se animaban y los invitados se saludaban entre ellos, bien con abrazos amistosos, bien con inclinaciones de cabeza e incluso con alguna mirada de odio... era lo que pasaba entre las grandes familias de rancio abolengo: ora te agasajaban, ora te apuñalaban.
Cuando Carolum envió las invitaciones, jamás hubiera pensado que tantas personas se acercarían a la fiesta, ya que sus amigos y familiares vivían en lugares unos distantes otros mas cercanos. Poco a poco fueron llegando más invitados, como Cyliam y Mikumiku.
- ¡Amigos míos!.- recibió a la pareja efusivamente
- Muchas gracias.- les respondió cuando le felicitaron.
- Celebro veros con salud, y a vos, Miku, hacía tiempo que no os veía, ¿puede que fuera desde las justas?- Pero la pregunta quedó cortada cuando un bulto se agitó bajo la capa de Cyliam
- Mi señora, ¿qué lleváis ahí?- preguntó con curiosidad frunciendo el ceño.
Por el rabillo del ojo vio una capa carmesí, al girarse identificó rápidamente... era el arzobispo Eduardo. Se acercó hasta él y le besó el anillo
- Mi querido y viejo amigo, ¡gracias por haber venido! Habéis hecho un viaje muy largo desde Tarragona, ¿qué tal van las cosas por mi antigua ciudad? ¿os habéis instalado bien en el arzobispado? No busquéis más las botellas de vino del difunto Roger.- le guió un ojo
- me temo que las descubrí yo todas... ¡y que buenas estaban! le palmeó la espalda, quizás no hubiera sido un gesto demasiado ceremonioso, pero había mucha confianza entre ellos.
Un poco apartada del resto de personas, con timidez, había una joven muchacha vestida con sencillas ropas de lana, lo que llamaba bastante la atención, en comparación con las lujosas ropas de los nobles. Carolum la reconoció al instante.
- ¡Señorita Taresa!.- dijo acercándose a ella mientras le hacía una reverencia
- su presencia me honra a mí y a mi casa.- Carolum percibió la turbación de la muchacha en su cara, se la veía tensa
- ¿os curre algo? os noto algo pálida... ¡muchacho! - llamó a uno de los criados
- Traigan una copa de vino caliente especiado y con miel para la señorita.- se volvió de nuevo hacia ella y levantó la voz al hablar
- ¡Señores, por favor, un momento de atención!. Esta señorita que me acompaña es una de las grandes artistas que tenemos en la Península. Sus pinturas, todas ellas obras de arte, son de una excepcional belleza y calidad. ¡Os recomiendo sus trabajos, para todo aquel que desee convertir su casa en un verdadero palacio del arte!-
Un hermoso carruaje tirado por dos caballos blancos levantó una pequeña polvareda al frenar frente a la casa. Antes de que bajara nadie, Carolum ya suponía de quien se trataba, por el escudo de armas pintado en la portezuela. "Pues si que se ha dado a los gustos caros el catalán... se le habrá subido la birreta a la cabeza... nunca mejor dicho" El propio conde abrió la portezuela y ayudó a su amigo a bajar... él bien sabía lo incómodas que eran esas sotanas.
- Eminencia.- respondió con una sonrisa tras estrecharle la mano con fuerza... a él no podía besarle el anillo.
- Veo que por fin salís de vuestro despacho... tanto trabajo os va a matar. Disfrutad del día de hoy... si queréis cazar, pedid ropa a mi mayordomo, y si preferís descansar en mi casa, creo que el abad Ignius os hará una buena compañía... hay además excelentes libros en mi biblioteca.-
Cuando terminó de hablar con el cardenal, el conde vio dos rostros conocidos, uno era su primo segundo James, y la bella joven que lo acompañaba era la señorita Gatubela. Carolum sabía que entre ellos existía algo más que amistad, pero desconocía si continuaban como novios o ya se habían prometido... ¡o incluso casado! De repente se sintió mal por no preocuparse lo necesario por su familia.
- ¡Bienvenidos!- abrazó a su primo fuertemente, y después saludó a Gatubela.
- Gracias primos por venir... por que podré llamaros así, ¿cierto?- y guiñó un ojo a la chica
- Me encanta que hayáis podido venir, no solemos coincidir mucho en las reuniones familiares. Por favor, id con el resto de invitados, ¡hoy nos aguarda un día muy divertido!.-
El Borja se paseó entre los invitados, vigilando que fueran bien atendidos con comida y bebida, todos ellos deberían recuperar fuerzas para la larga jornada de caza que se les venía encima. Al final consiguió divisar a dos invitadas a las que no había saludado antes. Ambas eran jóvenes, pero una más que la otra. A la Señora de Maella la conocía de vista, de otros tiempos, cuando Carolum era más joven y vivía en la convulsa Aragón. Se acercó a ella y la saludó cortesmente
- Bienvenida, mi señora. Quizás no os acordaréis de mi... hace mucho que no nos veíamos.- El de Alba pudo notar cierta tirantez en su cara... quizás la mujer no estuviera muy contenta de estar allí.
- Si creéis que la cacería os puede aburrir, podéis quedaros en la casa, no todos los invitados van a venir; podréis visitar las estancias o pasear por los jardines... aunque lamento que en ésta época del año puedan parecer tristes y sombríos, muy distante del colorido que tiene en la primavera.-
Pero el Borja sintió clavados en él los ojos marrones de una joven dama que aún seguía un poco apartada del grupo, quizás estaba distraída mirando a los invitados, pero Carolum pudo notar también en ella un poco de vergüenza. Se acercó lentamente a la joven, mirándola a los ojos y tomó su mano con delicadeza; la besó rozando sus labios en ella.
- Enchanté.- dijo en francés... la galantería gala tenía mucha fama, y una buena entrada era esencial.
- Sois la ahijada del Duque de Caspe, ¿cierto? Me hablaron muy bien de vos, pero sin embargo los halagos no fueron suficientes, quedaron demasiado escuetos.- dijo sin pestañear. Carolum quedó maravillado del traje blanco que llevaba, demasiado puro, demasiado inmaculado para el bosque.
- ¿La señorita va a querer acompañarnos en la cacería?.-