Por fin había llegado el momento. ¿Quien podría habérselo imaginado? Allí estaba, a mis diecisiete años, realizando la única locura que toda persona enamorada, y sin excepción, realizaba, y al mismo tiempo la locura más bella de toda vida, y todo sueño.
Cada paso se me hacía eterno, mas no llegaba el momento en que quisiese ir hasta su encuentro, y abrazarlo. Escuchar su voz en mi oído, diciéndome cuanto me quiero, y pelear durante largo para que dejara de apartarle la cara, y robarme así un beso.
Mire a mi alrededor, a todos los invitados. Unos mirarían mi vestido, otros mi peinado, otros el ramo, otros el bastón del padrino o su andar, y muchos se preguntarían que estaría pensando, si estaría nerviosa, si... tantas cosas a la vez en un mismo lugar, cuyo tamaño no era tan grande, como lo era el amor que sentíamos Guem y yo.
De no haber estado sujeta del brazo del viejo de Zebaz, seguramente hubiese salido corriendo a abrazar al novio, y decirle que nos escapáramos de ahí, que ya habría otro día para casarnos, en un barco, o en la misma Roma. Sin embargo más de algún invitado nos perseguiría hasta matarnos por hacerles gastarse tanto dinero para asistir a la boda del gobernador. Además que no quería yo más otra cosa desde hacía tiempo que pasar a ser su esposa...
Por fin llegue al altar. Note a Guem un tanto extraño, y quise tomarle la mano, para de así de alguna manera lograr tranquilizarme. Pero, si de por si estar a su lado me encontraba nerviosa, ¿que iba a pasar si llegaba a tocarlo?
"¡Que duro es ser la novia en una boda!" pensé, mirando a Guem
"pero, a la vez, es la más bella sensación que jamás se tiene, y que no habrá segunda vez como esa..."
Finalmente, quede mirando de frente, a Carolum, esperando que este iniciara la boda.