Astaroth_14
El Marqués observaba el cielo plomizo de aquel invierno sucio y gris que tenía Toledo, a través de la ventana de aquella sala. Estaba vacía, a su propia excepción, y decorada con austeridad. Desde la marcha de la Corte a Burgos, Toledo había sido ciudad del Secretario Real, que se había resistido a abandonar el Alcázar. Aunque aún podía apreciarse sin dificultad la permanencia de los gustos de la desaparecida Elena, las salas que frecuentaba el Armiño aparecían ya mucho más acordes con su estilo. Sólo unas sillas, un tablero de ajedrez con una partida abandonada y un mapa claveteado en la pared liberaban la vista de la monotonía pétrea de la sala.
El asunto era sencillo: el Rey se moría. No sabían si era cuestión de semanas o de días. Sólo sabían que los galenos habían recomendado rezar, y cuando un médico recomienda al sacerdote, poco queda de esperar del enfermo. Aquello, ley de vida donde las hubiese, planteaba un problema crucial. ¿Qué iba a ser de la Corona? El Príncipe de Asturias se hallaba recogido en un convento, y probablemente intentaría hacerse con el trono de su padre. Y a él, por supuesto, aquello no le interesaba. Pero, ¿cuantos estarían dispuestos a apoyar al Príncipe, en contra del Marqués? El fuero respaldaba al Secretario Real, pero la historia demostró demasiadas veces que las leyes son algo que pocas veces es más resistente que una buena hoja templada.
Por ello, los mensajeros de Astaroth habían reventado sus monturas aquellos días, llevando mensajes a los cuatro extremos de la Corona. Buscando apoyos entre la nobleza, entre quienes, llegado el caso, podían suponer la diferencia entre un Príncipe derrotado o su propia cabeza rodando por el barro. Confiaba en que respondiesen. Confiaba en que fuesen suficientes.
Y allí, en el centro de la Corona que le había dado finalmente un hogar, el joven noble recordó una noche lluviosa, dos años atrás, cuando en una taberna, un viejo soldado de los Tercios Aragoneses pronunció aquella frase que, aunque referida a un sencillo juego de cartas, no significaba menos entonces que lo que significaba mientras el Armiño la repetía.
Si pintan espadas, una corona.
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"Dead women tell no tales. Sad men write them down." L.S.