La luz del sol que se colaba por las ventanas, creaba en el interior del Salón del Trono una especial aura, dotando a los presentes de una luz especial, que enfatizaba aquel momento tan importante. El rey escuchó de pié el juramento de cada uno de los Jefes que habían sido elegidos tras la convocatoria pública... nunca olvidaría sus palabras y gestos, para bien o para mal. Sólo el tiempo diría si había sido una buena elección, o no.
Fue entregando a cada uno de ellos los símbolos propios de su cargo. A la Vizcondesa Adiii le entregó un bastón de mando militar, grueso y corto, de roble y tachonado con clavos de bronce.
- Os hago entrega de este bastón, símbolo del mando que tiene el Condestable sobre sus hombres, siempre en nombre del Rey. Cumplid con vuestro cargo y obligaciones con diligencia y honor.- Después tocó el turno al Marqués de Gondomar y muchas otras cosas. La tensión entre los dos hombres siempre era latente... el Borja nunca perdonaría el duelo secreto y las banderas de Alba, que el Galego tenía guardadas en su castillo. Con una sonrisa torcida, pues él bien sabía que a pesar de la amistad, el marqués era su vasallo y le debía total lealtad, escuchó sus palabras, recordando especialmente su juramento, por su algún día le daba por romperlo... le caería algo más que la Ira de Dios... la de los Borja, que era más inmediata y dolorosa quizás.
- Os entrego los caduceos y el tabardo de Maestro de Armas, símbolos del heraldo, y fiel servidor del rey-. las últimas palabras las acentuó, hablando mas lentamente.
El siguiente en acercarse fue Ruy, su primo. En él veía la magnificencia y soberbia de la difunta Elena, aunque aún no había aprendido bien a manifestar esas armas. Ya tendría tiempo de ello. El nuevo Jefe de Diplomacia había demostrado en los últimos meses haber sido trabajador y responsable, en quién se podía confiar. Era uno de los mejores candidatos para ese cargo.
- A vos os hago entrega de las llaves de oro de la Diplomacia, vuestro deber será llevar la palabra del rey hasta los demás países en pos de los intereses de Castilla. Cumplid con honor vuestro juramento-. El último de los jefes - a pesar de que aún no se había decidido sobre el Tribunal de Apelaciones y la casi desaparecida Institución de Verificación Económica, de la que el rey tenía ya planes bien definidos - fue el capitán de la Guardia Real, el señor Jaleo, caballero de la Corona.
- Y en vos recae una importante responsabilidad, proteger a la familia real. Nunca falléis a vuestro juramento. Os hago entrega del pendón de la Guardia Real. ¡Que sea portado con orgullo!.- Cada uno de ellos regresó a su sitio, unos pasos atrás, en primera línea.
- Don Ruy Tristán, arrodillaos!.- ordenó el monarca con autoridad mientras desenvainaba la espada con movimientos lentos y solemnes. La hoja de acero templado brilló en la sala, arrancando destellos fríos.