Nicolino
Por lo general el de Xàtiva era un hombre de palabra, y hacía ya unos meses, le había prometido y jurado a su prometida antes de que pasaran a ser esposos, que le enseñaría a cazar. Y no conejos ni perdices, sino venados y jabalíes. Presumía también, de que quizás volvieran con algún abrigo de oso, si es que en el bosque de Xàtiva habían, lo que era difícil saber: El bosque era denso, y en su interior ni los leñadores ni cazadores que vivían de lo que capturaban osaban adentrarse.
A pesar de aquello, y lo aterrador que pudiere resultar el corazón de cualquier bosque debido a las múltiples leyendas de aquerrales de brujas, de demonios de los árboles, las miradas intimidantes de cualquier búho y las jaurías de lobos, el de aquella ciudad no era más que un bosque como todos los demás, extenso y rebosante de vida, lo que era de esperar en una época en que gran parte de la superficie del mundo se hallaba cubierta por espesas arboledas. Aún los pantanos no habían sido secados, ni los árboles talados para la expansión masiva de la agricultura o la construcción de las grandes flotas destinadas en su mayoría a acabar en el fondo del mar.
Mas ellos aún no se distanciaban demasiado de la urbe, y se oía el ruido de las hachas de los leñadores cortando madera. Habían traído consigo dos arcos y cos carcajs llenos de flechas, así como un par de lanzas, otras tantas arrojadizas. Demás estaba decir que el Borja siempre llevaría su espada encima. Montaba su caballo bávaro, que le había acompañado en varias batallas mas aún no tenía nombre, y su esposa le seguía de cerca sobre Taronja, un árabe, animal rojizo y dócil que le había tomado singular cariño a su esposa, y Nicolás consecuentemente le había regalado. Era altivo y sumamente inteligente, rápido y de buen carácter, y por eso lo había considerado ideal para ella, pero lo que realmente lo distinguía era su color alazán, casi naranja, del cual le venía su nombre.
Se acercó más a Ederne. Ya solo se oía en toda la inmensidad el paso de sus caballos amortiguado por las hojas y la maleza. Decidió entonces que ya se hallaban en un buen punto...se preguntó cuando se encontraría algo.
-Ederne...¿Lleváis ahí vuestro arco y las flechas?
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