Rose_de_anthares
Aquel día que llegaron, por más que quiso, le fue imposible dar el paseo que deseaba. Sus hijos requerían su atención y el cuerpo un descanso despues de tantos días de viaje. Así pasaron unos días en los que, disimulando una risa, escuchó las largas historias contadas por Johan, su hijo menor y las caras de Jokin al oir tamañas mentiras y aventuras.
Pero tenía que llegar ese día y fue aquel sabado por la mañana. Con María y casi al alba salió en su compañía hasta la ciudad de Castellón. Desde el principio recorrió los caminos de piedra que salian del castillo y luego la ciudadela, por aquellos días Benicarló, ya que acostumbraba a estar un tiempo en uno y luego en otro, a razón de que las huestes estaban formadas en Morella y Benicarló se había convertido en el hogar para la familia.
Qué maravilloso paisaje era caminar por las orillas del castillo, salir de sus fortificados muros para ver el mar y la playa como uno de los mejores guardias que podía tener Benicarló, y más aún, ver los caminos de ires y venires de las gentes que vivian a las afueras del feudo como dentro de él.
Dejando el mar, el camino de adentraba entre árboles que cercaban el camino, primero uno que otro, ya luego un bosque. Castellón tenía esa tentadora imagen tras salir de aquel frondoso bosque, una ciudad que podía verse de las alturas y en completo esplendor.
Y disfrutó tanto de esa caminata y escuchó de María las tantas historias de su niñez y las de sus hijos como le fue posible, antes de llegar al centro de la ciudad y a los bullicios de gentes en el mercado. Quiso ir, por nostalgia, al hogar de su padre que ella aun conservaba como propiedad y que habitaba de vez en cuando el buen Philip, la calle era la quinta, cerca del mercado y la pequeña plaza que rodeaba a la iglesia. Una casona grande ubicada en una esquina, tenia los espacios suficientes para varias habitaciones, un pequeño patio de armas y una caballeriza. En aquel lugar forjó su espíritu, su padre le enseñó todo cuanto sabía y la nostalgia de su ausencia le invadió, pero como era todo en la vida, ella eligió su camino y su padre siguió el suyo, feliz de la mujer en la que se habia convertido su hija.
Pasó solo por las afueras de aquella vivienda, rozó con su mano una de las paredes y suspiró. El aire, embriagado a frescor, llenaba el lugar y lo hacia deseable a todo momento, hacía que no quisiera salir de aquel entorno y vivir por siempre ahí, en paz. Sus pasos se movieron sin ganas, internandose de pleno en el mercado de la ciudad; animales, gallinas, verduras frescas, ropajes, pan, hasta velas de barcos podían hallarse en aquel sitio y no solo eso, pudo ver incluso la venta de jamones provenientes de la mismísima Castilla.
Más de alguna persona le reconoció, como por ejemplo, doña Beatriz quién por años en Castellón habia sido la mejor y más constante panadera de la ciudad. De casi 60 años de edad nada más verla, corrió y le dió un abrazo siendo reprendida por su marido recordándole que tenía que guardar el protocolo con la nobleza. Pero la de Pern negó con la cabeza y una sonrisa en los labios, aquello no era necesario, ella quería esos abrazos, más sinceros y buenos que cualquier reverencia que hubiese podido recibir.
La felicidad que sintió era màs profunda y embriagante que el mejor de los vinos recorriendo la sangre, con un sabor del cuál era difícil desprenderse, al menos por ese día, y por ello recorrió la ciudad de punta a punta. La pobre María, ya cansada de seguirle el paso se sentó en una de las escalinatas de piedra de la pequeña Iglesia de santa Galadriella - tranquila mi vieja, vendrá el carruaje por nosotras, no nos vamos a arriegar a volver solas. Sonríe, te agradezco por ser partícipe en este día que me ha hecho tan feliz. Espera aquí, me queda algo por hacer - y tras besarle en el cabello fue hasta una mujer que vendía flores cerca de la entrada de la iglesia. Compró un par de lirios e ingresó al lugar sagrado, y sí, seguía tan cuál como la recordaba.
Suspiró con fuerza y avanzó hasta el altar dónde en una jarra de agua dispuesta depositó las flores, acomodándolas con delicadeza y cuidado. Luego en compañía de la soledad y con el sol colándose por los vitrales de la iglesia, se arrodilló y rezó, lo hizo para pedir paz y constancia y por agradecer el regalo que había recibido aquel día.
Tras salir de la iglesia respiró hondo y como había ordenado el carruaje ya les esperaba y María, claro está, ya estaba sentada dentro y dormitando. - A castillo - ordenó, apoyándo su brazo en la ventanilla con un aire melancólico en su rostro .
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