En el momento en que los Condes de Alba bajaron del carruaje con sus respectivas armas y entraron al templo sagrado, ambos consortes se tomaron de los brazos y con paso pausado y decidido mas ligero se acercaron a uno de los bancos reservado a la nobleza en el más puro silencio, sin levantar las vistas del resto de invitados, a pesar de que ambos nobles difícilmente podían pasar desapercibidos.
La Condesa Elena miró a su marido, Molinieri, quien acariciaba su vientre con suavidad ante la reciente noticia del embarazo de su esposa, y sonriéndole con dulzura tomó la mano con la que él la acariciaba la disimulada barriga que indicaba su estado. Él le devolvió la mirada, cómplice y a la vez seductora. Ambos se hablaban en miradas. ¿Que qué se decían? Que estaban hasta las trancas de ceremonias, especialmente de bodas. Boda por aquí, boda por allá, bautizo después, funeral por último. Y como entremés, comilona. Por suerte su marido se levantaba pronto todas las mañanas para sacudir en las caballerizas una carcasa de vaca y después a correr detrás de Bigotes, mal rayo oxidao parta al puñetero gato en dos que todas las noches despertaba a la de Alba con sus marramiaumiau's nocturnos.
Apoyó la cabeza en el hombro de su marido. Estaba cansada y se le notaba, pero aquella era la boda de la Condesa de Bétera y por nada del mundo faltaría en su enlace matrimonial, más aún cuando fue la misma Tadeita junto a Skova quien se unió a Mahory d' Vinci para ayudar a la Baronesa de Jarque y a la Condesa de Alba.
Vio pasar a varios invitados, entre ellos a sus vecinos, los Señores de Valdecorneja. También a los que fueran Reyes de Valencia. Justo entonces recordó la muerte de la que fuera su Reina, sabiendo después que guardaba parentesco con Ximena I de Castilla y León, pues era su prima, y por tanto tenía sangre real. Sollozó ligeramente, dejando que sólo su esposo la oyese, y que en consecuencia la consolase con un tierno beso en la frente.
Evitó recordar todo mal recuerdo por no montar un escándalo, y cogiendo al Conde fuerte de la mano se incorporó y trató de atender la boda, pasando desapercibidos, como dije.
Los invitados llegaron poco a poco, y pronto la ceremonia comenzó. Tanto novio como novia se veían espectaculares, como es común en toda boda, y en el más completo silencio todos los invitaros dejaron que la voz del cura y los novios de la misma retumbase entre los pilares de la noble estructura de piedra, cuyas representaciones arquitectónicas evocaban la lucha entre el bien y el mal, y la victoria de Dios por sobre la bestia Sin Nombre en su más esplendorosa Gloria.
El suelo de mármol brillaba iluminado por los áureos rayos del Astro Rey, que encarcelados en el edificio vagaban de un lado a otro hasta iluminar el más recóndito lugar, embelleciendo la zona con los vivos colores de las vidrieras, que representaban a los Santos.
Pronto asomáronse las alianzas que unirían a los cónyuges, cual rayos de Sol en la penumbra de la noche, y más rápidamente aún ambos novios dijeron sus votos e intercambiaronse los anillos con tal de sellar lo dicho en vista de todos.
En cuanto la ceremonia terminó y la novia se acercó a saludar a sus invitados, los Condes de Alba alzáronse y acercáronse a la consorte para felicitarla, entregarla el regalo y excusarse antes de que saliera de la Catedral y huyera a... Bueno, a hacer de esposa.
- ¡Querida Condesa! -exclamó la supuesta y posible futura reina-
Nos alegramos tanto de que hayáis contraído nupcias con el hombre que amabáis... -la sonrió, y deslizando su mano por su panza llevóla hasta un extremo, chascó los dedos y al acercárse seguidamente uno de sus sirvientes (vamos, a la vista estaba el traje con las armas de Alba) mandó que abriera un cofre-
Tened, aquí os entregamos mi marido y yo aquestos presentes para que vuestro marido y vos los disfrutéis. Y disculpadnos, mas hemos de retirarnos, pues los deberes nos llaman en las tierras de nuestro condado. -sonrió a Tadeita, la cual se veía muy feliz, y abandonando la estancia tras los novios, todo su séquito y el resto de invitados partieron de vuelta a casa.
Mientras tanto, el criado, mantenía el equilibrio junto a la caja repleta de presentes y el baúl lleno de ropas para ambos cónyuges.
- Ya, claro, asín que voy incluío en el precio, já me mate... ¡Mal rayo oxidao parta a la Condesa!