Tras la sorpresa que su amado prometido le había dado presentándose sin avisar, la rubia del moño apenas salía de casa. Se pasaba los días en su mundo particular ajena a todo lo que la rodeaba. Disfrutando de la compañía y del tranquilo transcurrir de los días. Hasta que...
-Mi vida, no sabes lo feliz que soy contigo. Doy gracias al altísimo por haberte traído de nuevo a mi vera.- Le decía Ginebra a Argo, quien apoyado sobre un codo en el lecho que ambos compartían, la observaba con una media sonrisa somnolienta en los labios. La luz del amanecer comenzaba a penetrar en la estancia. La rubia se sentía pletórica. Volvió a acomodarse entre los brazos de su eterno prometido y cerró los ojos, dejándose arrullar por la cálida voz del moreno.
-No podía ser de otra manera. Parece que apenas haya transcurrido unas horas, y sin embargo hace ya una semana que nos reencotramos.- Argo notó como Ginebra se tensaba repentinamente.
-¿Una semana? Es decir...- Disimuladamente la rubia apretaba los dedos uno a uno contra su muslo, haciendo un esfuerzo considerable en visualizar los números y traducirlos en días
-Hoy...es... 25??- Tras el asentimiento dubitativo y extrañado de Argo, la rubia saltó de la cama, tropezando aparatosamente con un candelabro de pie, afortundamente apagado. Sin pararse a recomponerlo, la siempre enmoñada Rubiá se lanzó de cabeza al aseo más cercano donde trató de poner orden en su melena de recién levantada. Con una mano se tironeaba del pelo, mientras con la otra aferraba un hermoso vestido que le había regalado la novia tiempo atrás y buscaba como loca la apertura por la que adentrarse en él.
-¿Gine? ¿Qué ocurre? ¿Hay algo que deba saber? ¿Es que... me ocultas algo? ¡¡GINEBRA DE LA OLLA I RUBIÁ!!- Argo estaba muy serio, con los brazos en jarras bajo el dintel de la puerta, obstruyendo el paso con su cuerpo.
-Mi amor, esto... ¿no has leído la carta que hay sobre la cómoda? Es una invitación a la boda de Javikeko y Lulu.- La expresión de Argo no cambió un ápice
-Por lo que más quieras, ¡¡vístete, deprisa!! Luego me riñes por mi rubiedad irremediable.- Le puso ojitos tristes a los que sabía que su hombretón del norte no podía resistirse y terminó de vestirse a toda prisa.
-Te veo en la capilla. No podemos ir juntos por el momento. Ponte guapo. Lleva arroz. O lentejas. O garbanzos. ¿Qué demonios se lleva a una boda? ¡¡Te quiero!! - Y salió rauda de su casa dispuesta a lanzarse sobre cualquier posible medio de transporte que se cruzase en su camino.
Un rebuzno la hizo pararse en seco. Deseó poder parar el tiempo para evitar lo que sabía que estaba apunto de suceder pero, acuciada por la prisa, se resignó a aceptar su destino.
-Buen hombre, tome estas monedas a cambio de llevarme lo más rápido posible a la calle... Chorlito. No, La calle Borrico. Calle Borrico número 19.- El hombre la miraba extrañado, pero la bolsa que le ofrecía la dama le prometía una noche movidita en el burd... en una taberna respetable. Sin pensarlo más, enlazó las manos a la altura de las rodillas de la rubia y la ayudó a subirse a su burro más veloz.
-Calle Alcornoque, ¡¡voy a por ti!! ¡¡Yiiiiiihaaaaaa!!- Parecía ser que las situaciones extremas aclaraban la mente de una Rubiá.
-Kekooooooo. ¡Ya he llegado! Justo a tiempo para...- La visión de su amigo en paños menores la dejó estupefacta. Justo lo que necesitaba para despertarse del todo. Ambos se miraron incrédulos unos segundos, sin saber qué decir en semejante situación. Una mujer le tiraba insistentemente de la manga, instándola a esperar al novio en el salón, como las visitas educadas.
Abochornada, la mediana de las Rubia se sentó en un cómodo sofá y se quitó con disimulo un rulo de cuero que se había olvidado enmarañado en su pelo. Discretamente, lo escondió bajo un almohadón y se dispuso a esperar pacientemente a que el novio estuviese listo.