Colombina
Él carraspeó cuando el silencio llenaba cada rincón del templo, denso, como si pudiera cortarse, aunque a ella le pareció escuchar un estornudo y el tintineo de unas monedas casi al unísono, pero como en segundo plano. Giró la cabeza a derecha e izquierda y emblanqueció al sentir todas las miradas fijas en ellos, bueno a decir verdad, se repartían entre él y su sombrero, como si hubiéramos salido de otra época.
Los balbuceos del heraldo no ayudaban a desenmarañar la situación y la veneciana ya no sabía a quien mas saludar con leves inclinaciones de cabeza y media sonrisa, mientras que apenas audible, amenazaba con mil torturas a su acompañante, que lejos de sentirse avergonzado por haber robado el centro de atención a los novios, se hallaba presentándose a la rubia de la entrada como si no fuera con él la cosa.
En ese momento sintió un sonido metálico y vio como una moneda terminaba a sus pies su recorrido caótico. Colombina se agachó como un rayo para apresarla y aprovechó la posición oculta tras los bancos para mantenerse al menos unos segundos fuera de aquella escena. Reconoció a la mora con la que había coincidido apenas arribada a Castilla, que le hacía señas desde delante con la mano, y le esbozó una sonrisa como pudo, mientras se escabullía a gatas hasta llegar al muro del fondo.
Abrió la mano y observó la moneda. Tenía un brillo especial y se preguntaba quien la habría dejado rodar, quien en medio de una ceremonia se dedicaba a contar sus monedas. (*) Extendió el brazo y la hizo girar lentamente, delante de una de las antorchas que iluminaba el lúgubre pasillo.
Definitivamente, las bodas no eran lo suyo.
(*) Colombina es italiana, veneciana en concreto y pagana. Lo de las arras no lo conoce, por eso no sabe de donde ha salido la moneda.
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