Alexánder encontrava-se nas caballerizas, tinha-se escapado um pouco da festa de recibimiento, bem gostava, mas precisava se encontrar de consigo mesmo, a viagem tinha sido longo e cansado. Já sentia falta sua terra, já sentia falta aos seus, sabia que se tinha marchado em maus momentos. Estava preocupado por sua mãe e seus irmãos, bem sabia que sua mãe, Sorkunde, era a mulher mais forte que jamais tinha conhecido,que ia pensar?¡Era sua mãe!Ela lhe trouxe ao mundo como sua amada esposa em pouco tempo faria com seus próprios filhos.E seus irmãos, Zeian e Alicea, sabia que o menino estaria bem junto a seu pai, Anzo, no Ducado de Segorbe, mas sua pequena irmã...ela era quem mais pagava a ausência dos seus, já que ao pouco tempo de nascer calou doente e desde então ficou refugiada entre as habitações do Castillo da Estrela, os médicos não sabiam que doença espreitava sua saúde, tão só que tinha períodos febriles mais graves e outros mais leves, a única filha de seus pais e a desgraça que para sua mãe supunha, a qual sempre estava a viajar por sua vida religiosa, não é que sua mãe fosse muito religiosa não, era mais que isso, era clérigo da IA desde que sua "ño polita" era tão só um menino pequeno. E preocupava-lhe não ter recebido notícia alguma deles, e mais de sua mãe, que gostava de manter contacto contínuo com seus filhos.
Submergido em seus pensamento chegou onde os cavalos, se apaixonou de um corcel jovem de cor negra, lhe recordava a sua Dogobaz, seu primeiro cavalo, tinha montado muitos, já que seus pais possuíam um bom número de exemplares de puro sangue, mas esse cavalo foi muito especial para ele, supôs a primeira viagem que fazia sem sua mãe e a sozinhas com seu pai, viajaram a Monzón porque seu pai tinha assuntos militares que cumprir ali, com o que foi Sargento Maior dos Terços de sua Majestade do Rei de Aragón o difunto Imnaril. Wontolla fez-lhe o presente daquele cavalo que tanto gostou e mimo, por de isso o considerou como seu primeiro cavalo. Notou que o cavalo estava nervoso e tentativa o tranquilizar com doces palavras e ternas caricias, mas não o conseguia. Ouviu umas vozes que proviam de outro establo, não pôde evitar não ir ver que passava, já que as vozes se converteram em vociferantes. Resultou que uma yegua estava aponto de parir, ficou perplejo observando a cena que adiante dele sucedia. Nesses momentos, um servente acercou-se a ele
Senhor...Senhor...
O pobre não podia nem falar, lhe faltava a respiração, indicativo de corrê-las-ias que se tinha tido que colar para procurar ao jovem Alexánder.
-Descansai homem, descansai. Respirai um pouco e então dizei-me que quereis de meu.
O cedo pai não sabia que sua mulher estava na mesma situação que ele estava a contemplar nesses instantes, nem se lhe passou pela cabeça num sozinho instante que seus filhos tinham decidido nascer enquanto ele andava de passeio inmerso em suas preocupações mais longínquas. Quando o servente recobrou o alento se voltou a dirigir a Alexánder.
-Meu jovem Senhor, meu jovem Senhor...Vossa esposa, a Dama Volvoreta, a Baronesa, sim, ela mesma...Seus filhos, vossos filhos...Ela...meu Senhor...¡Corra!¡Corra junto a ela!
O jovem Barón não conseguia seguir as palavras do criado, lhe olhava expectante tentando averiguar que lhe queria dizer, mas quando ouviu a palavra "corra" simultaneamente que aquela yegua empurrava para dar a luz a sua potrillo, lhe deu um viro o coração sozinho de pensar no jogo de que sua amada esposa estivesse naquela situação. Sem mais saiu correndo em procura da embarazadísima, por pouco tempo, Volvoreta. Os serventes que ia se encontrando pelo caminho lhe indicavam com verdadeiro nervosismo onde estava localizada a bela senhora. Ao chegar à habitação onde se encontrava, não pôde fazer outra coisa que se acercar a ela, tomar uma de suas brancas e delicadas mãos, lhe depositar um doce e cálido beijo em seu frente.Permanecendo junto a ela, como seu aita no dia que ele mesmo chegou ao mundo, a um mundo cheio de amor, o amor dos seus.
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Alexánder se encontraba en las caballerizas, se había escapado un poco de la fiesta de recibimiento, bien le gustaban, pero necesitaba encontrarse consigo mismo, el viaje había sido largo y cansado. Ya echaba en falta su tierra, ya echaba en falta a los suyos, sabía que se había marchado en malos momentos. Estaba preocupado por su madre y sus hermanos, bien sabía que su madre, Sorkunde, era la mujer más fuerte que jamás había conocido,¿qué iba a pensar?¡Era su madre!Ella le trajo al mundo como su amada esposa en poco tiempo haría con sus propios hijos.Y sus hermanos, Zeian y Alicea, sabía que el niño estaría bien junto a su padre, Anzo, en el Ducado de Segorbe, pero su pequeña hermana...ella era quien más pagaba la ausencia de los suyos, ya que al poco tiempo de nacer calló enferma y desde entonces quedó refugiada entre las habitaciones del Castillo de la Estrella, los médicos no sabían que enfermedad acechaba su salud, tan solo que tenía períodos febriles más graves y otros más leves, la única hija de sus padres y la desgracia que para su madre suponía, la cual siempre estaba viajando por su vida religiosa, no es que su madre fuese muy religiosa no, era más que eso, era clérigo de la IA desde que su "ño polita" era tan solo un niño pequeño. Y le preocupaba no haber recibido noticia alguna de ellos, y más de su madre, que gustaba de mantener contacto continuo con sus hijos.
Sumergido en sus pensamiento llegó donde los caballos, se enamoró de un corcel joven de color negro, le recordaba a su Dogobaz, su primer caballo, había montado muchos, ya que sus padres poseían un buen número de ejemplares de pura sangre, pero ese caballo fue muy especial para él, supuso el primer viaje que hacía sin su madre y a solas con su padre, viajaron a Monzón porque su padre tenía asuntos militares que cumplir allí, con el que fue Sargento Mayor de los Tercios de su Majestad del Rey de Aragón el difunto Imnaril. Wontolla le hizo el regalo de aquel caballo que tanto le gustó y mimo, por eso lo consideró como su primer caballo. Notó que el caballo estaba nervioso e intento tranquilizarlo con dulces palabras y tiernas caricias, pero no lo conseguía. Oyó unas voces que provenían de otro establo, no pudo evitar no ir a ver que pasaba, ya que las voces se convirtieron en vociferantes. Resultó que una yegua estaba apunto de parir, se quedó perplejo observando la escena que delante de él sucedía. En esos momentos, un sirviente se acercó a él.[/i]
-Señor...Señor...
El pobre no podía ni hablar, le faltaba la respiración, indicativo de las correrías que se había tenido que pegar para buscar al joven Alexánder.
-Descansad hombre, descansad. Respirad un poco y entonces decidme que queréis de mi.
El pronto padre no sabía que su mujer estaba en la misma situación que él estaba contemplando en esos instantes, ni se le pasó por la cabeza en un solo instante que sus hijos habían decidido nacer mientras él andaba de paseo inmerso en sus preocupaciones más lejanas. Cuando el sirviente recobró el aliento se volvió a dirigir a Alexánder.
-Mi joven Señor, mi joven Señor...Vuestra esposa, la Dama Volvoreta, la Baronesa, sí, ella misma...Sus hijos, vuestros hijos...Ella...mi Señor...¡Corra!¡Corra junto a ella!
[i]El joven Barón no conseguía seguir las palabras del criado, le miraba expectante intentando averiguar que le quería decir, pero cuando oyó la palabra "corra" a la par que aquella yegua empujaba para dar a luz a su potrillo, le dio un vuelco el corazón solo de pensar en el echo de que su amada esposa estuviese en aquella situación. Sin más salió corriendo en busca de la embarazadísima, por poco tiempo, Volvoreta. Los sirvientes que iba encontrándose por el camino le indicaban con cierto nerviosismo donde estaba ubicada la bella señora. Al llegar a la habitación donde se encontraba, no pudo hacer otra cosa que acercarse a ella, tomar una de sus blancas y delicadas manos, depositarle un dulce y cálido beso en su frente.Permaneciendo junto a ella, como su aita en el día que él mismo llegó al mundo, a un mundo lleno de amor, el amor de los suyos.