Cesar
En la villa de Montevarchi, bajo el sol abrasador se encontraba un árbol, que protegía al cuerpo que yacía con el torso desnudo. El calor sofocante de esos días hacía sudar a Césare, que a la sombra del pino repasaba la lectura de unos versos antiguos en griego. Homero le era ameno, y su lectura le entretenía las tardes en las que se aburría, que eran muchas. El sudor resbalaba sobre su piel, haciendo que brillara cada vez que el sol las alumbraba. De tanto en tanto corría algo de viento, refrescando al Mallister.
Entre los objetos esparcidos alrededor se encontraba una copa de vino, ya vacía, que descansaba tirada a escasos centímetros de su cabeza. También estaba su camisa, empapada, unos rollos con más lecturas y sus botas, que se las había sacado por comodidad.
La villa en la que residía en la Toscana, había sido propiedad de los Pitti, una antigua familia nobiliaria, que residía principalmente en Florencia y que, en 1421, la última poseedora de las tierras y propiedades, Caterina de Pitti, esposa de Guido de Moncione fue asesinada junto a su esposo. Tras el accidente, y sin herederos, la Reppublica Fiorentina se adueñó de todo, y más tarde, la finca se vendió, pasando de manos entre distintos propietarios, hasta llegar al hijo de la condesa, que con ayuda de las rentas y algún que otro botín por pillaje, la adquirió.
El lugar disponía de un campo de viñedos adyacentes y una bodega en el interior del recinto, el cual, Césare había mandado fortificar y actualmente se llevaban a cabo obras de ampliación para que hubiera espacio para el no muy numeroso séquito del italovalenciano. Uno de esos seres, el pequeño Agostino, pequeño por tamaño y no por edad, pues era enano, salió al encuentro de Césare.
Con la calma habitual del cada vez más anciano enano, tras dar con el Mallister le comunicó una visita.
-Mon signore, Elisabetta ya ha llegado.
-Decídle que en nada estoy allí, antes debo arreglarme para presentarme en mejores condiciones.
-Mon signore, como de costumbre, ya está advertida.
Césare asintió. Como de costumbre, se tomaría su tiempo, antes de verla. Como dicen, lo bueno se hace esperar.
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