Lisena
Las respuestas no parecían satisfacer sus ganas de conocimiento, pero por el momento le bastaban. Quería dejar preguntas sin responder para los días venideros.
Cuanto más se alejaba César, más se acercaba ella. Poco la importaba que él le diera la espalda, ella también lo hacía, pero sus intentos por apoderarse del la cama no se veían frustrados, e incluso llegó un momento en el que el Mallister ya dormía, y ella, con la audacia de una raposa, empujaba desde la retaguardia para arroparse después con las mantas.
Y por fin pudo dormir.
A la mañana siguiente, César amaneció en el suelo, tirado, las botas de cuero a modo de almohada y las sábanas enroscadas entre sus piernas. La Álvarez, por su parte, estaba despierta, y aunque había tenido la oportunidad de escaparse, se compadecía de su captor. Sí, ya lo sé, miento fatal. En realidad le venía a las mil maravillas que se la llevasen.
Pero unos gritos despertaron de sobresalto al Mallister.
Tranquilizáos, es mi Señora. Me busca. Aún no tiene el agua que me pidió anoche. -dijo con voz tranquila.- Es que la tenéis vos. -y le señaló la jarra de agua con la que le sugería que se lavase la cara. Debían de ser más de las doce, porque empezaba a oler a comida, y estaba segura de que el Mallister debía haber partido tiempo ha.
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Las mentes privilegiadas tienden a pensar igual
Cuanto más se alejaba César, más se acercaba ella. Poco la importaba que él le diera la espalda, ella también lo hacía, pero sus intentos por apoderarse del la cama no se veían frustrados, e incluso llegó un momento en el que el Mallister ya dormía, y ella, con la audacia de una raposa, empujaba desde la retaguardia para arroparse después con las mantas.
Y por fin pudo dormir.
A la mañana siguiente, César amaneció en el suelo, tirado, las botas de cuero a modo de almohada y las sábanas enroscadas entre sus piernas. La Álvarez, por su parte, estaba despierta, y aunque había tenido la oportunidad de escaparse, se compadecía de su captor. Sí, ya lo sé, miento fatal. En realidad le venía a las mil maravillas que se la llevasen.
Pero unos gritos despertaron de sobresalto al Mallister.
Tranquilizáos, es mi Señora. Me busca. Aún no tiene el agua que me pidió anoche. -dijo con voz tranquila.- Es que la tenéis vos. -y le señaló la jarra de agua con la que le sugería que se lavase la cara. Debían de ser más de las doce, porque empezaba a oler a comida, y estaba segura de que el Mallister debía haber partido tiempo ha.
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