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[RP]El vino de la Toscana.

Lisena
Las respuestas no parecían satisfacer sus ganas de conocimiento, pero por el momento le bastaban. Quería dejar preguntas sin responder para los días venideros.

Cuanto más se alejaba César, más se acercaba ella. Poco la importaba que él le diera la espalda, ella también lo hacía, pero sus intentos por apoderarse del la cama no se veían frustrados, e incluso llegó un momento en el que el Mallister ya dormía, y ella, con la audacia de una raposa, empujaba desde la retaguardia para arroparse después con las mantas.

Y por fin pudo dormir.


A la mañana siguiente, César amaneció en el suelo, tirado, las botas de cuero a modo de almohada y las sábanas enroscadas entre sus piernas. La Álvarez, por su parte, estaba despierta, y aunque había tenido la oportunidad de escaparse, se compadecía de su captor. Sí, ya lo sé, miento fatal. En realidad le venía a las mil maravillas que se la llevasen.
Pero unos gritos despertaron de sobresalto al Mallister.


Tranquilizáos, es mi Señora. Me busca. Aún no tiene el agua que me pidió anoche. -dijo con voz tranquila.- Es que la tenéis vos. -y le señaló la jarra de agua con la que le sugería que se lavase la cara. Debían de ser más de las doce, porque empezaba a oler a comida, y estaba segura de que el Mallister debía haber partido tiempo ha.
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Cesar


Aquella cama era una piedra, pensaba el Mallister, hasta que percibió que el suelo era el lugar en el que había reposado. Estirando los músculos, doloridos, y con una torticolis que bien podía parecerse a la figura de perfil de la cara de un rublo, se acercó hasta el agua que le había indicado la muchacha. Al fin y al cabo, aún podía ser de utilidad. Se refrescó, quitándose las lagañas de la cara. Después se calzó las botas, se vistió y sacó a la niña de la habitación, dirección los establos de la posada.

Junto al carro, estaban los soldados descansando mientras comían y debatían. Fabio y el comerciante, a un lado, hablaban de vayaustéasaberqué. Al entrar en escena la parejita, los soldados sonríeron y se intercambiaron unos cuantos ducati, seguro habían apostado sobre el motivo por el que il signorino llegaba tarde.

-Andando.

La comitiva se ponía en marcha. Ese día iban a ir hasta Grosseto, allí harían lo mismo que el día anterior, excepto recoger huérfanos como si de un orfanato ambulante se tratase. La organización sería la misma, los jinetes, con sus armas envueltas en trapos, flanqueando el carromato que, tirado por un caballo, viejo como ningún otro, cargaba con el mercader, Gaviolo y Lisena.

Hacía un sol de justicia, y a cada villa o aldea que pasaban paraban para aprovisionarse de agua. Al cabo de un rato, a Césare le rugían las tripas. Sin desmontar, intentó abrir las alforjas y sacar algo con lo que saciar su hambre. Al mirar a la muchacha, que tampoco había probado bocado (o al menos él no se había enterado de tal suceso) le lanzó algo, un mendrugo de pan duro.

-Que aproveche.-dijo tajante. Aquel dolor en el cuello lo estaba matando.

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Lisena
Por supuesto, no se esperaba otra cosa más que sonrisas por parte de los mangurrianes del Mallister. Y aunque le pesase tener que despedirse del cómodo camisón, tan suelto y tan liviano, debía vestirse con alguna otra cosa. Preguntó si alguien tenía una camisa y unas calzas, no se esperaba que nadie tuviese un corpiño y faldas, pero lo cierto era que tampoco se esperaba que nadie la respondiera, por lo que, encogiéndose de hombros, se encaminó hacia el pozo en el cual junto a él había tendido la colada la mujer del propietario del hostal. Una camisa y unas calzas, y un corpiño que, a decir verdad, era más por capricho que por necesidad.
Así que podréis imaginar, a una chavala de diecisiete años, sobre un carro cuyo rocín es más viejo que quien lo conduce, vestida con una camisa muy holgada sobre unos calzones que se veía en la necesidad de subir cada vez que andaba más de cinco pasos o se sentaba. Al menos el corpiño podía ponérselo sobre el camisón y, en el siguiente hostal, probar mayor suerte con unas faldas.

Ya llevaban un buen rato de camino cuando vio la mayor muestra de afecto que nunca nadie le diera.


Que aproveche. -había dicho César, tajante y reacio a abandonar su actitud de grandeza ante ella. Y desde luego lo era, lo era mucho más que ella, pero ella, por su parte, no demostraba lo contrario.

Agradecida quedo. -respondió, intentando aparentar la misma seriedad, sosteniendo el mendrugo de pan duro entre sus manos. Lo miró con cierta melancolía, y se aventuró a morderlo con ansia. Estaba hambrienta, y desde luego hubiese agradecido mucho mejor un poco de leche templada. Pero le asaltó una duda, y dejó de comer. Volvió la vista atrás y buscó a Césare. O tal vez hacia adelante.- ¿Y no vais a decirme nada más? ¡Un poco de conversación, por lo menos! ¡Y sino vaya rapto de mis narices! No sé si esto queda dentro del contrato, pero ya podríais comprarme un poco de ropa, ya que no me habéis dejado coger la propia.
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Cesar


-¿Qué queréis que os diga, madonna?-dijo con recargada ironía.-Quizás os plazca más una amena conversación sobre costuras, o buenos partidos. Pero os halláis entre rudos soldados, y el idiota ese de Fabio, si deseáis hablar de muñecas hacedlo con él. Pero con aquestos soldados míos, olvidaos, como mucho os podéis abrir de piernas ante ellos, a fe mía os lo agradecerían.

Calló unos segundos, por Jáh que aquel calor era cada vez más inaguantable.

-Y la ropa que portáis ya os sirve, porque para holgazanear, como hacéis, no es necesario nada de más valor que lo que portáis. Sobre las tablas de madera estáis bien, ahí quieta. Si aún tuvierais que combatir o hacer labor alguna, dad por hecho que os habríamos vestido con decencia.

Esa niña ni bajo el agua callaba, con lo bien que habían estado el día anterior, en silencio, meditando todos sobre la monotonía de la campiña italiana y ahora una perturbadora fémina, con su habladuría, desconcentraba a todos los allí presentes.

-Sí deseáis conversación hablad con el Altísimo, y que él os escuche, al menos como una loca haréis gracia…

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Lisena
¡Pero qué obsesión esa la vuestra! Debe de haber algo más en mí que os agrade sin que tenga que abrir las piernas. Al menos dadme una oportunidad... -decepcionada por las respuestas, trató de buscar un lugar sobre el que poder estirarse.

Tenía las piernas entumecidas y detestaba tener que estar quieta, sin hacer nada. Tanto tiempo trabajando para otros que ahora no sabía apenas qué hacer con su tiempo libre. O tiempo de rapto, no sé muy bien.


¿Qué es la mercancía que escoltáis? Y espero que la respuesta sea más ingeniosa que las anteriores. Vamos, no os hagáis de rogar... Estoy segura de que agradeceréis que conversemos. Contadme algo vuestro, vuestra familia por ejemplo. -volvió a interrogar. De pronto el gesto de Césare se volvió más recio, seco, no parecía querer hablar de un asunto así con ella.- Bueno, está bien, empezaré yo... - ¿Y qué empezaría a contar ella? ¿Qué diría ella, si apenas tenía recuerdos en los que basarse? Sobrevivir, eso era lo único que hacía. Pero siempre podía contarle algo que le hubiesen contado a ella de pequeña para dormirla.- Los Álvarez de Toledo pertenecemos al antiguo linaje de los Condes de Alba. ¡Alba, tan lejana ora! Seguro que la conoces, quién no la conoce. Todos alguna vez han debido de pasar por allí. Exagero, puede, pero... Qué más da, quién no ha exagerado alguna vez en su vida. ¿Y vos? ¿Dónde queda Bétera?, imagino que en Valencia, donde se encuentra vuestra madre.

Se burló, y tratando de disimular su risa, escondió medio rostro en el carro, buscando cierta complicidad de bis cómica en los ojos del Mallister. Estaba muy serio, quizás por haber amanecido en el suelo. Lo lamentaba tanto por él...

Contadme algo, se os hará más ameno. Seguro que tenéis a alguien esperándoos. En algún lugar. Una joven, imagino. O vuestra propia madre, valga la redundancia. ¿De verdad me váis a hacer pedirla perdón? ¡Pero si fuisteis vos!

No desestimaba ninguno de sus intentos, y sentía una Fe ciega en que en algún momento respondería a lo preguntado. Por el momento, se estaba haciendo más entretenido de lo que creía. Y quién sabe, a lo mejor llegaría un momento en que la tratase mejor.
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Cesar


Las cervicales no le daban tregua, al igual que la muchacha.

-Os escoltamos a vos, ¿aun no os habéis fijado?-dijo con sorna.

Acompañó aquellas palabras con una sonrisa hipócrita, que pretendía adulzar lo amargo de la situación.

-Y Bétera… mmmm…-recordaba los años de la tardía infancia allí, y los primeros de su adolescencia- queda cerca de Valenza, a poco rato a caballo. Sin embargo, más importante que dónde se halla mi futuro condado sois vos. Me extraña que unos apellidos tan poco comunes por estas tierras sirvan a otra gente, y más siendo de los de Alba, conocidos por toda Europa.

Miró a la joven, que pareció dibujársele una sonrisa en el rostro, contenida.

-Aunque es merecido. Los Borja ocupan ahora, sino ando errado, esas tierras. Un nido de víboras y culebras, pues hay más veneno en sus lenguas que aire del que respiramos. Doy fe de ello.

Y calló, no fuera que se le escapase algo de lo que luego se arrepintiese. Además obvió todo tema referente a su vida más personal. No le hablaría sobre su madre, ni sobre su relación con la nobleza valenciana, ni porqué él estaba allí. Al fin y al cabo, era solo una harapienta que había recogido, y del cual cada vez tenía menos claro el por qué.

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Lisena
Césare parecía revolverse sobre su montura, llevándose la mano al cuello, exactamente hacia la nuca y bajando por ésta hasta el hombro. Pedía un masaje a gritos, pero no iba a ser ella quien lo hiciera. La charla al menos se estaba volviendo divertida. O mejor dicho, entretenida.

Pero las gracias del hombre causaban cierto estupor en ella, y resuelta a responder, se dispuso a escuchar con cautela. Sin embargo, cambió de intenciones en cuanto el Mallister mencionó su condición de criada y el linaje del que procedía, totalmente opuesto a lo que ella hubiese pretendido. Siguió intentando, por contra, convencerle de lo contrario. Linaje casto, oficio impío; eso no iba a la par.


Sí, bueno, veréis... Es que es muy complicado de explicar. Cómo decirlo... -trataba de buscar las palabras exactas, idóneas, casi mágicas. Las palabras que insinuasen como mejor se podía que no era para nada lo que Césare se hacía en mente, aunque realmente lo fuera. De hecho, trataba de encontrar una historia que sonase creíble pero sin ser demasiado explícita. Un cuento que se creyese. ¡Eso es! ¡Un cuento!- Blancanieves. ¿Habéis oído el cuento de Blancanieves? Pues algo del estilo. ¿No me véis?, soy morena como ella. Espejito, espejito... No se qué el corazón. Una madrastra y... Y un cazador. Supongo que os toca a vos ese papel.

Sonrió divertida, casi con cierta perversidad. No la gustaba nada tener que mentir, pero bueno, debía de adaptarse. A veces uno sólo conseguía las cosas por métodos no muy puros, porque llamarlos impuros quizá era excederse. De todos modos, Césare tampoco estaba libre de pecado. Hacía cosas muy raras entre hombres muy raros, la raptaba y, además, hablaba mal de los Borja. Bueno, eso le empezaba a gustar un poco más.

Sí, los Borja. Ya os dije yo, algo así como Blancanieves... Un nido de víboras, no cabe duda. -le dio la razón, porque en verdad no sabía bien qué decir. Lo cierto era que estaba confusa y que el corazón se le hacía trizas al hablar de un hogar que apenas conocía y en donde se suponía que debían estar los suyos. Los ojos se le enjuagaban en lágrimas.- No quiero hablar más. Estoy cansada.

Y sin mayor dilación, se volvió, dándole la espalda al Mallister, como él le hiciera sobre el lecho, y cubrió su rostro entre los sacos para desprender una pequeña lágrima. Se recogió en sí misma, en aquel halo de dulzura que despertaba una extraña y tierna sensación que más se asemejaba a la necesidad de protegerla, como a una niña pequeña.

No soportaba que la vieran llorar. En el orfanato se burlaban de ella las otras niñas si la veían llorar. Eran niñas, sí, pero era lo que a uno se le quedaba grabado en la cabeza.

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Cesar


A las afueras de Grosseto, pues el partir tarde les había privado de llegar a tiempo a la ciudad, habían encendido una hoguera. A su alrededor, los ocho individuos cenaban en silencio. No había mucho, algo de queso y cecina. El hambre imperaba en sus estómagos, y la sed, el calor, el entumecimiento de algunos músculos, el sueño… poco a poco, se fueron acostando.

Aquella noche, no habría mayor comodidad que el suelo, debidamente preparado, con musgo si encontraban, que les aislase del suelo. Las sillas de montar harían de almohadas, para la cabeza, y por fortuna, en verano, de noche no hacía mucho frío, así que con las telas que envolvían las armas, podían hacer de mantas a la perfección. Escuchaba el crepitar del fuego en la inmensa oscuridad de aquella noche de 1460, en las tierras situadas entre la toscana y la lacio, se veían estrellas. Eran un remanso de paz.

A lo lejos, se oía el relinchar de los caballos, atados al carro, al cual le habían colocado piedras en las ruedas, para evitar que estas giraran. El lugar era pura tranquilidad, se oía la respiración de todos. Escuchaba la suya propia, la de Fabio, que pronto roncaría, el mercader, y la de los soldados, a excepción de uno de ellos, que hacía la correspondiente guardia.

El tiempo pasaba, y se hacía preguntas. Empezó a cuestionar sus habilidades de mando. ¿Qué pintaba Lisena en aquel grupo? ¿Por qué seguía con ella, una noble venida a menos, sirviendo..? Dio media vuelta, buscándola con sus ojos, alrededor de la fogata que se iba consumiendo. Hasta el momento no se había resistido más que en su habitación. ¿Qué se proponía esa muchacha?

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Lisena
Podría ser que la noche se hubiese cernido sobre ellos a un paso torrencial, y que la joven muchacha se viera sorprendida en cuanto el Mallister mandara asentarse cerca del camino, al rededor de una hoguera, pero lo cierto era que prefería toda aquella parafernalia, tan simple y cómoda en un principio, antes que pasar por el respectivo protocolo ante el posadero. Además, el aire se respiraba más puro, más libre de tensiones. Y la noche cerrada se volvía tan inquietante que convidaba a dormir o morirse de un ataque de nervios. La segunda opción era la más probable.

Estaba muerta de hambre, no le bastaba el queso y la cecina, que andaba en busca y captura de más. Maíz, tal vez. Tampoco le había bastado la conversación con el Mallister, pero qué diablos, ¿no había sido ella la que había querido dejar de hablar? "Estoy cansada", le había dicho. Y pretendía que fuera así, por mucho que llevase todo el día sobre el carro. Pero la luz de la hoguera la cegaba cuando se quedaba un buen rato mirando, y al volver la vista hacia la inmensidad oscura del páramo veía unas pequeñas lucecitas, que chisporroteaban en su pupila desconcertándola.
Justo, y casi al instante, halló la mirada de Césare enfrentada a la suya, como buscando un contacto visual. Le sonrió tratando de ser agradable, pero pronto se borró su sonrisa de la cara. ¿Por qué iba a ser agradable con él si Césare no lo había sido con ella?, sí, bueno, a excepción de la escenita de anoche se estaba portando como debiera un hombre de su condición, pero aquello no le bastaba. Lisena era rencorosa y pretendía que se hiciera notar. No en vano poseía el corazón de una mujer, y como toda buena hembra, se hacía de rogar incluso en los momentos menos propicios para ello. Volvió la mirada hacia la diestra, desbocada, y por el rabillo del ojo le observaba de soslayo. "¡No, no mires!", se decía, y volvía la mirada hacia la siniestra, de nuevo, en un arranque de repentina agonía. Después optó por el descaro, y se detuvo a mirarle hasta que él retirase la mirada. Pero no lo hacía, parecía estar absorto en su mundo de ideas y abstracción.


¿No podéis dormir?, desde luego a mí me estáis quitando las ganas. Que no me voy a escapar, hombre, no desesperéis... Aunque, ¿y si lo hiciera? Total, qué más os da, si sólo soy una carga... ¿No? -le miró con cierto desafío, y después se dispuso a sonreír, entre irónica y dulce. Se tumbó al instante sobre lo que iba a ser su cama, y atraída por los luceros del alba que quedaban tendidos en la nocturnidad, suspiró larga y lánguidamente, capaz de absorber el aliento que dejaban por rastro las nubes del cielo- Aún no me habéis respondido. ¿Tenéis a alguien esperándoos?, allá por vuestras tierras, o donde sea. Por cierto,... -y se echó a rodar, así hasta llegar a su lado, y divertida, le miró fijamente, con la boca entreabierta y la respiración acelerada. Hacía mucho que no se revolcaba entre la hierba y que no sentía el frescor de la Naturaleza.- ... ¿te puedo tutear? Se me hace muy cansado si no.

No podía estarse quieta. Por mucho que estuviera raptada, se sentía libre. Si quería podía echar a correr en cualquier momento. Total, quién de ellos se preocuparía... una niña de diecisiete años perdida por un paraje desconocido a la noche, já. Se volvió sobre sí misma de nuevo y, apoyando los codos en la tierra, estiró las piernas. Le empezaba a picar la camisa, y no paraba de rascarse bajo la axila derecha.

¿Te parece si jugamos a algo? Es un juego de preguntas, pero en lugar de hacer la pregunta directa, dirás algo sobre mí y, si te equivocas, bebes.

El resto sólo fue poner una cara bonita, incorporarse un poco y acercarse más de lo debido.
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Cesar


Aquel juego podía ser interesante, pensó. Cogió el alimento de Baco a la par que se llevaba a la muchacha a un lugar más apartado. Para ello alegó a la curiosidad de sus compañeros de viaje. Tras dejar que le tuteara. Él se tomó el mismo derecho.

-Lisena, pongámosle algo más de emoción… tú cada vez que te equivoques, perderás… una prenda.-dijo sonriendo.

A la par, la muchacha esbozó con aquellos labios finos, otra sonrisa. Sólo el Altísimo era capaz de comprender que sucedía en ese momento, entre él y la pobre Álvarez de Toledo, maltratados, de forma distinta, por la vida.

-Aunque si… -la miró a los ojos- deseas beber, no seré yo quien te lo prohíba.-Abrió el recipiente.- Empezaré yo.

Se habían sentado sobre una roca. El brillo de las llamas iluminaba de manera irregular la piel de ambos. Las miradas se cruzaban, perdiéndose en las pupilas del otro. No hablaban, de fondo había el crepitar del fuego.

-Madonna, yo me atrevería a decir, que eres un poco… traviesa, y que dices venir de donde no vienes…-pretendía, más que saber la verdad, chincharla un poco.

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Lisena
No tenía muchas prendas a perder. O mejor dicho, tenía sólo dos oportunidades para desvestirse. La camisa y las calzas. Ni si quiera tenía los zapatos. Pero la atemorizaba la idea de abusar de su suerte y continuar martirizando al Mallister para conseguir ropa para ella. De cualquier modo, si quería divertirse debía acceder a ello. Por lo menos, se la daba el 'bonus de la bebida', a.k.a., ''bebe si quieres''. Estaba claro que también tenía que beber.

Sentada sobre la roca, con las piernas recogidas entre sus brazos, miró fijamente al Mallister, y le escuchó, como sólo las Ninfas lo harían en una noche tan cerrada.


¿Traviesa, yo? -le sonrió.- Bebe. -y al mismo tiempo que le mandaba a él beber, soltó los cordones de la camisa, los del cuello, abriéndola desde arriba. Era una verdad a medias la dicha.
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Cesar


La luna, menguante, se elevaba sobre Césare. Este bebió un largo trago de vino. Mientras, Lisena se había desabrochado. Pensó que pronto el caldo empezaría a hacer efecto en su mente. Más valía, no podría aguantar sobrio mucho tiempo más.

-Te toca.-dijo acercandole el vino.

Se planteaba jugar sucio, decirle que no a todo, al fin y al cabo, ella tampoco sabía demasiado sobre él, por no decir nada. Así quizás tuviera más emoción, pues podría rebelarse. Ya vería que haría, según como fuese la noche, actuaría

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Lisena
Él no era el único que se planteaba jugar sucio. Ella también. La supervivencia consistía en ello, al fin y al cabo, jugar sucio y saber cómo.

De acuerdo, mi turno. -fue diciendo en una voz casi melosa, pero que se asemejaba algo más a un susurro- En lo que respecta a ti, querido Césare, eres la oveja negra de tu familia. Y has debido de ver algo parecido en mí, por eso me tienes aquí, raptada, aunque en realidad sólo estás buscando compañía. La soledad mata.

Y abrió los ojos aún más, no sabía por qué, tenía la sensación de que la iba a mandar quitarse todo de la misma.
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Cesar


-Bebe.-Ella empinó el codo, sorbiendo el líquido.

Una vez acabó, él bebió también. Y con un gesto le dijo que pagara con la prenda. Aunque, no sabía bien porqué, pensó en qutársela él también.

-Habéis errado bastante, compañía no le falta, por muy negra que sea la oveja.

Césare no añoraba compañía, ni alguien que le comprendiera. Siempre había vivido solo, y se había criado solo, con la ayuda de su enano Agostino. Aunque obviamente, sí que era la oveja negra, caído en desgracia, y huyendo del reino, se había visto forzado al exilio. Pero de eso la muchacha no sabía nada. Quizás más adelante, si aun siguiera con vida, y si así lo desease el Altísimo, se enteraría.

Y sé sacó la camisa.

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Lisena
La mandó beber, y así lo hizo. No tenía la costumbre de ello ni sentía especial interés por hacerlo, algo que con el paso del tiempo se iría desvaneciendo, pero por aquel momento bastaba con que cumpliera su palabra. No había pasado más de medio segundo cuando el Mallister le hizo un ademán de quitarse la prenda, algo así como una ofrenda por cada equivocación dentro del juego; un fino hilo de gotas de vino recorría la boca de la joven, cayendo hasta el mentón, tiñendo sus labios de un rojo muy vivo, un rojo que podía vaticinar muerte al besarlos, para después desembocar por el cuello hasta el eje de su pecho, muy lentamente, gota a gota, cada vez más lejana la una de la otra.
Hubo un momento de silencio precedido por la contestación del valenciano, cuando de pronto éste se retiró la camisa. No supo bien si fue un gesto de compasión, de caballerosidad, o que simplemente se estaba sofocando, pero el caso fue que le resultó gracioso y que alargó la sonrisa hasta mostrar los colmillos. Cualquier animal se hubiera sentido amenazado y habría gruñido. Por lo que respectaba a Césare, tan sólo se disponía a mirarla como a una presa de caza mayor: desde lo alto, montado a caballo y sin perderle el rastro junto a sus perros. Quizás fuera cierto lo de raposa.


¿Dejas la prenda por mí?, no lo puedo creer... Sí que te cuesta ser un caballero, pero cuando quieres eres el mejor de todos. -se mofó, comenzando a reír, y al sentir los labios húmedos se llevó la siniestra a la boca, secándose así con la manga de la camisa.

Se hizo un gran silencio al ver que el semblante de Césare era serio. No parecía que hubiese pretendido ser un caballero, más bien resultaba ser que las gracias sobre caballeros andantes matando dragones por las grutas... No, para nada. Mejor era ser el rey, tener el trono y tirarse todas las... noches a pensar sobre cómo quitar el hambre en el reino. Por ello, decidió que sería conveniente pagar con la prenda, no quería recibir otra bofetada. Aún le debía una y no sabía bien cuándo cobrársela.

Pero bajo la camisa no llevaba nada, y hasta el momento no se había visto en la necesidad de descubrirse ante nadie. En cambio y sin embargo, sería ingeniosa. No había necesidad de quitarse camisa alguna, al menos para ella. La que llevaba era lo suficientemente grande como para cubrirse hasta la mitad del muslo, por lo que se la sacó de los calzones, se alzó y retiró los mismos. Ni si quiera la luz del fuego traslucía nada que un hombre quisiera ver. Sólo sombras tras ellos, y dos piernas largas y delgadas, atractivas, que se sostenían a pesar de la mirada del de Bétera.


Anda, sorpréndeme. -le dijo, cediéndole el turno, y volviendo a sentarse en donde estaba, tratando de que la camisa cubriera lo estrictamente necesario.
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