No era mucha la distancia que separaba las urbes italianas, y poco después del medio día, tras parar para comer algo, llegaron a la ciudad costera.
El viaje se hizo ameno, los soldados, azuzados por algún tipo de alegría iban cantando rimas, muchas de ellas groseras, en italiano. Otras eran canciones. Ninguno llevaba un laúd, más no hacía falta pues no había quien dudara en hacer de instrumento, emitiendo sonidos rítmicos con su voz. El de la Vega no se implicó en los cánticos, escuchaba en silencio. Fue entonces que acudieron a la mente del Mallister aquellos versos, del dramaturgo que iba ofreciendo sus obras allá donde le quisiesen, sobre todo en Castilla. Miró a Lisena, que cuidaba con sumo cuidado de su paje. Sólo le había roto la nariz, cosa que hacía mucha sangre, pero no se iba a morir. ¡JÁ! Ya le valía a Fabio comportarse de ahora en adelante como un hombre, Lisena no estaría siempre para protegerle. Bueno, los versos que venían a su mente
Qué es la vida? Un frenesí.
Qué es la vida? Una ilusión:
Una sombra, una ficción.
Y el mayor bien es pequeño;
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son.
¿No sería acaso un sueño lo suyo? Le costaba horrores entender cómo era posible que aun ella no se hubiera rendido ante él, bueno, acabado de rendir, siempre había
algo, ese algo que lo arruinaba todo. ¡Mrda! Cuanto menos ya podía valerlo si se hacía tanto de rogar
Entre pensamientos entraron en la ciudad, hospedándose en un antro de mala muerte. Césare deseaba algo de soledad. Reflexionaba sobre su ventura, maldiciendo al Borgia que le había otorgado esa labor. Así fue como acabó en el establo. Entre equinos y otras malas bestias: ratas, cucarachas, hormigas y todo tipo de animales.
Observó, que arriba, subiendo unas escaleras había un pajar, lugar en el cual se podría acomodar. No era demasiada la cantidad de heno, pero podría dormir seco esa noche. Algún ruido había por abajo. Algo se movía. Seguro serían ratas, aun así, miró.
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Por fin os encuentro.-se acercó a Borbón, acariciándolo.-
¿No vais a hablarme, mi Señor? Me tenéis angustiada desde lo de ayer... Por favor, decidme que yo no a vos.
Lisena subió ágilmente las escaleras, que no tendrían más que unos pocos peldaños.
¡Vaya! Con qué roedor hemos topado, pensó. Ella, melosa se le iba acercando, acariciándole el rostro. Se había vuelto una de esas mujeres con veneno en la piel, tacto divino, y hechas de cristal fino. Quiso besarlo y él la rechazó. Recelaba de su nueva predisposición. Sin embargo era incapaz de conocer cual iba a ser la trascendencia de ese nuevo peligro. Su abasto.
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Che cosa furono delle dolci parole di ieri sera? Li avete dimenticate? O sono io per caso quella che cade nella vostra dimenticanza? Mi volevate insegnare l'amore, dove rimane? Vi confessai il mio e vi siete burlati.-dijo haciéndose la ofendida.
Él reaccionó, intentando atraerla hacia él, pero salió huyendo, o más bien, deseando que la persiguieran.
Salieron ambos hasta el umbral del establo, frente a las puertas. Ella sonreía, burlona y pícara. Se rizaba el pelo con su índice, seductora. Sin embargo, lanzaba puñales por la boca.
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Non lo capite. Ed ecceda Fabio?, avete esagerato, e quello lo comprendete neanche. Non vedete che temo per vos? Siete egoista, e magari la vita ve lo restituisca.
De pronto echó a correr. Le iba dejando algo de ventaja para que ella pudiera seguir corriendo, si el Mallister lo hubiera deseado, ya la habría atrapado.
Las calles de la localidad se iban sucediendo, hasta llegar al campanario, que dio paso a la iglesia. Ella repicó, fuertemente, implorando falso auxilio, buscando refugio en la casa del Altísimo. Tardaron en abrir, pero fueron suficientemente rápidos para que Lisena entrara, quedándose el de la Vega fuera, a la luz de aquel espejo del cielo, que llena, alumbraba en la oscuridad de la noche.
Acercó el oído hasta la puerta, sin repicar. Oía la conversación entre el sacerdote y la mujer. Que se hacía entender como podía, pobre, hablaba a trompicones, y según parecía, con más gestos que otra cosa. Se oyeron unos pasos, cuando estos desaparecieron, se abrió la puerta y la de Toledo, sonriente, apareció.
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Miei fiore
Pecando entró en el santo lugar.