Lisena
La arrastraron de pronto, como si el Diablo reclamase su alma en el mismísimo Infierno. Y la encerraron en una habitación muy caldeada, que apenas había sido ventilada. Estaba sucia, y te sentases donde te sentases, estaba segura de que podías coger alguna enfermedad, sobretodo venéreas. Y allí estaba ella, la quinta. La que le había salvado, por decir así, de las zarpas del resto de meretrices que, llenas de codicia por ver belleza en otros cuerpos al igual que antaño en los suyos, gustaban de torturar jóvenes como ella, de cuerpo lozano, agraciado y deseado por los hombres.
La sentó con cuidado, se fijó entonces en que aún sostenía la tela, como si fuera su mayor tesoro, y socarrona con ella por haber recibido semejante bofetada a causa suya, decidió burlarse de lo que guardaba con tanto recelo de los ojos del mundo.
¿Te has visto, niña? Deja de engañarte. No sigas guardando esa tela intacta y úsala. La vida te lo quita todo, ¿no me ves?, y todo por un trozo de pan duro. ¿Qué andas, no te basta con lo que se te ofrece?, el perro que muerde la mano que le da de comer, recibe, y la perra que rechaza lo que le dan, muere de hambre. ¿Me comprendes? ¡¿Me has entendido, estúpida niña?!- se hallaba impotente por la situación. La mujer había vivido algo parecido cuando era más niña, y el haber escogido un camino con menos engaños le había llevado a una práctica igual a la ofrecida desde un principio, salvo porque la ejercía con muchos más y ganaba aún menos. Por supuesto, el discurso sobre la tela tenía un doble sentido que, por primera vez, la dulce flor de Lis había conseguido entender.-Si no lo haces por él, hazlo por tí. Estoy segura de que quieres mucho más, todas las de esta profesión lo hemos querido. ¿Y qué hay?, miseria. Porca miseria! No te engañes, a ti nunca, es a él a quien se lo debes hacer. Capito?
Fue zarandeada varias veces, pero ello no había impedido que la joven se fijara en el rostro de la signora. Estaba enrojecido por el golpe, lloroso el ojo y el ánimo más crispado que por aquel simple hecho de su ignorancia para con el Mallister. Había estado jugando con fuego hasta la fecha, y hasta que no vio quemarse a otros, no supo reaccionar.
¿Te ha golpeado?- preguntó, en un retorno a su delicada inocencia.
Sí, pero eso no tiene importancia. Lo que importa es que seas dulce con él, así no te sucederán estas cosas. Un poco de dulzura, ternura, y cuando le tengas tuyo, sé salvaje. ¡Ojo!, con moderación. El perro que muerde la mano que le da de comer... -lo dejó en el aire. Y no le extrañó que fuera ella la que controlase al resto de las chicas de la calle. Era una Celestina en toda regla, y a pesar de sentirse impotente porque había consentido la bofetada y cumplía con las expectativas del Mallister, se compadeció por ella, que la creía tonta e inexperta en aquella clase de engaños. Había olvidado que las mujeres nacían con el engaño dominado, por lo que procuró demostrarlo en aquella ocasión.
... recibe. Y la perra que rechaza lo que le ofrecen, también. Y sino muere de hambre. ¿Cierto? -contestó, demostrando que se sabía la lección de aquel día.
La siguiente lección a esa fueron las artimañas melosas con las que embaucar al hombre. La mayoría en italiano, otras tantas en práctica. Poco o nada importaba, pues lo que le sumaba mayor interés no era más sino que el provecho que podía sacar. Y Lisena, ella misma y desde un principio, lo había sabido deducir. Sólo la faltaban los recursos.
Entonces, una puerta se fue abriendo, súbitamente. La oportunidad de escapar, entiéndase.
¿Cómo te atreves, Césare Mallister? -la puerta de la habitación también la fue abriendo, mas con una velocidad paulatina y constante, sorprendiéndolo- ¿Quién eres tú para golpear a esa mujer? -se fue acercando a él, aumentando el ritmo. La camisa quería desprenderse de ella, caía de lado a lado, rasgada.- ¿Quién me asegura a mí que no vayas a hacer igual conmigo? ¿Tú?- casi se mofó, cambiando el gesto por uno angustiado, aproximándose aún más hasta él, desnudo.- ¿Soy yo a la que quieres? ¡¿No me tienes acaso delante?! ¡Respóndeme! ¡¿Hace falta pagar un precio tan caro por mí?!
Y se deshizo de su ropa, hasta quedarse desnuda, como él, ante su vista maravillada de hombre cautivo por el deseo. Cayó entonces, arrodillada junto al barreño y ante él, aferrada a su cuerpo como el Mallister al de ella. Entonces comenzó a pronunciar las palabras que la mujer le enseñara hacía escasos segundos, del mismo modo que fue cuidando el gesto y las reacciones hasta el momento.
Siempre con la dulzura requerida, la pasión ansiada y el cuidado que hacía falta, para mirarle, desde tan abajo, a los ojos. Dulcemente, acariciándole sin tocarle, con unos ojos tan oscuros y brillantes de llanto de mujer, desgarrador como ávido de placer.
Sei tuo il mio grande amore, ma si tu rompere il mio cuore...- suspiró, creyó estando hacerlo bien. Al menos funcionaba, desde ahí veía que sí. Y se fue levantando, poco a poco. Entró junto a él, le abrazó con cuidado, y le sentó, haciendo ella lo mismo sobre él.- Tu fai impazzire.
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Las mentes privilegiadas tienden a pensar igual
La sentó con cuidado, se fijó entonces en que aún sostenía la tela, como si fuera su mayor tesoro, y socarrona con ella por haber recibido semejante bofetada a causa suya, decidió burlarse de lo que guardaba con tanto recelo de los ojos del mundo.
¿Te has visto, niña? Deja de engañarte. No sigas guardando esa tela intacta y úsala. La vida te lo quita todo, ¿no me ves?, y todo por un trozo de pan duro. ¿Qué andas, no te basta con lo que se te ofrece?, el perro que muerde la mano que le da de comer, recibe, y la perra que rechaza lo que le dan, muere de hambre. ¿Me comprendes? ¡¿Me has entendido, estúpida niña?!- se hallaba impotente por la situación. La mujer había vivido algo parecido cuando era más niña, y el haber escogido un camino con menos engaños le había llevado a una práctica igual a la ofrecida desde un principio, salvo porque la ejercía con muchos más y ganaba aún menos. Por supuesto, el discurso sobre la tela tenía un doble sentido que, por primera vez, la dulce flor de Lis había conseguido entender.-Si no lo haces por él, hazlo por tí. Estoy segura de que quieres mucho más, todas las de esta profesión lo hemos querido. ¿Y qué hay?, miseria. Porca miseria! No te engañes, a ti nunca, es a él a quien se lo debes hacer. Capito?
Fue zarandeada varias veces, pero ello no había impedido que la joven se fijara en el rostro de la signora. Estaba enrojecido por el golpe, lloroso el ojo y el ánimo más crispado que por aquel simple hecho de su ignorancia para con el Mallister. Había estado jugando con fuego hasta la fecha, y hasta que no vio quemarse a otros, no supo reaccionar.
¿Te ha golpeado?- preguntó, en un retorno a su delicada inocencia.
Sí, pero eso no tiene importancia. Lo que importa es que seas dulce con él, así no te sucederán estas cosas. Un poco de dulzura, ternura, y cuando le tengas tuyo, sé salvaje. ¡Ojo!, con moderación. El perro que muerde la mano que le da de comer... -lo dejó en el aire. Y no le extrañó que fuera ella la que controlase al resto de las chicas de la calle. Era una Celestina en toda regla, y a pesar de sentirse impotente porque había consentido la bofetada y cumplía con las expectativas del Mallister, se compadeció por ella, que la creía tonta e inexperta en aquella clase de engaños. Había olvidado que las mujeres nacían con el engaño dominado, por lo que procuró demostrarlo en aquella ocasión.
... recibe. Y la perra que rechaza lo que le ofrecen, también. Y sino muere de hambre. ¿Cierto? -contestó, demostrando que se sabía la lección de aquel día.
La siguiente lección a esa fueron las artimañas melosas con las que embaucar al hombre. La mayoría en italiano, otras tantas en práctica. Poco o nada importaba, pues lo que le sumaba mayor interés no era más sino que el provecho que podía sacar. Y Lisena, ella misma y desde un principio, lo había sabido deducir. Sólo la faltaban los recursos.
Entonces, una puerta se fue abriendo, súbitamente. La oportunidad de escapar, entiéndase.
¿Cómo te atreves, Césare Mallister? -la puerta de la habitación también la fue abriendo, mas con una velocidad paulatina y constante, sorprendiéndolo- ¿Quién eres tú para golpear a esa mujer? -se fue acercando a él, aumentando el ritmo. La camisa quería desprenderse de ella, caía de lado a lado, rasgada.- ¿Quién me asegura a mí que no vayas a hacer igual conmigo? ¿Tú?- casi se mofó, cambiando el gesto por uno angustiado, aproximándose aún más hasta él, desnudo.- ¿Soy yo a la que quieres? ¡¿No me tienes acaso delante?! ¡Respóndeme! ¡¿Hace falta pagar un precio tan caro por mí?!
Y se deshizo de su ropa, hasta quedarse desnuda, como él, ante su vista maravillada de hombre cautivo por el deseo. Cayó entonces, arrodillada junto al barreño y ante él, aferrada a su cuerpo como el Mallister al de ella. Entonces comenzó a pronunciar las palabras que la mujer le enseñara hacía escasos segundos, del mismo modo que fue cuidando el gesto y las reacciones hasta el momento.
Siempre con la dulzura requerida, la pasión ansiada y el cuidado que hacía falta, para mirarle, desde tan abajo, a los ojos. Dulcemente, acariciándole sin tocarle, con unos ojos tan oscuros y brillantes de llanto de mujer, desgarrador como ávido de placer.
Sei tuo il mio grande amore, ma si tu rompere il mio cuore...- suspiró, creyó estando hacerlo bien. Al menos funcionaba, desde ahí veía que sí. Y se fue levantando, poco a poco. Entró junto a él, le abrazó con cuidado, y le sentó, haciendo ella lo mismo sobre él.- Tu fai impazzire.
Mi gran amor es tuyo, pero si rompes mi corazón... Me volverás completamente loca.
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Las mentes privilegiadas tienden a pensar igual