Lisena
Al coger la rama de romero entre sus manos, se dio cuenta de que lo había logrado: había logrado someter la voluntad de aquel hombre. Aunque fuera sólo un ápice. Pero lo había conseguido. Así, sonriendo con astucia, se volvió hacia Césare pero la gitana, reacia a perder negocio, se dirigió a ella.
Niña, ¿tú sabes qué hace esa ramita?
La joven morena se volvió hacia ella con la sonrisa eclipsada por la parda voz de la anciana. Negó con la cabeza, y a continuación se encogió de hombros, guardó el romero en el canalillo que le formaba aquel ajustado vestido y echó a correr en busca del Mallister, al que ya había perdido de vista. Muchos hombres, en su mayoría mercaderes, se cruzaban con ella ofreciéndola lo que fuera. Algunos monedas a cambio de su compañía, otros simplemente querían ganárselas vendiéndole joyas, telas y alimentos a la muchacha. Pero ella rehusaba cualquier proposición, y hallando por fin al Mallister, se aproximó hasta él y le cogió de la mano, dibujando una mirada tan cándida e inocente que a pocos lograría impresionar salvo conmover, y cuyo propósito se ocultaba tras los labios teñidos muy ligeramente de carmín.
Tienes suerte de que sepa valerme por mí misma, pero no deberías perderme de vista aún así. ¿Me das una? -le preguntó, con la misma mirada de antes, refiriéndose a las almendras garrapiñadas.
Mientras tanto, fueron volviendo al centro de la villa, lejos del mercado y más próximos al hospedaje de la comitiva. Lisena le fue hablando, con tranquilidad pero queriendo causar impresión en él.
Me duele mucho la muñeca. ¿De verdad no vas a azotarle?, ¡o al menos hacerle andar hasta Roma! O sino... Llévame siempre contigo. Sobre tu caballo bastará por ésta vez. -y le sonrió, viendo lo aturdido que lo dejaba tanta inquisición de deseos y caprichos de una joven que, eso mismo, había empezado siendo un mero capricho, y que ahora se estaba convirtiendo en dueña de voluntades.
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Las mentes privilegiadas tienden a pensar igual
Niña, ¿tú sabes qué hace esa ramita?
La joven morena se volvió hacia ella con la sonrisa eclipsada por la parda voz de la anciana. Negó con la cabeza, y a continuación se encogió de hombros, guardó el romero en el canalillo que le formaba aquel ajustado vestido y echó a correr en busca del Mallister, al que ya había perdido de vista. Muchos hombres, en su mayoría mercaderes, se cruzaban con ella ofreciéndola lo que fuera. Algunos monedas a cambio de su compañía, otros simplemente querían ganárselas vendiéndole joyas, telas y alimentos a la muchacha. Pero ella rehusaba cualquier proposición, y hallando por fin al Mallister, se aproximó hasta él y le cogió de la mano, dibujando una mirada tan cándida e inocente que a pocos lograría impresionar salvo conmover, y cuyo propósito se ocultaba tras los labios teñidos muy ligeramente de carmín.
Tienes suerte de que sepa valerme por mí misma, pero no deberías perderme de vista aún así. ¿Me das una? -le preguntó, con la misma mirada de antes, refiriéndose a las almendras garrapiñadas.
Mientras tanto, fueron volviendo al centro de la villa, lejos del mercado y más próximos al hospedaje de la comitiva. Lisena le fue hablando, con tranquilidad pero queriendo causar impresión en él.
Me duele mucho la muñeca. ¿De verdad no vas a azotarle?, ¡o al menos hacerle andar hasta Roma! O sino... Llévame siempre contigo. Sobre tu caballo bastará por ésta vez. -y le sonrió, viendo lo aturdido que lo dejaba tanta inquisición de deseos y caprichos de una joven que, eso mismo, había empezado siendo un mero capricho, y que ahora se estaba convirtiendo en dueña de voluntades.
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