Mikumiku
Otra alegre mañana en casa de los Espinosa-di Véneto. El lío con las cajas, los muebles y el pensar en alguna pequeña reforma ocupaban entonces tanto el espacio como el tiempo del joven caballero. Miku ayudaba en todo lo que se le ocurría, vigilando, comentando con los trabajadores y pagando alguna cosa con el dinero que había sacado de la última visita a Vimianzo. Tampoco mandaba nada a los que movían y construían, pues la opinión que más importancia tenía en el tema era la de la pelirroja. Ella se movía como una diosa entre habitación y habitación, con todo muy claro y pensado y concentrada para que no se le escapara nada. Lo tenía dominado.
Al final, pararon para descansar un rato y los contatados se fueron. El rubio se decidió a dar un paseo antes de comer, para ver qué tal estaban los caballos - Que aún no estaban en la nueva casa - y para darse un chapuzón en algún sitio si aún pintaba bien de tiempo. Miku tenía otras ideas en mente, a parte, y rumiaba una en especial entonces. Recordaba lo que había prometido a su hija, y un caballero no olvidaba una promesa así como así.
¿Brynne, estás? Repiqueteó con los dedos en la puerta de su habitación, la más alta del edificio. A estas alturas la niña ya no tan niña estaría estaría acabándose de arreglar la ropa y sacando sus cosas de los petates de la mudanza. ¿Te apetece dar una vuelta con tu padre? Por más que lo dijera Miku, seguía sonándole grande eso de padre. Se sacaban 2 o 3 años de edad entre ellos, así que al final había decidido tomárselo con calma e intentar darle la atención que él no había tenido a su edad, ni de pequeño.