Desde el purgatorio, con mucho odio
Una extraña sombra vaporosa, apenas perceptible, ondulaba sobre el suelo empedrado del corredor norte del Palacio Real. Un gato pardo que dormía plácidamente sobre la balaustrada de piedra se puso en pié bruscamente bufando hacia una esquina; el guardia que custodiaba una de las puertas cercanas, giró su cabeza extrañado,
- ¿Quién va?.- exclamó, empuñando su alabarda, intentando ver quién había espantado al felino. Pero el silencio no le devolvió respuesta alguna.
-Ya veremos quién ríe ahora.- susurró con voz de ultratumba el fantasma de Carolum. Tenía gesto demacrado y arrastraba sus pasos, pero en su cara conservaba un gesto regio, también de malicia, y una sonrisa pícara. Momentos antes había vaciado una botella de orujo en el abrevadero de las caballerizas, frente al caballo azabache cuyos correajes tenían repujado y marcado las armas de Gondomar.
Mucha suerte, marques, la vais a necesitar.- dicho eso, con cara de satisfacción por haber visto como la montura se bebía la totalidad del licor y empezaba a dar cabezadas, dejó la botella sobre un aparador de madera. Ahora, con tanto tiempo libre que tenía en el purgatorio, esperando si le llevaban al sótano o al ático, se pasaba las horas muertas deambulando por las estancias y corredores del Palacio buscando víctimas de sus travesuras
ahora le quitaba los sostenes a una cortesana y se los colgaba de la lámpara, o bien rompía uno de los pocos jarrones que quedaban en el edificio
no iba a dejarle ni uno al próximo rey o reina, sobre todo si era la Mora.
-Y ahora ¿qué?-, se preguntaba constantemente.
- ¿Quién de entre todos esos perros morderá más, para llevarse la bocado más grande?.- fruncía el ceño, arrugado de tantas otras veces. Los testamentos nunca le habían gustado, pero era la única forma de que los parientes no se peleasen para repartir los bienes del muerto. Con esos pensamientos atravesó un par de puertas, hasta llegar al Pasillo de los Retratos, de donde colgaban pinturas de los nobles ilustres del reino, junto a su escudo de armas; cuando eran nombrados se colgaban, y cuando morían, se enviaba el retrato a la familia del difunto. Al fondo, perfilada por la luz de la mañana, encontró, envuelta en esa aura plateada, al fantasma de su prima Elena. Ella miraba con su mirada osada de ojos glaucos, uno de los retratos. Giró su fantasmal cabeza en dirección a Carolum, para después, con una sonrisa pícara, entrar sin esperarle, al salón donde se reunirían los nobles para la lectura de sus últimas voluntades.
Como ya hubiera hecho otras veces en el pasado, siguiendo los pasos de su regia prima a varios metros de distancia, recorrió el trecho del pasillo. Al llegar al final, miró con reproche el lienzo en el que su fantasmal reina había fijado la mirada. No pudo sentir más que asco.
Judas
se vendió por más monedas que tu. ¡Que la Criatura sin nombre te lleve!.- escupió al suelo (si es que los fantasmas pueden) con un giro de mano, golpeó el marco de la pintura y ésta cayó al suelo con un golpe seco, quebrándose el marco y rasgándose el lienzo de tela. Quedó tendido sobre el embaldosado de piedra, cubierto de polvo. Había tenido la traición delante de sus narices, y bien se lo habían hecho ver los que le rodeaban, pero los ignoró. Eso le dejó triste, y a la vez furioso
nunca podría cobrarse la venganza.
Dejando atrás sus pensamientos, atravesó la puerta (¡si! Ahora podía hacer esas cosas
ningún elemento se le resistía, excepto, claro, los otros fantasmas). Acostumbrado a deambular más de noche que de día, la luz del salón le cegó los ojos, apenas unos instantes. ¡Cuántas veces se había paseado por ahí, charlando con los cortesanos, comiendo y bebiendo en las recepciones!; ahora todo eso quedaba atrás, envuelto por la niebla del pasado. Escrutó las caras de los presentes
- ¡falsos!- , quería haber gritado, si le pudieran oír
- Vosotros que en vida me dabais consejos envenenados, para que perjudicase a vuestros enemigos o beneficiase a vuestros amigos
-¡Mira! ahí está el secretario real
lengua viperina que sólo quería poder y más poder; debía haber dejado a otro como regente, y no a ese que ahora se reía temblándole la papada, con horma de rey, que apenas llega a sombra de criado.- siguió paseándose por la sala con movimientos cadenciosos y lentos, arrastrando sus penas.
Había una mesita de madera con una jarra de vino y varias copas ya servidas. Intentando ser discreto, tomó una de ellas y dio un largo trago, mas el líquido cayó derramado sobre la alfombra,
- ¿¡por qué, cruel Dios, que ahora no le dejaba saborear los ricos caldos de Alba, sin riesgo de morir envenenado por los coperos!?- Frustrado y cabizbajo pasó por delante de la chimenea, apagada en aquel caluroso día de verano, frente a la cual había tenido largas discusiones y charlas con su ahijado Liborio. Fue entonces cuando le vio, ahí altanero, nuevo Conde de Alba. Aquella criatura que sin ser de su propia progenie, le había llenado de júbilo y alegría en sus últimos años, y cuyo apoyo fue fundamental, incluso hasta en su lecho de muerte, donde le dirigió sus últimas palabras. Junto a él, si primo Ruy, quien sería albacea del testamento
Espero que no le tiemble la voz cuando deba repartir mis cosas entre esa manada de lobos.- siseó entre los dientes.
Muchas otras personas iban llegando a la sala: la Señora de Compostela y su marido, a los que siempre había tenido respeto y aprecio, a pesar de que nunca lo hubiera reconocido en público. Entró la Mora, sin jarrones que romper, y miraba peligrosamente las cortinas, como si ya estuviera tomando posesión del palacio
-Por Aristóteles, que ésta no me quitará los crucifijos de las paredes.- con lo que le había costado a él aristotelizar el palacio, bendiciendo cada esquina en sus noches de desvelo. Fue entonces cuando escuchó aquella voz apagada y gangosa, inconfundible, con ese empalagoso acento gallego que tanto detestaba él.
Espero que no tenga la indecencia de traer botellas con meado de Gondomar para envenenar a mis huéspedes.- pues para él, seguía siendo su palacio.
Sabandija asquerosa
ya te llegara la muerte, perro.- estaba Carolum completamente decidido a susurrar por las noches a su hijo Liborio y a su primo Ruy para que tomaran la determinación de conquistar y reducir Valdecorneja a cenizas, y de paso mover la linde, como hacían los Calabiug
¡Los Calabiug!, los había olvidado. La Duquesa-Marquesa que tantos aires de digna se daba ahora, entre carruajes y alfombras robadas de-no-sé-dónde, y su tío el archimillonario maligno, que seguro no tenía ni la decencia de pasar por su sepelio, a pesar de haberle entregado casi toda la meseta castellana
-¡desagradecidos!-. Por si acaso decidió acercarse a la de Santillana-Infantado. Alzóse el fantasma sobre las punteras de sus inexistentes zapatos para mirar desde atrás la delantera de la señora y comprobar que las piedras preciosas seguían en el sostén, donde debían permanecer.
-¡Eso debía haber sido mío!.- dijo con reproche mirando a la otra esquina de la sala, donde el fantasma de su prima miraba con ceño fruncido a algunos de los invitados, seguramente con similares pensamientos a los suyos. Y qué decir, ni siquiera habían ido sus hermanos a la lectura del testamento
humillado y olvidado por los de su sangre, pero ¡ya!, ya llegaría la ocasión en la que dentro de muchos años coincidieran en el Paraíso o el Infierno Lunar, y ahí ajustarían cuentas.
Arrastró nuevamente sus pasos, mientras miraba con cariño y añoranza el fantasma de su prima
¡hasta así seguía conservando su belleza y atractivo!. Puso una mano sobre el hombro de la difunta reina, sabiendo que le debía su afecto y adoración incluso en el más allá, o mejor dicho ahora, más acá.
Siempre estaréis resplandeciente, mi eterna reina.- y la besó con cariño en la mejilla. Ese cariño que no pudo demostrarle en vida.
Mírales, como brillan sus ojos, a la espera de repartirse las riquezas
decepcionados van a quedar, ya lo verás.- dijo sonriendo maléficamente.