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[RP] El Testamento del Rey Carolum I

Urania


Urania entró en la sala, una vez más, y paseó la vista por todos los rostros conocidos. Ahora habría que encargar un nuevo retrato para la zona de reyes. Pronto se llenaría esa pared, a ese ritmo.

No creía que esta vez heredara nada, aunque el Rey Carolum había sido muy generoso, y los más de 120 municipios que tenía el condado de Saldaña que otorgara a su tío estaban empezando a llegar a la casa. El Calabuig, que entraba detrás de ella, estaba encantado con la evolución de sus asuntos, desde luego.

Urania se detuvo a saludar a algunos conocidos, otros amigos, allí estaba el armiño al que hacía días buscaba, pero... lo principal. Allí. A pasos largos se dirigió donde Vladie y con un gesto que intentaba aparentar cariñoso, la cogió del brazo. La habría cogido del cuello si hubiera podido.

- ¿Pero qué has hecho, insensata? ¿Pero cómo se te ha ocurrido?

Un escalofrío le recorrió la espalda, le pareció oir una risa conocida, pero se giró y no había nada.

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--Fantasma_de_caro


Desde el purgatorio, con mucho odio…

Una extraña sombra vaporosa, apenas perceptible, ondulaba sobre el suelo empedrado del corredor norte del Palacio Real. Un gato pardo que dormía plácidamente sobre la balaustrada de piedra se puso en pié bruscamente bufando hacia una esquina; el guardia que custodiaba una de las puertas cercanas, giró su cabeza extrañado, - ¿Quién va?.- exclamó, empuñando su alabarda, intentando ver quién había espantado al felino. Pero el silencio no le devolvió respuesta alguna.

-Ya veremos quién ríe ahora.- susurró con voz de ultratumba el fantasma de Carolum. Tenía gesto demacrado y arrastraba sus pasos, pero en su cara conservaba un gesto regio, también de malicia, y una sonrisa pícara. Momentos antes había vaciado una botella de orujo en el abrevadero de las caballerizas, frente al caballo azabache cuyos correajes tenían repujado y marcado las armas de Gondomar. –Mucha suerte, marques, la vais a necesitar.- dicho eso, con cara de satisfacción por haber visto como la montura se bebía la totalidad del licor y empezaba a dar cabezadas, dejó la botella sobre un aparador de madera. Ahora, con tanto tiempo libre que tenía en el purgatorio, esperando si le llevaban al sótano o al ático, se pasaba las horas muertas deambulando por las estancias y corredores del Palacio buscando víctimas de sus travesuras… ahora le quitaba los sostenes a una cortesana y se los colgaba de la lámpara, o bien rompía uno de los pocos jarrones que quedaban en el edificio… no iba a dejarle ni uno al próximo rey o reina, sobre todo si era la Mora.

-Y ahora ¿qué?-, se preguntaba constantemente.- ¿Quién de entre todos esos perros morderá más, para llevarse la bocado más grande?.- fruncía el ceño, arrugado de tantas otras veces. Los testamentos nunca le habían gustado, pero era la única forma de que los parientes no se peleasen para repartir los bienes del muerto. Con esos pensamientos atravesó un par de puertas, hasta llegar al Pasillo de los Retratos, de donde colgaban pinturas de los nobles ilustres del reino, junto a su escudo de armas; cuando eran nombrados se colgaban, y cuando morían, se enviaba el retrato a la familia del difunto. Al fondo, perfilada por la luz de la mañana, encontró, envuelta en esa aura plateada, al fantasma de su prima Elena. Ella miraba con su mirada osada de ojos glaucos, uno de los retratos. Giró su fantasmal cabeza en dirección a Carolum, para después, con una sonrisa pícara, entrar sin esperarle, al salón donde se reunirían los nobles para la lectura de sus últimas voluntades.

Como ya hubiera hecho otras veces en el pasado, siguiendo los pasos de su regia prima a varios metros de distancia, recorrió el trecho del pasillo. Al llegar al final, miró con reproche el lienzo en el que su fantasmal reina había fijado la mirada. No pudo sentir más que asco. – Judas… se vendió por más monedas que tu. ¡Que la Criatura sin nombre te lleve!.- escupió al suelo (si es que los fantasmas pueden) con un giro de mano, golpeó el marco de la pintura y ésta cayó al suelo con un golpe seco, quebrándose el marco y rasgándose el lienzo de tela. Quedó tendido sobre el embaldosado de piedra, cubierto de polvo. Había tenido la traición delante de sus narices, y bien se lo habían hecho ver los que le rodeaban, pero los ignoró. Eso le dejó triste, y a la vez furioso… nunca podría cobrarse la venganza.

Dejando atrás sus pensamientos, atravesó la puerta (¡si! Ahora podía hacer esas cosas… ningún elemento se le resistía, excepto, claro, los otros fantasmas). Acostumbrado a deambular más de noche que de día, la luz del salón le cegó los ojos, apenas unos instantes. ¡Cuántas veces se había paseado por ahí, charlando con los cortesanos, comiendo y bebiendo en las recepciones!; ahora todo eso quedaba atrás, envuelto por la niebla del pasado. Escrutó las caras de los presentes…- ¡falsos!- , quería haber gritado, si le pudieran oír… - Vosotros que en vida me dabais consejos envenenados, para que perjudicase a vuestros enemigos o beneficiase a vuestros amigos… -¡Mira! ahí está el secretario real… lengua viperina que sólo quería poder y más poder; debía haber dejado a otro como regente, y no a ese que ahora se reía temblándole la papada, con horma de rey, que apenas llega a sombra de criado.- siguió paseándose por la sala con movimientos cadenciosos y lentos, arrastrando sus penas.

Había una mesita de madera con una jarra de vino y varias copas ya servidas. Intentando ser discreto, tomó una de ellas y dio un largo trago, mas el líquido cayó derramado sobre la alfombra,- ¿¡por qué, cruel Dios, que ahora no le dejaba saborear los ricos caldos de Alba, sin riesgo de morir envenenado por los coperos!?- Frustrado y cabizbajo pasó por delante de la chimenea, apagada en aquel caluroso día de verano, frente a la cual había tenido largas discusiones y charlas con su ahijado Liborio. Fue entonces cuando le vio, ahí altanero, nuevo Conde de Alba. Aquella criatura que sin ser de su propia progenie, le había llenado de júbilo y alegría en sus últimos años, y cuyo apoyo fue fundamental, incluso hasta en su lecho de muerte, donde le dirigió sus últimas palabras. Junto a él, si primo Ruy, quien sería albacea del testamento – Espero que no le tiemble la voz cuando deba repartir mis cosas entre esa manada de lobos.- siseó entre los dientes.

Muchas otras personas iban llegando a la sala: la Señora de Compostela y su marido, a los que siempre había tenido respeto y aprecio, a pesar de que nunca lo hubiera reconocido en público. Entró la Mora, sin jarrones que romper, y miraba peligrosamente las cortinas, como si ya estuviera tomando posesión del palacio… -Por Aristóteles, que ésta no me quitará los crucifijos de las paredes.- con lo que le había costado a él aristotelizar el palacio, bendiciendo cada esquina en sus noches de desvelo. Fue entonces cuando escuchó aquella voz apagada y gangosa, inconfundible, con ese empalagoso acento gallego que tanto detestaba él. – Espero que no tenga la indecencia de traer botellas con meado de Gondomar para envenenar a mis huéspedes.- pues para él, seguía siendo su palacio. – Sabandija asquerosa… ya te llegara la muerte, perro.- estaba Carolum completamente decidido a susurrar por las noches a su hijo Liborio y a su primo Ruy para que tomaran la determinación de conquistar y reducir Valdecorneja a cenizas, y de paso mover la linde, como hacían los Calabiug…

¡Los Calabiug!, los había olvidado. La Duquesa-Marquesa que tantos aires de digna se daba ahora, entre carruajes y alfombras robadas de-no-sé-dónde, y su tío el archimillonario maligno, que seguro no tenía ni la decencia de pasar por su sepelio, a pesar de haberle entregado casi toda la meseta castellana… -¡desagradecidos!-. Por si acaso decidió acercarse a la de Santillana-Infantado. Alzóse el fantasma sobre las punteras de sus inexistentes zapatos para mirar desde atrás la delantera de la señora y comprobar que las piedras preciosas seguían en el sostén, donde debían permanecer. -¡Eso debía haber sido mío!.- dijo con reproche mirando a la otra esquina de la sala, donde el fantasma de su prima miraba con ceño fruncido a algunos de los invitados, seguramente con similares pensamientos a los suyos. Y qué decir, ni siquiera habían ido sus hermanos a la lectura del testamento… humillado y olvidado por los de su sangre, pero ¡ya!, ya llegaría la ocasión en la que dentro de muchos años coincidieran en el Paraíso o el Infierno Lunar, y ahí ajustarían cuentas.

Arrastró nuevamente sus pasos, mientras miraba con cariño y añoranza el fantasma de su prima… ¡hasta así seguía conservando su belleza y atractivo!. Puso una mano sobre el hombro de la difunta reina, sabiendo que le debía su afecto y adoración incluso en el más allá, o mejor dicho ahora, más acá. – Siempre estaréis resplandeciente, mi eterna reina.- y la besó con cariño en la mejilla. Ese cariño que no pudo demostrarle en vida. – Mírales, como brillan sus ojos, a la espera de repartirse las riquezas… decepcionados van a quedar, ya lo verás.- dijo sonriendo maléficamente.


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Vibora


A pesar del calor estival, que estaba en lo más alto, el de Sanlúcar sintió un ligero escalofrío.

Miró hacia los lados buscando la corriente de aire, pero por la ventana abierta sólo entraba el cantar cansino de las chicharras.

Por un segundo, a su mente acudieron ideas de fantasmas, almas en pena y sere entre dos mundos. Pero las rechazó de inmediato, eso no eran mas que cuentos para asustar a los niños en las noches largas del lejano invierno.

Eso sí, se le ocurrió intentar imaginar qué pensaría el difunto rey de poder presenciar la escena de la lectura de su testamento.

- ¿Quién sabe?- se dijo- y ya nunca lo sabremos- concluyó.

En esto apareció la de Baeza. En la mirada se le notaba cómo calculaba el posible valor de empeño hasta de cada bisagra de las puertas. Menuda reina, Castilla apostada a un naipe en cualquier timba oscura.

Un ligero inclinar de cabeza hizo de saludo, mientras la cuasi, que seguro que los sobornos para pretender al trono habían salido de bolsillo de Santillana mientras ésta navegaba por el río, pretendía pedirle explicaciones por n-sima vez.

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Vladie


¡Yo no fui! ¡Puedo explicarl...! ¡Que yo no fui! - Respondía la mora, nerviosa ante la versión inquisidora de Urania.

Su mente mantenía la agilidad de sus tiempos de soldado. El plan de escape era simple: Generar una distracción, esperar que Uri gire su cabeza, pegar un salto mortal por encima de la mesa, aterrizar al menos a unos prudenciales 20 cm. de la víbora que tenían por secretario real, finta a la derecha, colleja al armiño, vuelta alrededor de la mesa y atravesar la ventana. De ahí, caminar por el tejado hasta la ventana del TSA, donde nadie jamás sospecharía que se refugiaría la Signora.

La de Balboa esperó el momento justo. Estaba a salvo de momento, la marduquesa no haría ninguna movida inapropiada en medio de la lectura de un testamento. Algo de decencia tenía.

¡PUM!

No podía asegurarlo, pero parecía ser que era la Señora de Compostela la que intentaba limpiar una mancha de vino en la alfombra. Y parecía ser un Borja el que la había llevado por delante. Claro, no podía asegurarlo porque fue escuchar el ruido para saber que era su oportunidad.

¡FUEGOOOOOO!

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Jaleo



Y los de Valencia que siguen sin venir.... Rumiaba yo para mis adentros...
Si al menos hubiesen retrasado sus festejos en señal de luto... Apretaba los dientes al pensarlo (y sin darme cuenta mi mano tambien apretaba la empuñadura de mi espada)

!FUEGOOOOO ! El grito me hizo salir de mis pensamientos.

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Kurt


Los pasos de los Borja hacían eco al golpear contra el suelo de los largos pasillos palaciegos. Kurt y Nicolás, acompañados respectivamente de Juliane y Ederne, hijas de los reyes. Ataviados completamente de negro, los hermanos dirigían la comitiva. Acababan de llegar a tierras castellanas, tras un apurado viaje desde Valencia, tras la repentina muerte de su hermano, que había coincidido con la coronación de la reina en Valencia.

Kurt vestía un traje de paño y seda negro, con una banda cruzada desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda, negra también, adornada con hilos rojos que culminaban en el escudo de los Borja en el centro de la banda de tela. Avanzaron por el largo pasillo hasta alcanzar a ver a lo lejos la puerta tras la que esperaba el resto de invitados. Amigos y enemigos castellanos, cuyas enemistades y alianzas resurgirían de la siesta en la que se hallaban desde el encuentro en las últimas voluntades de su prima Elena. Ahora tocaría de nuevo enfrentarse a ellos. Miradas cargadas de sentimientos frustardos, venganzas juradas y odios arraigados. En la lectura del testamento de L las espadas habían llegado a ser envainadas, aunque aquella vez la de Kurt no se despegó del cuero que la guardaba, algo le decía -tal vez el dolor interno por la muerte de su hermano, a quien tanto había querido y apreciado- que aquella vez no pasaría igual si alguien osaba cuestionar a su familia.

Las puertas se abrieron al fin, y los Borjas, acompañados de las dos Berasateguis, hicieron aparición en la sala. Los rosotros de los presentes se volvieron hacia ellos, todos los esperaban, y ahí estaban, dispuestos a hacer honor a su familia. Cruzó una primera mirada con el de Gondomar, clavando en él sus ojos glaucos, cargados de aquella forma de mirar inquisitiva que tan común era en los ojos de un Borja.

Después tanteó la sala en busca de sus familiares. Liborio y Ruy estaban ya allí. Les dirigió un saludo respetuoso y avanzó unos paso, adentrándose hasta el centro de la sala.

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Nicolino


Mientras avanzaba por largas explanadas aquel carruaje que había dejado atrás Valencia hacía ya el suficiente tiempo para que el viaje dejara de ser catalogable como corto y entrara en la difusa categoría de tedioso, el Sol se ponía. Y volvería, tras efímeras horas, a volverse a hallar alumbrando a todos en occidente desde el firmamento. Esto, para desventura del Borja, que durante mucho tiempo había odiado a los carruajes pero al final se había acabado acostumbrando a ellos, se repetiría varias veces hasta llegar a destino.

Respiró profundamente. Al aire, seco, le resultaba algo distinto al salobre de las costas. Y sin darse cuenta, ya estaba percibiendo diferencias en detalles insignificantes, una mala costumbre que había aceptado con desdén y sin resistirse. Quizás el aire valenciano fuera igual que el castellano y sólo a él se le ocurriera pensar que en realidad era distinto. Mas muchas cosas eran distintas de un extremo a otro, y a él le gustaba actuar como juez.

En el hastío del viaje, que sólo su esposa podía convertir en sosiego, su mente divagaba, comparando, huyendo de un planteo a otro, deteniéndose en cuestiones sin sentido e intentando relacionarlas infructuosamente. Lo único claro que podía sacar de todo aquello, por medio de la comparación, era la inquietante conclusión de que los reyes de Castilla, vivían menos que los reyes de Valencia. La inmemorial Castilla, hasta ahora, ya llevaba como cuatro reyes entronizados desde su resurgimiento. Valencia, por su parte, acababa de nombrar su tercer Monarca, y sólo uno de los tres había muerto, y ya con nietos y la línea de sucesión asegurada.

En cambio, Castilla…Elena había enviudado y no le había dado sobrinos segundos que tratar como sobrinos primeros, y Carolum no se había casado, aunque cierto era que Liborio era su sobrino. Respecto a los otros reyes, desconocía, pues ignoraba la historia y las genealogías normalmente se convertían en algo difuso para él.

Suspiró, intranquilo. La última vez que había asistido a una lectura de un testamento en Castilla, ya había habido demasiado escándalo. Esta vez, ya había realizado su luto en silencio, y allí sólo acudiría en calidad de testigo, de pariente. Junto con Kurt. Todo fuera por la solemnidad. Mas supuso que a su hermano difunto, le daría igual que acudiera o no. ¿Qué objeto tenía pasar largas horas entre nobles, en silencio, velando un cadáver inmóvil, mientras este se descomponía ante ellos?. Aquello no era ahora Carolum I, sino una cosa. Y seguramente más de un filósofo le daría la razón. Ahora, lo máximo que podía hacer por él, era orar.

En su interior, daba gracias de haberlo visitado al menos una vez y por corto tiempo cuando se encontró en tierras castellanas, tras su boda. Similar había sido con Elena, pero no dejaba de ser otra historia, bastante más larga. Recordando todo eso (y el hecho de que ya había comprado unas cuantas indulgencias para el resto de su vida y se había confesado), el Borja olvidaba su culpa e incluso podía ahogar la pena por la muerte de un hermano.

Cuando su mente ya había divagado por todos los senderos por los que podía divagar, yahabían llegado a destino. Descendieron del carruaje, el como siempre, ayudó a descender a su esposa, que estaba nuevamente embarazada, corto tiempo tras el nacimiento de Antso y Aleida, estando ambos ahora en el resguardo de Valencia. El rostro de Nicolás era inexpresivo, y se limitó a seguir a su hermano en el salón.

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Ederne_bp


Bien, había prometido volver a tierras castellanas luego de la única visita a ellas tras la boda con Nicolás, pero no pensé seria en estas circunstancias, la muerte de Carolum, había devastado a Nicolás y a Kurt.
En sus rostros se notaba la tristeza por la pérdida de su hermano, demasiado pronta, por no decir menos.
Luego de solucionar todos aquellos asuntos relacionados con los cuidados de los pequeños Borja y la coronación de mi madre, tuvimos que plantearnos el viaje a Castilla, aunque fue una de las alternativas quedarme en Valencia, ambos la desechamos en forma automática… no, no podía dejarle solo en esos momentos, mi deber era acompañarle, estar a su lado, ser su apoyo, su pilar y fortaleza… aquellas eran las palabras que aun resoban en mi mente, mientras el interminable viaje se desarrollaba con demasiada lentitud.

Observe a Nicolás, la mayor parte del tiempo lo dedico a divagar, y cuando su pesar se hacía insondable, le hablaba de las trivialidades normales del entorno, así, llegamos a destino.
Con su ayuda me apee de carruaje y cubrí con mi mano su brazo, ambos hicimos ingreso ante la sala que sin disimulo nos observo llegar.
Ciertamente más de alguna cara había visto en mi viaje anterior, pero no veníamos en viaje de placer, por ende, solo ofrecí a los presentes, un leve asentimiento de cabeza.
Mas adelante, caminaban Kurt y Juliane...

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Juliane_bp, roleplayed by Kurt


El carruaje llegó a puertas del Palacio Real. Tal como lo habían acordado, la joven infanta acompañaría al caballero Kurt en un momento tan doloroso como el que estaba atravesando, junto a Nicolás y su estimada hermana Ederne.
Los cuatro hicieron su presencia en la sala, donde varias personas se hallaban reunidas con un mismo fin: oir la lectura de las voluntades del Rey de Castilla y León.
La de Berasategui recorrió sutilmente con su mirada el lugar, sin tener el agrado de conocer a ninguno de los allí presentes, excepto por uno, el Conde de Alba, a quien se acercó en silencio, haciéndole llegar su más sincero pésame.
Como Juliane no tiene acceso al foro y el moderador es la cuenta de Carolum, a la que no se puede entrar, posteo lo que escribió.
Ruy_tristan


Ya habían llegado todos los invitados a la lectura del testamento de su primo Carolum. Los últimos en llegar habían sido los hermanos del Rey y primos del Príncipe que venían desde Valencia. Ahora todos se hallaban sentados y cuchicheando así que el Borja mandó cerrar las puertas a los Guardias y mandó silencio. Ruy cerró un momentos los ojos como esperando que el silencio se abriese paso en aquella sala, cuando este hubo desbancado al ruido comenzó.

-Amigos, familiares y compañeros del Rey. Como se nos ha encomendado por el su difunta Majestad, se nos ha reunido para leer los últimos deseos recogidos en documento oficial sellado por el mismo Rey Carolum I. La lectura del testamento deber ser únicamente lo que se entienda como tal, lectura, y haber venido expresamente para escuchar las inquietudes del monarca y no por sus bienes terrenales. He aquí el testamento del Rey Borja que procedo a leer para todos vosotros Ilustrísimas.

El Príncipe se levantó, abrió el documento quitandole la lía y lo extendió para con voz clara y serena comenzar a leer lo que él mismo texto contenía.



Terminó el documento, lo volvía a doblar correctamente y miró a los presentes.

-Hágase las últimas voluntades de nuestro monarca.

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Jaleo



Ruy terminó de leer las últimas voluntades del Rey...hubo silencio. Cerré los ojos, agaché la cabeza y de repente me sentí muy cansado.
Salí de la sala despacio, casi arrastrando los pies...hastiado, decepcionado...

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Marta296


Todo estaba dicho. Al fin el testamento del Rey Carolum I había sido desvelado.
Por supuesto, para ella había sido una sorpresa. Tal vez no había sido tanto para Zebaz, ya que al parecer había estado presente en la redacción del mismo.

Viendo que nadie parecía dispuesto a abandonar la sala y aquello comenzaba a eternizarse, se levantó y se acercó a Ruy. Nunca se había visto en tal situación, de modo que no tenia demasiado claro como debía actuar. Aun así, se dejó guiar por su educación y le habló así.


Tengo un permiso de Don Zebaz Campeador Torres, Barón de Illueca y ahora Caballero de la Corona de Castilla. En estos tristes para todos días se encuentra indispuesto para comparecer en esta sala. Es por ello que, representandole como madre de sus hijos que soy, reclamo aquello que le ha sido otorgado. Asimismo en su nombre agradezco la gracia que Su Majestad Carolum I, que Jah tenga en su Paraíso Solar, ha tenido para con él.

Se giró un instante a ver el rostro de Liborio. Tenia el semblante serio y triste, pero seguía sin derrumbarse. Gran joven.
Volvió la vista de nuevo al ahora Infante Don Ruy, confiando en que la guiara en aquel trámite.


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