Luterna
De panza y con revolcón posterior incluído fue el aterrizaje del gameto en aquel extraño lugar. Cuando pudo incorporarse un poco y sus ojos se acostumbraron a la nueva iluminación, observó el entorno, había calidez y tranquilidad a veces interrumpida por algún que otro quejido de los accidentados a su espalda. Suspiró profundamente, complacida; si aquello era el fin no sería una mala muerte; ni siquiera le dio importancia al murmullo progresivo que se le acercaba por detrás, hasta que se le ocurrió girar la cabeza...
- ¿Y ahora qué?
Su pregunta, completamente retórica y dirigida a sí misma, se vio respondida por los miles de millones de espermios que se acercaban a gran velocidad cual tsunami desproporcionado; maldiciendo, chirriando dientes y con cara de Ay se eu te pego* La cola de Luterna reaccionó antes que ella misma pero por más que la movía no avanzaba y cada vez que giraba la cabeza, más cerca estaba la marabunta enfurecida. Entonces miró hacia abajo, los más cercanos a ella comenzaban a salir de su letargo igual de iracundos que los demás y uno de ellos sujetaba su lazo rosa a a base de apretar los dientes y sacudir la cabeza con desenfreno.
- ¡Que me lo rompes, bruto! - Daba estocadas con su cola al cabezón de costumbres perrunas hasta que liberó de tan feroces fauces a su complemento favorito, más que nada porque era el único que tenía.
Creyéndose libre de peligro se dispuso a nadar con la cabeza muy alta mientras recomponía el femenino tocado hasta que unas dentelladas directas a la punta de su único apéndice, le sugirieron que mejor movía más deprisa la cola si no quería perderla literalmente. Y la movió, tanto que comenzaba a dolerle pero también, a ganar distancia.
Mucho no había avanzado cuando unos indivíduos paliduchos aparecieron como de la nada acercándose al gentío enloquecido. Nuestra coqueta espermatozoide, llegó a pensar que venían a poner orden hasta que uno de los que pretendía morderla la adelantó con un gesto de burla y nadó hasta los sujetos blanquecinos. Muerte; dolorosa y agónica, como en la peor de sus pesadillas fue el final de aquel listo que pecó de confiado. Los seres extraños eran glóbulos blancos y no hacían honor a su apellido, no venían en son de paz, habían declarado la guerra.
Luterna miró hacia atrás nuevamente, eran miles acercándose al grupo por todos los flancos posibles y el más leve contacto con ellos era suficiente para que diera inicio su funesto cometido. Volvió la mirada hacia adelante, se le acercaban dos, estaba perdida, no había escapatoria... Pero tenía su lazo rosa. Ni corta ni perezosa lo desató y lo esgrimió delante de los asaltantes, rozándoles, desconcertándoles, desorientándoles; y para cuando dejaron de darse castañazos entre ellos, nuestro intrépido gameto ya estaba muy lejos.
Siempre supo que su cola tenía voluntad propia, una voluntad más bien nerviosa, pero nunca se imaginó que también podría ser tan resistente. Le dolía horrores, a veces creía que de un momento a otro se negaría a hacer un solo movimiento más y se declararía en huelga, muy a su pesar; pero la sorprendía con una voluntad férrea en no dejarla abandonada y no cejaba en su empeño de hacerla avanzar cada vez más, por aquel plácido túnel que encerraba más peligros que el número de coletazos que llevaba dados ya ese día.
De pronto achinó los ojos, había algo diferente a lo lejos, circular, de apariencia esponjosa y confortable que se mantenía en flotación constante, sin llegar a rozar ninguna de las paredes de aquel túnel infinito. Atrás había quedado la incesante barahúnda; sus ruidos fueron menguando hasta convertirse en un leve murmullo y Luterna pudo detenerse delante de aquel cuerpo extraño mientras volvía a anudarse al cuello la tela rosa que llevó sujeta con los dientes durante toda su huída.
- ¡Está.....roto!
Sintió un nudo en el pecho, el tejido aparecía chamuscado allí donde fue tocado o simplemente rozado por aquellos dos rufianes de mirada fría e intenciones fatales. Aunque, pronto se sintió mejor, le había salvado la vida y era un honor lucirlo, aunque fuera de aquella guisa.
Pero la esfera que tenía delante... ¡Eso sí era un misterio! Se arriesgó a tocarla con la puntita de la cola, con aprehensión, temiendo que fuera otra de las trampas de aquel lugar, pero se sorprendió ante el tacto suave y un agradable cosquilleo que recorrió todo su cuerpo. Estaba embelesada, volvía a tocarlo una y otra vez; y sólo le sacó de aquel encantamiento la ausencia total del murmullo constante a sus espaldas. Quedó paralizada de golpe, no sabía si era buena idea mirar pero lo hizo y el terror volvió a sus ojos en forma de una marea blanca y mortalmente silenciosa.
Su cola se puso en marcha por sí sola pero ella no se alejaba de la esfera, algo le decía que debía quedarse allí; y los Blancos más cerca. Buscó la forma de cruzar al otro lado y mucho tuvo que contorsionarse para lograrlo porque ocupaba casi todo el espacio; y los Blancos cada vez más cerca. Pensó que estaba a salvo detrás del círculo flotante pero los Blancos lo rodearon y ya casi podían tocarla esbozando una sonrisa retorcida; y entonces Luterna lo supo, era el final del viaje...
- ¡Mi lazo! - Intentó salir por donde había entrado pero las paredes se habían cerrado y se sentía extraña, no tenía fuerza de empuje.
Su preciado lazo rosa, fiel compañero de tantas aventuras, había quedado a merced de los asesinos blancos y para colmo, su cola, potente impulsora de sus mejores carreras; también. Pero no se sentía mal, su afilada intuición femenina, le decía que estaba exactamente donde debía estar y en el momento oportuno. Se giró y contempló su nuevo hogar; pequeño y seguro, cálido y absorbente, confortable y desde su entrada furtiva; parte de ella misma.
* Ay se eu te pego = ¡Ay si te pillo, verás... verás... Ay verás... verás estrellitas!
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