Nicolino
El Borja no supo bien cómo responder al gesto de la Reina, a aquella expresión inequívoca y sincera. No era simple, ni tampoco sencillo mantener la lealtad en sus súbditos, pero ella, quizás inconscientemente, la inspiraba. Fuera como fuera, Nicolás sonrió, saludando con cortesía a la familia de su esposa, todos ellos conocidos, y en muchos casos compañeros de muchos años, tal era el caso del otrora Capitán Barrachel. Y a pesar de su secreto y cariñoso interés en que Jokin fuera atropellado por un carruaje cargado de pesadas mercancías y tirado por ocho caballos (sentimiento que intuía era mutuo), se apreciaban, eran cercanos y se trataban como iguales.
Mas no existía sobre la faz de la tierra una persona más cercana a él que su propia esposa, y sus palabras nunca habían dejado de causar efecto en Nicolás, más aún si se trataba de susurros acompañados de suspiros y sonrisas...-Prométeme que nos iremos pronto-le dijo en su insinuante susurro- en serio que no tengo ánimos de bailar hoy...-le confesó seguidamente. Y el Borja podía dejarse convencer con facilidad, solo por ella, pero en aquello no se dejaría vencer. Había llegado allí, ¿ Y todo para irse temprano?.
-¿Ni uno con tu esposo?-respondió-¡Si me habías prometido la primera pieza!-agregó, a modo de suave reproche, que tenía como objeto eliminar de ella toda duda que aún pudiera albergar, impulsándola hacia su opinión.
Y justo antes de que se abrieran las puertas, pudo adivinar, casi leyendo su mente, los pensamientos de su esposa, al ver que su mirada se desviaba a sus padres. ¿El destino los haría semejante a ellos, y les auguraba una vida próspera? ¿Su descendencia también se multiplicaría como el polvo de la tierra?. Ambos se preguntaban internamente sobre su futuro, juntos, y si se verían reflejados en ellos. El Borja, por su parte, no dejaría de creer que aquello era todo muy rosa, y que en cualquier otra corte, habrían más puñales lanzándose sigilosamente por debajo de la mesa, fuera de la vista de los demás. Sucedía en todas las Casas Reales. Pero el orden en el hogar, cuando lo había, se transformaba en orden para sus súbditos: todo era más fácil si los Infantes no estaban despellejándose por cuestiones sucesorias. Aquello era una bendición para el pueblo, y él lo tenía bien en claro.
Avanzaron, del brazo, y fue rápido el andar. Y seguidamente, de forma rápida para él, la Reina dio su discurso, solemne inauguración de la celebración, palabras festejadas con odas y vítores, que hicieron el salón resuene (como tantas otras veces resonaron salones) por una única frase: "¡Viva la Reina!¡Viva València!" , a la que ambos esposos se unieron, con su consiguiente brindis, con copas que oportunamente encontraron y reclamaron como suyas.
Y la primera diversión del día no tardó en llegar al ver al viejo lobo de mar de Picassent, disimulando el Borja una sonrisa sesgada, camuflada en expresión de respeto a los miembros más antiguos de la nobleza y sociedad. Su pensamiento inmediato, fue si un no-nato era capaz de heredar. Quizás debiera enfocar su atención en aquel punto de la legislación...o dejarlo como estaba, y ver la forma de sacar algún tipo de ventaja de ello.
-¿Decíais que queríais beber algo, esposa?¿No sería conveniente ya nos sentáramos y comiéramos algo, mientras los demás acosan un poco a vuestra madre?-le dijo con soltura al oído, oliendo el aroma a pescado y arroz bien sazonado saliendo de la cocina...
_________________