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[RP] De Audiencias y Lealtades

Nicolino


Corría el decimotercer día del mes de Agosto del año mil cuatrocientos sesenta, y el Borja acababa de cumplir dos días como Gobernador del Reino de Valencia, en los cuales de había mantenido bastante inquieto. Y aquella fecha, tampoco había sido dejada al azar: además de día trece, era Lunes, lo que según los astros y el misticismo ocultista, era una catastrófica combinación, pues al alinear los poderes de un 13, con los de un aborrecido Lunes (y sus justas razones tenía la gente para odiarnos), terribles cataclismos podrían desencadenarse. Cartas astrales, adivinas y sinfín de habladores lo habrían predecido: no sería un buen día para emprender nuevos desafíos.

Pero Nicolás, que odiaba las supersticiones casi tanto como los Lunes, lo había escogido fundamentalmente por ello mismo: porque deseaba vencer aquel prejuicio popularmente extendido, que esclavizaba las mentes de sus súbditos, que en realidad eran súbditos de la Reina, pero a la vez el pueblo que le había elegido Gobernador.

Suspiró, dio nueve vueltas al rojo hilo de seda que mantendría cerrada la carta, y la lacró con su sello personal.


-Francesc, porta esta carta al Palau del Reial, i entrega-se-la a Sa Majestat.

Le dijo en su bastante nefasto valenciano a su secretario (el mismo que certificaba el ascenso en la escala social, de campesino a plebeyo, de plebeyo a artesano y de artesano a erudito). Acto seguido tomó su capa, el manojo de llaves de bronce del palacio de la Generalitat (que acomodó en el cinturón, del lado opuesto que la espada), un candil encendido, que alumbraba la estancia, y cerrando las pesadas puertas de su despacho, así como todo lo demás a medida de avanzaba, atravesó a paso rápido los pasillos de aquella sede de gobierno, saliendo por la parte trasera de la edificación a una de las múltiples callejuelas de la capital.

Allí todo quedaba demasiado cerca. El Palau de las Cortes, el Palau del Reial, el Palau de la Generalitat, y otros edificios consagrados al ejército, las milicias, la justicia, el comercio, el ayuntamiento, y la religión. Y todos eran palacetes urbanos, o construcciones más antiguas y correspondientes al gótico. Sinfín de instituciones yuxtapuestas, administración y gobierno, confluían en el espacio físico dónde se tejían intrigas y tenían lugar innumerables conspiraciones, silenciosas, de las que nadie se enteraba. Realmente le gustaba la capital del Reino, a pesar de que nada igualaba su admiración por la que siempre sería su ciudad, Xátiva.

Y ya pronto habría atravesado las murallas de la ciudad. En la lejanía se extendían campos y parcelas. Respiró el aire nocturno, de Lunes a la madrugada, y se encaminó hacia el Turia, siguiendo el cauce del río hacia más allá de la urbe.
*Francesc, lleva esta carta al Palau del Reial, y entrégasela a Su Majestad.

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Era una situación curiosa. A pesar de ello y considerando de quién se trataba no puso objeción a tan curiosa petición.

Tras leer la carta ordenó se preparara una escolta de doce hombres a caballo y que su yegua estuviese lista para cabalgar en dirección al Turia. Casi como si se tratara de un paseo, la Reina se vistió cómodamente para cabalgar y dar aquel paseo que tanto deseaba el secretario real el su compañía. Despues de decidirse por el color azul para su vestimenta, la de Pern fue hasta donde se hallaba su escolta y montando su yegua golpeó con fuerza las riendas para dirigirse con premura hacia las orillas del tan emblemático río. Y tal fue la velocidad con la que cabalgaron que llegaron la lugar citado mucho antes que el interesado.

- Manteneos cerca - les ordenó tras ser ayudada a demontar. Se acercó al río el cual con sus aguas claras y la frondosa vegetacion a su alrevedor hacía de la vista algo sumamente agradable. Entre rocas de considerable tamaño, las aguas del Turia corrían apacibles, tranquilas, siguiendo sin problema su cauce normal. La Reina pensó que esa debía ser una vida plena y que ojalá fuera cierto que todo en el mundo de un hombre podría trancurrir con esa maravillosa utópica pasividad.

Las suaves y agradables olas del río golpeaban sus pies, ante tal maravilla, la de Pern sintió un impulso fuera de todo protocolo que no podía ignorar. Tomó asiento en una de las rocas del lugar y con cuidado se quitó los zapatos, con los pies descalzos y sujetando un poco su vestido, se acercó hasta las aguas las cuales comprobó no estaban frías sino de una tibieza particular gracias a la estación que transcurría.

¿Quién podría ressitirse al encanto del Turia? Era como intentar resisitirse a vivir en Valencia, lejos de tanta ciudad con su encanto particular y su belleza única. A ella al menos, le parecía imposible.

Caminando lentamente, de un lado a otro y observando las aguas la halló Nicolás Borja quién fue anunciado por su guardia que custodiada la seguridad de la Reina. Al verle ésta sonrió - llegáis tarde o yo he llegado antes. La cuestión es que la idea, que en principio me ha parecido curiosa, ha terminado siendo la más acertada - volvió su mirada al rio y a sus pies - Decidme mi buen secretario y ahora excelentísimo gobernador, que podemos hacer por vos en esta maravillosa Audiencia que me habéis solicitado.

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Nicolino


El Borja sonrió al ver a la Reina. Sabía que vendría, aunque lo había dudado. Una audiencia cabalgando junto al Turia era de lo más heterodoxa, y la Reina era amiga de las formas, su salón del trono y la tradición. Pero por lo visto, su confianza en él y sus motivos, era superior a su apego al protocolo. Y él, sus razones tenía para preferir el aire fresco a los palacios, donde las paredes tenían oídos, los cortesanos deambulaban como almas en pena (aunque más animados y jolgoriosos) por los pasillos, y cualquier cosa dicha podría oírse, repetida más fuerte en alguna taberna, y de ahí a la plaza y al mercado.

Sin embargo, el hecho de que su suegra llevara consigo también su escolta, podría hacer efímera esa precaución. Hasta el más leal de los soldados tenía su precio. Aunque la vida del monarca, si era justo, podía no tenerlo. A fin de cuentas, tampoco le confesaría algo de lo que, a su tiempo, el pueblo no fuera a enterarse. Y la de Morella (algo que antes no había notado), se había vuelto más cautelosa tras aquella flecha en la guerra contra Ordine Brigante, flecha que se hundió muy cerca de su corazón. Al sentir la muerte cerca, sin duda se apreciaría más la vida, y se comprendería la fragilidad del ser humano.

A pesar de ello, el Borja seguiría siendo bastante temerario, y seguiría creyéndose inmortal. Con una espada al cinturón, por más dinero que llevara en su bolsa, se creía capaz de pasearse por las callejuelas y tabernas más peligrosas de la ajetreada capital, pues su seguridad estaba en su hoja y su habilidad. Nunca había demostrado ser brillante estratega, pero en combate individual, era un oponente de férrea determinación.

-Llegáis tarde o yo he llegado antes. La cuestión es que la idea, que en principio me ha parecido curiosa, ha terminado siendo la más acertada - oyó. Era la voz regia la que le hablaba. Ella llegaba temprano, efectivamente. El había calculado que tardaría algo más en recibir la carta, y se había equivocado- Decidme mi buen secretario y ahora excelentísimo gobernador, que podemos hacer por vos en esta maravillosa Audiencia que me habéis solicitado.

-Veo, Sa Majestat, que no habéis puesto objeciones a que la audiencia tuviera lugar aquí. Es un asunto que no prefiero tratar intramuros la ciudad de València. ¡Ya sabéis, uno nunca sabe quién puede estar espiando por un balcón, detrás de una columna o bajo disfraz de cortesano!. Y aquí, solo podrían oírnos los grillos, o alguna hija de porquero, que dudo entienda una palabra, ni que pueden venderse.
-hizo una pausa.

-Veréis, Sa Majestat...-rápidamente se había costumbrado al tratamiento-...creo, fervientemente, que la Generalitat, como institución que administra el Reino en vuestro nombre, debería reafirmar el vínculo que nos une al Monarca, y las sagradas obligaciones mutuas, que nos unen por medio de los Fueros, que delimitan nuestras potestades.

Y sostengo, fervientemente, que estos vínculos deben ser renovados por cada Gobernador, que es President de la Generalitat, y reafirmados por el Rey. Debe crearse una unión indisoluble y duradera, una relación, y un vasallaje indiscutible. Un apoyo mutuo y respaldo. Es mi intención establecer esta relación de ahora en adelante, y devolverle a la Generalitat su función indiscutible de institución principal y preeminente, digna y respetada, que prevalece y se impone, bajo la observancia de lo dictaminado por nuestras Cortes y Sa Majestat.

Considero necesario esto sea expresado en un rito solemne, en un juramento como los de vasallaje, ante la mirada de Dios, Aristóteles y los Santos. Vengo a pedir que nos una un juramento y una bendición, de aquí en adelante, y que así sea con todos los siguientes Gobernadores.

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La Reina no dejaba de relajar sus pies en las tibias aguas del Turia mientras el secretario real y ahora gobernador le hablaba. A minutos le miraba, con el rostro claro y liviano, libre de pensamientos y contradicciones, con toda la atención que el Borja pudiera desear a sus palabras.

- Sois algo exagerado, ¿lo sabíais? - sonrió al decirle aquello - ¿espías, oídos? decirme, ¿para qué otra cosa sirve una corte sino es, justamente, para divertir a nuestros nobles con susurros cómplices y murmullos de ideas siniestras? - salió del agua y se sentó en la misma roca dónde se había quitado los zapatos a esperar que el sol le permitiera secar sus húmedos pies y poner sus zapatos de nuevo dónde correspondía estuvieran - Respecto al tema que solicitáis. Yo no dudo que ningún Gobernador obre en contra de su propio reino o corona, al menos no los valencianos y si este juramento es uno mutuo para servir al reino, bienvenido sea. Os felicito Borja por querer volver a las viejas usanzas, os animo a no decaer en vuestros constantes deseos de buscar Valencia sea lo que se espera de todo Reino. Me alegrará acompañaros en tan insigne ceremonia, hablaré con el Vice Canciller para que lo prepare todo. Proponed la fecha.

La Reina se levantó, sus pies estaban secos, por lo que con cuidado se puso los zapatos y camino alegre hasta dónde se hallaban su escolta y caballo. Al pasar por el lado del Borja le miró de soslayo con una sonrisa en los labios - por cierto, cuidad de no convertir vuestros deseos en imposibles, recordad lo relativo de todo y lo voluble de la voluntad humana - continuó su camino y siendo apoyada por su guardia subió a su montura sujetando las riendas con fuerza - Ahora os cito yo al salón del Palau, ya fue suficiente por hoy de charlas fuera del protocolo. Contamos con vuestra compañía en la cabalgata, si es que nos alcanzáis, claro - y sonriendo ampliamente alzó la mano dando señal a la guardia de marcha, perdiéndose a todo galope por las Orillas del Turia.

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-¿Exagerado, yo?-dijo en voz alta, palabras que se escaparon de su mente contra su voluntad. Pero bien, ya que había decidido responder, insistiría en sus reclamaciones:-No se trata para nada de exageración. En las cortes nobles, normalmente circulan venenos, y se tejen intrigas que podrían desestabilizar al más férreo gobierno. Dais la posibilidad a vuestros enemigos, que quizás no sean declarados pero sí conspiren en secreto, de reunirse en un mismo lugar, y se acaba filtrando información de la administración real al ser hogar de la corte el mismo palacio desde el cual se regenta el Reino. Os aconsejo ser cuidadosa. ¡Ojalá todo fuera felicidad y diversión en toda corte noble, y no hubieran malas intenciones en los aburguesados cortesanos!

Y antes de que pudiera seguir hablando de su odio declarado hacia los cortesanos que vivían a costa de los Monarcas y los apuñalaban por la espalda, la Reina respondía a la razón por la cual había solicitado la audiencia. Habría juramento, y habría ceremonia. Era felicitado, honrado por las palabras de la Reina, y asimismo motivado a no decaer en sus intentos. Esperaba sus planes siguieran como hasta ahora, y la determinación de sus consejeros siguiera tan firme como era la suya. Aún quedaba mucho por hacer, y la Reina no erraba en lo voluble de la voluntad humana, y lo relativo de la política: era difícil construir algo estable, cimentado en la verdad y el beneficio del Reino...pero él se creía capaz de lograrlo, y digno de detentar ese poder.

Así, nuevamente volvía a ser sorprendido:-¡Diez de Septiembre sería buen día!-gritó mientras ponía un pie en un estribo dándose impulso para subir al caballo. No sabía si le había oído, pues ahora la Reina le llevaba la delantera y le sacaba una buena distancia, debido a su sorpresiva (y deshonesta) maniobra, que no le dejó reaccionar a tiempo. Y el corcel real, debía ser un buen semental, mientras que el Gobernador no tenía el privilegio de montar sobre Taronja o su caballo bávaro.

-¡Maldita sea!-masculló entre dientes, al ver que no podía reducir notoriamente la distancia que los separaba, y la de Pern seguía siendo una silueta lejana. Apegó su cuerpo al de su caballo, y espoleó al animal. Poco a poco, el trayecto se acortaba, y se hallaba cada ves más cerca. Su mirada estaba fija en su objetivo, y estaba totalmente concentrado, como buscando una especie de sincronización entre su mente y la del animal. Levantaban polvo con el galope, y ya solo les separaban unos escasos pasos a ambos. Y parecía, o presentía él, que el corcel real empezaba a cansarse...

...Nicolás, aprovechándose de esto, logró posicionar algo inestablemente, el hocico de su animal unos milímetros por delante, aunque aquello no garantizaba ganaría.

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Y justo uno momentos despues, cuando sus pies tocaban el suelo en el Palacio Real, el de Borja llegaba a su lado. La Reina rió quitándose los guantes de montar. El de Borja la seguía de cerca - si excelencia, que sea el dia décimo. Le diré a nuestro canciller para que nos acompañe - se giró y le miró - Hasta entonces, nos vemos en los salones del palacio real, o no nos veremos, dependerá de cuanto pase hasta ese día - sonrió y siguió su camino mientras levantaba la mano para despedirse.

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Pasó el tiempo, y finalmente, llegó el día. El día en que se reivindicaría el vínculo que unía a un Rey y a su lugarteniente, en Gobernador. En este caso, una Reina, y su cuñado, un Borja, que caminaba con expresión de orgullo y altivez por los pasillos del Palau del Reial hacia la Sala de Audiencias. En aquellos momentos, se olvidaba que hace cuatro años no era más que un joven desposeído y reducido a un remedo de caballero errante, que lo único que poseía era su sangre aparentemente noble (implícita en su apellido), y una lista de reclamaciones sobre ciertos territorios en la Romagna, alguna ilegítimas, fundadas en aspiraciones de sus ancestros por vía materna, y las legítimas imposibles de instarse jamás.

Definitivamente su vida había cambiado mucho. Había escalado, había subido poco a poco los peldaños que lo separaban de sus ambiciones, de su felicidad, y se hallaba prácticamente en la cúspide de aquella pirámide escalonada. Aunque habían habido retrocesos, y había trastabillado más de una vez. Pero ahora, era Gobernador, era Consejero Real, y tenía una familia, su propia descendencia, herederos y sucesores de su obra, de su legado.

Mientras caminaba, se había detenido a pensar en ellos. ¿Algún día ocuparían sus hijos el puesto que él ahora juraría?¿Jurarían también ante un Rey?¿Ante la misma Rose, sólo que más envejecida, con su rostro surcado por arrugas que demostraban su experiencia y sabiduría?¿O ante otro Monarca?. Era interesante la situación de un nieto jurando lealtad a su abuela, y rigiendo las finanzas y asuntos mundanos del Reino en su nombre.

Detuvo sus pensamientos. Finalmente había llegado, las puertas se abrieron: fue anunciado, ignorando que quién pronunciaba su nombre era una persona, sólo que vestía las libreas reales. El camino era corto y alfombrado hacia el trono. Hincó su rodilla ante la regia figura de la Monarca de Valencia. No alzó la mirada, y la dejó fija en el suelo. Mirarla a los ojos, no estaba incluido en la ceremonia, y junto a ello, como señal de subordinación, allí se hallaba, arrodillado. Tampoco podía cubrirse en su presencia. Aunque pudiera considerarse que lo olvidaba, no pertenecía a la nobleza valenciana, y lo tenía presente.


-Aquí estoy ante vos, mi Reina, como leal servidor de vuestro Reino. Vengo a rendiros homenaje, Majestad.-fueron las palabras que manaron de sus labios, palabras dichas con convicción.

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La Reina se hallaba en su trono, algo espectante de lo que sería esta ceremonia. Bien sabía que no se había hecho antes por lo que era menester realizarla con cuidado y alto grado de dedicación en los protocolos. A su lado estaba el Canciller a quién había pedido le acompañara en estas ceremonia solemne, junto a ellos el escriba real quién tomaría nota de cada instante y momento de la ceremonia.

El anuncio fue hecho y las puertas de fuerte roble se abrieron de par en para recibir al insigne gobernador de Valencia y actual Secretario real. Al llegar frente a ella el jóven Borja hincó la rodilla sin alzar su mirada y se presentó ante ella para redirle homenaje.

La de Pern se puso de pie con solemnidad, miró al Canciller a quién pidió se acercara hasta ella, en sus manos tenía el libro de las virtudes. Era su turno ahora de interactuar en la ceremonia que se estaba realizando.

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El Chanciller avanzó, y sostuvo ante él, entre Monarca y vasallo, el Libro de las Virtudes, abierto en alguno de sus innumerables pasajes, palabras que dejaban traslucir el sentido de la divinidad y el mensaje de los profetas. El Borja puso su mano, aún desde su posición, sobre el pesado manuscrito en que se basaba toda su religión, manuscrito que olía a viejo pergamino reseco, y seguro habrían tomado prestado de la capilla real.

Aquel momento estaba revestido de carácter sacro, y al poner su mano sobre el libro, lo reconocía. Esperó, sin alzar aún la mirada, las palabras de la Reina.

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- Excelencia, habéis dirigido vuestros pasos este día ante nosotros para rendirnos homenaje junto al reino que depositó en vos su confianza. Habéis ante nosotros puesto vuestra mano derecha sobre el libro de las virtudes y con ello, no solo demostráis una devoción al servicio de vuestro Reino sino también al servicio de vuestros monarcas - Miró al canciller y luego al de Borja - Levantos, Gobernador.

El de Borja se levantó sin quitar sus mano del poderoso y divino libro. La Reina le observó unos instantes y con voz traquila y serena le preguntó:

- ¿Juráis lealtad al Reino de Valencia y sus soberanos? -

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Nicolino


Miró a los ojos a su Reina y soberana, dejando atrás la visión del suelo. Aquella era una pregunta de la que jamás huiría, y demostraba enfrentarla como era debido. Con lealtad basada en el servir a una misma causa, y reconocerse compañero de proyectos de la Monarca, exclamó:

-¡Sí, juro!

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Sonriente y con voz firme, la Reina continuó con aquellas palabras que buscaban llenar de honor una estrecha relación entre ambos para con el trabajo del reino.

- ¿Juráis trabajar incansablemente para el Reino de Valencia por sobre vuestros intereses personales?

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-Lo juro.-Fueron sus siguientes palabras, que hubiera querido acompañar por un "Ya lo hago". Y bien sabía que sus intereses personales estaban unidos a Valencia: si obraba contra su Reino, sus intereses se hundían. Si Valencia era grande y bien administrada, estos se satisfacían.

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Continuó - ¿Prometéis respetar todas las instituciones de este Reino? - preguntó

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Nicolino


-Lo prometo.-dijo, como correspondía, en calidad de defensor de las instituciones y los derechos feudales tradicionales, cosas que había defendido por encima de muchas. Porque también iban de la mano con sus intereses, claro. Era lógico se rebelara contra el incipiente poder de la burguesía, y defendiera los Fueros, las antiguas políticas nobiliarias de los Reyes, y la legislación más conservadora y permisiva con los nobles. Así como instituciones tan sagradas como las Cortes, o el Consejo Real.

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