El Borja sonrió al ver a la Reina. Sabía que vendría, aunque lo había dudado. Una audiencia cabalgando junto al Turia era de lo más heterodoxa, y la Reina era amiga de las formas, su salón del trono y la tradición. Pero por lo visto, su confianza en él y sus motivos, era superior a su apego al protocolo. Y él, sus razones tenía para preferir el aire fresco a los palacios, donde las paredes tenían oídos, los cortesanos deambulaban como almas en pena (aunque más animados y jolgoriosos) por los pasillos, y cualquier cosa dicha podría oírse, repetida más fuerte en alguna taberna, y de ahí a la plaza y al mercado.
Sin embargo, el hecho de que su suegra llevara consigo también su escolta, podría hacer efímera esa precaución. Hasta el más leal de los soldados tenía su precio. Aunque la vida del monarca, si era justo, podía no tenerlo. A fin de cuentas, tampoco le confesaría algo de lo que, a su tiempo, el pueblo no fuera a enterarse. Y la de Morella (algo que antes no había notado), se había vuelto más cautelosa tras aquella flecha en la guerra contra Ordine Brigante, flecha que se hundió muy cerca de su corazón. Al sentir la muerte cerca, sin duda se apreciaría más la vida, y se comprendería la fragilidad del ser humano.
A pesar de ello, el Borja seguiría siendo bastante temerario, y seguiría creyéndose inmortal. Con una espada al cinturón, por más dinero que llevara en su bolsa, se creía capaz de pasearse por las callejuelas y tabernas más peligrosas de la ajetreada capital, pues su seguridad estaba en su hoja y su habilidad. Nunca había demostrado ser brillante estratega, pero en combate individual, era un oponente de férrea determinación.
-Llegáis tarde o yo he llegado antes. La cuestión es que la idea, que en principio me ha parecido curiosa, ha terminado siendo la más acertada - oyó. Era la voz regia la que le hablaba. Ella llegaba temprano, efectivamente. El había calculado que tardaría algo más en recibir la carta, y se había equivocado-
Decidme mi buen secretario y ahora excelentísimo gobernador, que podemos hacer por vos en esta maravillosa Audiencia que me habéis solicitado.
-Veo, Sa Majestat, que no habéis puesto objeciones a que la audiencia tuviera lugar aquí. Es un asunto que no prefiero tratar intramuros la ciudad de València. ¡Ya sabéis, uno nunca sabe quién puede estar espiando por un balcón, detrás de una columna o bajo disfraz de cortesano!. Y aquí, solo podrían oírnos los grillos, o alguna hija de porquero, que dudo entienda una palabra, ni que pueden venderse.-hizo una pausa.
-Veréis, Sa Majestat...-rápidamente se había costumbrado al tratamiento-
...creo, fervientemente, que la Generalitat, como institución que administra el Reino en vuestro nombre, debería reafirmar el vínculo que nos une al Monarca, y las sagradas obligaciones mutuas, que nos unen por medio de los Fueros, que delimitan nuestras potestades.
Y sostengo, fervientemente, que estos vínculos deben ser renovados por cada Gobernador, que es President de la Generalitat, y reafirmados por el Rey. Debe crearse una unión indisoluble y duradera, una relación, y un vasallaje indiscutible. Un apoyo mutuo y respaldo. Es mi intención establecer esta relación de ahora en adelante, y devolverle a la Generalitat su función indiscutible de institución principal y preeminente, digna y respetada, que prevalece y se impone, bajo la observancia de lo dictaminado por nuestras Cortes y Sa Majestat.
Considero necesario esto sea expresado en un rito solemne, en un juramento como los de vasallaje, ante la mirada de Dios, Aristóteles y los Santos. Vengo a pedir que nos una un juramento y una bendición, de aquí en adelante, y que así sea con todos los siguientes Gobernadores.