Tras la marcha de mi madre allende los mares y sus padecimientos consecuencia del hundimiento del Tridulfo, mi vida había dado un giro abismal. Me había retirado totalmente de la vida pública y me había recluido, primero con las monjas y luego en Bétera, centrándome en mis estudios.
La invitación de la Reina había irrumpido en mi calmosa vida sin previo aviso.
Qué habría sucedido?
Ya hacía unos días, que había sido convocada a Palacio y aún no me había decidido. Por más que rumiaba no conseguía recordar nada, ni bueno ni malo, que yo hubiera podido hacer parar suscitar la atención de la Reina y, mucho menos, para merecer reconocimiento alguno. Eso me tenía en vilo y demoraba mi apremio.
Para suerte o desgracia mía, mi madre no estaba para apremiarme, pero había dejado una doncella competente, Maritornes, para que me pusiera los puntos sobre las ies cuando ella faltara.
Señorita Irisbel, aún sigue con las narices metidas en ese libro! - me acusó Maritornes a la par que entraba en la habitación armada con un hermoso vestido más apto para un baile que para mis ánimos actuales.
No me enfadé con ella pues era su forma de ser. Cuidaba de mí quisiera o no quisiera yo. Y no había más vuelta de hoja.
Para qué es ese vestido? - pregunté con fingida inocencia -
no recuerdo que se celebre ningún baile.
Maritornes me miró con cara de pocos amigos. Era muy concienzuda con sus deberes. Y con los míos. Y resultaba muy difícil engañarla.
Sabéis muy bien para qué es! Así que espabilaos si no queréis que os arregle yo misma! - exclamó amagando enfado.
Suspiré resignada. Sabía que ella tenía razón y no me podía demorar más.
Una hora más tarde, el carruaje de la casa de Bétera iniciaba su marcha hacia la Torre de los Ángeles acompañado por una pequeña escolta de soldados del condado.
No había cumplido la promesa hecha a mi madre de representar a Bétera en su nombre, pero en esta ocasión, había sido convocada expresamente.
Las puertas de palacio aparecieron de repente despertándome de mis cuitas y temores. El carruaje reduzco la velocidad al entrar en el patio hasta parase completamente.
Al poco rato, un lacayo de palacio me abrió la puerta y me indicó que lo siguiera.
Lo seguí nerviosa, no sabía a quien más se habría convocado ni si conocería a alguien o no. Mi reclusión había aumentado mi timidez y estaba completamente segura de que, a estas alturas, había perdido todas mis habilidades sociales.
Tras sus pasos, recordé a mi madre que había transitado esos pasillos muchas veces y siempre con gran aplomo. Recordé también a mis padres Khargiense, primero, y, tras su muerte, Feiniel. No podía haber tenido mejores padres.
Yo también era una De la Vega, una Hijar de la Vega para ser más exactos, pensé con orgullo.
Para cuando llegamos a la estancia donde estaban todos reunidos, mis pasos eran más firmes y reflejaba una serena dignidad.
Saludé discretamente a aquéllos que estaban cerca de mi posición y me dispuse a esperar que se iniciara el evento.