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[RP] Una última oportunidad de negociación

Nicolino


Aún seguía cayendo del cielo esa maldita aguanieve, que los mojaba incluso a través de las botas. Por suerte, el Borja se había podido aislar de aquella humedad que le estremecía, cubriéndose por sobre sus ropajes con un pesado abrigo negro de marta cibelina. No le gustaba la forma en que vendajes y cataplasmas aplicadas debajo de estos limitaban sus movimientos. Y por sus heridas, cada paso era una tortura, y así y todo debía agradecer que podía caminar, por más dificultoso y tortuoso que fuera su andar.

Se llevó una mano a la frente, y bebió otro revigorizante trago de ese vino que se servía caliente, con anís, canela y clavo. Sí, Hipocrás se llamaba, su memoria no le fallaba. Podía no ser apto para combatir en aquellos momentos, pero su mente aún funcionaba. Elevó su mirada, hacia el techo abovedado de la Catedral, recorriendo columnas y capiteles. Todavía no sabía como había llegado allí, pero la cuestión es que se trataba de un reducto puesto bajo control de las tropas de Valencia, que una vez perdida la plaza del ayuntamiento se replegaron hacia allí y trabaron las puertas con los bancos otrora destinados a que se sentara la feligresía.

Se preguntó que opinaría de aquello el Cardenal de Lagunas, pero supuso que lo consentiría. Los heridos que allí fueron llevados, se confesaban y llevaban a cabo prácticas piadosas. Algunos hasta se creían una especie de guerreros santos, pues combatían contra los Leones de Judá, como contra los menestrales, también tildados de herejes. Muchos revivían la Guerra Santa.

Nicolás suspiró, sabiendo que aquel era un buen lugar desde el que enviarle a sus enemigos una conveniente amenaza con condenarlos al fuego del infierno, con un apocalipsis cayendo sobre ellos exclusivamente, y recordarles que los valencianos tenían orxata en la sangre, eran fuertes como toros, temerarios como leones, y estaban dispuestos a morir mil veces por su patria, antes de aceptar ser gobernados por extranjeros. De eso iban normalmente sus cartas, que quizás no fueran bien recibidas por sus adversarios, pero subían la moral a sus tropas, mintiera o no.

Por eso, enviaría una última carta. Estaba claro que no había recibido ninguna propuesta para negociar del otro bando, así que le tocaba a él tomar la iniciativa. Y Valencia no estaba sola esta vez. Esperaba que al leer algunos nombres, los piratas y mercenarios pensaran en nuevas opciones. Y aún faltaban los voluntarios catalanes por firmar, y el Ordo Legio Trinitatis, pero igual despachó la carta.


Citation:

    A la atención de la Societas Magna Cathalana Maris y los mercenarios que luchan para ellos,

    Nos, Nicolás Borja, Gobernador titular del Reino de Valencia y Secretario Real, en nombre de nuestra Reina Rose I de Valencia, de forma conjunta con nuestros nobles aliados Margab, Almirante de la flota de la Orden Militar y Naval Semper Fidelis, Marielkro, Gobernadora de Aragón, y Alcaudon, Adalid de los Patricios de Aragón, enviamos a vuestras mercedes esta carta, como última y definitiva oferta de paz, pues no ansiamos otra cosa sino eso: que vuelva a nuestras tierras la paz que habéis perturbado sin razón alguna.

    Os ofrecemos, en observancia a los códigos de la guerra, porque somos piadosos y benevolentes, una oportunidad de deponer las armas y rendiros dignamente. De otra forma, todas las tropas de nuestra Alianza se precipitarán sobre vosotros y vuestros navíos, y pasaréis todos por la espada. No habrá clemencia. Os ofrecemos la oportunidad de capitular, acabar esta lucha sin sentido, y someteros a la justicia legítima del Reino. Nadie morirá ni ningún barco será dañado. Vuestra vida será perdonada, pero vuestros crímenes juzgados justamente. Una vez hecho, seréis libres de partir.

    Sé que podéis hacer uso de la razón y detener esto antes de que sea demasiado tarde para vosotros. No podéis enfrentaros contra fuerzas más allá de vuestro poder. Habéis hecho mal en subestimar a quienes no tenemos el dinero suficiente para sufragar grandes movilizaciones y cañones, a pesar de saber que la fuerza de un Reino depende intrínsecamente de su gente, y va más allá de un enfoque sesgado que pone primero al oro.

    Es por eso que reafirmamos nuestras intenciones: disolved vuestro ejército, someteros a nuestra justicia y volved a vuestras casas.

    Os damos tres días para aceptar la oferta o ateneros a las consecuencias.


    Rose I
    Reina de Valencia


    Nicolás Borja
    Gobernador de Valencia y Conde de Gandía



    Ruggero Margab d'Altavilla
    Marchese di Famagosta e Visconte di Bogliasco



    Marielkro Saiiad
    Gobernadora de Aragón


    Alcaudón
    Comandante del Ejército de Patricios Aragoneses


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Cata46


Llevaba días esperando que los valencianos tomaran la iniciativa y cuando ya se había olvidado de ello, recibió la carta de Nicolino. Le ehcó un vistazo rápido y esbozó una sonrisa al terminar... -Típico. - Le echó otro vistazo. - Hasta juraría haber recibido esta misma carta con otros nombres en ocasiones anteriores.

Tomó la carta y salió de su despacho en dirección al último reducto de resistencia dentro de las murallas de Valencia.

Llamó al portal. No hubo respuesta. Llamó de nuevo. Nada. Iba a llamar una tercera vez cuando alguien respondió del otro lado. - Quien anda ahí?

- Soldados de la Reina Rose! Hemos recuperado la ciudad! - Mintió el catalán. Al segundo oyó al de dentro vociferar que la ciudad había sido recuperada y que estaban salvados. - Inocentones... Luego se preguntan por qué siempre terminan invadidos. - pensó el catalán, pero poco después alguien de dentro pareció sospechar al decir.

- Cual es vuestro nombre? - Inquirió esta segunda voz.

Decidió dejarse de faroles- Soy Cata, vengo a hablar con el gobernador depuesto.

Creéis que seremos tan tontos de abriros las puertas? - Vociferaron desde dentro. - Largaos desgraciado!

Se resignó... - Como queráis. - Sacó la pluma y el tintero que llevaba consigo y empezó a escribir en el reverso de la carta del Borja.

Citation:

Buenas,

Son unas condiciones extremadamente generosas, pero por desgracia no podemos aceptarlas. No obstante os propongo otra cosa...

. . .

Consideradlo y hasta puede que obtengáis algún gesto de buena voluntad pronto.

Cata46, el amado.



. . .* (Spoiler xD)

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Nicolino


Y por debajo de las puertas de la Catedral, pasó la carta del Capitán de El Català Misericordiós, que no era más que la suya con un un par de líneas detrás. Los soldados que estaban detrás de las puertas atrancadas con los bancos, no tardaron en dársela, no sin antes mirar el nombre del signatario con desdén y desconfianza.

El Borja la leyó rápidamente, esbozando una sonrisa de satisfacción. No esperaba unas negociaciones en las que se pusieran fácilmente de acuerdo, ni mucho menos tan rápido. Es más, el preveía que mientras parlamentaban, la guerra de hecho acabara, o que se tuvieran que renegociar los términos a medida que los acontecimientos se iban sucediendo. Se preguntó si aquella súbita predisposición a negociar significaría algo...fuera como fuera, se puso de pie, y ordenó:


-¡Dejen entrar a Cata en la Catedral!¿Qué, acaso queréis que nuestra única posibilidad de acabar con esta guerra se muera de alguna peste o por este condenado frío allí fuera?¡Vamos, buscadlo y dejadlo pasar!

-Pero...Señor...es un hereje y un excomulgado...¡y un menestral!.¿No sería una blasfemia siquiera pensar en dejarlo pisar este templo?-le cuestionó un soldado, no sin razones. El de Gandía ya preveía aquella pregunta, y no esperaba menos de un compañero de armas valenciano. Él, en ese lugar, hubiera realizado el mismo comportamiento.

-¡Cata mismo es una blasfemia que ofende a Dios, y nadie se siempre insultado por ello!. Así pues, correligionarios míos, dejadle pasar, alejadlo de monaguillos y niños, y que alguien intente atravesar las murallas de la ciudad para ir a buscar a la Reina y traerla aquí también.
-replicó Nicolás, reafirmando su autoridad. Seguía siendo indiscutiblemente el Gobernador.

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Cata46


Ya había dado media vuelta cuando las puertas se abrieron a sus espaldas. Empuñó el mango de su espada instintivamente mientras se daba la vuelta. No pareció observar singos de hostilidad y se relajó. Varias personas se encontraban en la puerta. Lo invitaron a entrar. Hacía tiempo que no entraba en una catedral al menos no desde que que era persona non grata para la Iglesia Aristotélica. Se acercó con cautela y al atravesar los portales temió por un momento estallar en llamas. Nada de eso sucedió. A sus espaldas dos soldados intentaron volver a cerrar las puertas.

- Amigos, vengo solo, mejor quedaros haciendo guardia pero dejad las puertas abiertas. - Les indicó mostrando sus dientes de oro en una amplia sonrisa y extendiendo las manos vacías en señal de buena voluntad.

Unos pasos más allá lo esperaba Nicolino...

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