Habian pasado algo de tres semanas desde que el Rey había partido, tiempo en el cuál no había tenido una sola noticia de él o de la guardia real que le acompañaba. Trataba de mantenerse calmada, se lo exigía a si misma y las multiples tareas que el reino le proporcionaba.
Durante aquel viernes 11 de enero, la Reina se encontraba en uno de los salones, había pedido trajeran a su pequeña hija Erzsebet. El día era uno claro para ser invierno.
Tomaba a su hija y giraba con ella en vilo haciendola reir, la verdad es que ambas reían. Pesaba en su corazón haber discutido con su marido antes que partiera, al menos, debió despedirle con todo el afecto y amor que sentía por él -
Cuando vuestro padre regrese Erz, le recibiremos con los brazos abiertos y como un heroe y le llenaremos de besos ¿a que sí? - la niña continuaba riendo.
Alguna vez alguien le contó que era malo reir un viernes, a ella aquello le parecía una tontería pues la felicidad no era algo que pudiese contenerse, al menos por ser un viernes. Pero si ella lo hubiese recordado aquel día le habría dado razón. Por extraño que parezca, la Reina notó ruido de armaduras por el pasillo, voces a viva voz y una sensación se agolpó seriamente en su pecho ¿eran victimas de otro ataque?. Llevó a su hija contra su pecho con la mirada espectante en la puerta hasta que ésta, de golpe, se abrió de par en par. Un par de soldados se inclinaban ante su presencia, en sus rostros habían preocupación y nerviosismo. Erzsebet comenzó a llorar con el máximo de sus fuerzas sin que pudiera calmarla.
-
Majestad, es el Rey... - dijo el hombre que tras decir aquellas palabras bajó la mirada sin poder mediar otra palabra. Se quedó quieta, por alguna razón sabía que pasaba y a la vez no. La reacción no llegaba a lo que estaba pasando -
¿El rey? - atinó a preguntar.
Rose de Pern i Berasategui, antes que Reina había sido soldado y oficial. ¿Cuantas veces no había tenido la penosa tarea de ir a los hogares de los soldados caídos en batalla? siempre era igual, la frase comenzaba, pero jamás terminaba y era imposible mirar a los ojos a quién recibia la noticia -
está herido, os esperan. Galenos ya le atienden, han sido citados nada más llegar al puerto... - no esperó, no podía. Erzsebet no tenía consuelo y la entregó en brazos de su intitutriz quién estaba tan impresionada como la Reina.
Pasó casi empujando entre los dos soldados para salir de la habitación, congió el vestido con ambas manospara poder avanzar rápido entre los pasillo. Maldijo que el Palacio fuera tan grande y trropezó un par de veces casi a punto de caer. Se impuso no imaginar nada, pero imaginaba que al llegar le vería despierto, sonriente y hablando de lo exagerados que eran todos en tratarle con tantos cuidados, extendería sus brazos para recibirla y rodo seguiría como siempre. Nadie podría arrebatarle de sus manos la felicidad que tanto le había costado conseguir y cuidar.
No se había dado cuenta, pero tenía los ojos llenos de lágrimas. Y cuando al fin llegó hasta la habitación del Rey, soldados, más de diez, custodiaban la puerta, sumados a los galenos que entraban y salían de la habitación hablando entre sí y negándo con la cabeza.
Antes de poder entrar, un hombre le detuvo y le habló sobre el estado del Rey -
¿quién sois vos? - le preguntó a quién rodilla en suelo para hablarle, se ponía ahora de pie, incapaz de mirarla a los ojos -
Soy el primo de vuestro esposo... - entonces, la cabeza, el corazón y todo en ella se llenó de una ira incontenible -
¿vos? - le dijo, recordando la historia relatada por Yuste. Ese hombre frente a ella era la causa del mal que ahora asolaba a su familia.
Alzó la mano y en presencia de los presente le abofeteó -
maldito seáis - le dijo en la cara tras golpearle -
quitad de mi vista a este infeliz - ordenó -
Ya arreglaré cuentas con vos, ahora no tengo tiempo a causa vuestra - le dijo, empujándole con el hombro haciendo ingreso a la habitación real.
Pero ahí se quedó, largo instantes en los cuales solo supo que llevó su mano a su boca para callar su pena, que a segundo, le rompía todo por dentro. Y avanzó lentamente sin quitar la vista de la imagen pálida de su marido, de sus ojos cerrados, de su cuerpo mal herido y manchado en sangre. Nada de lo que veía era lo que había soñado, ahora su vida comenzaba a sumergirse en una pesadilla.
Miró de reojo a los galenos preguntando con los ojos -
Majestad, la herida está cerrada y hemos detenido la hemorragia, pero no recupera el conocimiento... no sabemos cuan profunda es la herida y hay mucha fiebre... - dejó de mirarles y se acercó a su lecho. Tomó su mano que se encontraba un poco tibia y la puso contra su cara.
La puso entre las suyas y la besó, luego besó su frente y su rostro varias veces quedándose con su rostro pegado al suyo -
amor mío, mi Rey, volved conmigo por Dios, quitad esta angustia que me está matando - se alejó un poco de él, miró su herida -
No... - alcanzó a decir entre gemidos mientras lloraba -
No... - volvió a repetir hundiendo el rostro en las sabanas de lecho. Levantó la mirada -
mandad a llamar a los infantes, a su hermano, al canciller y al secretario real. Buscad a los mejores galenos - guió la mirada hacia los hombres -
sois unos inútiles, todos ¡MARCHAOS! - gritó -
¡TODOS!, dejadme con él y llamad a mis hijos. Por el altisimo, traed al mejor médico. Daré cuanto tengo porque le hagan despertar y le regresen a mi. No quiero ver esa herida... - repetía una y otra vez, aferrándose al cuerpo inmovil del rey quién en sueños parecía sufrir -
QUE PARTÁIS YA! - se levantó amenazante y todos salieron de la habitación.
La nieve comenzaba a golpear en la ventana pareciendo se convertía en una tormenta. Volvió los pasos hasta su esposo y se quedó mirandole de pie aún llorando -
No, exagero - se secó las lágrimas -
despertará y me sonreirá. Podré disculparme por no haberle besado al partir a esa funesta guerra, sí, eso pasará. Rezaré por ello... -
Se hincó de rodillas al lado del lecho del Rey, tomó de su mano y comenzó su rezo lleno de angustia y esperanza.