Lisena
Le cerraron la boca, amordazaron, ataron a un caballo y amaneció en un calabozo entre chillidos de socorro y un inevitable y punzante dolor de cabeza.
Aquel día por la mañana, se había asomado a los barrotes del calabozo entre sus dudas y aquella maraña de paja putrefacta que había en una esquina del resbaladizo, húmedo y frío suelo empedrado. Buscó a Adelaine, a Asdrubal... A Césare, pero sus ojos aún no se habituaban a la intensa luz de las antorchas bajo el subsuelo y, tras un instante de prestar gran atención, sólo consiguió escuchar el chillido de las ratas.
Un gato pardo corría tras una de ellas.
Y de pronto se escucharon pasos, el chirriar de unas bisagras de pesadas puertas y una risotada varonil, muy seca y cortante. Retrocedió tres pasos al ver a aquel guardia e intimidada se dejó llevar desde el brazo con la sutil fuerza del hombre, al que pronto se le unió otro más, quien le colocó unos grilletes y la llevó, junto a su compañero, hasta una sala mucho más adecentada y en donde debían de pedirla rendir cuentas. ¿La estaban juzgando?
¡Yo...!, yo... ¡Lo siento, no quise! ¡Me obligaron! -intentaba explicarse en vano.
Azorada, con el estómago hecho un puño. Apenas conseguía ver un atisbo de oportunidad por escapar de allí. Sin embargo, su día brilló un poco más al ver que sus compañeros se encontraban cerca, por lo visto a ellos ya les habían juzgado. Pero, ¿y Enzo?, no estaba allí. Tampoco le importaba mucho; de hecho, temía más por sí misma que por la desaparición del tano.
Y a partir de entonces, lo que sucediera con ella, era todo un misterio.
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Aquel día por la mañana, se había asomado a los barrotes del calabozo entre sus dudas y aquella maraña de paja putrefacta que había en una esquina del resbaladizo, húmedo y frío suelo empedrado. Buscó a Adelaine, a Asdrubal... A Césare, pero sus ojos aún no se habituaban a la intensa luz de las antorchas bajo el subsuelo y, tras un instante de prestar gran atención, sólo consiguió escuchar el chillido de las ratas.
Un gato pardo corría tras una de ellas.
Y de pronto se escucharon pasos, el chirriar de unas bisagras de pesadas puertas y una risotada varonil, muy seca y cortante. Retrocedió tres pasos al ver a aquel guardia e intimidada se dejó llevar desde el brazo con la sutil fuerza del hombre, al que pronto se le unió otro más, quien le colocó unos grilletes y la llevó, junto a su compañero, hasta una sala mucho más adecentada y en donde debían de pedirla rendir cuentas. ¿La estaban juzgando?
¡Yo...!, yo... ¡Lo siento, no quise! ¡Me obligaron! -intentaba explicarse en vano.
Azorada, con el estómago hecho un puño. Apenas conseguía ver un atisbo de oportunidad por escapar de allí. Sin embargo, su día brilló un poco más al ver que sus compañeros se encontraban cerca, por lo visto a ellos ya les habían juzgado. Pero, ¿y Enzo?, no estaba allí. Tampoco le importaba mucho; de hecho, temía más por sí misma que por la desaparición del tano.
Y a partir de entonces, lo que sucediera con ella, era todo un misterio.
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