Lisena
Resuelta ya en su improvisado regreso, fue preguntando a cada capitán de todos los navíos del puerto cuál era Il Drakkar. Pero si ya, de por sí, las palabras se le agolpaban en la garganta, manejarse en tano se le hacía imposible y, con el rostro enrojecido y los ojos hinchados y enjuagados en lágrimas, intentaba parecer lo más normal posible o, al menos, que no la tomasen por el pito de un sereno.
Algo que le era realmente difícil pues el ver a una niña preguntando en un idioma incomprensible y una apariencia tan roñosa era la única atracción que habían tenido todos los marineros del puerto. Se abrió paso enfurruñada de nuevo, irritada por las carcajadas de los hombres con los que, por el momento, había hablado. Después fue de un lado a otro sin saber que hacer hasta que, por último, alguien tocó su hombro y por caridad le indicó qué debía hacer. Que Il Drakkar estaba intentando amarrar, que esperara un poco por ahí sentada.
Y así lo hizo, y sobre un tronco medio podrido por la sal, aguardó a su pasaje con regreso a casa.
Cómo ha podido... -se lamentaba, ahora que volvía a tener espacio para sí misma en aquella atolondrada cabeza- Yo... Yo... Creía que..., no es posible. No es posible que me haya vuelto a suceder. Ahora que yo estaba decidida a quedarme junto a él.
Suspiró lánguida y abiertamente, volviendo a ocultar el rostro entre las manos. Aún sentía aquella punzada, el destilar del desamor, la presión de un dolor muy grave en el pecho. Y el corazón, que con fuerza latía, lo sentía comprimido, subir y bajar en una algarabía de sollozos tan penetrantes que al más vil hubiera hecho doblegarse.
Ella, que sólo era una niña con cuerpo de mujer, había sufrido de hambre, de sed, de soledad, de miedo y penurias, pero de amor... ¡Ay, el amor! La sola palabra le era grande a ella.
Vio a lo lejos revolverse la gente, alguien insistía entre empujones para abrirse paso. Dos hombres levantaron la voz llamándole la atención, pero el tumulto se seguía apartando y no había ninguna pelea. No, no iba a ser Césare el que fuera a por ella. Distaba mucho de ser así. Dudaba incluso de si había significado algo para él, ¿por qué sino iban a haber compartido viaje y camino?
La gente continuaba aún revuelta, "¡Dadme paso!" se oía. Ella se levantó, cogió de nuevo las cosas con las que había cargado, y recibida por una sonrisa de la capitana Colombina, subió a la nave.
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Algo que le era realmente difícil pues el ver a una niña preguntando en un idioma incomprensible y una apariencia tan roñosa era la única atracción que habían tenido todos los marineros del puerto. Se abrió paso enfurruñada de nuevo, irritada por las carcajadas de los hombres con los que, por el momento, había hablado. Después fue de un lado a otro sin saber que hacer hasta que, por último, alguien tocó su hombro y por caridad le indicó qué debía hacer. Que Il Drakkar estaba intentando amarrar, que esperara un poco por ahí sentada.
Y así lo hizo, y sobre un tronco medio podrido por la sal, aguardó a su pasaje con regreso a casa.
Cómo ha podido... -se lamentaba, ahora que volvía a tener espacio para sí misma en aquella atolondrada cabeza- Yo... Yo... Creía que..., no es posible. No es posible que me haya vuelto a suceder. Ahora que yo estaba decidida a quedarme junto a él.
Suspiró lánguida y abiertamente, volviendo a ocultar el rostro entre las manos. Aún sentía aquella punzada, el destilar del desamor, la presión de un dolor muy grave en el pecho. Y el corazón, que con fuerza latía, lo sentía comprimido, subir y bajar en una algarabía de sollozos tan penetrantes que al más vil hubiera hecho doblegarse.
Ella, que sólo era una niña con cuerpo de mujer, había sufrido de hambre, de sed, de soledad, de miedo y penurias, pero de amor... ¡Ay, el amor! La sola palabra le era grande a ella.
Vio a lo lejos revolverse la gente, alguien insistía entre empujones para abrirse paso. Dos hombres levantaron la voz llamándole la atención, pero el tumulto se seguía apartando y no había ninguna pelea. No, no iba a ser Césare el que fuera a por ella. Distaba mucho de ser así. Dudaba incluso de si había significado algo para él, ¿por qué sino iban a haber compartido viaje y camino?
La gente continuaba aún revuelta, "¡Dadme paso!" se oía. Ella se levantó, cogió de nuevo las cosas con las que había cargado, y recibida por una sonrisa de la capitana Colombina, subió a la nave.
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