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[RP]Un nuevo comienzo

Taresa


En el pequeño cuarto que se había convertido en su estudio, buscó un lienzo envuelto de tamaño mediano. Aquel envoltorio había recorrido casi tanto mundo como ella, y había pasado con ella muchas visicitudes... pero había llegado el día en el que arribaría a su destino. Porque los destinos no corresponden siempre al lugar adecuado, o no sólo a él, sino también al momento adecuado.

Lo tomó entre las manos, lo puso bajo el brazo y bajó las escaleras camino de la calle.

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Taresa


Salió a la puerta de la tahona y colgó el cartel:

Citation:
HOY TENEMOS
PASTELES DE MIEL Y PIÑONES


Para los que no sabían leer, confiaba en que el olor fuera presentación suficiente. Fue sacando varias bandejas recién horneadas desde la trastienda y colocó una en el mostrador, las demás detrás de ella. A ver si tenía suerte y alguien se animaba.
Taresa


Acalorada por el esfuerzo de amasar y la temperatura del horno, Taresa salió a tomar el aire por la puerta de atrás. Aún no despuntaba el alba, y una enorme luna amarillenta dominaba el cielo. "Ya se ha ocultado la luna, y las Pléyades con ella..." No sabía dónde lo había leído. Bajo el cobertizo que había levantado contra las heladas, se veía la silueta de Estrellita recostada, con el lomo subiendo y bajando acompasadamente al ritmo de la respiración. En aquella hora antes del canto del gallo, una capa de hielo iba cubriendo la villa, y le erizaba el vello de los brazos.

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Taresa


Aprovechando que no venía nadie por la tahona, sacó el libro de debajo del mostrador. Con las cubiertas alabeadas y con los brillos del cuero gastado, probablemente el pequeño volumen ya había pasado por varias manos cuando su padrino lo había comprado. Mordiéndose el labio, seguía con el dedo los renglones y los repetía a media voz, dándoles vueltas para sacarles el sentido:

"Fluminibus salices crassisque paludibus alni nascuntur, steriles saxosis montibus orni..."

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Ramiro_odriozola


Ramiro entró y dijo:


No todas las tierras lo llevan todo; los sauces se crían en las riberas de los ríos; los alisos en las gruesas lagunas; los estériles fresnos en los peñascosos montes. Las marinas son aptísimas para los mirtos; y en fin, el dios Baco ama los despejados cerros


Eso suena a la Georgica de Marón, ¿no?

Y sonrió con una de aquellas sonrisas seguras que aparecen tan poco

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Ramiro de Odriozola
Taresa


Al oír la voz, Taresa levantó la vista.

-Gracias. Sí, sí que son las Geórgicas-le dedicó una sonrisa tímida y triste. -Veo que has... habéis avanzado mucho con la lectura, señor.

Dejó el libro sobre el mostrador.

-Buenas tardes, ¿queríais algo? ¿Qué tal os fue el viaje?

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Ramiro_odriozola


Avancé bastante en Soria. Alli estuve bastante bien, pues si se trabajaba arduamente en la mina, luego lo compensaba los amigos y la Feria que montaron. Aunque era dificil encontrar almuerzo, eso si.

A la vuelta tuve que esconderme en el bosque, pues los asaltantes que atacaron osma se cruzaron conmigo en dirección a Soria. ¡Y eran los mismos con los que debería combatir para expulsarlos de Osma!

Pero como he dicho, era dificil encontrar un pan decente, y al llegar aqui ha entrado por la ventana el olor de ese tan delicioso que haces y que tan mal me acostumbra.

¿Que tal si me das alguna hogaza?- Ramiro sonrió. -Si alguna vez te falta harina avisame, pues ya he inscrito en el catastro el molino.

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Ramiro de Odriozola
Taresa


-Desde luego, que se venga el buen tiempo y no aparezca ningún colchonero por la villa...-rezongó Taresa mientras arrastraba el enorme bulto, doblado a la mitad, escaleras abajo. Se paró un momento para secarse el sudor mientras dejaba el colchón apoyado en la pared de la cocina, y luego lo siguió arrastrando hasta el patio trasero. Tenía suerte, no soplaba más que una brisa ligera y el día se veía despejado. Allí tenía preparado un sabanón estirado en el suelo, donde lo colocó y se dispuso a deshacerlo descosiendo las costuras laterales.

Llevaba casi un mes que no sentía la espalda cuando se levantaba: la lana estaba demasiado apelmazada y llena de bultos. Había aguantado a ver si aparecía uno de aquellos pelaires que servían lana a las casas para que hiciera el trabajo, pero había sido una espera baldía. Así que decidió intentarlo ella sola: no avisó a nadie para que la ayudara porque... porque no, se había empeñado en hacerlo ella y otra cosa no tendría Taresa, pero de cabezonería iba sobrada.

Después de descosido, arrojó la funda del colchón: la iba a cambiar porque no estaba segura de que la burra no le hubiera pegado alguna pulga... le dirigió una mirada torva, que Estrella desde el fondo del patio hizo como que no veía. Además, se ahorraba de tener que ir a lavar en el mismo día, que era un fastidio. Resoplando, se agachó sobre el montón de lana para escorpinarlo, separarlo poco a poco con las manos y que así se vareara mejor. No estaba mal, era parecido a amasar el pan, así que se le pasó el tiempo bastante rápido mientras sentía cómo los pegotes de lata se ablandaban entre los dedos. Para aligerar la faena fue cantando un romance que había aprendido en Jaca. Allí tenía un jergón de paja, mucho más incómodo, pero al menos no había que hacerle aquello, pensó.

-Un francés se vino a Jaca
en busca de una mujer;
se encontró con una niña
que le supo responder.
"Niña, si quieres venir
por el espacio de un año
te calzaré y vestiré
y te compraré un sayo."


Al cabo del tiempo le pareció que la lana estaba bastante bien, así que se levantó, dando gracias al altísimo porque lo de estar agachada era un incordio, y buscó la vara de avellano. La tenía apoyada en el muro, bien pelada con ayuda de una navaja. Sólo se había hecho un corte en la mano al hacerlo, y estaba bastante orgullosa del trabajo. Comenzó a golpear la lana con la vara, tomando trozos con la punta para sacudirlos bien en el aire. Esto último le costó bastante, porque no estaba acostumbrada: se le escapaban o se llevaba demasiada lana de una vez. Poco a poco fue pudiendo apartar guedejas de lana, pero aquel enorme montón parecía no disminuir. "Si es que eres tonta, para qué quieres esa cama para ti sola", se regañó.

-A las niñas como yo
no se las usa el sayo,
ni tampoco mil escudos,
que es mucho lo que yo valgo.
El vestido que yo lleve
ha de ser de color gris
y así cuando vaya a misa
se fijen todos en mí.


Ya tenía toda la lana bien vareada, o al menos eso quería creer. "Si está mejor no vale para nada", pensó. Además, ¿quién se iba a quejar? ¿Ella? La dejó airearse mientras preparaba la olla para el día siguiente, y volvió después de un rato con la nueva funda del colchón. "La vieja se la doy al señor Miguel cuando venga, que la lleve para trapos". Con la funda doblada a la mitad, extendió la tela sobre la sábana y luego retiró la mitad de arriba. Luego fue acarreando montoncitos de lana del montón a la funda, colocándolos con cuidado para que el colchón quedara igualado. Dos o tres veces se levantó una ligera brisa y tuvo que correr a tapar la lana antes de que se le escapara volando. Daba gracias de que nadie la veía correteando y tropezando tras de la lana. Por fin acabó, y pudo colocar la parte de arriba de la funda para rematar la costura. "Aay, me duelen los brazos", pensó mientras se masajeaba el hombro con un gruñido, "y eso que me dedico a amasar". Ya sólo le quedaba pelearse con la aguja: como sólo se le daba bien el "remiendo artístico" las puntadas quedaron un poco desiguales, pero mientras estuviera cerrado qué más daba.

-Y ahora subirlo otra vez...-dijo en voz alta mientras miraba el ventanuco de la alcoba. ¿No podría inventar alguien un aparato para que no hicieran falta escaleras? Si no tenía que ser tan difícil...

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Taresa


Tuvo tiempo a echarse contra la pared mientras el colchón caía escaleras abajo: era ya la segunda vez. "Que me voy a matar..." Bonito final, desnucada al caer por la escalera por obra y gracia de un montón de lana. Se arremangó -más aún- se apartó de un resoplido el rizo que le caía por la cara y bajó a por él: era o el colchón o ella.

Por fin, después de un rato, pudo tirar la carga en el piso de arriba. Por suerte se le había ocurrido guardar todos los trebejos para pintar para evitar accidentes, y la sala parecía más grande. "Si parece que viva gente normal aquí". Apartó la cortina de la puerta que llevaba a la alcoba y se paró un momento a ver cómo podía maniobrar con el colchón en la pequeña cámara, donde el gran cajón de madera que era el lecho ocupaba casi todo el espacio. Con su torpeza habitual tardó casi otra hora en colocarlo correctamente, después de acabar casi aplastada por el jergón contra la pared y hasta sobre el somier. Una vez, de la rabia, había acabado dándole puñetazos y patadas al colchón, hasta que volvió en sí y acabó sentada en el suelo sin parar de reír. Y todavía le quedaban cosas que hacer antes de irse a dormir... se consoló pensando lo cómoda y esponjosa que estaría la cama, seguro que sólo por eso todo el trabajo merecería la pena.

Pasó el resto de la tarde en la cocina, haciendo labores livianas y vigilando el fuego de la olla. Iba a revolver cuando se dio cuenta de que faltaba uno de los cucharones de madera. No lo había llegado a usar anteriormente, y no estaba ni sobre la mesa, ni en la repisa, ni mucho menos, lógicamente, en la propia olla.

-A ver, yo estaba aquí, cogí el cucharón...-empezó a moverse por la cocina repitiendo los movimientos que recordaba de la mañana. -Lo dejé en la mesa porque tenía que ir a por nabos a la cesta, volví y lo tomé, salí fuera porque me pareció que había viento y podía salir volando la lana... Luego volví... ¿salí con él afuera o no? Ay, qué cabeza...-bueno, aquello era increíble, buscaba tanto en la cocina como en el patio pero parecía que se lo habían llevado los trasgos. Daba igual, seguro que cuando menos lo buscara aparecería en el sitio más extraño.

Acabó la jornada y Taresa arrastró los pies camino del primer piso, ese día no tenía ganas ni siquiera de repasar los versos del viejo Virgilio como hacía todas las noches antes de irse a la cama. Se desnudó, apagó la candela y se derrumbó sobre el lecho para recibir al sueño...

-¡Aaaay!-se le había clavado algo en la espalda. Rodó hacia un lado, no notó nada. Se colocó otra vez, y allí estaba. En la oscuridad, palpó el colchón: algo alargado... ¿y con un extremo redondo... no, cóncavo? "La madre que lo acunó..." Gruñó, pero a esas horas y sin luz no iba a ponerse a descoser la funda, y tampoco tenía ganas. Se alejó todo lo que pudo del centro de la cama, donde sobresalía el cucharón, y se abrazó a la almohada. Y dado que no tenía una sola gota de sangre azul, a diferencia de la princesa del guisante, durmió mal que bien hasta el alba.

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Lurien.


Lurien, limpiaba su nueva casita, su primas godi no había hecho mucho destrozo en ella, pero la había estrenado bien.
La joven rubia suspiró y se asomó por la ventana, para que el aire fresquito de la mañana le refrescara un poco.

Ya casi tenía todo listo, sólo le faltaba organizar su equipaje y llenar la cocina de algo de comer.

Para hacer un pequeño descanso de tanta limpieza, decidió ir a visitar a su amiga.

Salió de su casa y se dirigió a la de Taresa.
Al llegar, llamó a la puerta ¨TOC TOC TOC TOC¨ , miró a una de las ventanas y vió que estaba abierta. La muchacha sonrió y se asomó un poco.

Vió algo de movimiento y sonrió. Se apoyó en el pollete de la ventana y habló hacia el interior de la casa.

- Tareeeeeee, ¡¡¡Buenos dias!!!

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Taresa


Taresa andaba trajinando aquella mañana por la trastienda cuando oyó golpes a la puerta delantera. Cuando se asomó a la tienda vio la cabeza de Lurien con el pelo brillante debido al sol que hacía fuera.

-¡Buenos días, tesoro!-le respondió, y se apresuró a descorrer el cerrojo de la puerta. -Me encuentras en pleno "zafarrancho de combate": estaba limpiando la casa y la panadería, por eso no tenía el negocio abierto. ¡Si es que no se puede marchar una tantos días! Pasa, pasa.

Taresa traía la vieja saya que había usado en sus tiempos de la carnicería, llena de manchas, los pies descalzos y las mejillas arreboladas de no parar en todo el día. Condujo a Lurien a la cocina, pasando por la tienda y la trastienda, donde estaba el horno: era un cuarto relativamente amplio, con puerta y ventana abiertas al patio trasero, y muy hogareño. En aquel momento, todo el menaje de la casa estaba encima de la mesa y los bancos, y un balde de agua ocupaba el centro de la habitación.

-No te asustes si huele un poco mal: dejé esponjas empapadas en amoniaco para alejar a los ratones... pero creo que no funcionó. ¿Qué tal te encuentras en tu nueva casa? ¿Necesitas alguna cosa?

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Lurien.


La muchacha escuchaba a u amiga con una amplia sonrisa, mientras se dirigían a la cocia.
-No te asustes si huele un poco mal: dejé esponjas empapadas en amoniaco para alejar a los ratones... pero creo que no funcionó. ¿Qué tal te encuentras en tu nueva casa? ¿Necesitas alguna cosa?

- Ah! por eso no te preocupes, al parecer Godi y Drak se dejaron una ventana abierta, de la parte trasera y... pfff creo que me han entrado gatos y a saber que más...

La joven miraba lo bien que tenía Tare su casa, y pensaba que ella deberia hacer lo mismo con la suya cuando tubiera todo arreglado. Luego se acordó de que una de las patas de la cama estaba rota y miró a Tare.

- Mmmm, Tare, ¿donde puedo pedír que me arreglen una pata de una cama? Es que anoche... hoy al sentarme en la cama me he caido jajaaj y he visto que tiene una pata rota...

Lurien, no dejaba de obserbar la cocina de Tare, recorrió con la mirada todo rincon y objeto. De re pente le rugió la barriga de forma escándalosa.
La rubia se sonrojó muchisimo y miró a Tare avergonzada, colocando sus blancos brazos sobre el estómago.

- Jejej... perdón, no he comido aún y no tengo nada que comer en casa...a ver si compro algo ahora en el mercado... jeje

Sonrió timida a su amiga y volvió a desviar la mirada hacia la habitación, intentando disimular la verguenza.

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Taresa


-Qué cosas... ¡a ti te entran los gatos y a mí los ratones!-Taresa se rió y le guiñó un ojo. -Espera, déjame pensar... es verdad, Samirap es carpintera. ¿No conoces a Sami? Creo que ella y nuestro alcalde se van a casar...-lo último se lo dijo bajando la voz, en todo de confidencia. -Tiene el taller de carpintería al otro lado del río, en la plaza de Jiménez de la Rada, aunque seguro que si se lo pides irá a tu casa a echarle un vistazo. Porque cargar con una cama hasta la otra punta de la villa... a ver, yo te ayudaría, pero cargar para nada, ya se sabe, es tontería.

Siguieron entre bromas y veras mientras Taresa lavaba la vajilla y la recogía. Entonces, el estómago de la pobre Lurien gruñó, y la chica se deshizo en disculpas. "Desde luego, esta mujer..." pensó Taresa, que no sabía si reírse o preocuparse.

-Ay, ¡si tendría que haberte ofrecido algo! Soy una calamidad... ¿Pero aún estás en ayunas? A ver si te va a dar un vahído, ten cuidado- inmediatamente la sentó en un banco. -Pues no señor, de esta casa no te vas a sí. Mira, esta mañana tampoco tenía mucho por casa, nada más unos mendrugos de pan duro, y me puse a hacer sopas de ajo. Quédate conmigo y las comemos juntas-dejó el balde con los cacharros y se acercó al puchero que estaba al fuego. Ella hubiera esperado más para almorzar, pero no iba dejar así a su amiga. -Y además... mira, hoy vino uno de los vecinos, que me debía un favor, y me trajo huevos. Cuando termine de hacerse la sopa, cascamos uno en cada escudilla y los ponemos a cuajar en el horno; espera, que lo ponga a calentar...-se dirigió a la trastienda. -¡Vamos a comer como reinas, ya verás!

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Lurien.


Lurien miraba a su amiga, sin dejar de escucharla.
Cada vez que hablaba de comida, más hambre le entraba. Se cruzaba de brazos para que no se escuchara mucho los rugidos.
Tenía un hambre voraz, se comeria hasta los ratones que tenía Taresa en
su casa.
De repente, un rico olor inundó la nariz de Luri. Deseaba comer ya...

No dijo un no a la invitación deTare, y allí se quedó a disfrutar de la comida.

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Taresa


Después de ruido de escudillas, partir leña y cháchara insustancial -Taresa estaba tan encantada de tener alguien con quién hablar que era capaz de contar hasta el número de topillos que había cazado la Piravana en los últimos dos meses- volvió a la cocina con las dos escudillas humeantes y las posó delante de su amiga, acercándole la suya.

-Coge una cuchara y come. ¡Venga, sin remilgos!-la animó, y tras sentarse en el banco de enfrente, se quedó mirando con impaciencia las evoluciones de Lurien frente al plato. -¿Qué, está buena? ¿Quieres más? ¡Come, que te vas a quedar muy flaca!-el olorcillo le había despertado el apetito, pero estaba más entretenida cebando a la rubia que comiendo ella misma.

-Qué gusto me da comer acompañada. De hecho, la mayoría de las veces almuerzo en la taberna por no estar sola, que la casa... esta casa es demasiado grande. Muy bonita, pero muy grande: yo no sé cómo pueden vivir los señores en esos palacios con tantas habitaciones. Dime, ahora que estás instalada, ¿qué planes tienes para tu vida en Osma?-le iba a preguntar por Luiscar, pero se mordió la lengua; si quería hablar, que hablara. Los conocía a los dos y sabía que las cosas iban a su propio ritmo.

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