-Desde luego, que se venga el buen tiempo y no aparezca ningún colchonero por la villa...-rezongó Taresa mientras arrastraba el enorme bulto, doblado a la mitad, escaleras abajo. Se paró un momento para secarse el sudor mientras dejaba el colchón apoyado en la pared de la cocina, y luego lo siguió arrastrando hasta el patio trasero. Tenía suerte, no soplaba más que una brisa ligera y el día se veía despejado. Allí tenía preparado un sabanón estirado en el suelo, donde lo colocó y se dispuso a deshacerlo descosiendo las costuras laterales.
Llevaba casi un mes que no sentía la espalda cuando se levantaba: la lana estaba demasiado apelmazada y llena de bultos. Había aguantado a ver si aparecía uno de aquellos pelaires que servían lana a las casas para que hiciera el trabajo, pero había sido una espera baldía. Así que decidió intentarlo ella sola: no avisó a nadie para que la ayudara porque... porque no, se había empeñado en hacerlo ella y otra cosa no tendría Taresa, pero de cabezonería iba sobrada.
Después de descosido, arrojó la funda del colchón: la iba a cambiar porque no estaba segura de que la burra no le hubiera pegado alguna pulga... le dirigió una mirada torva, que Estrella desde el fondo del patio hizo como que no veía. Además, se ahorraba de tener que ir a lavar en el mismo día, que era un fastidio. Resoplando, se agachó sobre el montón de lana para escorpinarlo, separarlo poco a poco con las manos y que así se vareara mejor. No estaba mal, era parecido a amasar el pan, así que se le pasó el tiempo bastante rápido mientras sentía cómo los pegotes de lata se ablandaban entre los dedos. Para aligerar la faena fue cantando un romance que había aprendido en Jaca. Allí tenía un jergón de paja, mucho más incómodo, pero al menos no había que hacerle aquello, pensó.
-Un francés se vino a Jaca
en busca de una mujer;
se encontró con una niña
que le supo responder.
"Niña, si quieres venir
por el espacio de un año
te calzaré y vestiré
y te compraré un sayo."
Al cabo del tiempo le pareció que la lana estaba bastante bien, así que se levantó, dando gracias al altísimo porque lo de estar agachada era un incordio, y buscó la vara de avellano. La tenía apoyada en el muro, bien pelada con ayuda de una navaja. Sólo se había hecho un corte en la mano al hacerlo, y estaba bastante orgullosa del trabajo. Comenzó a golpear la lana con la vara, tomando trozos con la punta para sacudirlos bien en el aire. Esto último le costó bastante, porque no estaba acostumbrada: se le escapaban o se llevaba demasiada lana de una vez. Poco a poco fue pudiendo apartar guedejas de lana, pero aquel enorme montón parecía no disminuir. "Si es que eres tonta, para qué quieres esa cama para ti sola", se regañó.
-A las niñas como yo
no se las usa el sayo,
ni tampoco mil escudos,
que es mucho lo que yo valgo.
El vestido que yo lleve
ha de ser de color gris
y así cuando vaya a misa
se fijen todos en mí.
Ya tenía toda la lana bien vareada, o al menos eso quería creer. "Si está mejor no vale para nada", pensó. Además, ¿quién se iba a quejar? ¿Ella? La dejó airearse mientras preparaba la olla para el día siguiente, y volvió después de un rato con la nueva funda del colchón. "La vieja se la doy al señor Miguel cuando venga, que la lleve para trapos". Con la funda doblada a la mitad, extendió la tela sobre la sábana y luego retiró la mitad de arriba. Luego fue acarreando montoncitos de lana del montón a la funda, colocándolos con cuidado para que el colchón quedara igualado. Dos o tres veces se levantó una ligera brisa y tuvo que correr a tapar la lana antes de que se le escapara volando. Daba gracias de que nadie la veía correteando y tropezando tras de la lana. Por fin acabó, y pudo colocar la parte de arriba de la funda para rematar la costura. "Aay, me duelen los brazos", pensó mientras se masajeaba el hombro con un gruñido, "y eso que me dedico a amasar". Ya sólo le quedaba pelearse con la aguja: como sólo se le daba bien el "remiendo artístico" las puntadas quedaron un poco desiguales, pero mientras estuviera cerrado qué más daba.
-Y ahora subirlo otra vez...-dijo en voz alta mientras miraba el ventanuco de la alcoba. ¿No podría inventar alguien un aparato para que no hicieran falta escaleras? Si no tenía que ser tan difícil...