Había lágrimas en sus ojos, dos, tan claras y transparentes que podían traslucir el color rosado de sus mejillas al momento que cruzaban por ellas, y no había tenido forma de evitar éstas escaparan de sus ojos, los cuales para ese instante y mientras se sostenía como bien podía de sus rodillas por la risa, habían terminado en el suelo de aquel lugar.
Risa era lo que tenía, sonreía y reía tanto a causa de las locuras de Antso, que llorar por ello era lo mejor que podía pasarle en la vida. Comenzaban temprano cuando el tiempo se los permitía, la infanta evitaba encontrarse con toda la familia, no porque no deseara verles, sino porque prefería la soledad de una mesita frente a los jardines, algún zumo de compañía y un libro. Entonces aparecía él, con una sonrisa reflejada en su rostro, experto en los lugares que ella elegía para estar a solas y con el cabello revuelto quién sabe por qué. Había cogido por ello la costumbre de nada más verlo, acomodar aquellos cabellos y mirar solo unos instantes esos glaucos ojos que con el tiempo se habían vuelto en algo común y necesario para que su día fuera perfecto.
Y siempre había un plan tras ese desayuno, recorrer el río, el palacio y sus lugares secretos o huir de quienes buscaba a Antso por alguna labor pendiente. A veces no había suerte en la huída, veía su rostro ponerse completamente serio cuando debía abandonarla y siempre le aseguraba no era porque así lo desease, en esos días en que él debía dejarla, las risas escaseaban y sus pensamientos se centraban en una sola cosa; en la promesa que siempre le dejaba al partir junto al beso en su mano: "le veré más tarde, lo prometo."
Tampoco podía hablarse del tiempo, éste volaba cuando estaban juntos, en un instante era la mañana, al rato, el hambre les recordaba que era medio día y jamás volvían a Palau a comer algo, no, siempre era la ciudad de Játiva o alguna fruta tomada desde el mismo campo que rodeaba el feudo. Ya luego les parecía hermoso el atardecer y entonces llegaba la estrellada noche, dónde más de una vez perdían horas tratando de contar las estrellas o poniéndoles nombre. Había solo una cosa muy clara en cuanto ocurría en su vida y en sus días; jamás serían tan felices y llenos de aventura si él no estaba en ellos.
Aquel día habían elegido conocer los viñedos, Antso se los había enseñado pero no habían tenido la oportunidad de recorrerlos por completo, ella los conocía a causa de una de sus huidas por sus nervios en un incidente con una flecha, pero no había tenido oportunidad de recorrer los bastos campos que, entre las murallas y la pequeña ciudadela de Gandia, eras dignos de admiración. Y claro, entre aquel paseo y como era de esperarse, ella encontró una nueva "mascota" para sumar a las ya muchas que tenía y que por cierto, había dado en adopción a otras personas - un conejito a Agne en Valencia, y Zia, su gatita, a Aleida - . Esta vez había sido una Lagartija de color verde, pero que curiosamente en su cola, tenía colores muy parecidos al del arcoiris. Por supuesto Antso muy amablemente se había ofrecido a atraparla para ella, pero resultó que la lagartija fue más rápida y astuta que él, escapando por entre los viñedos y haciendo Antso corriera tras de ella lo que provocó la risa de la Infanta hasta el punto de las lágrimas. Al final, Antso salió de entre los matorrales, sucio, con hojas revueltas en su cabello y sin la lagartija -
¿y mi lagartija? - le preguntó a propósito, aun sosteniéndose por la risa sobre sus rodillas -
Nada, que si se le escapa una inocente criaturita como esa, se le escaparán los soldados señor capitán con mucha más facilidad - y al decir eso, Antso rió, tomó un par de hojas secas y la persiguió con ellas aduciendo era justo ambos se vieran igual y que debía pagar por lo que había dicho.
Así se pasó toda la tarde, entre persecuciones en las que él logró poner esas hojas en su cabello y que terminaron bajo un agradable árbol en uno de los jardines de Gandia donde sentados ambos en un tronco, intentaban poner en orden sus cabellos tras el juego. -
Me gusta éste árbol - le decía mientras arrancaba de su cabello una pequeña rama -
vendré más seguido aquí, me gusta aquí, mucho - él se giró al decir aquello para mirarla y lo hizo largamente -
tiene usted unos oj... - no le terminó de decir aquello y se detuvo. Terminó por alzar su mano y quitar en medio de una sonrisa una hoja de sus rubios cabellos.
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Señor Antso - alguien llamó su atención. Era uno de los sirvientes del Palacio quién con una alforja les miraba con cierta curiosidad. Antso le preguntó qué hacía y por qué no estaba en el Palacio, a lo que el hombre respondió -
Su madre nos dió la tarde-noche libre ¿no debía estar usted en una cena familiar junto a su alteza? - Antso la miró impresionado, soltó una carcajada y poniéndose de pie, la tomó de la mano y sin explicación alguna, la hizo correr en dirección al Palacio.