Nicolino
La vida del Borgia en aquellos días, que quisiera haber arrancado de la historia de su existencia, era poco más que un manojo de enmarañadas frustraciones, recuerdos aciagos que se entremezclaban con la mayor de las amarguras, sumido en una crisis existencial. Los años pasaban para él, y no había logrado ni la mitad de los objetivos que se había planteado, quedando la mayoría truncados de una u otra forma.
Tomaba ideas, abandonaba otras, y volvía a comenzar, con renovada ambición. Mas aquello no le llevaba a nada. Y aún así, paradójicamente, estaba en el punto más alto al que cualquiera pudiera llegar a aspirar. Era parte de la Alta Nobleza, Chanciller, Secretario Real, y tantas otras cosas más. Tenía poder en una Corte...y se desvivía por darle poder a esta.
Aún así, allí estaba: Totalmente desmoronado entre los bancos de roble de la fría Capilla del Palau de Gandía, alumbrado por la mortecina luz de una vela junto al sagrario adornado de oro, sufriendo el frío del mármol bajo su cuerpo.
Observaba, indiferente, un punto fijo, mientras llevaba una botella de vidrio a la boca, el mejor vino de sus bodegas. Melancólico, estaba claro algo había perdido.
-Maldita perra, bien podría morirse.-murmuraba, maldecía, en la oscuridad de la capilla, sumido en las penumbras de la noche, hundido en un dolor más que corpóreo. Típico del hombre que sufría de amor, tras ser repudiado, y ahora se hallaba en la más patética de las situaciones, sin una pizca de orgullo que sacarlo a flote. Limpió con sus húmedas mangas la comisura de sus labios, las gotas de vino que quedaran suspendidas en aquella barba desgreñada que llevaba desde hacía ya unos días.
-Seguramente hubiera sido más feliz si me quedaba con ella...-dijo, en su monólogo, que no era en realidad tal, pues hablaba con su pasado. Pensaba en alternativas, en qué hubiera sucedido, si no hubiera decidido casarse y tener hijos.
-¿Para qué? ¿Rey consorte decían quería ser? ¡Bah! Hoy en día no he ganado nada, tan siquiera una familia...¿De que me ha servido esto?¡Para nada, todo en vano!¿Para divorciarme ahora?¿Para volver a perderlo todo?-cargaba con el peso de los errores, de aquello que ahora, juzgaba como error. La vida de sus cuatro hijos lo eran, el casarse lo era, el maldito dolor lo era, todo era una equivocación. Y él se creyó siempre tan listo.
No recordaba tampoco a solo una mujer. Y pensó en su prima Elena. Seguramente se reiría de él en esa circunstancia.
-Nico, te lo dije...-habrían sido sus palabras, y él, maldecía, porque le dolían como hierro clavado al rojo vivo las profecías. Los odiaba a todos, y odiaba todo.
-Y malditos mis hermanos...malditos los dos, que me dejaron solo tan joven...no estaba listo...desgraciado Carolum, tenía que irse a morir a Castilla.-la boca de la botella volvió a sus labios, vació su contenido, y más que beber, tragó, dejando caer pesadamente su brazo, su mano, en gesto dativo, soltó la botella y esta giró, el único sonido rompiendo el eco de sus palabras y el silencio de la noche.
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