Miró a la niña con gesto de desapruebo. Ilusa, pensó el conde, se pensará que un tonto desmayo la salvará, pero no estaría yo tan seguro. A lo mejor incluso podré moverme mejor cuando estemos encamados. Sonrió irónico, farfullando en su interior, y muy seguidamente hizo dos aspavientos hacia el obispo, que aguardaba poco sorprendido a que alguien recogiese a la novia, tendida a los pies de nobles y gentiles.
- Pero por Dios bendito, que alguien recoja a la condesa. reaccionó por fin, viendo que ni la servidumbre la apartaba de en medio, y echando miradas inquisitorias hacia los lados, bajó del pequeño estrado que insinuaban dos tímidos escalones, y deshaciéndose de las pieles de zorro echadas al cuello, se frotó las manos y clamó, sin importarle si arrastraban a Ivanne desde los pelos o la dejaban aún ahí tirada:-
¡Mis nobles amigos y parientes, demos comienzo al convite!
Con el bramido, salieron trovadores y juglares desde los palcos del salón, acompasando las conversaciones que en ocasiones culminaban en sonoras carcajadas de alegría. ¿La alegría de quién?, desde luego el conde no; no estaba nada orgulloso con el matrimonio, se esperaba una niña un poco más crecida y menos ancha, y desde luego más solícita y cariñosa. Corría el rumor de que las francesas eran agradecidas en el lecho con quien muchos poderes y recursos tenía, y desde luego, él, que era el conde de Tafalla y el más próximo de los leales al Rey navarro, no se quedaba atrás. Pero para su enfado, no parecía ser suficiente.
Los bancos y sillas que antes sirvieron a los invitados durante la ceremonia, ahora servían de asientos para las nuevas mesas que habían acoplado casi al instante. Donde antes se había improvisado un altar, con el arco lleno de flores y cirios apostados a los cantones, ahora se hallaba la mesa nupcial en donde se sentarían los novios y los invitados de honor, según jerarquías. Como hecho insólito, el conde había consentido que además de él, el de Gormaz y la francesa, se sentara junto a ellos el Marqués de Gondomar. Ya lo había amenazado una vez, aunque solo hubiese sido de refilón y muy sutilmente, casi aguardando a una respuesta hostil por parte del navarro; pero el de Loizaga ya era perro viejo y se conocía tal tipo de tretas, jamás se atrevería a amenazar tan indiscretamente a otro noble, menos si tenía relación con la familia de la criaja dichosa. Maldita Ivanne, más que solucionarle los problemas de sucesión, le estaba provocando otros tantos con sus límites, porque se podría decir que la Josselinière saltaba a la comba con lo que el conde consentía y lo que no.
De momento, ya había consentido el desmayo, pero ahora no le haría un desplante en su propia boda, por lo que reclamó a la servidumbre que la trajeran de vuelta. El banquete estaba por comenzar.
- Traed a la condesa.- instó, desairado, tomando asiento en su respectivo lugar.
- Señor, conseguimos despertarla, pero volvió a perder el conocimiento.
- ¡Maldita sea!, ¿tan inútiles sois? ¡Despertadla de nuevo, no acabéis con mi paciencia!, y a ella decidla que su esposo la reclama, debe obedecer, la quiero aquí a mi lado, comiendo como es debido. Hoy me pondré las botas y espero que ella haga lo mismo, y que disfrute, que disfrute mientras le dura, porque después la quiero limpia para el encamamiento.
- Sí, señor conde.
Desde luego, no doblegaba su voluntad con facilidad, y aún menos consentiría que una insolente cría se atreviera a jugar con su humor, tan volátil por aquellos días, debido a las preocupaciones con los problemas surgidos con la herencia del título y feudo. Tenía hambre, pero aún más ganas de comerse a la niña y plantar su semilla, una semilla llena de fortaleza. Era necesario, era urgente, era imprescindible hacerlo ya.
No obstante, sabía bien que cada cosa debía hacerse a su tiempo, y en lo que invitados y parientes tomaban asiento, observó con sumo placer el resultado de los días de esfuerzo y trabajo: los platos de comida comenzaban a correr jamón, queso, pan y otros entrantes, humildes pero deliciosos-, no sin antes haberse servido debidamente la mejor cosecha del año en vinos. Al traer un criado una de las bandejas, el conde de Tafalla la tomó para sí y la dejó sobre su mesa, egoístamente.
Llamó a Arangil después.
- ¡Gormaz, venid! ¡Venid, venid a mi lado, a vos os corresponde, mi leal y fiel primo! Necesito con quien chancear un rato, ya he pasado por el mal trago y ahora me toca disfrutar debidamente. rió con fuerza, atragantándose con una loncha de jamón. Dio un trago al vino para reponerse y ordenó que le trajesen otra copa al de Híjar-
Vos, Arangil, conocéis bien los infortunios que trae el matrimonio, ¡pues bien!, no estoy yo dispuesto a eso, y Dios y Aristóteles me proveerán de muchos hijos en estos años que me aguardan, porque aún viviré más. ¡Aay, Gormaz, si esto no es vida, bajen los Arcángeles y lo vean! volvió a reír, ciertamente animado-
Ahora decidme, en lo que tomáis asiento junto a mí, y sedme sincero porque no quiero andarme con rodeos. Si conocéis a este truhán gallego, este que sentará ahora junto a mí y mi esposa, quiero saber de qué pie cojea y en cuál se apoya. Le habéis defendido Gormaz, incluso poniendo en duda mi resolución, y a mí mi olfato me dice que ni es trigo limpio ni se merece pisar tierra tan honrada como lo es mi condado, así que después de la insolencia que habéis cometido, me debéis esta respuesta y las siguientes que vengan. ¿No os resulta extraño su comportamiento? ¡O a lo mejor soy yo, porque los gallegos con aquello de la morriña
!
Aquello último lo había dicho alto, demasiado, a sabiendas incluso de que lo hacía. De hecho, había sido a propósito, porque si él no se atrevía a lanzar serpientes y ponzoña contra el Marqués en medio de tanta gente, sí era capaz de lanzar el puñal discretamente y dejar que lo devolviera con saña e inquina, a vistas de todos.
Entre tanto, observó a la condesa, que entraba de nuevo al salón, acompañada por tres criadas, las mismas que la habían vestido. Vio su rostro serio y triste, pero al que no reparó, y siguiendo con la chanza, ignoró si la niña se sentaba o no. Lo que sí hizo, y para que quitara esa cara de amargada, fue ofrecerla una copa de vino.