Ivanne
Se esforzó por calmar su temple, angustiada como estaba. Jamás habría imaginado que un señor de tal afamado renombre osaría interponerse entre ella y su destino, aunque fuera por disponer de una galantería más propia de las novelas caballerescas. Se sentó, frente a él, casi obligada, y se dispuso a escuchar sus palabras con la mayor educación posible. Seguidamente, tomó la misiva que le tendía y trató de descifrar su contenido. Ciertamente, no guardaba afán por el latín, pero le era un requisito imprescindible si pretendía orientar su alma según los libros de la Fe Reformada.
Y de pronto, se tensó. Su gesto cambió por uno más agrio y serio, mientras que su tez palidecía con la mirada perdida entre sus manos, donde sostenía la cruz, temblorosa. Astaroth no mentía (raro era, los hombres siempre solían). Y de hecho le estaba ofreciendo su ayuda, en lo que ella volvía a leer el mensaje de la carta. Desde luego no sería el marido ideal, ya que puestos a elegir, si éste se enteraba de sus prácticas religiosas, no le temblaría la voz al denunciarla ante Roma. Eso la intimidaba, porque una cosa era lidiar contra campesinos incultos y peleles de feria, pero otra cosa muy distinta era enfrentarse a los Príncipes de la Iglesia que, corruptos o no, acabarían con ella en lo que uno tarda en rezar el credo.
No obstante a esto, quiso mostrarse reacia.
« Me comprometéis al espiar así a quien me será favorable. ¿Por qué habría de...? ¿Y con qué autoridad me...? ¡V-vos...! » -se sintió impotente al saber que el Marqués tenía razón, y ella todas las de perder. Volvió a doblar la carta y se la devolvió, los ojos cristalinos y helados; parecía querer arremeter contra el da Lúa al tener los labios fruncidos y la nariz arrugada.- « Vos... Tenéis razón, y sería una necia si lo negara. Ese hombre dispondrá de mí a su antojo y yo no sabré conquistarle. Menos aún si sólo cuento con un libro como arma... Sea como fuere, y pese a mi disgusto, es muy peligroso todo y no me atrevo a aceptar la ayuda que me ofrecéis. Vos... Sin embargo... Sabréis cuándo entrar en acción. »
Le había ofrecido servicios, ¿pero cuáles? Estaba en claro que, si algo le sucediera al de Tafalla, ella sería la siguiente en sucederle; pero lo que no estaba tan claro eran los métodos en los que pensaba Astaroth. Ivanne de Josselinière tan sólo era una niña, revestida de su inocencia y de la escasa experiencia; y de un libro, su valioso libro, que sólo hablaba de perdón, benevolencia y de acabar con la malversación fundada en Roma. Le era inútil contra un señor ya anciano.
No estaba dispuesta a meterse en la boca del lobo. Claudicar o morir. O su tercera opción, y la que prevalecía: que muriesen los demás por ella.
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EVERYTHING THAT KILLS ME, MAKES ME FEEL ALIVE
Y de pronto, se tensó. Su gesto cambió por uno más agrio y serio, mientras que su tez palidecía con la mirada perdida entre sus manos, donde sostenía la cruz, temblorosa. Astaroth no mentía (raro era, los hombres siempre solían). Y de hecho le estaba ofreciendo su ayuda, en lo que ella volvía a leer el mensaje de la carta. Desde luego no sería el marido ideal, ya que puestos a elegir, si éste se enteraba de sus prácticas religiosas, no le temblaría la voz al denunciarla ante Roma. Eso la intimidaba, porque una cosa era lidiar contra campesinos incultos y peleles de feria, pero otra cosa muy distinta era enfrentarse a los Príncipes de la Iglesia que, corruptos o no, acabarían con ella en lo que uno tarda en rezar el credo.
No obstante a esto, quiso mostrarse reacia.
« Me comprometéis al espiar así a quien me será favorable. ¿Por qué habría de...? ¿Y con qué autoridad me...? ¡V-vos...! » -se sintió impotente al saber que el Marqués tenía razón, y ella todas las de perder. Volvió a doblar la carta y se la devolvió, los ojos cristalinos y helados; parecía querer arremeter contra el da Lúa al tener los labios fruncidos y la nariz arrugada.- « Vos... Tenéis razón, y sería una necia si lo negara. Ese hombre dispondrá de mí a su antojo y yo no sabré conquistarle. Menos aún si sólo cuento con un libro como arma... Sea como fuere, y pese a mi disgusto, es muy peligroso todo y no me atrevo a aceptar la ayuda que me ofrecéis. Vos... Sin embargo... Sabréis cuándo entrar en acción. »
Le había ofrecido servicios, ¿pero cuáles? Estaba en claro que, si algo le sucediera al de Tafalla, ella sería la siguiente en sucederle; pero lo que no estaba tan claro eran los métodos en los que pensaba Astaroth. Ivanne de Josselinière tan sólo era una niña, revestida de su inocencia y de la escasa experiencia; y de un libro, su valioso libro, que sólo hablaba de perdón, benevolencia y de acabar con la malversación fundada en Roma. Le era inútil contra un señor ya anciano.
No estaba dispuesta a meterse en la boca del lobo. Claudicar o morir. O su tercera opción, y la que prevalecía: que muriesen los demás por ella.
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