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[RP] Renglones torcidos

Ivanne
Se esforzó por calmar su temple, angustiada como estaba. Jamás habría imaginado que un señor de tal afamado renombre osaría interponerse entre ella y su destino, aunque fuera por disponer de una galantería más propia de las novelas caballerescas. Se sentó, frente a él, casi obligada, y se dispuso a escuchar sus palabras con la mayor educación posible. Seguidamente, tomó la misiva que le tendía y trató de descifrar su contenido. Ciertamente, no guardaba afán por el latín, pero le era un requisito imprescindible si pretendía orientar su alma según los libros de la Fe Reformada.

Y de pronto, se tensó. Su gesto cambió por uno más agrio y serio, mientras que su tez palidecía con la mirada perdida entre sus manos, donde sostenía la cruz, temblorosa. Astaroth no mentía (raro era, los hombres siempre solían). Y de hecho le estaba ofreciendo su ayuda, en lo que ella volvía a leer el mensaje de la carta. Desde luego no sería el marido ideal, ya que puestos a elegir, si éste se enteraba de sus prácticas religiosas, no le temblaría la voz al denunciarla ante Roma. Eso la intimidaba, porque una cosa era lidiar contra campesinos incultos y peleles de feria, pero otra cosa muy distinta era enfrentarse a los Príncipes de la Iglesia que, corruptos o no, acabarían con ella en lo que uno tarda en rezar el credo.

No obstante a esto, quiso mostrarse reacia.


« Me comprometéis al espiar así a quien me será favorable. ¿Por qué habría de...? ¿Y con qué autoridad me...? ¡V-vos...! » -se sintió impotente al saber que el Marqués tenía razón, y ella todas las de perder. Volvió a doblar la carta y se la devolvió, los ojos cristalinos y helados; parecía querer arremeter contra el da Lúa al tener los labios fruncidos y la nariz arrugada.- « Vos... Tenéis razón, y sería una necia si lo negara. Ese hombre dispondrá de mí a su antojo y yo no sabré conquistarle. Menos aún si sólo cuento con un libro como arma... Sea como fuere, y pese a mi disgusto, es muy peligroso todo y no me atrevo a aceptar la ayuda que me ofrecéis. Vos... Sin embargo... Sabréis cuándo entrar en acción. »

Le había ofrecido servicios, ¿pero cuáles? Estaba en claro que, si algo le sucediera al de Tafalla, ella sería la siguiente en sucederle; pero lo que no estaba tan claro eran los métodos en los que pensaba Astaroth. Ivanne de Josselinière tan sólo era una niña, revestida de su inocencia y de la escasa experiencia; y de un libro, su valioso libro, que sólo hablaba de perdón, benevolencia y de acabar con la malversación fundada en Roma. Le era inútil contra un señor ya anciano.

No estaba dispuesta a meterse en la boca del lobo. Claudicar o morir. O su tercera opción, y la que prevalecía: que muriesen los demás por ella.

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Astaroth_14


Tafalla, Alta Navarra. Reino antiguo y orgulloso. Reino de grandes campeones y guerreros. Reino rico, Reino poderoso.

Reino traidor. Reino enemigo.

La comitiva del Marqués había entrado en Tafalla haciendo ruido, mucho ruido. Lo había hablado con Ivanne, y habían considerado que era la mejor opción. Darle a su llegada un toque de poderío era el mejor modo de hacerse notar, de que el Conde viese a la joven como una igual, no como una yegua que montar. Todos los caballos habían sido ocupados por los hombres del Marqués, mas algunos contratados ad hoc por el camino que lucían ahora el azul de la francesa. Habían trazado unos bonitos estandartes con las armas de la joven prometida, y les habían dado el puesto de honor al frente, escoltados por los del propio Marqués. Y, así, como una masa azul encuadrada por una línea negra, el mensaje estaba claro, no llegaba cualquiera, y no cualquiera la protegía.

Quizás por aquello o quizás porque el Conde no era un hombre especialmente paciente, no tuvieron que esperar mucho antes de ser admitidos en su presencia. Con gesto instintivo, el Armiño contó los guardias y las salidas antes de fijarse en el Conde. No era muy diferente de como lo había imaginado, en realidad, hombre anciano y muy religioso. Demasiados clérigos en su séquito, cerniéndose sobre el Conde como aves de rapiña, dispuestas a obtener el máximo provecho en cuanto se presentase la ocasión. Se detuvo a observar los rostros de los clérigos, pues serían aquellos quienes deberían caer para afianzar a la joven rubia en el trono condal. Un poco más allá, una figura miraba el horizonte por la ventana. Le resultaba francamente familiar, aunque no sabía de qué.

Sin perder de vista al desconocido, se inclinó ante el Conde en una estudiada reverencia que le mostraba respeto como anfitrión, pero no dejaba olvidar que en el mundo de la nobleza, para él era un inferior.

Mi señor Conde, me complace mucho encontrarme aquí, en vuestra afamada casa. Mi nombre es Astaroth da Lúa, Marqués de Gondomar y las Islas, y he venido acompañando a vuestra prometida, en honor a la vieja amistad que une a su familia con la de mi esposa.-hizo un gesto a Ivanne para que se acercase.-Permitidme presentaros a la dama Ivanne de la Josselinière, Señora de Lasseran, y vuestra prometida.

Tal y como estaba planificado, el Marqués dio un paso a un lado, dejando que la atención se fijase en la joven. Vestida impecablemente de blanco, y con un delicado velo que dejaba entrever sus hermosas facciones, Ivanne se adelantó, saludando con una habilidosa inclinación al Conde. Debía ser una angelical aparición que impresionase al Conde, y estaba cumpliendo su papel a la perfección.

El Marqués seguía mirando de reojo al desconocido. Pero, cuando Ivanne se adelantó, el hombre volvió la vista apenas un instante, lo justo para que el gallego le reconociese y ahogase una expresión de sorpresa, que sofocó en un murmullo inaudible.

Híjar...¿qué estás haciendo aquí, maldito bastardo?

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Arangil


Como un mandamiento del Altísimo, aquellas palabras que tantas veces pronunció tintineaban ahora en mi cabeza. Desde mi discreta posición, me propuse ser como uno de esos manantiales subterráneos que sin emerger de la tierra llegan a nutrir las raíces de los acebuches. A escondidas, regaría el imaginario olivar de mi tío y procuraría su prosperidad, a pesar de que nadie me hubiera dado vela en ese entierro salvo él. Si hubiese heredero, le prevendría tanto a él como a su madre de cualquier plaga traicionera alertándoles de la presencia de cualquier alimaña, gusano o polilla que ansiase hacerse con Tafalla.

Desde ese preciso momento, en mayor o menor medida, me responsabilizaría de lo que me legaba, procurando siempre mi mayor interés personal en esta empresa, bruñendo el eslabón de la cadena del linaje que me había tocado vivir reluciéndolo con más fuerza si cabe.


¿Porqué yo, Don Íñigo? ¿Porqué no mostráis vuestros temores a vuestro rey u aquellos nobles navarros que os son afines? ¿Acaso el rey de Navarra no se sentirá desairado por confiar vuestro feudo y vuestra prole a un noble extranjero? No me quedó más remedio, aunque la política navarra no me era sumamente desconocida, ansiaba recabar información más clara al respecto.

¡No me atormentéis con preguntas así, Gormaz! Tiempo habrá de ponerte al día sobre esas cuestiones.

Me apoyé cansinamente en una de las columnas y tomé una bocanada de aire. En tal caso no será menester prometeroslo, pues ya que me ofrecéis tan franca elección, os la concedo gustoso. Miré aquella cara de satisfacción, aquellos párpados pronto dejarían de asomar esa mirada penetrante que, tatuada por las vivencias, había sabido transmitir seguridad y fuerza, escondiendo cualquier atisbo de temor, hasta ahora.

En ese momento, no muy lejos, los tambores y clarines anunciaban la llegada de la futura condesa. El conde salió precipitadamente de la estancia dispuesto a recibir cuanto antes a su joven consorte, con el deseo de poseerla en su lecho sin más dilación. Desde una posición discreta observé aquellos personajes diseminados en la sala, quienes se mantenían expectantes susurrando entre sí, hasta que el murmullo cesó de improvisto ante la irrupción de la francesa y de su... acompañante. No me esperaba esa presencia por nada en el mundo. Comadreja... No pude evitar asomar una sonrisa.

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Inyigo_de_loizaga


La confirmación de su pariente le había proporcionado la paz y el sosiego que tiempo ha no había hallado el de Loizaga, y ello lo había animado a tomarse una copa de vino en compañía del de Gormaz. Un poco de risas, algo de jolgorio entre tantos preparativos, y desde luego la animada idea de que pronto se acostaría en el lecho acompañado. Presentía la cercanía del momento de la presentación, pero lo que no sospechaba era que en el mismo día le presentarían a su futura esposa.

Con mucha pompa, para el desaire del conde, se adentró la comitiva de la francesa junto a unos hombres de más, con armas que nunca antes había visto u oído hablar. Pero el nombre de Astaroth da Lúa ya le empezaba a sonar más: ¡cómo no hacerlo!, la celebridad de la comadreja se extendía allende los páramos peninsulares, no en vano la fama nos precede. Había oído hablar de él y de hecho, cada vez que ungían un nuevo rey en Castilla -lo que, como información, siempre era útil en Navarra-, el apellido de da Lúa se mencionaba con asiduidad al ser reconocida su fama de regicida y maestro heraldo. No obstante, el de Tafalla se mantuvo firme, y avanzó hasta el frente para detenerles el paso: para avanzar y acceder al grueso de su castillo, antes se debía agradar al conde, lo que no sería fácil si uno esperaba ver llegar a una niña a la que montar y no a un gallego al que torear.

¿Dónde está? -le instó impaciente, en la boca sabor a hiel; sólo veía un parche y barbas, demasiadas, él buscaba dos pechos- Sí sí, el marqués, sí; yo soy el conde, encantado, supongo que ya lo habríais adivinado. ¿Pero... y la niña? -no había reparado si quiera en la mencionada amistad entre los Josselinière y la esposa del marqués, fallo que el conde pagaría caro más tarde, pero por el momento le bastaba con saber que Ivanne se encontraba con ellos. Se sorprendió al oír que la presentaban como Señora de Lasseran, y ante ello quiso responder con dignidad; era preferible eso antes que demostrar su desconcierto.- ¡Señora, en vilo nos teníais! Vuestra llegada tardía ha hecho mella en mí y los míos, pero no será afrenta si celebramos los esponsales hoy mismo. ¡Duque! ¡Gormaz! ¡Venid, venid! Acercaos y decidme, ¿no es acaso cierto que anhelábamos este momento? ¡Sea pues, no hay más que hablar, hoy mismo habrá nupcias! Siempre y cuando hayáis traído la dote... Porque la lleváis consigo, ¿no es cierto?

Apenas había reparado en la muchacha. Ya se imaginaba como sería, los retratos de los pintores franceses no solían consentirse aquellas licencias que los artistas tanos se daban, presuntuosos. Ivanne era regordeta y de piel muy pálida, de frente pequeña; no era precisamente al gusto de Íñigo, él las prefería más adultas, con más color en la tez y una frente ancha y abierta. Las frentes estrechas, a su entender, encerraban pensamientos maléficos, a diferencia de las abiertas, pues por ella escapaba mejor la maldad de la mujer. Porque todas eran malas, de eso no tenía ninguna duda.

Los criados ya sabían qué tenían que hacer y pronto comenzaron a apartar los muebles que estorbaban, para así repartir mejor el espacio y disponer los últimos retoques antes de la ceremonia. A la comitiva de guardias de la Josselinière y el da Lúa se les había hecho salir al patio de armas o ir a las cocinas, en donde podrían reponerse y descansar con comida y platicar con compañeros de oficio, en lo que el conde marcaba directrices sobre cómo quería que estuviera preparado el lecho nupcial, que sin duda sería el momento más importante del día.

Todo estaba dispuesto, apenas necesitaba dirigirse a la señora de Lasseran y conocer su opinión.

¿Está todo a vuestro gusto?, espero que así sea, pronto seréis la condesa y podréis disponer del castillo a vuestro antojo, que del condado me encargaré yo mientras tanto. Pero antes también podréis acomodaros a vuestro antojo y hacer uso de la servidumbre, como si ya fuerais la señora. ¿Os parece? Ahora venid, quiero presentaros a un pariente, asistirá a la ceremonia. -fue diciendo, tomando a la muchacha por el brazo y cerrándole el paso, a la vez, al de Gondomar. Miró a Arangil y pronto se dio cuenta, estos dos debían de conocerse de antes, y no debía de ser uno de esos conocidos con los que uno desea encontrarse a menudo. Pretendía presentar a la francesa al de Gormaz, pero antes, entendió, debería despachar al gallego, porque de lo contrario Arangil se distraería más en él que en atender a Ivanne. Ahora que Íñigo tenía lo que tanto había esperado, quería lucirlo a toda costa. Volvió la vista hacia atrás, y de arriba a abajo, miró a Astaroth a caballo entre la sutileza y el desdén.- Podéis retiraros, nos habéis hecho un gran favor. Os darán caballos descansados y víveres para el viaje, y ésta misma tarde podréis partir, que no dudo yo que tendréis ganas de volver con vuestra esposa, tanto como yo quiero que la señora de Lasseran se convierta en la mía.

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Ivanne
El corto camino que hubieron de recorrer a caballo hasta Tafalla se le hizo una eternidad. Comprendía que era su obligación, pero cuán tediosa y amarga se le haría, sobretodo tras la persistencia del tiempo. Porque, supuso, si ahora que todavía no estaba casada se lamentaba, no querría ni saber en qué situación se encontraría con el paso de los años.
Cualesquiera que fuesen sus pensamientos, con más rapidez de lo esperado ingresaron en los terrenos del Conde y también a la fortaleza. Por donde pasaban, los criados se detenían a mirarles con estupefacción, al no esperarla aún, mientras que ella arreaba a Frou-frou con aún mayor ímpetu. Se miró las manos, entre ellas faltaba su cruz: Astaroth tuvo la delicadeza de arrebatársela desde el mismo momento en que entraron en el reino de Navarra, preocupado por que la vieran como no debían, y ella mientras tanto se lamentaba, sintiéndose flaquear sin la imagen de su Fe presente. Aquel sentimiento, sin embargo, pronto se redujo a un gesto de repulsión, al sentirse semejante a los aristotélicos romanos; ella era una reformada, una verdadera creyente, no necesitaba de imágenes ni figuras para recordar el cometido Divino.

Entre estas divagaciones, pronto entraron al castillo y fueron atendidos debidamente. Por un instante se sintió halagada, pese a recobrar súbitamente aquel cóctel de sensaciones y sentimientos que por momentos iría a estallar, y frente a un escueto espejo en uno de los pasillos se detuvo a mirarse. Vestía de blanco, en sedas y terciopelos, con perlas, hilos de oro y brocados, y lana para la camisa, como una verdadera doncella de su condición; no obstante, se sentía la más sucia de las perras, despreciada por los suyos, exiliada de su tierra, y muy desgraciada a la hora de la verdad. Sin duda alguna se hallaba en la peor situación de todas, más aún teniendo en cuenta que momentos previos a su llegada había negociado con Astaroth las extrañas circunstancias en las que el Conde desistiría en su insistencia por la llegada de un heredero, lo que no cabía a interpretaciones, pues la realidad era tal: estaba totalmente en desacuerdo con darle hijos a tal viejo pocho, y la sola idea de abrirse de piernas ya la aterraba. No en vano las niñas siempre soñaban con la llegada de sus príncipes azules y lo demás… Bueno, lo demás ya llegaría con el tiempo.

Durante la presentación se mantuvo ausente, rodeada y guardada por soldados y sirvientes, tanto de Astaroth como del Conde, e ignorando a éste último. La belleza de las tierras navarras no le eran consuelo, aún menos las atenciones que recibía, y sin embargo hubo un momento en el que se vio obligada a abrir los ojos como platos, antes incluso de las debidas presentaciones. ¿Señora de Lasseran?, ¿había oído bien? ¿El Marqués acababa de llamarla así? Le era extraño, pero entendía bien, aunque estuvieran hablando en castellano y ciertamente rápido para ella.
Justo entonces, cuando había mirado en su sorpresa y desconsuelo a Astaroth, reparó en la presencia del Conde; de hecho, las descripciones habían sido muy certeras, pues lo que Ivanne vio fue a un hombre anciano, aunque de buen pie, y con numerosas arrugas en el rostro y la nieve de la vejez en el vello. Desairado, muy volátil en el sentir, y de gusto austero en oposición al estilo de su amada Francia.

Se quedó embobada mirándolo, como la niña que era, y no reparó en nada ni en nadie más.


« C' est un plaisir, monsieur. Je suis très hereuse d' être ici avec vous, mon oncle ainsi le souhaitait. » -dijo, toda ella finura, y calló los halagos para el resto del día y de la tarde. No se preocupó en responder en castellano conociendo que esto suponía un esfuerzo más que debía hacer Íñigo para casarse con ella, y en efecto aquella frase la estuvo practicando desde su salida en Nemours, pero ahora que la recitaba se sentía trabada. Toda aquella parafernalia le fue más difícil de lo que jamás había esperado y fingir absoluta normalidad con la más sepulcral discreción fue el trabajo más tedioso de la jornada.

Pero antes si quiera de que ella pudiera decir misa, el de Loizaga la había cogido del brazo y ya se la llevaba, reclamando debidamente lo que creía por derecho suyo. La arrastró levemente, como a una frágil muñeca de trapo, y la zarandeó un segundo para que Ivanne dejara de clavarse al suelo que pisaba, aferrada como a un clavo ardiendo. Desde luego el señor se mostraba muy resuelto por terminar con aquella historia cuanto antes, y Astaroth le suponía, por lo que vio, una traba más para su misión; pero ella no podía permitirse aquel lujo de quedarse sola. En absoluto, ella tenía algo pactado; no sabía bien el qué, ni cuándo sucedería, pero comprendía bien que las promesas debían cumplirse. Mientras tanto, y en lo que Ivanne era arrastrada hasta Arangil para que se lo presentaran, atendió cómo los sirvientes daban órdenes de buscar al cura del pueblo.
Resopló, con disimulo, no había nada que odiara más que los curas de aldea; y los hombres testarudos y posesivos, eso también.


Con timidez, miró al de Gormaz; parientes, decía el Conde, y ella se detuvo a mirarles para hallar parecidos, pero lo cierto era que se les antojaba totalmente dispares. Ni si quiera se parecían en el blanco de los ojos. Evidentemente, para una muchacha intimidada, fuera de casa y a punto de revestirse de las obligaciones de una mujer, era tarea ardua la de pararse a pensar en lo ventajoso de la situación. Porque ciertamente, lo había: si el marido era anciano y las piernas le empezaban a fallar, el de Gormaz le resultaba muchísimo más atractivo y vigoroso, con fuerza en los brazos.

Pero de estas ventajas y otras muchas más ya hablaremos más adelante, porque como os digo, Ivanne aún es una ignorante niña vestida de mujer, preocupada tan sólo por montar a caballo y jugar con muñecas.


Fue a hablar, a pesar de haber considerado que lo conveniente era callarse, y trató de defender al Marqués y su posición.


« Monsieur, avant de que vous me présentez à personne plus, je dois vous demander la première faveur. Maintenez-vous à Astaroth à mon côté, il a été bon avec moi et je veux qu'il assiste à la cérémonie aussi. Il sera le parrain. » -le dijo, momentos antes de pedir que tres de las criadas allí presentes se acercaran a ella para conducirla hasta su nueva alcoba.

En lo que a ella respectaba, no cabía en sus planes casarse de blanco; el luto ya lo llevaba por dentro.


* Es un placer, mi señor. Estoy muy contenta de estar aquí, mi tío así lo deseaba.
** Mi señor, antes de que me presentéis a nadie más, debo pediros el primer favor. Mantened a Astaroth a mi lado, él ha sido bueno conmigo y quiero que asista a la ceremonia también. Será el padrino.


Anotación extra: el luto de ésta época, entre las clases bajas o de escasos recursos económicos, solía ser el blanco. Debemos recordar que, aunque Ivanne provenga de un linaje noble francés, es alejada de su hogar y no es tratada con el suficiente respeto entre los suyos, puesto que es hija adoptiva y no legítima. Pero claro, esto ella no lo sabe.

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Arangil


Por supuesto, Mademoiselle Ivanne. Vuestro pariente permanecerá entre nosotros los días que vos estiméis oportunos. ¿Acaso la cortesía de vuestro castillo ha disminuido últimamente, Don Íñigo? Miré al navarro expresando mi disconformidad ante semejante falta de respeto.

Tiempo ha desde nuestro último encuentro, Marqués. Nos sentimos honrados con vuestra presencia. Saludé al gallego al tiempo que me giré hacia la francesa para escudriñarla más de cerca.

Sois realmente encantadora, Mademoiselle Ivanne. Me llamo Arangil de Gormaz, Duque de Híjar, Conde de Albarracín y Barón de Mora de Rubielos. Pariente lejano de vuestro futuro esposo, pero, pariente al fin y al cabo. Espero y deseo que halléis la felicidad en Tafalla, vuestro nuevo hogar. Incliné la cabeza respetuosamente y tomé su mano besándole ligeramente el dorso.

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Astaroth se irguió cuan alto era, con el desdén pintado en el rostro, y las palabras brotaron como un siseo entre sus labios.

Si no os supone gran perjuicio, mi señor Conde, no sería en absoluto apropiado que yo abandonase mi joven protegida. Debéis respetarla a ella como debéis respetar a quien su familia encomendó su custodia y, a buen seguro, su tío el Marqués no recibirá con agrado la noticia de que fue arrebatada sin protocolo alguno de quienes él envió a proteger a su sobrina.

Era una amenaza, eso era evidente. Francia podía estar en paz con Navarra, pero ni Neomours era Francia ni Tafalla era Navarra. Al Conde le interesaba aquella unión, y Astaroth quería hacerle ver hasta qué punto sería inconveniente predisponerse contra los de la Josselinière. Mostraba también su propia arrogancia, si el Conde osaba expulsarle, no iba a ser el Marqués el único en alzarse contra Tafalla. No obstante, el Conde no tuvo tiempo de reaccionar cuando el de Híjar intervino en favor del gallego. El Marqués inclinó levemente la cabeza, en agradecimiento.

Mucho, en verdad. Fue antes de que Elena se hiciese con la corona, ¿me equivoco? Me ayudasteis en aquella ocasión con vuestra marcha. Quizás de otro modo, no estaríamos hablando hoy.

Observó, divertido, la galantería del de Gormaz. Sin duda, al viejo Conde debían estar llevándosele los demonios, desautorizado y rebasado en educación por un pariente de menos edad pero más rango. Divertido, sin duda. Determinado a prolongar su tormento, el gallego se dirigió a Arangil con la educación que no había dispensado al Conde.

Es la perla de su familia, orgullo y espejo de su difunta madre. Tan bien educada como puede estarlo una dama, predispuesta a aprender cuanto se le quiera enseñar, y dulce de carácter como la más tierna de las azucenas.--tanta mentira junta le hacía ver peligrosamente corto el camino hacia el Monte de la Desolación.-Sin duda, vuestro pariente disfrutará de un matrimonio venturoso a su lado, y aliviará con su belleza y encanto su soledad, brindando a esta tierra dura su norteño encanto.

Que no sospechasen, esa era la clave. Que viesen la rosa, no el áspid. Era fundamental: Ivanne debía parecer hermosa y adorable, sumisa, encantadora y carente por completo de personalidad o carácter. Sólo así podría sobrevivir al infierno que se le avecinaba.

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Ivanne
Por momentos sentía desvanecerse. El Conde era de carácter avinagrado, se podría decir que incluso llegaba a mirarla con odio, y sin embargo ella trataba de fingir ser dulce y mansa. Comparado con el Conde, cualquier otro caballero era mucho más apuesto y galante, pero los niveles de galantería con los que Arangil le daba trato eran desproporcionados a lo que ella solía estar habituada.
Le miró maravillada, se ruborizó como nunca antes hiciera, y agradeció con una sonrisa grácil y desvalida el buen trato recibido. Si no hubiera sido por el de Gormaz, al da Lúa ya lo habrían echado a patadas de Tafalla, e incluso de la Navarra misma; pronto Ivanne empezaba a darse cuenta contra qué clase de oponentes se las daba, y más intimidada aún, se encogió de hombros y miró hacia el suelo, tragando saliva y respirando pausadamente con ánimo de enfriar el temple. Tenía mucho en juego, demasiado, y si no actuaba a sangre fría podría perderlo todo, incluso la vida.

Quizá aquel trago hubiera sido más fácil si colgada al cuello estuviera su cruz. Pero no se dio tal, y a falta de pan...


La de Josselinière no tenía mucho más que decir, y las tres criadas que la aguardaban parecían estar incluso más impacientes que ella por que se casara. ¡Vaya!, todo el mundo en Tafalla tenía prisa por asistir a la boda. El propio novio, invitados y criados... guardias, ... Y muy seguramente Astaroth también. ¿Cómo si no iba a acabar todo aquello si antes no había un principio? La boda, sin duda alguna, era el principio de todo: de su tristeza, de su grandeza, del propio fin del Conde.
Una vez en la alcoba, sóla, se armó de valor. Valor para tenerse en pie, para decirse que todo pasaría en una milésima de segundo, y sobre todo para arrancarse el vestido blanco con rabia. Las criadas, todas ellas, se escandalizaron al verla así; no era de extrañar, una francesita como ella, de piel como el márfil y rubita, muy delicada, de voz dulce, toda ella redondita...Con aquel carácter atigrado, enfrentándose a un vestido endeble. Cayeron mil perlas por la alfombra y pronto las criadas se tiraron al suelo para recogerlas. Está loca, ¡está loca!, decían en vascuence. Medio desnuda, la de Josselinière se tendió sobre el lecho. ¿Sería aquel donde acabaría?

Las miró a las tres y dio las órdenes pertinentes. Evidentemente, las habló en francés, aún no tenía intención de demostrar que entendía mucho más de lo que todos se pensaban, y de hecho no se vería en la necesidad de hacerlo hasta el último momento. Pero por aquel entonces, se la antojaba el capricho de que al menos se esforzaran por entenderla, si es que les interesaba, aunque fuera una pequeña tortura para ella tener que descifrar con gestos lo que decía. La costó un tiempo desmesurado que las criadas consiguieran entender que Ivanne, entre sus cosas, guardaba otro traje de novia, uno rojo de terciopelo con perlas, y aún más que la peinasen a su gusto.

Para cuando estuvo lista, la boda ya estaba por comenzar. Aún clareaba el día y pronto llegaba la hora de comer. Se lamentó, por dentro, porque apenas había mediado palabra alguna más, y valoró las posibilidades de huída: ninguna.


« Mère… Maman! Combien je vous étonne, ... oh, maman! Si vous étiez ici… ! »

Por fin, había llegado el momento. Ivanne andaba por los pasillos, seguida de una decena de doncellas con ramos entre las manos; se dirigían todas de nuevo al salón en donde se produjo la recepción, y sin embargo la francesa trataba de desviarse por algún otro camino, en vano. Siempre volvían a reconducirla hacia el salón, hasta que por fin se halló ante un gran portón interior, plagado de terciopelos desde sus laterales. Se abrieron para ella, y empujada, comenzó a caminar hacia el altar.
Con desagrado, observó con atención bajo el velo de novia; el Conde de Tafalla al fondo, junto a un obispo. Los dos le parecieron igual de repugnantes, pero tampoco se paró a comparar entre uno y otro. Justo al lado de ambos, a la diestra, estaban los familiares del Conde, y Arangil, también él. Se detuvo a mirarle mientras avanzaba, con remilgo, y fue buscando con la mirada a Astaroth después. ¿Dónde estaba?, no le veía. A la siniestra, cómo no. Se suponía que en ese lado debían de estar los suyos, pero no había nadie que se le pareciera ni a su tío, ni a su madre, ni a ningún otro.

Cada vez se sentía más desgraciada, cada vez más pequeña, rodeada entre mil y un fieras dispuestas a desmembrarla. Y apenas un ápice de duda, ¿soportaría esa nueva vida? Hacía cinco meses, el Marqués de Nemours la había convencido de que era lo mejor para ella, pese a saber que no trataba si no alejarla de la familia. Esto en un principio no la había escandalizado, "será divertido", se dijo. Y hoy, sin embargo, se arrepentía de todo. Sintió que una parte de ella desaparecía y volaba hasta otro mundo, y mientras su cuerpo caminaba, respondiendo a una voluntad anulada por el sentido del deber.

Todo pasó muy rápido. Los ojos, llorosos, apenas miraban al obispo cuando éste hablaba, y mucho menos se atrevían a volverse hacia el Conde, con temor de que la reprochase el llanto incontenible que le brotaba desde el alma. Cuando llegó el momento de responder si accedía, tampoco miró, y se hizo la sorda, o la idiota, o simplemente la francesa. El Conde, impaciente, mandó que alguien le tradujera, y en su oído escuchó un torpe acento, o al menos a ella se le antojaba torpe. Era la voz de Arangil, y sin embargo no hallaba fuerzas en sí misma para volverse y sonreírle de nuevo.

Voulez-vous marier avec lui?

¿Y cómo responder si se tiene la opción de negarse?


« Oui, je veux. »

Después la giraron, y la enfrentaron al Conde, que todo nervios le apartaba el velo. Fue a besarla, ella comenzó a verlo todo borroso, casi negro.

« Plus vite, plus viiiiiiteeee! » -se dijo a sí misma.

Antes de que la besara, se desmayó.


* Madre... Mamá... Cómo os extraño..., ¡Oh, mamá...! ¡Si estuvierais aquí...!
** ¿Queréis casaros con él?
*** Sí, quiero.
**** ¡Más rápido, más ráaapidoooo!

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Inyigo_de_loizaga


Miró a la niña con gesto de desapruebo. “Ilusa”, pensó el conde, “se pensará que un tonto desmayo la salvará, pero no estaría yo tan seguro. A lo mejor incluso podré moverme mejor cuando estemos encamados”. Sonrió irónico, farfullando en su interior, y muy seguidamente hizo dos aspavientos hacia el obispo, que aguardaba poco sorprendido a que alguien recogiese a la novia, tendida a los pies de nobles y gentiles.

- Pero por Dios bendito, que alguien recoja a la condesa.
– reaccionó por fin, viendo que ni la servidumbre la apartaba de en medio, y echando miradas inquisitorias hacia los lados, bajó del pequeño estrado que insinuaban dos tímidos escalones, y deshaciéndose de las pieles de zorro echadas al cuello, se frotó las manos y clamó, sin importarle si arrastraban a Ivanne desde los pelos o la dejaban aún ahí tirada:- ¡Mis nobles amigos y parientes, demos comienzo al convite!

Con el bramido, salieron trovadores y juglares desde los palcos del salón, acompasando las conversaciones que en ocasiones culminaban en sonoras carcajadas de alegría. ¿La alegría de quién?, desde luego el conde no; no estaba nada orgulloso con el matrimonio, se esperaba una niña un poco más crecida y menos ancha, y desde luego más solícita y cariñosa. Corría el rumor de que las francesas eran agradecidas en el lecho con quien muchos poderes y recursos tenía, y desde luego, él, que era el conde de Tafalla y el más próximo de los leales al Rey navarro, no se quedaba atrás. Pero para su enfado, no parecía ser suficiente.
Los bancos y sillas que antes sirvieron a los invitados durante la ceremonia, ahora servían de asientos para las nuevas mesas que habían acoplado casi al instante. Donde antes se había improvisado un altar, con el arco lleno de flores y cirios apostados a los cantones, ahora se hallaba la mesa nupcial en donde se sentarían los novios y los invitados de honor, según jerarquías. Como hecho insólito, el conde había consentido que además de él, el de Gormaz y la francesa, se sentara junto a ellos el Marqués de Gondomar. Ya lo había amenazado una vez, aunque solo hubiese sido de refilón y muy sutilmente, casi aguardando a una respuesta hostil por parte del navarro; pero el de Loizaga ya era perro viejo y se conocía tal tipo de tretas, jamás se atrevería a amenazar tan indiscretamente a otro noble, menos si tenía relación con la familia de la criaja dichosa. Maldita Ivanne, más que solucionarle los problemas de sucesión, le estaba provocando otros tantos con sus límites, porque se podría decir que la Josselinière saltaba a la comba con lo que el conde consentía y lo que no.

De momento, ya había consentido el desmayo, pero ahora no le haría un desplante en su propia boda, por lo que reclamó a la servidumbre que la trajeran de vuelta. El banquete estaba por comenzar.

- Traed a la condesa.- instó, desairado, tomando asiento en su respectivo lugar.

- Señor, conseguimos despertarla, pero volvió a perder el conocimiento.

- ¡Maldita sea!, ¿tan inútiles sois? ¡Despertadla de nuevo, no acabéis con mi paciencia!, y a ella decidla que su esposo la reclama, debe obedecer, la quiero aquí a mi lado, comiendo como es debido. Hoy me pondré las botas y espero que ella haga lo mismo, y que disfrute, que disfrute mientras le dura, porque después la quiero limpia para el encamamiento.

- Sí, señor conde.

Desde luego, no doblegaba su voluntad con facilidad, y aún menos consentiría que una insolente cría se atreviera a jugar con su humor, tan volátil por aquellos días, debido a las preocupaciones con los problemas surgidos con la herencia del título y feudo. Tenía hambre, pero aún más ganas de comerse a la niña y plantar su semilla, una semilla llena de fortaleza. Era necesario, era urgente, era imprescindible hacerlo ya.

No obstante, sabía bien que cada cosa debía hacerse a su tiempo, y en lo que invitados y parientes tomaban asiento, observó con sumo placer el resultado de los días de esfuerzo y trabajo: los platos de comida comenzaban a correr –jamón, queso, pan y otros entrantes, humildes pero deliciosos-, no sin antes haberse servido debidamente la mejor cosecha del año en vinos. Al traer un criado una de las bandejas, el conde de Tafalla la tomó para sí y la dejó sobre su mesa, egoístamente.

Llamó a Arangil después.

- ¡Gormaz, venid! ¡Venid, venid a mi lado, a vos os corresponde, mi leal y fiel primo! Necesito con quien chancear un rato, ya he pasado por el mal trago y ahora me toca disfrutar debidamente. – rió con fuerza, atragantándose con una loncha de jamón. Dio un trago al vino para reponerse y ordenó que le trajesen otra copa al de Híjar- Vos, Arangil, conocéis bien los infortunios que trae el matrimonio, ¡pues bien!, no estoy yo dispuesto a eso, y Dios y Aristóteles me proveerán de muchos hijos en estos años que me aguardan, porque aún viviré más. ¡Aay, Gormaz, si esto no es vida, bajen los Arcángeles y lo vean! –volvió a reír, ciertamente animado- Ahora decidme, en lo que tomáis asiento junto a mí, y sedme sincero porque no quiero andarme con rodeos. Si conocéis a este truhán gallego, este que sentará ahora junto a mí y mi esposa, quiero saber de qué pie cojea y en cuál se apoya. Le habéis defendido Gormaz, incluso poniendo en duda mi resolución, y a mí mi olfato me dice que ni es trigo limpio ni se merece pisar tierra tan honrada como lo es mi condado, así que después de la insolencia que habéis cometido, me debéis esta respuesta y las siguientes que vengan. ¿No os resulta extraño su comportamiento? ¡O a lo mejor soy yo, porque los gallegos con aquello de la morriña…!

Aquello último lo había dicho alto, demasiado, a sabiendas incluso de que lo hacía. De hecho, había sido a propósito, porque si él no se atrevía a lanzar serpientes y ponzoña contra el Marqués en medio de tanta gente, sí era capaz de lanzar el puñal discretamente y dejar que lo devolviera con saña e inquina, a vistas de todos.

Entre tanto, observó a la condesa, que entraba de nuevo al salón, acompañada por tres criadas, las mismas que la habían vestido. Vio su rostro serio y triste, pero al que no reparó, y siguiendo con la chanza, ignoró si la niña se sentaba o no. Lo que sí hizo, y para que quitara esa cara de amargada, fue ofrecerla una copa de vino.

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Astaroth_14


Frenético. No cabía otra palabra para describir el día. Parecía que hacía un siglo desde que había amanecido, y aún quedaba el banquete. El Conde rumiaba en su contra, esperando que aquellas palabras llegasen a oídos del gallego, pero gastaba bilis en vano. Astaroth no se encontraba en el banquete, sino rondando las habitaciones de la nueva Condesa. Cuando no hubo nadie cerca, dejó de disimular y llamó a la puerta. Una criada de cara plana le abrió la puerta.

Debo ver a la Condesa. Dejadnos.

El tono era suave, pero no dejaba lugar a dudas, no era una sugerencia. Como una ordenada procesión, las criadas salieron de la alcoba, dejando a Ivanne y al Marqués sólos. No pasaría mucho antes de que el Conde se enterase y mandase a buscarles, eso estaba claro, era un hombre terriblemente celoso que, a buen seguro, se enfurecería de pensar que su joven yegua estaba a solas con otro hombre. Otro hombre con el que llevaba semanas viajando a solas, claro, pero eso seguramente no lo pensaría. No obstante, aquello les daba poco tiempo.

¿Estáis bien?-su voz tenía un matiz de lástima. Ivanne había sido fuerte, muy fuerte, pero aquel día la había sobrepasado. Y aún no había llegado lo peor.-Mi pobre niña...

Estrechó a la joven entre sus brazos, paternal. Sabía que era lo que debía hacer, que era lo que ella necesitaba. Algo que le recordase que no estaba sola. Podría haberle hablado de planes para acabar con el Conde, o más allá, de cómo ganar la guerra que se avecinaba. Pero aquello sería demasiado. Un día, Ivanne sería fuerte, muy fuerte, más que él mismo, y dirigiría la Reforma hacia la victoria. Pero, de momento, sólo era una niña asustada que necesitaba sentirse acompañada.

No tenemos mucho tiempo, pero os he traído algo.-sacó la cruz de plata con el pez-Besadla, apretadla contra vuestro pecho. ¿La sentís? Esta noche no podréis llevarla, pero no la necesitáis, vuestra Fe está dentro de vos, no en una sortija. Dios os ayudará, y esta prueba os hará más fuerte. No dudéis, hacéis Su obra, y Él os colmará de parabienes en recompensa. Confiad en mí. Res nova cotidie. Reforme pour toujours.

Le dio un suave beso en la frente a la joven, antes de salir por la puerta. Las doncellas seguían ahí, pero al Marqués no se le escapó que faltaba una. Sonrió, mientras las dejaba atrás. A buen seguro, al Conde se le iba a atragantar la cena.

Mientras contenía la risa ante la imagen mental del viejo Conde asfixiándose con un trozo de jamón, recorrió el Castillo hasta la gran sala, donde se celebraba el banquete. Observando a los cortesanos de reojo, recorrió la distancia que le separaba del sitial donde el de Gormaz y el de Tafalla estaban ya sentados. Como suponía, la mirada del Conde era destilado de odio.

Sabed disculparme, mis señores, mas hube de retrasarme. Quería comprobar que mi joven pupila está en perfectas condiciones para cumplir su papel esta noche.-sacó su daga y, con un rápido movimiento, ensartó un pedazo de carne que llevó a su plato.-Parece ser que la sequedad del ambiente de la península la perturbó, haciendo que las emociones del día la desbordasen. No obstante, bajará en breves, y seguro que mi señor Conde disfrutará de una grata noche en su compañía.

Dio un largo trago a la copa de vino, como quien no quiere la cosa, sin perder de vista al Conde. Habría que ver cómo reaccionaba al vino aquel patán.

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Ivanne
Nadie se esperaba que la Condesa regresara al banquete nupcial, ni mucho menos que supiera mantener la compostura. Pero Ivanne, que había sido educada con la mayor finura afrancesada posible, y en cuanto a sus amplios conocimientos de saber estar y comportarse, había previsto la situación. Antes, incluso, de llegar a Tafalla, ella ya había repasado mentalmente lo que se esperaba en lo que a su dignidad respectaba. Educación, saber estar, buen hacer... Lecciones que jamás olvidaría, porque ella, que comprendía que apenas era una marioneta para su familia, se había hecho cargo ya de su situación; concretamente, y en lo que el vino la ayudaba a divagar, comprendió que las mujeres en aquel mundo sólo servían para dos cosas a vistas de los hombres: traer hijos al mundo, y también problemas, por lo que se esperaba que estuviesen calladas y se mantuvieran cordiales en todo momento. Algo que no estaba en la naturaleza de la Josselinière, pero que sí había estudiado con gran esmero. Jamás, hasta aquel momento, pensaría que ésto le fuera a ser útil, pero ¡vaya por Dios!, la de sorpresas que da la vida.

Miró a Íñigo. Su marido. Aquel bastardo insensible, rudo y sin maneras. Por un momento se apiadó de él, pero después concluyó en que la piedad no era por aquel hombre, sino por sí misma, y por lo que la haría aquella misma noche. La impaciencia del Conde era perceptible y pese al jolgorio y la amena conversación que mantenía con Arangil y Astaroth, de vez en cuando, observó, la miraba con sigilo y cautela, advirtiéndola de lo que ocurriría. Ivanne, toda orgullo, por no deshacerse en lágrimas se reprimía y embriagaba con el néctar de Baco. Era la primera vez que bebía vino, uno que había sido endulzado y especiado para ella, y a Fe que le estaba cogiendo gusto a aquello de empinar la bota. O más bien la copa.

La comida, pese a lo deliciosa y su buen olor, no sucumbía la tentativa de la niña. Ora se mesaba los cabellos, con disimulo, ora daba un respingo y volvía a beber de la copa de plata. Lo que no ocurría con el Conde, de hecho, que ya estaba tan animado que incluso bromeaba con la servidumbre. ¡Qué modales! ¡Qué falta de decoro!, pensaba Ivanne, que no había visto jamás tal. A tales lides se acostumbraría más adelante, y comprendería que en ocasiones se debía recompensar a sus leales con amenidad y cordialidad. Pero por aquel día todo rastro de ingenuidad se había esfumado de ella, tan sólo mantuvo el decoro exigido.


Observó cómo bebía el Conde. Ya había contado al menos diez copas de vino, la mayoría habían sido desparramadas por el suelo. El viejo verde se reía, y en su regazo sentaba a las sirvientas que se acercaban a servirle más la copa. Astaroth le imitaba, pero con cierto aire siniestro... Y desde luego, no, él no estaba bebiendo tanto. Pero bien que se reía... Las palabras de consuelo que la había dado se convirtieron de pronto en rencor, y cierto odio, se había pasado a su bando. ¡Ten Fe!, la había dicho. Es fácil desear parabienes cuando uno ya goza la dicha. A más de una muchacha había despachado, que ahora propiamente el Marqués de Gondomar se encargaba de servirle el vino al de Loizaga. No en vano Astaroth ya había sido el copero de una reina, oyó decir alguna vez durante el envite. De esas historias que se cuentan y que uno jamás presta atención...


Comenzó a tener sueño. Los nervios, la desazón, el vino... Todo influyó.

    « Ten Fe, Ivanne, porque es lo único que te queda. La llevarás en tu interior, y de ella harás una coraza, tan fuerte y letal, que ni tu peor enemigo podrá atravesarla; no hay mal que pueda herirte, porque Dios está de tu lado. »




Se despertó sobre la mesa, no había pasado mucho rato desde que se quedara dormida, pero ya era de noche. El banquete había durado todo el día. Se frotó los ojos, con desconsuelo, y reparó a su alrededor. Varios de los invitados estaban ya cansados, febriles por más vino, y el Conde mientras tanto haciendo alarde de su buen estar. Reía, aún más que antes, e incluso tosía del esfuerzo que le suponía. Se tambaleaba, aplaudía... ¡Silencio!, yo puedo; eso era lo que decía.
Después la miraba a ella... Y por de pronto se sintió sentenciada. La tomó en volandas, pero pronto la hubo de regresar a su asiento y ordenarla que se levantara ella sola, que le siguiera. Él ya no estaba para esos trotes, pero sí para los de otro tipo, y dispuso que los invitados continuasen con la fiesta, que él pronto regresaría, pero antes debía sellar lo que ante Christos ya se había celebrado. Oh, Ivanne, qué has hecho para merecerte tal...

No hubo mayor ceremonia, él no quiso que la preparasen para el encuentro. Nadie la había informado de lo que sucedería, y la vana idea que yacía en su interior se escabullía por donde había entrado para jamás regresar. Rasgarse las vestiduras... Y de su capa un sayo. Era todo lo que debía hacer. Mostrarse valiente, pero el vino ya había borrado todo rastro, y si te he visto no me acuerdo.
Era viejo, pero hábil, ¡vaya que si lo era!, que con desatar dos lazadas ya la había desvestido. Se sentía desnuda, pese a no estarlo, pues llevaba una camisa larga de lana fina. Ordenó que se descalzara, y que se subiera a la cama. Pronto pasaría. Así hizo.


Una vez derramada la semilla, tuvo la decencia de comprobar. Se congratuló al ver la sangre, y aunque aún en su estado de embriaguez, fue capaz de deslizarse y salir de ella. Desde el borde de la cama la miró por última vez, y salió de la alcoba presto, a por más vino.
En cuanto a ella, se decidió a no llorar, a no hacer gesto alguno. Aquellas paredes jamás verían su flaqueza, ni asomarían en su más recóndito yo, porque no estaba dispuesta a permitirlo. Le dolía la matriz, las piernas le temblaban y la voz apenas le salía. Pero durmió, tranquila. Por hoy no volvería.


A la mañana siguiente se escucharon gritos de traición.


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« Los pendones a media asta, así se hace en la tierra de donde procedo. Austeridad absoluta, es lo que se espera. Y... Mientras tanto... » -las noticias habían volado. El Conde, sin saberse cómo, había muerto la misma noche en que la desvirgó. Exactamente tras salir de la alcoba. Algunos decían que había bebido demasiado, que fue una caída tonta que terminó por romperle el cuello... Otros ya hablaban de conspiración.

Ya habéis oído a la Señora de Lasseran. Haced lo que os dice, en tanto que busquemos al Duque y se encargue de la regencia. El Conde así lo quería.

« Yo soy la Condesa de Tafalla, triste mayordomo. Guarda tu lengua, porque a mí me corresponde la regencia. No se requiere avisar a nadie, si el Conde hubiese querido tal me lo hubiese dicho. Tal era su amor por mí. Traedme a todo aquel que lo dude, porque en mi lecho tengo la prueba que me legitima. Hubo sangre, y sangre seguirá habiendo si hay quien osa rebatir lo innegable. » -sentenció, fingiendo ofensa. Su posición era tan débil... ¿Cómo podría haber sucedido?, ¿tan torpe era el maldito viejo? ¿A qué aferrarse si se está entre la nada y un clavo ardiendo?, evidentemente, el clavo era la mejor opción. No huiría más, en su casa no la volverían a acoger. Su cometido era dar hijos al Conde... Pero el Conde ya no estaba. ¿Ahora debía buscar otro hogar, rehacerse de la nada?, ni pensarlo. Tafalla era suya, desde la misma noche en que Íñigo de Loizaga la tomó, y pasaría por el acero a cualquiera que fuera en contra de ello. Así se hacía en su tierra, así debía ser. Se vio sola, sin embargo, y pronto recurrió a la triste idea que hasta entonces le había mantenido firme: su único apoyo, Astaroth, ¿dónde estaría?- « ¿Dónde está el Marqués? »

Mi Señora... Condesa, se fue de madrugada, como el resto de los invitados. Durante el encamamiento exactamente. ¿Requerís su presencia?, aún podríamos contactar con él.

Al menos, tras lo dicho, el mayordomo se mostraba más solícito. Y no supo por qué, ni en qué momento de su existencia, pero recordó las conversaciones que hasta la fecha había mantenido con el de Gondomar.

    " Un hombre sin herederos. Podéis obtener mucho poder... si jugáis bien vuestras cartas. [...] Cuando accedí a acompañaros, me comprometí a ayudaros, y es lo que pretendo hacer. [...] No podéis rechazar el compromiso, pues vuestra familia os repudiaría. Tampoco puedo, a fe, ahorraros el encamamiento. Pero, en ese momento, y hasta que le deis un nuevo heredero, si al Conde, que saben los Tres que es anciano, le sucediese algo, seríais vos su heredera. Si necesitáis de mí un servicio, el que sea... sólo pedidlo. "


Vaya con el Armiño... Pensó. Audaz, intrépido, precipitado. Fugaz, desde luego, no tuvo ocasión de deleitarse en la confabulación y así remediar el odio que sentía por el infeliz fallecido.


Se alzó de su asiento, no había salido de la alcoba en todo el día, pero ya era hora de hacerlo; y demostrando carácter e inteligencia, formuló lo que para los restos sería su salvación.


« Oídme bien, que no lo repetiré, porque ahora mismo Tafalla soy yo y la voluntad del condado será dispuesta al grito de una sola vez. El apellido de Loizaga a mí me corresponde, la unión hecha así lo determina, y ninguna fuerza mundana podrá desestimar lo que Dios ha escrito. Por ello quiero que donde anoche hubo banquete, hoy haya jura. Haréis llamar a todos los vasallos de mi difunto esposo, en paz descanse, y dispondremos su reafirmación; los votos de lealtad serán cerrados con el ósculo feudal, como antiguamente bien se hacía, pues sé que Navarra es reino de costumbre. Donde antes estuvo el altar, situad ahora un trono digno a mi condición. Mientras tanto, vosotros, que me serviréis en estas tierras, haréis los preparativos para el cuerpo del Conde y me juraréis también.

Ésta es mi gran reforma. Con la ayuda de Dios, y de mi lado la ley. En lo que respecta al castillo, cerrad puertas, que nadie entre ni salga, y decretad el estado de excepción. Tafalla está de luto. »


Y tras el velo de luto, una guerra se alza.
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