Mikumiku
De nuevo tan dulce, tan encantadora. La oyó acercarse y dedicarle aquellas palabras amorosas y el corazón se le deshizo en el pecho de alegría. Miku empezó a creer que podían conseguirlo, que no era una fantasía pensar en convivir juntos de nuevo después de todo lo que había ocurrido. Siempre se había sentido afortunado a su lado, feliz, y aquellas sensaciones volvían a abrirse paso hacia la luz desde lugares remotos. Si bien el dolor y la pena lo habían perforado con cuchillos al rojo vivo, ahora otros recuerdos inundaban aquella vía de escape con los recuerdos de caricias y momentos prohibidos donde tantas veces se habían alejado del mundo para disfrutar de su paraíso propio.
La notó apoyarse en su hombro, tan perfecta, tan delicada aunque escondiera tan enorme fuerza en su interior. Se sintió empujado a besarla, y decidió esta vez cuidar las formas y acordarse de guardar el tacto con respeto. La mano vendada que descansaba en el regazo de la pelirroja empezó a convertirse con vida propia en una caricia que se deslizaba por la femenina pierna donde reposaba.
Pero fue interrumpido antes de nada de aquello. Cyliam le asió con fuerza y se mostró preocupada ante la inminente llegada al convento. Tranquila, no pasa nada. Ya sabes que el Altísimo cree en las segundas oportunidades, deberían verlo bien. Y si no, seguro que se alegran de tener un niño menos del que estar pendientes. Intentó parecer positivo y alegre, pero en realidad estaba tan nervioso que le dolía el estómago y temía que le castañetearan los dientes. Apenas habían pasado unas horas desde que se había enterado de que era padre, y el shock al saber que habían traído al mundo a una criaturita en su ausencia aún le duraba.
No tardó en detenerse el elegante carruaje. Miku bajó el primero, notando el aire helado pero acostumbrado al frío de hacía un tiempo. Agradeció mentalmente a Wallada que le escogiera aquellas prendas cómodas y algo más protectoras contra los elementos. Mi señora. Desde allí le tendió la mano a la pelirroja para ayudarla a cubrir la distancia hasta el suelo. Estaba impaciente y el corazón le latía con fuerza, no podía esperar.