Al cruzar ávido las calles, las pocas personas que aún no se hallaban en casa, entraban en ellas, al reconocer el hombre de la armadura, que caminaba erguido, con el semblante serio y la mirada distante, flanqueado por ambos lados de una veintena de soldados a pie y precedido por una una decena de ellos a caballo. El de Castelldú, en aquellos instantes, llevaba a Tenebrosa desenvainada, con la punta hacia arriba. La capa azul oscuro se mecía por el movimiento, igual que su cabellera y la vaina sonaba al golpeatear contra el cuero y la armadura a cada paso.
Una mujer se cruzó en su camino, frente a él, a espaldas de los jinetes. La mujer se hallaba visiblemente nerviosa. Se arrodilló en el suelo.
-¿Pero... que pasa Señor? La ciudad esta llena de solados... ¿Por qué? -Murmuró apenas, con la voz quebradiza.
Los soldados tras el General hicieron ademán de acercarse a la mujer, pero los detuvo con un gesto con la mano.
-Aquí no estáis segura. -Dijo el militar, ayudando a la mujer a levantarse.
-Id a vuestro hogar y esperad. Todo se solucionará.
Tras el pequeño incidente, en pocos minutos, llegaron al Castillo de Caspe, dónde se suponía debía hallarse el Duque. Antes de poner en marcha la operación, había enviado algunos soldados al Castillo de Chiprana, pero no habían hallado allí al Duque. Tras ser interrogados, los criados habían dicho que creían que el Duque había pasado la noche en Caspe. Por tanto, debía hallarse allí.
Con la espada en la mano, abrieron las puertas principales y cruzaron los pasillos hasta la sala de audiencia. Allí el General dividió las fuerzas en tres grupos.
-Vosotros, id a las estancias principales. -Dijo señalando un grupo de una decena de soldados.
-Vosotros vigilad las entradas y revisad esta zona. -Señaló un grupo un poco más numeroso.
-Los demás, venid conmigo. -Se dirigió al conjunto.
-Si le halláis, hacedmelo saber.
Se llevó a los restantes, que eran apenas siete soldados, hacia la zona de despachos. Al llegar encontraron la puerta abierta, pero el despacho ducal estaba vacío. Revisaron las salas contiguas, con idéntico resultado.
Minutos después, volvieron a la sala de audiencias. Ninguno de los grupos había encontrado a nadie en el Castillo. Estaba seguro que nadie había podido salir ni entrar de la ciudad sin que lo supiera desde primera hora de la mañana. Mucho menos salir del edificio, cuando entraron al Castillo, dejando hombres apostados en la entrada. ¿Dónde se había metido Longestic? No tenían intención de apresarle, ni mucho menos de hacerle daño. No tenía razón para esfumarse así.
-Excelencia. El Señor de Fabara está en la puerta. -Dijo un soldado. Probablemente uno de los que vigilaban la entrada.
-Hacedle pasar. -Dijo el General, mientras tomaba asiento en el trono Ducal de la sala de audiencias. Envainó la espada.