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[RP] "De futuros y diademas"

Montserrat


Al entrar en el palacio Montserrat sentía un sin fin de sensaciones extrañas,por una parte,nostalgia del convento y las novicias cercanas a ella con quienes había compartido tanto,también sentía curiosidad,quería conocer absolutamente todo,desde la cocina hasta los nombres de la servidumbre,por otra parte,sentía tristeza y preocupación por el trato que debía dar a su nueva familia... su mamá Ederne le había comentado en el viaje que tenía mas hermanas y un hermano y aún no los conocía ¿y si no les gustaba? ¿y si la rechazaban?

Luego una señora muy amable,cuyo rostro no conocía, la condujo hacía su habitación, y con una sonrisa esta le dijo:

-¿Qué hace una damita tan bella solita por los pasillos de palacio, acaso os perdisteis pequeña?

Montserrat simplemente asintió.

Seguidamente se dejo conducir por el camino el cual aquella mujer parecía conocer muy bien,terminando en una extensa habitación,solo ocupado por dos personas,su madre y ese hombre el cual nunca antes había visto.
Nicolino


Problemas y conspiraciones. Problemas. ¿Problemas?¿No hacía él, acaso, tal como con su madre, todo lo posible para que no llegaran a ella?. Cada vez más frecuentemente el Borgia se sentía herido por la falta de reconocimiento del Soberano a su Ministro. Y cuando eran malas las noticias, no se culpaba al designio divino que causaba la desgracia, sino a él, que como emisario, era quién tenía el siempre funesto deber de comunicarlas.

Pero bien. Ya que últimamente obviaba demasiadas cosas, decidió ignorar la que sería solamente una más en un mar de frustraciones. Aún así, suspiró, forzando una sonrisa. Puso su mano en el hombro de Ederne, imponiendo una distancia, ante su paso deshinibido. Ante una negativa así, era lógico se revistiera de una frialdad invernal.

-No.-dijo con severidad- Simplemente venía a pediros explicaciones de qué razones os motivan a desaparecer de la noche a la mañana, cuando pesa sobre vos la carga de ser Infanta y Princesa, y más incursionando en suelo catalán.

Mas su mirada habría de desviarse...una niña...una niña con gesto vivaz, ojos glaucos y cabellos castaños, ingresó en la habitación súbitamente. ¿Qué era aquello?. El Borgia observaba, atónito, a aquella invitada indeseada.

-Ederne.-la fulminó con la mirada-¿De qué noble es...este rehén?

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Ederne_bp


Desde que el Borja había irrumpido en su habitación sabia que debería dar razón de sus últimos actos, más aun, aquello iría para largo. Si, su tono de voz, su mirada y su actitud, hacían pensar a la Berasategui que aquello no sería una leve charla de bienvenida.

Se acerco hasta la mesa que había en su habitación, donde reposaba una botella con vino caliente y copas… copas, ¿porque el servicio ponía más de una en aquella habitación? ¿Acaso esperaban que el Borja asistiera? O ¿quizás el mismo había pedido que pusieran eso allí? - en eso pensaba la infanta, analizaba los movimientos de su acompañante e hizo amago de asombrarse ante las palabras de el. ¿Venís? - dijo tomando la copa en su mano y sirviéndose vino - ¿vos queréis que yo os de explicaciones a vos? – Sonrió irónicamente - no os debo explicaciones de mis actos, Nicolás, os recuerdo que soy una mujer libre de las ataduras de vuestro apellido - bebió vino y le miro.

Se acerco a él, sigilosamente, sin perder el poder de su mirada, que le seguía al estar cada vez más en contacto con él, le tentaba, le extrañaba y aunque sabia no podía… moría por besarle, por disfrutarle una vez más… la mirada se intensifico, y los cuerpos casi se rozaron, mas el encanto se deshizo de golpe. La puerta de la habitación se abría sin siquiera un golpe que anticipara la pequeña entrada.

La mirada de ambos se desvió hasta la puerta, donde el pequeño cuerpo de la niña se hizo a contraluz de las antorchas que alumbraban el pasillo.

La Berasategui soltó la copa y se acerco a la puerta, tomando a la niña en brazos. Tras el cuerpo de la pequeña, el porte regio de una de las doncellas encargadas de su cuidado desde aquel día.

Lamento importunaros, señora – dijo la mujer afligida ante la interrupción – estaba por los pasillos, creo que perdida, yo... – intento justificarse la mujer.

Podéis retiraros - dijo Ederne y cerró la puerta tras de sí, mientras la mujer hacia una reverencia y se devolvía tras sus pasos.

La infanta miro a la pequeña y le sonrió - ¿tenéis frio? - Pregunto a la niña en un susurro, que aun permanecía en sus brazos y le rodeaba el cuello con sus manitos, esta asintió y se estremeció por el frio y porque no, por la voz gélida del Borja.

Por un instante la infanta había olvidado que él estaba en la misma habitación y que había visto a la pequeña.

No es rehén de nadie, Nicolás, y no os voy a dar explicaciones de nada, os pido que os vayáis de aquí, como ves, ya no es necesaria vuestra presencia.

Dio la espalda al Borja y se acerco con la pequeña hasta la chimenea, la bajo de su regazo y atizo un poco más el fuego – ¿os gusto vuestra habitación, Montserrat? – pregunto obviando al Borja, realmente rogaba interiormente que él se fuera y no se quedara a pedir explicaciones de lo acontecido, bien sabia aquello sería un milagro, pero lo intentó de todos modos. – quedaos aquí cerca del fuego, se os pasara el frio, pequeña mía, ¿queréis dormir con mama?

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Nicolino


-...¿Queréis dormir con mama?-había pronunciado ella, y esas palabras le hicieron obviar todo lo anterior. Sólo la última resonaba en su interior, en aquel momento en que todo se detuvo. ¿Había sido un verdadero error, o ella, de verdad, controlaba la situación, como siempre temía hiciera?. A veces, la sutileza propia de aquella mujer, podía hacerle caer en la manipulación...

Pero no pensaba en aquello en ese momento.

-¿Ma...má?¿Madre?¿Eso has dicho?
-Ignoró, por un instante, la presencia de la niña. Su mirada, amenazante, no contemplaba la traición: su voz se alzó, queriendo imponerse. La de no haberselo dicho, porque cualquier otra, siquiera era capaz de concebirse dentro suyo. Parecía querer afirmar que aquella laxa libertad aparente, concedida cuando tomó sus votos, no era una realidad, quería negar el paso del tiempo, la sucesión de hechos, sus obligaciones y la liberación de quién fuera su esposa.

-No será rehén de nadie hasta ahora, pero desde este momento sí lo es: mío.-pronunció, controlando su ira, intentando pensar, mas no lográndolo con claridad.-Os prohíbo salgáis de estas habitaciones hasta que me hayáis confesado vuestra verdad sobre el origen de esta débil criatura. Queda, desde este instante, bajo mi..."protección".

-Os conmino a obedecer mis órdenes, pues esto es serio.-No eran palabras que debieran oírse en boca de un autoproclamado hombre de Dios...

...pero él temía, ante todo, y era causa de su firmeza, que ella le desautorizada con su risa y relajo. Su mirada señalaba que no sucedería esta vez, y que estaba determinado a llevar su decisión hasta las últimas consecuencias. La verdad debía ser sabida. Y no entendía cómo. Cuándo. Por qué. Sólo había una forma, pero dudaba, la había extrañado, había pecado. La niña tenía unos pocos años, y no desvió su mirada para buscar similitud.

La duda era debilidad que no quería asumir.

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Ederne_bp


No dejó un solo momento de mirar a los ojos de su pequeña hija, ella, que no entendía nada de aquel hombre, ni comprendía las palabras que enviaba, ni de rehenes ni de protección. Le sonrió, sin mirar siquiera a Nicolás Borja.
Beso la frente de la pequeña y le susurro - ¿quieres esperarme en la cama, preciosa? Sacare a este hombre de Dios de la habitación para que durmamos – le tomo las manos y sonrió un poco - juntas.

Se puso de pie cuando aun la pequeña asentía, mirando de reojo al hombre, que la tomaba por rehén.

No os hará daño, pequeña – le dijo mientras la guiaba hasta la cama y la ayudaba a subir - es inofensivo, solo está algo sorprendido con vuestra llegada a palacio - le dijo mientras la arropaba bajo las mantas - ya regreso – le dijo con una sonrisa.

Se volteo y por primera vez, en lo que iba de conversación, se fijo en las facciones de Nicolás, se notaba contrariado, molesto y lleno de dudas. La frente de éste estaba arrugada, no precisamente por los años, sino por la noticia que acababa de recibir.

Había temido a aquel encuentro, pensaba regodearse en otro instante y circunstancia, donde poder sacar mejor partido a la situación, manejarla a su antojo y al fin y al cabo, contarle todo, luego de haberlo visto sufrir.
Mas todo se había adelantado, el estaba ahí, y no podía esconder a su hija. Le debía explicaciones, que ciertamente no estaba dispuesta a responder aquella noche.
Le vio apoyado en la robusta puerta de roble, cual guardián que cuida prisioneros, ahí, su hija y ella a merced del Borja.

Moved vuestro trasero de mi habitación - le dijo desafiante frente a él – mi hija necesita descansar, no precisa de un energúmeno loco que la asuste - hizo ademan de tomar el pomo de la puerta - tendréis todas las explicaciones en la habitación contigua, moveos- no bajo su barbilla, como tampoco pestañeo, nada que hiciera de ella, la débil mujer que él deseaba en aquel instante. Lucharía, aquella noche, lucharía para no decirle la verdad, o contársela a medias, a su mejor interés, y sufriría, se juro a sí misma, que le haría sufrir.
Espero a que se moviera de la puerta, lo cual, luego de unos segundos de mantenerse ambos la mirada, hizo. Abrió la puerta y sintió las pisadas de el aproximándose a la habitación contigua

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Nicolino


Recuperó la conciencia cuando ya salía de la habitación, ofuscado, mohíno, frustrado nuevamente por la voluntad de aquella mujer. Se detuvo. ¿Qué hacía?¿Cuándo fue que se había doblegado ante ella, o Ederne le había impuesto su retirada?. Aquello, le hacía acumular aún más ira en su corazón, el verse fracasar con plena conciencia de ello.

-¡Guardias!¡Cerrad las puertas! Si hoy no puedo saber la verdad, al menos nadie saldrá que aquí.
-ordenó, mientras sus largas zancadas, su paso firme cargado de enojo, se hacía sentir, y en la habitación contigua a la de la Infanta, una vez ella también hubiera entrado, se oía un portazo.

Odiaba hacer las cosas a otra forma que no fuera la suya, y aquello predisponía sus ánimos ante la conversación, al saberse demasiado cercano a los estereotipos que extendían las solteronas petulantes de la Corte, respecto a las otras nobles y sus maridos. Resopló, y la miró con firmeza:

-¿Váis a decirme o no?-sentenció. Se cansaba de sus juegos. Perdía el tiempo, y además, sentía celos. Inmensos, sólo al dudar.

-Ya he tenido bastante con las obligaciones y secretos póstumos de vuestra madre, ¿Que ahora queréis cargar mis hombros con más?-Reprochó, enardecido, y recordó. A veces, ante las ocupaciones reales, se veía excedido de atender a su árbol familiar. Cada vez lo recordaba con más frecuencia, incluídas las nuevas responsabilidades heredadas...

Ciertamente ignoraba el origen de aquella criatura, y, en aquel preciso momento, deseaba que de una vez por todas se extinguieran los problemas que le perseguían, y simplemente se desvanecieran. ¿Para qué deseaba saber la verdad, tantas verdades, si le resultaba amarga como la hiel?.

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Ederne_bp


Es mi hija – sentencio, sin prestar atención al cumulo de frustración que acompañaba a cada palabra y expresión del Borja.

Espero a que el terminara de asimilar aquellas palabras y observo cómo se quedaba sin armas ni argumentos para continuar.

Hizo esfuerzos para no soltar toda la verdad de una sola vez, se hizo esperar y camino por la habitación. Era una pequeña salita que mantenía un par de sillones mullidos, una pequeña mesa de luz y un escritorio lleno de papeles, que servían a la Infanta como distracción o lugar donde podía pensar en soledad.
Sobre la mesa, un candelabro con dos velas que alumbraban el lugar, al otro extremo una pequeña chimenea que se mantenía con un poco de brasas que apenas calentaba el lugar.
Eso debía ser el motivo por el que el cuerpo de la Berasategui temblaba, el frio, o quizás el nerviosismo del momento a solas con el Borja en un estado culmine para ambos.

Se detuvo cerca de la chimenea y puso algunos pequeños troncos apilados a un costado, para avivar el fuego, en otras circunstancias, habría llamado algún lacayo que lo hiciera, pero no quería que nadie escuchara su verdad.

Nació en Lérida, hace algunos años – prosiguió hablando cuando el Borja mantuvo el silencio sin preguntas. – Sucedió poco después de la sentencia de divorcio - giro su cuerpo y se incorporo desde la chimenea - ya era una mujer libre.

La mirada del marqués, se encontraba perdida y distante, analizaba, sin duda, sopesaba cada palabra.

No quise que nadie supiera de su existencia, la llamarían bastarda, sus hermanos… - se quedo callada y luego prosiguió haciendo un encogimiento de sus hombros - supongo ahora entiendo a mi madre. - le miro fijamente - cuido tanto de Leticia, quizás uno tiende a cuidar a sus hijos bastardo, son… - resoplo y se acaricio la sien - más indefensos ante las leyes.
Comprendía lo que debía sentir Leticia durante el tiempo que había vivido en palacio. La Berasategui se había dejado llevar por la ira y los comentarios de palacio, más aun, cuando aquel parecido con el Borja era tan doloroso y simplemente le había ignorado, durante años, porque para ella, era menos doloroso no recordar su existencia ni procedencia, que sentirse traicionada.

Saco aquellos pensamientos de su mente y prosiguió, asombrada del mutismo del Borja que esperaba continuara la historia.

Vivió todos estos años en un monasterio en Lérida, pero tras la enfermedad de mi madre, decidí que no podía ocultarla - se paro al lado del marqués y le miro con furia - pero no permitiré nadie se atreva a hacerle daño.
Le miro, así tan de cerca, le encontraba aun varonil y encantador, recordó en un segundo como su cuerpo reaccionaba a su cercanía.

Es todo lo que tienes derecho a saber - dijo luego alejándose y dejando caer su cuerpo sobre el sillón - no tienes derechos sobre mí, mucho menos sobre mi hija, no te pertenecemos, ninguna de las dos, y si queréis ocupación alguna, tenéis la vida eclesiástica y vuestra nueva hija para ello. - ahi estaba nuevamente su ego herido, aquello le dolía, no podía soportar aquellos rumores, jamás se acostumbraría a ellos - ahora sal de aquí, olvídate de Montserrat y no te atrevas a acercarte a ella.

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Nicolino


Nuevamente ella le tenía en sus manos, y él, torturado por ser plenamente consciente de ello. El corazón, ya no el del joven embarcado en proyectos difusos y dispuesto a luchar por ideales alejados de la práctica, a enfrentar disgustos y beber venenos por agua, se aceleraba peligrosamente ante sus palabras. Era un volcán, y ardía su sangre en su cuerpo, una vez más, como ella lograba.

Empezaría a odiar su presencia...¿De verdad ella quería provocarle aquello?¿De verdad lo hacía por mero afán de herirle? Aquello era lo que más le molestaba...¿Cuándo ella se había vuelto el enemigo, y había comenzado a disfrutar ese tipo de juego?. Era un drástico cambio el pasar de ser deleite a ser tormento.

Suspiró. A cada palabra...con habilidad hasta entonces desconocida, la Berasategui hundía un puñal cada vez más profundamente en él.


-Ederne, estoy harto de vuestros juegos. Estoy harto de tanto juego de palabras y mentiras encubiertas.-algo iba mal en él. Cuando avanzó los escasos pasos que la separaban de ella, supo que ya no se controlaba. Tomó su muñeca, la oprimió con sus dedos, y con un movimiento brusco impidió que llevara su otra mano para liberarse. Gritaba.

-¿ME DIRÉIS SI ES HIJA MÍA O NO?¿Si habéis sido capaz de traicionarme tras todo lo que he hecho por vos?-la oprimía demasiado, cerrándose sus dedos en torno a su delgada muñeca, aprisionándola en total indefensión, sus manos grandes, usándolas contra ella, pero sin alzarlas.

No interpretaba la mirada de sus ojos. No le importaba lo que ella sintiera, quería sus respuestas, no más sarcasmo.

-¿Por qué?¡EN QUÉ OS HE FALLADO YO!-reclamaba, vociferaba, esperando le oyera así, y le tomara en serio, se desproveyera de sus armas de mujer, y redujera sus términos a los de alguien que desafiaba a un hombre con su vida en sus manos.-¡DECIDMELO!¿O ahora estáis muda?¿También lo estuvisteis con él, o gemistéis mucho?

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Ederne_bp


No comprendía como había dejado aquello pasara, le tenía tomada de las manos, le presionaba y miraba de una forma extraña, ¿aquel era el hombre del que se había enamorado? Por primera vez, sentía miedo de él y su reacción, el dolor físico que propinaba a sus manos, nada tenía que ver con el dolor que sentía en su alma.

¿Cómo habían llegado a ese extremo en hacerse daño?, ya no solo eran las palabras sino que ahora seria dolor ¿físico? Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas dispuestas a salir a borbotones, y ella, la Infanta del reino, se resistía. Quiso evitar su mirada, su odio, sus preguntas, eludirlo por completo y no pudo.

Él le gritaba, a tan pocos centímetros de distancia, parecía no ser escuchado, gritaba, y las mismas paredes del palau retumbaban ante sus bramidos.
No es tu hija - susurraba, una y otra vez - no es tu hija – mientras evitaba su rostro para no ser descubierta en la mentira. Cerró los ojos con fuerza, conteniéndose mientras él la apretaba mas y mas, pudo mirar sus muñecas y verlas enrojecidas por la presión. Debería usar varios días mangas largas y guantes, y por primera vez en lo que iba de invierno, agradeció el clima helado que azotaba la región.
Las últimas palabras del Borja, le dieron las últimas fuerzas para soltarse de él. ¡DECIDMELO!¿O ahora estáis muda?¿También lo estuvisteis con él, o gemistéis mucho?

Le falto la respiración, por un momento recordó la última vez que ambos yacieron en la cama, y como había reaccionado a sus caricias y besos, a su entrega, mutua a pesar de la distancia que existía para ese entonces entre ambos. Le recordó entre sus piernas y luego rendido sobre su cuerpo con la respiración entrecortada. Ahora, no había nada, no existía nada, el había terminado con todos esos recuerdos que mantenía en lo más hondo de su corazón.
Tomo coraje y le miro con odio – y vos, ¿ acaso gemisteis cuando yaciste en el lecho de…? - corto la palabra, no podía, jamás había podido siquiera decirlo. Aun sentía la presión en las muñecas cuando agrego - lo disfrute.
Sintió como los latidos se agolpaban en sus muñecas cediendo a la presión de las manos de él, le había soltado, hundió sus manos en su vientre y bajo la cabeza, sumida en el llanto que aquella declaración le había significado.

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Nicolino


-No es tu hija...

-¡DILO MÁS ALTO!-fue el bramido que salió de sus fauces cuando escuchó esas palabras.

-No es tu hija...-volvía a susurrar ella, las manos del Borgia cerradas con fuerza en torno a sus muñecas, oprimiéndola, sacudiéndola con vehemencia, queriendo sacar la verdad por la fuerza de los labios, no dejarle otra opción más que, por medio del miedo, hacer que confiese. Se habían terminado sus juegos, y parecía poseso de una fuerza que largo tiempo había reprimido dentro de sí, ante las continuas provocaciones de su esposa, tan empeñada en jugar con él.

-Lo disfrute.-lo que tanto había temido por años, ahora era una fría realidad para él. No le importaba negarlo, no lo cuestionaba siquiera, sino que lo asumía como un hecho, que su desconfianza acrecentada por sus celos, le había hecho creer desde hacía mucho más. Era aquello que, aún sabiéndose seguro, le hacía creer engañado y traicionado. Sintió su respiración transformarse en bufidos de rabia sólo al imaginarla con otro hombre, el mancillar su honor y el dolor de tantos años desperdiciados.

¿Estaba satisfecho de haber visto confirmadas sus sospechas? Su puño estaba cerrado, temblaba, y Ederne se había soltado de él. Pero él alzó la mano en un instante, encolerizado, y con la Infanta intentando cubrirse del golpe, con los ojos enrojecidos por las lágrimas que se negaba a dejar caer, dispuesto a herirla...pero...

...incomprensiblemente se contuvo.

-¡IROS! Iros de aquí vos y...vuestra hija.-ordenó, imponiendo su voz. Se sentía confundido, y necesitaba de la soledad de la habitación. Y sin lamentarse, sentía como brotaba abundantemente de sus ojos el resultado de la herida irreparable que él sentía ella había causado.

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Ederne_bp


Sintió que la mano del Borja caía sobre su rostro y por primera vez en la vida, le tuvo miedo, tuvo miedo a su enojo, a su desesperación, si, había ido muy lejos con aquello. Mas la mano no bajo, no llego a rozarla y sin embargo el dolor le calaba hondo, hasta la medula.
No bajo su mentón, ni cerró los ojos, tampoco emitió sonido alguno, deseaba… si, deseaba verle cuando la mano azotara contra su perlado rostro, quería ver el rostro de él, cuando terminaran ambos con el poco respeto que les quedaba, y la espera se hizo interminable, hasta que la luz de los ojos del Borja se apago por completo y hablo para echarla de allí
No fue capaz de negarse a esa solicitud, y antes que cambiara de opinión, le empujo deshaciéndose de su presión cuando vio perdida su voluntad de golpearle. El, ya no reaccionaba, no le oía, no merecía la pena hablarle, pero en el fondo de su corazón, sintió lastima por él y por un momento estuvo tentada a apaciguar su espíritu y decirle la verdad.

¿Porque se encargaba de hacerle daño?, no lo entendía, tampoco era aquel momento para intentar comprenderlo.

Salió de la habitación en forma digna y rápida y entro en su cuarto en silencio. Su hija, la pequeña Montserrat, dormía en su cama, iluminada apenas por una vela sobre la pequeña mesa que estaba al costado de la cama.

El dosel que cubría todo el espacio mantenía a su hija lejos de todo lo vivido en la otra habitación, ajena al enardecido dialogo entablado con el Borja.

Se acerco con cuidado, intentando no despertarla y se sentó al final de la cama, para observarla por largo rato.
Fue entonces cuando escucho los estruendos de la habitación contigua, cerró los ojos y lloro amargamente, el Marques había enloquecido. Cubrió con sus brazos su abdomen mientras lloraba en silencio imaginando al Borja vuelto loco de celos en la otra habitación.

Así, pasaron horas, o minutos, no lo sabía muy bien, pero despertó sobre la cama, tendida a los pies de esta, con un leve movimiento efectuado por la niña.

En la habitación adyacente no se escuchaba nada, quizás el Borja había salido de allí, o quizás…se asusto de aquel pensamiento que la obligo a enderezar su cuerpo mientras el corazón palpitaba rápido ante la duda.

Se puso de pie y ordeno su arrugado vestido, se había dormido vestida, sobre la cama. Cogió las mantas y arropo un poco más a la niña y salió de la habitación.
No dio más de un par de pasos y se puso delante de la puerta que había acogido antes al Borja y ella misma en aquella ultima discusión.
Tomo aire, como si fuese a necesitar todo el aire de palacio para enfrentarse a él nuevamente. Tuvo en sus manos el pomo de la puerta por más tiempo del permitido y cuando estuvo segura volvió a entrar.


La habitación estaba destrozada, desde la misma puerta yacían en el suelo pedazos de lo que hasta hacia horas habían sido libros, copas, sillas y candelabros. Se hizo paso entre ellos, en busca del Borja, mas no lo pillo enseguida.
Le costó acostumbrarse a la penumbra de la habitación pues por la ventana cerrada no entraba un solo atisbo de luz, camino un poco más hacia alguno de los sillones y choco con los pies de él.

Estaba inconsciente en el suelo sujetando una botella en una de sus manos, tenía el cabello revuelto y el rostro le había envejecido en la penumbra de la noche.
Se acerco, para escuchar sus latidos, nerviosa, preocupada. ¿Qué has hecho Nicolás? – susurro a tiempo que se arrodillaba a su lado.
Beso su frente y volvió a derramar alguna que otra lagrima, amaba a ese testarudo hombre, como jamás podría hacerlo por nadie más, y aun así, le hacia un daño tremendo, le había matado en vida con sus palabras.
Como llegamos a esto – le susurro otra vez... mientras, acomodaba los cabellos revueltos en su frente - porque nos hacemos tanto daño, Nicolás – recorrió con sus dedos su frente y paso la mano por su mejilla – ¿acaso no comprendes que tiene tus ojos? ¿No le viste la misma endiablada sonrisa que tienes tú?, ¿no entiendes que jamás podría ser de otro hombre luego de haber sido tan feliz contigo? – acerco su boca hasta la mejilla del Borja, y rozo su boca débilmente, en ella, encontró la causa de su desgracia, olía a aguardiente. El resuello y un movimiento la hicieron recuperar la compostura.
Sabía que despertaría pronto, si la encontraba ahí, quizás, volviera a ser agresivo con ella, decidió retirarse, al menos, ya sabía estaba vivo y se repondría de todo lo pasado esa noche. Decidida a no tentar más al destino, se puso de pie y salió de la habitación.

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Nicolino


DÍA 1 DE AUSENCIA

-Pero...qué...?-abrió los ojos con dificultad, aquel día pareciera que la luz del Sol brillaba con fuerza inusual. Aún con los ojos entrecerrados, el Borgia decidió enfrentarse a la realidad. Sentía un profundo malestar, el estómago revuelto, una sed atroz, y aún le costaba moverse.

-Ma...aldita espalda-se quejó, intentando reincorporarse, pensando que habría dormido, al menos, sobre una cama de piedra. Pero cuando su visión nublada de compuso, descubrió que no, no había dormido en cama, sino en el suelo, y le rodeaban unas cuantas botellas de licor barato, vacías, destilado de la caña de Gandía.

Su memoria fallaba respecto a cómo había llegado ahí, porqué tenía rasgadas sus vestiduras, qué hacía esa bota en un lugar tan insólito, por qué los vitrales de la habitación estaban rotos como si hubieran arrojado un candelabro contra ellos, y cómo sus sábanas se habían visto reducidas a una maraña tan enredada como sus propios cabellos.

Aún mareado, logró afirmarse en una pared, y descubrir que su puerta, atrancada con uno de los muebles de la habitación, le cerraba el paso. Costó algo de forcejeo, pero finalmente pudo con ella.

Con más de algún traspié, bajó las escaleras, y se encaminó hacia la cocina. No se oía más que sus pasos, y había perdido la noción de en qué día de la semana se hallaban. Lo primero que hizo, fue vaciarse en el rostro una botella de agua que encontró, intentando quitarse el severo aturdimiento que aún le embargaba.

Luego, fue necesaria otra más para saciar su propia sed. Suspiró. Todavía le dolía recordar, así que lo evitó. Miraba un punto fijo, y el tiempo pasaba...

No lograría coordinar su pensamiento ni entender qué sucedía hasta que viniera a importunarlo uno de aquellos escribanos con las libreas de la Casa Real.

-¿Habéis visto a la Regente? Necesitamos su sello regio para unos documentos sobre la cesión de una finca y los regadíos en las posesiones del realengo occidental sobre el Turia...-decía el hombre, sobrado en carnes, y con una voz que sólo podía agravar su molestia.

-No...no la he visto.-respondió el Borgia, llevándose una palma a la sien.

Aún no descubría que se había ido.

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Ederne_bp


No pudo dormir después de salir de la habitación del Borja, el tiempo había pasado despiadadamente lento. Había vuelto a su habitación, había llorado, recordado al lado de la ventana y observado a su hija dormir.
Sintió frio en todo el cuerpo y conciente que no podría pegar los ojos si lo intentaba, se dedico a preparar algunas prendas de la niña y de ella, en un solo baúl, guardo solo cosas importantes, uno que otro documento que recordara su vida anterior a ese día, algunos recuerdos de sus hijos, que siempre llevaba con ella, algunas mudas de ropa y la corona que hasta hace pocas semanas su madre llevara sobre su testa.

No la llevaba por seguir con el poder, sino porque era lo único físico que tenía de su madre y siempre había sido el tesoro que ella mas había cuidado y le había enseñado que aquello por lo único que una persona podía dejar de ser quien era y transformarse en servidor, se debía en gran parte a la responsabilidad con su pueblo.

Algún día, sino la llevaba sobre su cabeza, podría contarle a su hija que había un lugar que se llamaba valencia y que su familia, había usado aquella corona por generaciones.

Al alba bajo hasta las caballerizas y organizo el viaje, fue hasta la cocina y pidió le preparasen comida para al menos un día de viaje.
Ya no tenía a quien dar explicaciones, era libre, o al menos, deseaba liberarse de todas las responsabilidades que su madre le había inculcado, ya no estaba ella para forzarla por el protocolo, ni para recordarle cual era su lugar en el mundo, era libre y solo tenía a su pequeña Montserrat, no había más.

Sabia también estaban sus hijos. Sus hijos… si, pero habían crecido y ya no la necesitaban, cada uno había hecho su propia vida, para bien o mal, eran hombre y mujeres responsables de sus propias decisiones.
Aun la luz del sol era débil cuando acomodo a su hija en el carruaje, arropada con mantas desde la misma cabeza. Ella cubrió su cuerpo con una túnica negra, miro por última vez el castillo que había albergado el reinado de su madre y subió la capa por sobre sus cabellos, cubriendo así, en parte, la ultima visión de la ventana donde dormía el Borja, forzándose a no pensar más en el.

Subió al carruaje que ya tenía las indicaciones de por donde viajar. Serian muchos días de viaje, y posiblemente no tardarían en darse cuenta de su ausencia. Confiaba en que en un palacio tan grande, aquello demorara al menos una jornada.
El cochero, que había sacado las insignias de la casa Berasategui del carruaje, tomo el camino más separado del principal, demoraría mas, había dicho a la Infanta, pero sería el más seguro.

Desde la ventanilla, observo cómo se perdía en la lejanía, todo aquello hasta aquella noche le había partido el corazón. Si, al fin, era libre.
¿Donde vamos, mama? – dijo la pequeña aun somnolienta.
Vamos a casa - Dijo la Infanta con una leve sonrisa a su hija.

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Nicolino


DÍA 2

El día le había sido corto, y la noche, larga. Poco pudo aprovechar la luz del Sol en el estado en que se encontraba, y demasiado pronto para él, el agotamiento imposible de superar, le arrojó a la cama, negándose a pensar, negándose a creer. Pronto se hundió en un sueño profundo, la Luna en auge, las horas sucediéndose, marcándose un nuevo día.

Creyó sentir la voz de Ederne reconfortándole, confesándole días antes, en aquel mismo lugar, que en realidad sus miedos eran poco más que sombras difusas creadas por su propia desconfianza, haciéndole dudar de si aquello había sido un sueño, o era la esperanzadora realidad. Sin embargo, su propia razón, le hizo negarlo.

Sería otra noche, en que con total indiferencia hacia ella, y abandono irresponsable de sus deberes para con el Reino, sufriría las consecuencias de aquel que por el peso de sus pecados, no podía dormir tranquilamente por las noches, atento a los ruidos de la noche y las figuras de la penumbra, que reinando el astro menor, le mantenían alerta de aquellas calamidades que podrían sucederle, en esta vida o en la otra, y a las que temía, como si también fueran a concretarse.

Mas con lentitud incomparable, un nuevo amanecer le sorprendió, y no le quedó más remedio, que temprano, vestirse y abandonar el lecho vacío.

-Esperemos que este día sea de más provecho que el anterior...-pronunció con algo de fe, intentando distraer la mente de aquello que le perturbaba, pero aún así existía, latente en él.

Se puso de pie, ya sus pesadas botas de caza calzadas, y tomando los guantes negros, forrados por dentro y de corte marcial, buscó su manto, y ya vestido, decidió que lo mejor sería abandonar el Palau del Reial a primera luz del día, y recorrer las callejuelas de la capital.

Su mirada se detuvo en la catedral a su paso rápido...ingresó. Tras una genuflexión, se adentró en el templo, sumido en aquel sacro silencio de lugar de oración y fe. Se arrodilló, como guiado por otro en sus actos, ante el primer confesionario que vio.

-Padre, he pecado...-pronunció, dejándose guiar por aquel sentimiento espontáneo que guiaba los acontecimientos con singular rapidez.

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Fray_mateo




Fray Mateo estaba solitario en el confesionario, le gustaba el lugar, por muy frio que fuera, el invierno había hecho estragos en la catedral de la capital, la humedad se colaba por los muros, no perdonando ni los lugares más reservados como era aquel. El lugar era privado y allí podría conversar en libertad con Christos.

Tenía en las manos el libro de rezo y virtudes y el rosario que avanzaba lento ante cada plegaria archiconocida y mil veces dicha a través de su boca.
Mantenía los ojos semi cerrados y la cabeza inclinada hacia el suelo. Así, en esa posición no sintió cuando llego el feligrés a confesarse. -Padre he pecado - escucho decir y dejo de rezar su plegaria.

Cerró el libro de las virtudes que mantenía en sus manos y que sostenía el rosario. Acomodo su estola y abrió la compuerta que mantenía su anonimato y pudo ver débilmente a través de la rejilla el cabello semi cano del hombre al otro lado.
Escucho vuestros pecados, Hijo mío, confiésalos para que vuestra alma quede libre y en paz. – dijo y se dispuso a escucharlo.

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