Sintió que la mano del Borja caía sobre su rostro y por primera vez en la vida, le tuvo miedo, tuvo miedo a su enojo, a su desesperación, si, había ido muy lejos con aquello. Mas la mano no bajo, no llego a rozarla y sin embargo el dolor le calaba hondo, hasta la medula.
No bajo su mentón, ni cerró los ojos, tampoco emitió sonido alguno, deseaba
si, deseaba verle cuando la mano azotara contra su perlado rostro, quería ver el rostro de él, cuando terminaran ambos con el poco respeto que les quedaba, y la espera se hizo interminable, hasta que la luz de los ojos del Borja se apago por completo y hablo para echarla de allí
No fue capaz de negarse a esa solicitud, y antes que cambiara de opinión, le empujo deshaciéndose de su presión cuando vio perdida su voluntad de golpearle. El, ya no reaccionaba, no le oía, no merecía la pena hablarle, pero en el fondo de su corazón, sintió lastima por él y por un momento estuvo tentada a apaciguar su espíritu y decirle la verdad.
¿Porque se encargaba de hacerle daño?, no lo entendía, tampoco era aquel momento para intentar comprenderlo.
Salió de la habitación en forma digna y rápida y entro en su cuarto en silencio. Su hija, la pequeña Montserrat, dormía en su cama, iluminada apenas por una vela sobre la pequeña mesa que estaba al costado de la cama.
El dosel que cubría todo el espacio mantenía a su hija lejos de todo lo vivido en la otra habitación, ajena al enardecido dialogo entablado con el Borja.
Se acerco con cuidado, intentando no despertarla y se sentó al final de la cama, para observarla por largo rato.
Fue entonces cuando escucho los estruendos de la habitación contigua, cerró los ojos y lloro amargamente, el Marques había enloquecido. Cubrió con sus brazos su abdomen mientras lloraba en silencio imaginando al Borja vuelto loco de celos en la otra habitación.
Así, pasaron horas, o minutos, no lo sabía muy bien, pero despertó sobre la cama, tendida a los pies de esta, con un leve movimiento efectuado por la niña.
En la habitación adyacente no se escuchaba nada, quizás el Borja había salido de allí, o quizás
se asusto de aquel pensamiento que la obligo a enderezar su cuerpo mientras el corazón palpitaba rápido ante la duda.
Se puso de pie y ordeno su arrugado vestido, se había dormido vestida, sobre la cama. Cogió las mantas y arropo un poco más a la niña y salió de la habitación.
No dio más de un par de pasos y se puso delante de la puerta que había acogido antes al Borja y ella misma en aquella ultima discusión.
Tomo aire, como si fuese a necesitar todo el aire de palacio para enfrentarse a él nuevamente. Tuvo en sus manos el pomo de la puerta por más tiempo del permitido y cuando estuvo segura volvió a entrar.
La habitación estaba destrozada, desde la misma puerta yacían en el suelo pedazos de lo que hasta hacia horas habían sido libros, copas, sillas y candelabros. Se hizo paso entre ellos, en busca del Borja, mas no lo pillo enseguida.
Le costó acostumbrarse a la penumbra de la habitación pues por la ventana cerrada no entraba un solo atisbo de luz, camino un poco más hacia alguno de los sillones y choco con los pies de él.
Estaba inconsciente en el suelo sujetando una botella en una de sus manos, tenía el cabello revuelto y el rostro le había envejecido en la penumbra de la noche.
Se acerco, para escuchar sus latidos, nerviosa, preocupada.
¿Qué has hecho Nicolás? susurro a tiempo que se arrodillaba a su lado.
Beso su frente y volvió a derramar alguna que otra lagrima, amaba a ese testarudo hombre, como jamás podría hacerlo por nadie más, y aun así, le hacia un daño tremendo, le había matado en vida con sus palabras.
Como llegamos a esto le susurro otra vez... mientras, acomodaba los cabellos revueltos en su frente -
porque nos hacemos tanto daño, Nicolás recorrió con sus dedos su frente y paso la mano por su mejilla
¿acaso no comprendes que tiene tus ojos? ¿No le viste la misma endiablada sonrisa que tienes tú?, ¿no entiendes que jamás podría ser de otro hombre luego de haber sido tan feliz contigo? acerco su boca hasta la mejilla del Borja, y rozo su boca débilmente, en ella, encontró la causa de su desgracia, olía a aguardiente. El resuello y un movimiento la hicieron recuperar la compostura.
Sabía que despertaría pronto, si la encontraba ahí, quizás, volviera a ser agresivo con ella, decidió retirarse, al menos, ya sabía estaba vivo y se repondría de todo lo pasado esa noche. Decidida a no tentar más al destino, se puso de pie y salió de la habitación.