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[RP] Hay un tiempo para todo.

Anabel.


Ana estaba próxima a cumplir los nueve años, era una niña sana la cuál no había presentado enfermedad alguna hasta ese momento. Aquello era una fortuna, considerando las múltiples enfermedades que cada cierto tiempo mermaban la población infantil de cualquier ciudad.

Un poco más de un año llevaba en Valencia, más sentía que siempre había vivido ahí, pues no le costó adaptarse a su nueva situación como tanto temió desde su partida desde Castilla. Pero en Valencia no solo había ganado una familia, mascotas, hábitos pirómanos y por supuesto amigos como Anali, quién a pesar de ser un poco menor que ella, la seguía en todas las aventuras que iniciaba, también había ganado sueños y anhelos.

Todos estos anhelos nacieron en un día cualquiera cuando el gobernador Cristiano apareció por la ciudad de Segorbe, y con él, los caballeros de la guardia. Para Ana aquel día se inició algo más allá de su entendimiento, de sus deseos y su capricho, pues sin querer ese día había elegido un camino el cual seguir para su vida adulta.
Por supuesto, ella solo quería ser fuerte y defender a su padre junto a quienes quería, además de llevar a cabo sus más inocentes (pero no por ello menos macabras) ideas de cortar las orejas a sus enemigos. Para llevar a cabo sus deseos, convenció a su padre que deseaba ser educada, y el Conde, que jamás negaba algo a su hija y que como única excepción le prohibió que se sacara un ojo cuando la niña pretendía ser pirata, es que accedió a que recibiera la formación que le correspondía como la hija de un noble y además como futura militar. El secreto de Ana era que estudiaría solo lo que le interesaba, del resto vería como librarse.

Su padre ordenó todo y le anunció durante una cena que por la mañana siguiente comenzaría su entrenamiento y sus estudios, que debería obedecer - en ese aspecto - a Alfred, pues sería éste quién le indicaría las clases que le darían a diario. Para la alegría de la niña, las primeras clases serían “Técnicas de combate” y “Protocolo”. Tras oír a su padre, saltó a sus brazos lanzando un par de cosas de la mesa con su alocada forma de demostrar afecto a su padre - ¡Gracias, te quiero mucho! - le dijo, con la voz cargada de felicidad.

Luego, sin que nadie le dijera u obligara, se fue a descansar pensando en el día siguiente, en los emocionante que sería - o eso al menos eso pensaba ella - y planeando como librarse de eso que su papá llamó "Protocolo" y ella no pretendía tomar.

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Anabel.


Lunes, por supuesto. Ella pensó que quizás era buena idea comenzar un domingo, pero su padre le explicó que los domingos se descansaba y que su maestro de armas recientemente había llegado al feudo y que debía descansar.

- ¿Que es esa ropa y es muy temprano, por qué se me ha despertado? ¡no está el sol! - preguntó a medio dormir, dándose cuenta de la hora y viendo unas ropas que antes no había visto en los pies de su cama sobre su baúl. - ¡Pero esto es feo, no tiene color ni gracia! - la mujer que le atendía rió de buena gana - Usted señorita viste como niño, sin gracia. Ya me hubiese gustado a mi tener su fortuna, ¡tendría muchos vestidos! - la niña, que la miró de pies a cabeza le respondió molesta - ¡ no seas tonta, mujer. Hablas con la hija de tu señor, nadie te dio la confianza para emitir comentarios sin tino, además, tú ni con el vestido más hermoso te verías bien - fue hasta el agua que ya estaba preparada para ella y se refrescó - y me visto como me visto porque es más cómodo para correr y cabalgar - la mujer, que aparentemente parecía no hacer caso a las palabras de la niña comentó - esa ropa la envió su maestro. Debe usarla y hay que agregar esto - la mujer enseñó una prenda pequeña, pesada, que parecía hecha de metal y que la niña jamás antes había visto - ¿hablas en serio?.

Una vez preparada, le costaba caminar un poco y trató, igualmente, de mejorar el ánimo - que no tengo gracia, y ella que no se ha mirado nunca parece. Mi padre dice soy hermosa, tengo más gracia que ... que... - luego cayó en la idea de que no habían muchas mujeres en el castillo con quién compararse. No pudo terminar la frase, llegó al comedor y le fue servido un poco de leche -¿Solo esto? - preguntó obteniendo la misma respuesta que con la ropa: Su maestro lo ordena. Ya sin conocerlo, el hombre no le agradaba.

- ¡Bien, buscan matarme, lo se! pero ¡já! no lo conseguirán - suspiró y en eso apareció Alfred, que parecía tener una sonrisa inusual en el rostro - señorita Ana, la acompaño hasta su lugar de entrenamiento, Ahí la espera su maestro con quién pasará la mayor parte del día, por la tarde, comenzarán sus clases de protocolo. Sígame -Mientras le seguía, pensaba que Alfred seguramente estaba disfrutando de aquello. El otoño comenzaba a notarse y hacía frío, el amanecer estaba en su máximo apogeo y pronto el sol aparecería por el horizonte - bien ¿dónde está mi "maestro"? - preguntó con cierto tono de queja.

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Antonio_davila


Antonio Dávila, un viejo soldado de 55 años, sargento retirado y forjado en los antiguos Tercios, tras su disolución se dedicó a prestar sus servicios como mercenario, pero sus años ahora le pesaban y eso lo sentía en la línea de batalla.

Uno de aquellos aburridos días sin batalla en que el sol bronceaba más, si es posible, su rostro, una carta de su viejo Maestre de Campos le había llegado, aunque esta vez el oficial de los Tercios firmaba con mas que el “don” que acompañaba al nombre de Ducce de Bournes – Así que mi Maestre ahora es un Conde, me alegra que la vida le haya tratado bien, porque a la mayoría nos castigaron – dijo para sí mismo, pero sin rencor a la fortuna ni al destino.

En dos semanas se presentó en el Condado de Olocau, allí se encontró con su viejo Maestre de Campos y le saludó militarmente, como sentía debía hacerlo, se llenó de emoción y recuerdos que le hicieron sentirse orgulloso de su pasado. El viejo Ducce le saludó de igual forma y luego le abrazó fraternalmente.

Despues de conversar largamente ambos, el Conde le contó sobre su hija y porque le había llamado, pues quería que sea él quien le instruyera en las artes de la guerra, y que conociéndolo sabía que él no solo le enseñaría a usar una espada, sino que también los preceptos y virtudes militares de la vieja escuela, que para ser sinceros ahora estaban medio extraviados. El Conde le pidió que fuera rudo, “quiero que la instruyáis como si fuera un niño, pues como mi hija única ella debe preservar y defender el legado de su padre.”, el Sargento Dávila aceptó la propuesta de su Maestre y con el acuerdo solicitó lo necesario para empezar el entrenamiento de la pequeña.

El día lunes llegó y él ya estaba esperando muy temprano en el patio de entrenamiento del castillo, de repente vio como una pequeña se acercaba al centro del patio con dificultad para caminar y dedujo que sería su nueva alumna. No pudo evitar reír – jajaja. No os preocupéis, pronto domareis el traje de entrenamiento – se acercó a ella - Así que vos sois la niña de mi Maestre, veremos si estáis hecha del mismo hierro que él – desenvainó su espada y caminó alrededor de ella, para ser una niña de 8 años era alta, ello favorecería a su entrenamiento – aún sois pequeña para tomar una de estas, pero no sois pequeña para aprender a dominar los movimientos necesarios – dejó la espada apoyada en la pared y tomó dos espadas de madera que había preparado él mismo, no medían más de un metro, pero servirían para empezar con la pequeña – mostradme, señorita, ¿que sois capaz de hacer con esta espada? – vio como la niña tomó la espada como si fuera mandoble, él tomó la suya como un sable en posición de guardia y esperó ver la primera reacción de la niña.
Anabel.


- Que no tiene gracia, que es pequeña - refunfuñaba entre dientes cuando aquel hombre viejo le entregó el arma - y peor se ríe de mi, esto es el colmo de males - pero a pesar de tanta queja entre murmullos, desistió de seguir haciéndolo. Miró unos instantes la espada de madera, en principio parecía fácil de manejar, pero cuando intentó levantarla con su mano diestra no pudo hacerlo y la siniestra debió acudir a la ayuda. Con dos manos la alzó y miró al que era su maestro, avanzó unos pasos hacia él actuando más bien por inercia que conocimiento alguno, pues nunca antes había tomado un arma de ese tipo. Trató de levantarla con ambas manos para golpearle con ella, pero en el intento sus muñecas cedieron y la espada cayó justo cuando su cuerpo alcanzaba corta distancia con el hombre. Se quedó sin saber que hacer ante la mirada seria del maestro, corrió dandole la espalda para recuperar el arma y tan rápido como pudo volvió a su posición. Era tanta la verguenza que sintió y herido su pequeño orgullo ante la torpeza, que dejó caer el instrumento.

- No tengo por qué hacer todo cuanto ordenas. Recuerda eres empleado de mi padre y eres tan irrespetuoso que nisiquiera te has presentado. Ya me aburrí, me voy a dormir un rato.

Con media sonrisa, gesto de desinterés y sin esperar nada más, como una ejemplar rebelde, se giró para salir del patio de armas sin obedecer más que a sus propios deseos como era ya su costumbre.

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Antonio_davila


La niña se giró y pretendió marcharse. El Sargento no tenía intenciones de ceder al desdén de la pequeña, así que levantó la espada de madera que él tenía y sin temor, aunque calculando que la cota de malla la protegería, la arrojó sobre la espalda de la niña. La pequeña cayó al suelo y Antonio caminó hasta la espada que ella dejó caer y la levantó, luego se acercó a ella y con la punta de su bota le hizo girarse en el mismo suelo como si de patear un saco de harina se tratara para poder verle la cara.

¿Acaso vais a llorar? ¿Acaso pensáis que un ladrón o un asesino tendrá piedad porque la niñita del Conde no puede levantar una espada?– esbozó una sonrisa burlesca – sino queréis que nadie nunca mas os haga lo que yo a vos, entonces tomareis esa espada y me demostrareis los que podéis hacer con ella – el rostro de la pequeña mostraba furia y casi podría adivinarse que arrancaría en llanto. La tomó de un brazo y la hizo ponerse en pie de inmediato, aquello a él no le supuso ningún esfuerzo, luego se alejó caminando hasta la posición de antes – soy vuestro maestro, y esta es vuestra primera lección. Nunca me daréis la espalda ni os retirareis del entrenamiento hasta que yo lo ordene. Y si osáis faltarme al respeto, vuestro esfuerzo será del doble – tomó una de las espadas y caminó dándole la espalda a la niña esperando su reacción.

Nunca había entrenado una niña, pero no cambiaría sus formas de entrenamiento porque ahora su discípula sea una, además, le había hecho un juramento a su Maestre, y no se rendiría hasta que aquella niña sea capaz de enfrentar a cualquiera más grande que ella.
Anabel.


Cayó golpeándose muy fuerte contra el suelo. La espalda le dolía, incluso cuando intentó levantar el rostro de la piedra y notó sus brazos con rasmilladuras, parecía que todo se le iba a quebrar. Pero no todo había terminado, un segundo golpe la levantó del suelo haciéndole girar. Gritó de dolor hasta ahogarlo de la ira e impotencia por ver quién la había golpeado y reconocer que le gustara o no, debía callarse. En ese instante se le pasó por la cabeza que ser soldado no era tan divertido como se lo había imaginado, pero aún así, ese viejo no íba a enseñarle a resistir. Ella sabía de eso, había vivido sola con una madre y había llegado a Valencia en condiciones.

Aquel hombre, que aunque viejo era muy fuerte, la alzó y puso de pie tomándola de uno de sus brazos. Sentía todo el cuerpo resentido y cogió su espada. Su primer impulso era el de la venganza cuando éste le dió la espalda, ir en su contra y golpearle, para huir luego pues estaba segura no la alcanzaría. Pero ¿que diría su padre? ¿cómo defendería su linaje, como convertiría a Olocau en algo grande si huía de las dificultades? estaba enojada, tenía casi nueve años y pronto, según decían, estaría en edad de poder representar a su padre. Bastantes travesuras tenía a diario, bastante hacía ya su voluntad para que en esto, en lo que ella era la principal interesada, no cumpliera como debía. Además, estaba claro que recibiría una buena zurra sino comprendía las ordenes. Lamentablemente en esto, debería morderse la lengua y acatar.

- Sí, maestro - respondió aún con algo de rabia. Alzó la espada y espero a que él estuviera en posición - Lista para el entrenamiento de combate - respondió enérgica.

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Ducce


Haciendose un espacio entre su apretada agenda, Ducce se acercó al campo de entrenamiento del Castillo de Olocau. No quería perderse la primera práctica de su pequeña, además de que le resultaba divertido poder ver cómo el viejo Antonio intentaba domar a la joven Annie. Al llegar al castillo pidió que no se alertara sobre su presencia, para poder moverse de forma sigilosa hasta los campos de entrenamiento.

Allí se encontraban, alumna y maestro, frente a frente. Desde luego ya sabía cuál iba a ser la principal reacción de la joven De Bournes, sólo era cuestión de tiempo para que ocurriera su primer aburrimiento y aprendiera rápidamente que ser soldado era una cuestión de disciplina también. Quedó a lo lejos mirando desde el castillo todo lo que ocurría, mientras se disponía a escribir otra carta a una gran conocedora de protocolos...

Citation:


Mi muy estimada Egregia Juliane de Berasategui i Pern:

Es de mi agrado poder escribirte luego de tanto tiempo, deseando que vuestra salud se encuentre en excelentes condiciones como bien lo mereceis.

El motivo de esta carta es pediros un gran favor: mi pequeña Annie se encuentra entrenando ya que quiere convertirse en un soldado. Para ello, como bien sabeis, es necesario contar con disciplina y protocolo, del cual estoy seguro que sois una referencia. Por ello, me ha parecido oportuno elegiros para la tarea antes señalada, considerando que sois una persona de confianza y que seguro podreis domar a la joven De Bournes.

Espero noticias vuestras y desde ya las puertas del Castillo se encuentran abiertas para cuando deseeis realizar una visita.

Ducce de Bournes
Conde de Olocau





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Juliane_bp



En tanto redactaba las misivas en su oficina de tribuno, un mensajero se presentó ante la vizcondesa y previo saludo le extendió una correspondencia a su nombre.
Ésta leyó la líneas con atención y luego miró al muchacho – Esperad un momento en la taberna de en frente mientras bebéis algo fresco que os reenviaré la respuesta contigo mismo – dijo la dama, dándole un puñado de escudos.
Citation:




Estimado Ducce de Bournes, Conde de Olocau:

Antes que nada debo destacar que no sólo me alegra recibir noticias vuestras, sino que las mismas
me enaltecen sobremanera. Desde ya, contad con mi presencia para ayudaros con la jovencita.
Espero poder satisfacer vuestras necesidades. En dos días me presentaré en el Castillo.


Un saludo cordial,






Cuando hubo terminado, llamó al jóven con un ademán y le entregó el manuscrito para que lo entregara en mano.

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Antonio_davila


Lista para el entrenamiento de combate - respondió enérgica la niña. Aquello le hizo esbozar al sargento una sonrisa.

Bien, seréis un gusano hasta que podáis demostrarme lo contrario – se giró y tomó posición con su espada – levantad vuestra espada con ambas manos en la empuñadura. La mano derecha más cerca de donde se forma la cruz y la otra en el resto de la empuñadura. Pierna izquierda al frente – observó como la pequeña iba tomando posición – las mujeres pelean con la hoja de la espada apoyada en el hombro derecho, podéis hacer lo mismo para que vuestro ataque sea… adecuado – Antonio se posicionó en defensa.

Veamos como atacáis. Atacadme, gusano! – exclamó y la niña corrió algo torpemente hasta su maestro y ya cerca de él lanzó un bruto ataque cortando desde arriba. Al sargento no le costó nada esquivar ese golpe con un simple medio giro hacia el costado derecho. La pequeña corrió con tanta euforia que obviamente no alcanzó a ver el giro de su maestro y el corte de su espada terminó con fuerza en el suelo. Aquello fue aprovechado por el Sargento, quien llevó la espada hasta detrás de la niña, y sin moverse de su posición hizo un corte horizontal que terminó golpeado la pobre espalda de la niña derribándola – Lo dicho, sois un gusano, y a eso se le llama morder el polvo – se alejó de ella riendo hasta el otro extremo – Como hija de vuestro padre, tenéis el instinto – alabó el ataque de la niña, que para ser su primera vez no estuvo mal – Pero debéis entender, primeramente, que vuestros ataques deben ser pensados antes de que por instinto os lancéis a la muerte. Debéis ser capaz de adivinar qué hará vuestro adversario – volvió a mirar a la pequeña, quien aún estaba en el suelo – Debéis pensar en que haríais vos si alguien os atacara como vos lo estáis haciendo, donde os moveríais y que haríais con la espada, debéis ver a los ojos del oponente, sentir lo que está sintiendo y aprovecharos de eso, que si es miedo o si es exceso de confianza, que si quiere solo defenderse o atacar a matar, que si ve en vos un oponente, un perdedor o un campeón… debéis sentir – remangó las mangas de su camisa y tomó posición nuevamente de defensa – Aprenderéis cuanto os digo si sois capaz de aguantar el entrenamiento. Arriba gusano, o corred a decirle a vuestro padre que las agallas no se las habéis heredado! – esperó a que la niña se levantara.
Anabel.


Hizo exactamente lo que él le indicó. Movió su pierna, empuñó la espada con comodidad y la ubicó por sobre su hombro derecho. Oyó la orden de atacar y así lo hizo, pero tras su movimiento muy desordenado y más llevado por una idea extraña de que con ello podría lanzar lejos a tan enorme hombre, es que terminó otra vez de cara al suelo y con un nuevo golpe en la espalda. - Exacto, eres un gusano, como aquellos que le das a los Tugurines para que saboricen el pan - susurró mientras el aire que exhalaba alzaba el polvo de la piedra que se hallaba a pocos centímetros de su rostro.

Aún sin levantarse, oyó con atención todo lo que le decía. A pesar de que en primera instancia su tozudez le habían llevado a rebelarse, ahora lo que su maestro decía cobraba un sentido interesante para la niña. Para sus oídos eran dulces palabras que se traducían en pelea, fuerza, energía, habilidad y "hacer tu voluntad a través de la espada".

- Claro que soy hija de mi padre - se levantó e irguió la espalda golpeada, alzado la barbilla orgullosa - soy una De Bournes, y si he de correr, será hacia usted -

Con el puro y sano instinto, con una mente fresca y ávida de conocimiento, con un cuerpo lleno de vida y salud, con un alma que se vislumbraba apasionada, llena de deseos de ser fuerte y grande, es que tomó la espada más rápido que la primera vez. Ejecutó a la perfección la posición de ataque y mientras corría y sus palabras aún no habían terminado de salir desde sus labios, sus ojos estaban clavados en su maestro, en su cuerpo, en cada movimiento, casi aguantando la respiración. Esta vez soltó su mano izquierda la empuñadura de la espada y fue su brazo derecho quién lanzó un corte horizontal a la altura de su estómago. Pero el hábil maestro dio un saltó hacia atrás y lo esquivó, devolviendo de inmediato el ataque. Más esta vez, la niña imitó al maestro y esquivó el primer golpe. Sin embargo, al confiarse de haber evitado la estocada y sonreír segura de su dominio de la situación, se vio sorprendida cuando el maestro golpeó su rostro con el pomo de la espada, causándole una herida en la cabeza que la hizo sangrar.

Un poco mareada por el golpe, miró la sangre en su mano izquierda tras llevarla a la herida. Pero más sorprendente que aquello, fue verse con la espada firme aún en su mano derecha. Por supuesto quería llorar, le dolía mucho y nunca antes había visto tanta sangre. Sentía su respiración rápida y sintió el impulso natural de huir. Pero en sus oídos resonaron las últimas palabras del maestro, relajó su respiración y nuevamente mostró su rostro altivo y desafiante. Tomó nuevamente la espada con ambas manos por sobre su hombro derecho y casi con un grito que le obligaba a sí misma a ser valiente, le dijo a su maestro - No seré un gusano, soy Ana de Bournes. ¡Continuemos! -

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Juliane_bp


Dos días más tarde, y tal como se le había solicitado por escrito, la vizcondesa se hacía presente en el Castillo de Olocau con el propósito de conceder el favor requerido por el Conde, a fin de que su primogénita comprendiera y lleve a cabo ciertas reglas ceremoniales, normas y buenos modales entre otras.
Sabía que no iba a ser una tarea fácil, pero estaba dispuesta a intentarlo al menos.

Juliane bajó de su carruaje e indicó a su cochero que esperara allí hasta su aviso. Llevaba en una de sus manos una maleta de tamaño pequeño, forrada en paño de color azul claro, que combinaba con su calzado y con detalles de su vestimenta. Subió las escaleras de la entrada principal del Castillo y se presentó ante el jefe de guardia del lugar.

- Buenos días señor, mi nombre es Juliane de Berasategui i Pern, Vizcondesa de Chert. Mi visita estaba prevista. Tenga a bien avisad mi llegada al Conde de Bournes o a su niña Ana, por favor – pidió la dama anunciándose.

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Anabel.


Pasó el mediodía y la tripa le rugía, pero aún así el maestro no se detuvo. Hubo que contar una que otra caída más dónde mordió el polvo y su maestro la llamaba gusano y ella, enérgica, le respondía que no lo era y hacia resonar su nombre con cada vez más fuerza en el patio de armas. El capitán de la guardia de su padre había estado vigilante algunas horas y para cuando el sol comenzaba a decaer, el maestro ordenó el fin del entrenamiento por aquel día. Se despidió de él con cortesía. Aquel día, Antonio Dávila, se había ganado su respeto y con ello, su obediencia.

Cuando se fue caminando con Pedro, éste le mencionó que a partir del día siguiente, comería con los soldados - eso era a base de verdura y carne, y más de una vez a la semana pescado - por supuesto siempre bajo su cuidado, pero que era órdenes de su maestro. Ana le miró escudriñando, tal vez sabía algo y no se lo decía y le agarró de la manga sin mediar palabra. El hombre solo rió - está muy bien que le ordenen aquello, señorita Ana. La tropa no respeta al oficial que no conoce la vida del soldado. Pero hoy tiene usted otra visita, la esperan en su habitación para prepararla, luego la comida en el salón y luego a la biblioteca -

El capitán se fue caminando sin que ella pudiese decir algo más, la verdad estaba muy cansada para pelear por algo o desobedecer. Hizo tal como le dijeron, en su habitación le esperaba un baño que casi la hizo dormir; miró su cuerpo y vió varios golpes, ni hablar de lo fea que se veía la herida de su frente, ahora de un color grisaseo y púrpura - ¿Qué, un vestido? - miró atónita cuando la vestían y trató de oponerse por la fuerza, pero poco le duró el intento pues podía más el hambre. Corrió hasta el comedor y tragó, comer quedaba pequeño ya que estaba realmente hambrienta - Ahora a descansar - dijo satisfecha tras terminar su cena, pero la voz chillona de Alfred apareció de la nada para echar a perder sus planes - Me temo que os esperan en la biblioteca, es la Vizcondesa de Chert y viene por petición de vuestro padre para educaros como una dama, aunque... - la miró de pies a cabeza y con comida aún en los labios - dudo consiga el milagro.

Alfred sacó un pañuelo y con los gestos de "afeminado" que tanto a Ana molestaban, le limpió la comisura del labio y a rastras la llevó hasta la biblioteca - ¡abusas porque me duele hasta respirar, pero cuando me acostumbre al entrenamiento, te daré una zurra Alfred que no olvidarás en tu fea vida! - y gritándole aún le hicieron entrar a la biblioteca, cerrando Alfred la puerta tras de ella.

Cuando la vio, ella bebía de una copa de cristal, su posición en el diván era perfecta; postura erguida, falda lisa, guantes blancos y un tocado en su castaño cabello que a Ana llamó la atención. La vizcondesa se puso de pie al darse cuenta de su llegada, ella, no pudo más que sentir el rubor en sus mejillas. A su lado se sentía un desastre, bajó un poco la mirada en principio tratando de acomodar su cabellera, más luego alzó la mirada con cierta rebeldía, convenciéndose que se a aquella Vizcondesa no le gustaba lo que veía, podía irse por dónde vino. A ella le importaba conseguir ser soldado y tener el amor de su padre; lo demás, venía en el bulto y no había como sortearlo, al menos en ese instante.

- Soy Ana de Bournes, hija del Conde de Olocau. ¿usted es la Vizcondesa de Chert, no? espero no se moleste, y si se molesta no puedo hacer nada por usted, pero cuando aprenda yo qué es una Vizcondesa o dónde está Chert, quizás sepa como referirme a usted o saludarle como espera - y sonrió, no tenía más arma o defensa que esa, para así poder librarse de la presencia de la mujer o de sus enseñanzas.

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Juliane_bp



Tras haberse anunciado con el guardia, Juliane se adentró al Castillo siguiendo los pasos de un mayordomo, quien la guiaba hasta el lugar donde debería aguardar por la niña, que al parecer tenía un día algo atareado. Caracterizada por su paciencia, la vizcondesa agradeció al hombre, se adentró al lugar, y luego de recorrer aquella habitación con su mirada, tomó asiento en un sillón cercano al ventanal. Una sensación extraña le recorrió el cuerpo y a su mente llegaron recuerdos de su feliz infancia, cuando gastaba tardes enteras, leyendo libros en la biblioteca de Benicarló.
Unos gritos provenientes del pasillo, la hicieron sobresaltar, volviendo en sí. La puerta de la sala se abrió, apareciendo tras ella una menuda jovencita, de aspecto más bien alborotado... la pequeña Ana.
Juliane se puso de pie para recibirla apenas la vió, dejando con sutileza, la copa de cristal con aún algo de agua, sobre una mesita próxima a ella.

- Soy Ana de Bournes, hija del Conde de Olocau. ¿usted es la Vizcondesa de Chert, no? - se adelantó a decir la de Bournes, imponiendo dominio del lugar que pisaba.
La de Berasategui le sonrió al verle, admirando su joven potencial y se acercó un poco más a la jovencita hasta tenerla de frente.
- Así es, damita Ana, mi nombre es Juliane de Berasategui i Pern – respondió aún sonriendo y reverenciando su rostro al hacerlo – de Chert, si – continuó, aguardando saber a donde quería llegar la niña.
- espero no se moleste, y si se molesta no puedo hacer nada por usted, pero cuando aprenda yo qué es una Vizcondesa o dónde está Chert, quizás sepa como referirme a usted o saludarle como espera – remató sin más.
- Por ahora – contestó Juliane con mucha calma en su voz – me conformaré con que me saludéis por mi nombre, Juliane, el cual acabo de mencionaros - continuó manteniendo su tono de voz pero sin sonreir ahora – sí..., dama Juliane, estará bien para comenzar. Ya os enseñaré las categorías de los miembros de la nobleza y sus sitios más adelante – dijo – aunque si tenéis curiosidad, pudo adelantaros que Chert es el feudo donde vivo, dentro de Castellón, villa vecina a la vuestra.... me seguís? – consultó la mujer en tanto volvía a tomar asiento – ven aquí – dijo señalando el sillón contiguo – siéntate junto a mi, lucéis algo cansada… queréis? – continuó mientras se quitaba los inmaculados guantes y los dejaba a un lado con delicadeza – y decidme – la miró a los ojos, llevó su mano al mentón de la pequeña y sonrió con dulzura – en verdad os gustaría lucir y comportaros como toda una... – al ver heridas en las manos de Ana, Juliane interrumpió su pregunta. Iba a tomarle las manitas, pero por temor a la reacción de la pequeña se contuvo – qué os ha sucedido en ellas? - aguardó unos instantes a que le respondiera y prosiguió - Os confesaré un secreto... - susurró cómplice pero con autoridad - toda dama, por más jóven que sea, debe llevar guantes en sus manos - tomó los suyos y se los acercó - así cuidarás la piel de tus manos y siempre lucirán sanas, además de bonitas.- elevó las suyas a la altura del rostro de la niña y las giró.

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Anabel.


La verdad es que las sorpresas no paraban aquel día. Su padre había elegido a sus maestros con tal sabiduría, que para ella había sido casi imposible rebelarse. Su padre, su querido padre, se encargaba con profunda certeza de que su querida hija cumpliera sus sueños y deseos, aún contra su propia rebeldía.
El maestro Dávila se había ganado su respeto y ahora, la dama Juliane, conseguía darle la confianza para que Ana se relajara y no estuviera en una constante guerra para hacer su voluntad.
Era sorprendente para ella ver a una mujer tan fina y delicada y comprender que sin necesidad de imponerse por la fuerza, había logrado no solo captar su atención sino también su interés. Se sentó junto a ella cuando se lo pidió, tratando torpemente de arreglar su falda e imitarla con total fracaso. Juliane tomó su mentón y ella se dejó hacer mientras le sostenía la mirada. Iba a preguntarle algo, pero se percató de sus manos, las miró al mismo tiempo en que Juliane lo hacía y solo entonces notó lo heridas y maltrechas que estaban. Trató de esconderlas pero fue imposible y la vizcondesa le enseñó sus propias manos, claras, a la vista parecían suaves aunque no las tocó y perfectas.

- Dama Juliane, verá - hizo una pausa mientras tomaba uno de los guantes y los observaba con curiosidad - a la par de mis horas con usted, tengo entrenamiento militar con Antonio Dávila, mi maestro, y llevo todo un día practicando con la espada, además, juego mucho en los bosques - soltó una risita - quizás por eso están así. Pediré me den guantes, sus manos son muy bonitas y me interesa eso que ha dicho, sobre las categorías de los miembros de la nobleza. No me gusta saber que mi padre es importante y no entender por qué. Seré sincera - tosió un poco y luego soltó un suspiro - iba a escabullirme de esta tarea del protocolo, solo me interesaba ser soldado, pero admito que verla me ha impresionado un poco. Tampoco es que deseo ser una bruta de toda la vida, ya tengo nueve años - alzó la vista - ¿podré acercarme un poco, que yo se será difícil según me dijo Alfred, a llegar a ser como usted? aunque ojalá sea compatible con ser militar, que es a lo que deseo dedicarme -

Ya se había relajado, se puso de pie y comenzó a sonreír - me quedaré con los guantes, sino le molesta, será un buen incentivo - se detuvo cerca de la ventana - aún me quedan fuerzas, ya no me dormiré. ¡Quiero me cuente usted y enseñe todo! -

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Juliane_bp



Contrariamente a lo que la vizcondesa se imaginaba, la pequeña ponía una atención especial en ella, percibiendo increíblemente cada palabra y gesto que Juliane emitía, a pesar del cansancio que Ana se empecinaba en disimular.

La jovencita inspeccionó los guantes de la dama, y felizmente se convenció de que solicitaría unos para cuidar sus diminutas manitas.

- y me interesa eso que ha dicho, sobre las categorías de los miembros de la nobleza. No me gusta saber que mi padre es importante y no entender por qué – expresó la pequeña con intención de saber.

- A ver – dijo la de Berasategui en tanto acomodaba su falda - Ana, los títulos nobiliarios son privilegios legales que los otorga el Rey organizando la posesión de las tierras, como lo es Chert en mi caso u Olocau en el vuestro. Las categorías varían… ducados, marquesados, condados, vizcondados, baronías, señoríos y caballeros. Los príncipes o princesas e infantes no son considerados títulos nobiliaros, comprendes? – explicó Juliane con tranquilidad.

- iba a escabullirme de esta tarea del protocolo, solo me interesaba ser soldado, pero admito que verla me ha impresionado un poco. Tampoco es que deseo ser una bruta de toda la vida, ya tengo nueve años ¿podré acercarme un poco, que yo sé será difícil según me dijo Alfred, a llegar a ser como usted? aunque ojalá sea compatible con ser militar, que es a lo que deseo dedicarme – interrogó la de Bournes con inquietud.

- Todo aquello que tú emprendáis y lo realicéis con esmero y perseverancia será aquello que de adulta os satisfaga y enorgullezca de tí misma, solo es cuestión de proponéroslo – Juliane acercó la copa a sus labios, bebió un sorbo de agua y continuó – mira, así como me véis, también he sido un soldado y hasta he tenido un ejército a mi cargo, o sea que – sonrió y con suavidad acomodó el cabello de la niña – podéis ser toda una damita y una flamante militar a la vez - rió y siguió con su mirada la silueta inquieta de la jovencita moverse por la biblioteca. - Bueno… creo que ya es momento de descansar por hoy, damita. Mañana podremos continuar y os daré unos libros que os interesarán en demasía, aunque me podrás seguir preguntando todo lo que desees – indicó la dama poniéndose de pie – ten una bonita noche, Ana – se aproximó a ella y besó su frente con dulzura. Se encaminó hacia la puerta y se volteó – ha sido un placer conoceros – hizo una sutil reverencia, sonrió y se marchó del lugar ilusionada de que tal vez haría un buen trabajo.

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