Anabel.
¡Ella controló sola un ejército! - pensó emocionada, pero sin decir palabra alguna. Si aquella mujer tan delicada y bonita, tanto como lo era su madre, podía ser militar, ella sería igual. - Muy bien, señora Juliane. Iré a dormir, espero verla por la mañana aquí mismo - sonrió, pues no tenía mejor manera de demostrar su agrado y se retiró de la sala corriendo. Una vez llegó a su habitación, se deshizo rápidamente de toda ropa, o al menos eso pensó ella. Sin haber terminado de desvestirse, se quedó dormida sobre su suave almohada y su padre, quién horas después fue a verla, la cubrió besando su frente como lo hacía cada noche desde que vivía con él.
A la mañana siguiente, Ana cepillaba su cabello y mientras lo hacía (y sin saberlo) repetía las palabras y lo dicho por la dama Juliane, como si fuese la mejor de las estudiantes - Ducados, Condados, ¿Marquesados? ¡tsss! no, no - caminaba por la habitación con el cepillo y un mechón de cabello tomado en su mano - Ducados, Marquesado, Condados y vizcondados ¡sí! pero...ay el resto lo olvidé. Le pediré repasemos aquello. Y el rey, pero ¿tenemos Reina, es lo mismo? - cuando entró la mujer que cuidaba de ella y la asistía en su habitación, se quedó boquiabierta mirando a la niña - ¡que observas, insolente! siempre tan chismosa, entras por ahí como blanquito para que nadie te oiga - se giró dándole la espalda algo sonrojada por verse atrapada en sus pequeños desvarios - me gusta su cabello peinado, señorita, es tan bonito y largo - la mujer cerró la puerta y Ana ya estaba lista. Comió con celeridad aquella mañana, le podía la curiosidad de qué le enseñaría Juliane - ¿La vizcondesa está bien, ha sido bien atendida? espero le dieran de comer y una habitación bonita, que tenemos muchas ¿y papá? quería verle, deseaba contarle cosas- El estirado de Alfred de disponía a responder, pero ella sabía lo mucho que le molestaba le dejara con las palabras en la boca, así que mientras se iba le dijo - ¡No importa, me voy a esperarla a la sala!.
Corrió agarrándose el vestido que no sabía utilizar, para no tropezar, entró abriendo a dos manos la enorme puerta de la sala, frenándose de golpe al ver a la vizcondesa ahí - maldito Alfred, como le odio, no me dijo - Buenos días, vizcondesa ¿comió usted queso y pan? - se sentó y tosió un poco pensando y cuestionándose en secreto - ¿en serio le has preguntado eso, Ana?, pero qué bruta saliste - Bueno, espero descansara. Yo lo hice, estuve repasando lo dicho por usted, es muy interesante ¿que libros leeré? - no podía estar quieta y en silencio, aunque en verdad lo intentaba, le costaba frenar ese ímpetu que la hacía imparable. Y tanto se daba cuenta de ello, que al notarlo, siempre terminaba su avalancha de preguntas con un profundo suspiro. La de Chert, tan delicada y paciente, solo le sonrió y se sentó a su lado.
Alfred seguramente reía pensado en el bochorno que la pequeña rubia habría sufrido con la Vizcondesa, debido a su modo normal de actuar.
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