Narrador, roleplayed by Ferrante
1er acto: La ceremonia
El día había amanecido frío aunque soleado en aquella mañana de Noviembre. El astro rey calentaba no con la fuerza del verano, pero si lo suficiente como para que aquella reconfortante tibiedad impidiera sentir el frío del final del otoño. Las gotas de rocío que habían permanecido congeladas en las ramas de los árboles durante la noche, ahora se derretían lentamente haciendo parecer que del follaje y arboleda colgasen diminutos diamantes que se escurrían hasta perecer en el suelo. Los pájaros, aunque tímidos por el frío, sobrevolaban de rama en rama con alegría, cantando y produciendo un eco melódico.
En aquel paraje, a unas leguas de la ciudad de Valladolid, cuna del Reformismo Hispánico, había un antiguo caserón de piedra y tejas ocres rodeado de una verde pradera y a un costado por un frondoso pinar. Ésta edificación había sido comprada y restaurada por aquellos primeros reformados que se hubieran rebelado contra la autoridad de Roma. Ahora aquel edificio era un sitio de sabiduría y recogimiento para aquellas almas que formaban parte de la comunidad de verdaderos creyentes, al amparo de los tres profetas. A penas a unos pasos de aquella primitiva edificación, se había construido una nueva, pues las piedras de corte vivo y color claro denotaban su poca antigüedad.
Era el primer Templo Reformado. Sus paredes eran lisas y con poca ornamentación, y como único adorno que rompiera la severidad de la fachada, grandes vitrales que permitían la entrada del sol en el interior de templo. Su tejado era apuntado y de gran pendiente, como si intentara tocar el cielo. En el frontal, unas rectas columnas y un techado servían como refugio a la puerta de entrada, que daba paso franco al interior. Dentro, el templo no era menos sencillo que en el exterior. El suelo era de embaldosado de cerámica, muy pulido y brillante, y sus paredes blanqueadas con cal, decorado sobriamente con cenefas doradas en ciertos sitios para cubrir su desnudez. La nave, de un sólo cuerpo, estaba en su centro ocupada con varias filas de bancos de madera de pino, y en el extremo opuesto se encontraba un abside semicircular, cuya simetría protegía y abrazaba un altar tallado en granito de bellas formas. A la derecha del abside, más cercano a los bancos, un púlpito elevado y anclado a una columna lateral, con una escalerilla para que pudiera acceder el acólito. Los vitrales, que desde el exterior no producían en el espectador nada relevante, no sucedía lo mismo dentro del templo, pues desde ahí, los fieles podían ver dibujados en aquellos cristales los pasajes de la vida más importantes de los tres profetas. Como único mobiliario, a parte del altar y los bancos, una gran cruz reformada tallada en madera, colgaba de la cúpula del abside, y en los extremos de la nave, altos y grandes candelabros de hierro con numerosas velas.
Aquel día la decoración del templo se había reforzado para el acontecimiento que iba a tener lugar. Grandes ramos de flores adornaban todas las esquinas del templo; las velas habían sido encendidas en su totalidad, y un suave aroma a incienso inundaba los sentidos de todos aquellos que entrasen al templo. En un lateral, junto a las escaleras que llevaban al altar, había dispuestas varias sillas de madera donde descansaban los músicos - que afinaban y ponían a punto sus instrumentos - y un coro de doce niños que se encargarían de dar un aura de espiritualidad y misticismo a la ceremonia con su bella música.
Las puertas del templo se encontraban abiertas y varios lacayos esperaban a la puerta para acomodar a los invitados. La pequeña esquila del campanario comenzó a sonar llamando e invitando a todos a entrar bajo su techo.
El día había amanecido frío aunque soleado en aquella mañana de Noviembre. El astro rey calentaba no con la fuerza del verano, pero si lo suficiente como para que aquella reconfortante tibiedad impidiera sentir el frío del final del otoño. Las gotas de rocío que habían permanecido congeladas en las ramas de los árboles durante la noche, ahora se derretían lentamente haciendo parecer que del follaje y arboleda colgasen diminutos diamantes que se escurrían hasta perecer en el suelo. Los pájaros, aunque tímidos por el frío, sobrevolaban de rama en rama con alegría, cantando y produciendo un eco melódico.
En aquel paraje, a unas leguas de la ciudad de Valladolid, cuna del Reformismo Hispánico, había un antiguo caserón de piedra y tejas ocres rodeado de una verde pradera y a un costado por un frondoso pinar. Ésta edificación había sido comprada y restaurada por aquellos primeros reformados que se hubieran rebelado contra la autoridad de Roma. Ahora aquel edificio era un sitio de sabiduría y recogimiento para aquellas almas que formaban parte de la comunidad de verdaderos creyentes, al amparo de los tres profetas. A penas a unos pasos de aquella primitiva edificación, se había construido una nueva, pues las piedras de corte vivo y color claro denotaban su poca antigüedad.
Era el primer Templo Reformado. Sus paredes eran lisas y con poca ornamentación, y como único adorno que rompiera la severidad de la fachada, grandes vitrales que permitían la entrada del sol en el interior de templo. Su tejado era apuntado y de gran pendiente, como si intentara tocar el cielo. En el frontal, unas rectas columnas y un techado servían como refugio a la puerta de entrada, que daba paso franco al interior. Dentro, el templo no era menos sencillo que en el exterior. El suelo era de embaldosado de cerámica, muy pulido y brillante, y sus paredes blanqueadas con cal, decorado sobriamente con cenefas doradas en ciertos sitios para cubrir su desnudez. La nave, de un sólo cuerpo, estaba en su centro ocupada con varias filas de bancos de madera de pino, y en el extremo opuesto se encontraba un abside semicircular, cuya simetría protegía y abrazaba un altar tallado en granito de bellas formas. A la derecha del abside, más cercano a los bancos, un púlpito elevado y anclado a una columna lateral, con una escalerilla para que pudiera acceder el acólito. Los vitrales, que desde el exterior no producían en el espectador nada relevante, no sucedía lo mismo dentro del templo, pues desde ahí, los fieles podían ver dibujados en aquellos cristales los pasajes de la vida más importantes de los tres profetas. Como único mobiliario, a parte del altar y los bancos, una gran cruz reformada tallada en madera, colgaba de la cúpula del abside, y en los extremos de la nave, altos y grandes candelabros de hierro con numerosas velas.
Aquel día la decoración del templo se había reforzado para el acontecimiento que iba a tener lugar. Grandes ramos de flores adornaban todas las esquinas del templo; las velas habían sido encendidas en su totalidad, y un suave aroma a incienso inundaba los sentidos de todos aquellos que entrasen al templo. En un lateral, junto a las escaleras que llevaban al altar, había dispuestas varias sillas de madera donde descansaban los músicos - que afinaban y ponían a punto sus instrumentos - y un coro de doce niños que se encargarían de dar un aura de espiritualidad y misticismo a la ceremonia con su bella música.
Las puertas del templo se encontraban abiertas y varios lacayos esperaban a la puerta para acomodar a los invitados. La pequeña esquila del campanario comenzó a sonar llamando e invitando a todos a entrar bajo su techo.
El RP se dividirá en tres partes principales. En la primera llegarán los invitados y seguidamente se hará la ceremonia del matrimonio. En la segunda parte se ofrecerá un banquete a los invitados en el caserón. Finalmente como tercera parte, será el encamamiento de los novios (con testigos incluidos) para que se consuma el matrimonio de los recién casados.