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[RP] Enlace matrimonial de Ivanne y Ferrante

Athan


Las cuadras no eran un mal lugar, aunque notaba raro a Sonivo, dudaba en si podía tantearle más o si era una simple ditración para evitar aquella indirecta que le había formulado antes.

Me parece estupendo, vayamos, además, estas cuadras son nuevas y pocos cabalos han llegado aun, estará bastante limpia – le guiño un ojo y se fueron a las cuadras.

Una vez allí, estaba su caballo y un par más, las cuadras gracias a averroes estaba bastante limpia, por lo cual no tenía que preocuparse, si tenía cuidado no se iba a manchar, de todas formas podia cambiarse de ropa, el Conde era una persona muy preparada.

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Urraca_ont_aucel


Urraca andaba por las calles que se le oían las tripas a tres leguas. No era nesesario que gritase para anunciarse. Giraba el cuello en todas direcciones buscando un sitio para comer que fuese bastante barato. El viaje en barco había agotado su bolsa. Nota mental: reclamar cincuenta escudos a las autoridades portuarias. Y en esto que vio el paraíso. Una especie de iglesia rara con sarao de gente guapa y arreglada como para una boda. Allá se fue con la decisión que da el hambre, los años y la mala leche.

Se metió entre el gentío abriéndose paso a codazos y al grito de :

-Urraaaaaacaaaaa. Urraaaaaaaaca. Urraaaaaaacaaaaa. Paaaaaaso. Soy amiga de la chica de la oficinita.

La Urraca buscaba comida como los castellanos buscan piedra de murallas, con ansia devoradora. Pero no había, todo indicaba que aún estaba por celebrarse la ceremonia.

Miró al primer castellano vivo que veía de cerca y le dijo:

- Me debe cincuenta escudos por las molestias, amigo.
Ivanne


Asentía ante la reiterada insistencia de su padrino y protector. Mientras tanto, ella se iba vistiendo tras el mamparo, sola. Lo normal y lógico, y dada su condición, hubiera sido que una cohorte de doncellas y damas de compañía dispusieran de sus deseos en realidades, vistiéndola con cuidado y dedicada atención, ayudándola siempre que fuera preciso. Sin embargo, Astaroth y ella tenían por costumbre reunirse a solas, ello suponía que fuera una intimidad absoluta. Ni el uno se fiaba de su sombra si quiera, ni ella misma pretendía hacerlo, dado que bien aprendía de su mentor.

Era algo en lo que ya había pensado, no obstante, y por ello su vestido no disponía de lazada en la retaguardia, sino que directamente se abotonaba desde el frente. Eran pequeños botones de oro, expresamente realizados para ella, pues contenían las nuevas armas del matrimonio; en el primer y cuarto cuartel, los leones rampantes del Álvarez, y en los restantes las armas de Tafalla, en un principio, que Ivanne tomaba como propias y principales. Había botones también por las mangas, de forma que el vestido no era tan cómodo como parecía, pero no dejaba de gustarle a la Josselinière, siempre tan coqueta; en cuanto terminó de abotonar el delicado rompecabezas, pasó sus manos bajo el busto, rodeando cintura y llegando hasta la cadera, alisando los pliegues del terciopelo blanco. Se fue colocando después el cinturón, de oro y filigranas aún más complicadas.

Astaroth no cesaba.

...éis que no lo apruebo. Es un soberbio, un engreído. ¡Por los Tres, es un maldito plebeyo! Vos deberíais haberos casado con un Duque o un Príncipe, no con un bastardo que apellida "Álvarez de Toledo" pero no es capaz ni de demostrar una gota de alcurnia...

Un soberbio, un engreído, un maldito plebeyo, un Álvarez de Toledo. Lo sabía, todo ello lo sabía, y por saberlo y ser consciente de lo poco ventajoso que le era, no dejaba de resultarle atractivo, más aún si cabía. Los frutos prohibidos siempre sabían mejor. Toda aquella retahíla de adjetivos le fueron entrando por un oído y saliendo por el otro... Sin duda alguna, no buscaba beneficio económico al casarse, sino el personal. Ferrante, pese a todas aquellas características que sin duda le distinguían, era de los hombres, más bien de los caballeros, que como pocos mantenían la palabra y guardaban su honor; en definitiva, le convenía, pues sería su mayor protección. Ella ya se ocuparía de enderezarlo si en algo se torcían los intereses propios, que ahora compartiría con él.

Absorta, distante, fuera de este planeta, en lo que el Rey la regañaba.

Aún faltaba por ponerse el abrigo, aquel tan largo y blanco que sustituiría al velo, porque ella ya se había casado, de hecho era viuda, y no pretendía repetir errores; sin embargo no quiso ponérselo hasta el último momento: en aquella austera habitación, pese al escaso mobiliario, hacía un calor que más bien parecieran estar en presencia del Sin Nombre. Por el contrario, tomó entre sus manos su preciada corona condal, y con mucha ceremonia se la colocó sobre la cabeza, con los cabellos peinados en una gruesa y larga trenza, de la cual colgaban perlas muy costosas. Con una sola de ellas, podía comer una familia entera durante tres meses en Valladolid.

Preciosa. -fue cuanto dijo el da Lúa, una vez la Josselinière salió de su escondrijo, aquel que había tras el mamparo. Éste recorrió su cuerpo con la mano, mayormente desde la cintura, y por un momento se sintió incómoda, casi violenta. Lo que siempre había entendido como gestos afectuosos, hoy no sabía cómo interpretar.- Como una princesa, lista para ser entregada a un mendigo.

Y un beso, que melló aún más si cabía en la tensión palpitante de aquel momento. Muy quieta, no pudo oponerse; sólo sus puños reaccionaron, cerrándose con soliviantada fuerza.

Supongo que todo padre piensa que no hay hombre en el mundo digno de su hija. No se por qué debería ser diferente en este caso. ¿Estáis lista?

Pero ella no era su hija. Y si no hallaba hombre digno para ella, que no lo era, ¿qué clase de extraño amor debía de sentir? Fue lo que se preguntó, mientras su boca se entreabría y sus ojos azules esquivaban el de él, inquisidor, sin poder evitar después que se cruzaran debido a que Astaroth alzaba su barbilla con un simple gesto de sus dedos hábiles.

« Aún no. » -Por segunda vez en la historia de Ivanne, había miedo en sus ojos. Pero era otra clase de temor, algo muy difícil de definir. Su voz, en cambio, se mantenía firme, lo que podía contrariar a cualquier entendimiento de raciocinio. - « Que me esperen. A pocos de los asistentes conozco o aprecio, en verdad la gran mayoría son amistades de él, o grandes personalidades. Y aún no he oído felicitaciones, por lo que supongo que aún no habrá llegado. No será la novia quien llegue al altar primero y dé margen a las habladurías. Además... Pronto habré de entregarme a otro hombre, mi Señor, compartamos los últimos momentos de verdadera intimidad que nos quedan. »

No era cierto, en absoluto. Ivanne no era de las mujeres que se doblegaban fácilmente y aún menos si sentía que era ella quien llevaría los pantalones en su propia casa, teniendo en cuenta que era ella quien proporcionaría los beneficios económicos en la puerta y el pan en la mesa. Algo de lo que estaba absolutamente convencida. No obstante, vio preciso mentir de aquella manera. Había algo de lo que quería tratar... Algo que a Astaroth no le gustaba hablar; aún desconocía el motivo, pero era mencionar Alba de Tormes y revivir un fantasma que lo sacaba de quicio.
Cogió la mano de su Rey, y arrastrando de él fueron a sentarse frente a una humilde mesa, cara a cara; después le sirvió vino, muy solícita, con la misma afabilidad de quien pretende sacar provecho.

Voz mansa y ojos cándidos.

« Y bien, ¿cuál será vuestro regalo? Que el novio no os agrade, de lo cual no habéis dejado la menor duda al respecto, no significa que no vayáis a favorecer a vuestra protegida... Porque eso es lo que soy, ¿verdad? Vuestra protegida. » -tocó con sus dedos los de la mano de él, y sonrió llena de intencionada y endiablada dulzura- « Sabéis que jamás os he pedido nada, nada que no desee tanto como esto. Si favorecierais a mi esposo... Otro condado, tal vez, ... Mi gratitud sería infinita. No os sobrarían los argumentos, ha trabajado por el Reino y sus orígenes se remontan al antiguo linaje de la casa de Alba. ¿No sería lógico entregársela a él? »

En ocasiones, gana la osadía a la prudencia, pero en esta vez no. El rostro de Astaroth se volvió grisáceo, y ello fue motivo suficiente para hacerla callar.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
Maeva_emj


Mientras en el templo los invitados seguían llegando. Maeva se sentó junto a sus padres con la buena intención de no moverse de allí, tal y como le había dicho su madre más de una vez. Al cabo del poco rato comenzó a balancear sus pies, que no tocaban el suelo, y miró a unos y otros. No le pareció reconocer a nadie, hasta que vió como un muchacho ¿lo conocía? hablaba con una mujer. ¡Sí, sabía quien era!

Saltó del banco en un descuido de Debian y salió corriendo por el pasillo de la iglesia, hasta llegar dónde se encontraba Colombina. Trepó de nuevo al asiento y abrazó con fuerza a la mujer:


-¡Tita Colo! ¡Cuánto te quiero! ¡No zabía, que veníazs! -La miró con alegría y volvió a abrazarla. En eso se acordó del muchacho.- Hola,-le dijo sin soltarse de Colombina- creo que te conozco, pero no ze... ¿Quien erezs?
Sonivo


Ambos llegaron a las cuadras, bastante limpias para el gusto del carpintero. Tras echar na rápida mirada, Son pudo comprobar que su caballo estaba perfectamente atendido. Sólo había tres caballos mal contados, y los lacayos estaban más ociosos que de costumbre.

Estaba a punto de decirle al conde que tenía lúes, cuando notó más movimiento entre los lacayos del que hasta entonces habían manifestado.

-Creo que acaba de llegar alguien importante. Dado que nuestros caballos están en buen estado, ¿le parece si volvemos?, no me gustaría perderme la entrada de los novios. Dijo bastante aliviado. Después de todo para eso estamos aquí
Urraca_ont_aucel


Urraca vio pasar delante de ella una niña, no, un niño, o una niña, un ¿niño? Urraca vio pasar delante de ella una linda criatura de pocos años. Se le despertó su instinto profesional de nana y pensó que a lo mejor tenía una oportunidad de trabajo. Corrió detrás de ella y la alcanzó justo cuando la niña o el niño se agarraba a una señora muy enseñorada a la que llamó Titacolo. Urraca olió a dinero y gritó:

- Titacolo, Titacolo, ¿eres del gobierno? Es que me adeudan cincuenta escudos.
Batsheva


Llegó a la ceremonia pensando que por fin había zanjado el tema de Tricio, pero no, aquella voz la perseguía. Haciendo oidos sordos, entró buscando con la mirada algún conocido. Por allí andaba su socio, el marqués, acompañado de su esposa, Tadea. Sonrió haciendo un gesto con la cabeza.

Intentando no llamar mucho la atención, pues aún se extrañaba de que le hubieran invitado a esa boda, se sentó al final de una de las filas. La novia había sido gran amiga suya, quizá aún lo fuera, no estaba segura después de haberse casado con su antiguo amor. Y el novio...qué podía decir del novio. Aquellas noches en Valladolid, noches de soledad y necesidad...tampoco había que airearlo. Ya hubo una pequeña confrontación durante la coronación, no había necesidad de hacer un espectáculo en su boda.

Ahí sentada, tan sola, echaba de menos la compañía de su marido. Lástima que no estuviera junto a ella para apoyarle en tan duros momentos.
Erik_guzman_garcia


La pequeña Maeva apareció de pronto y se lanzó al regazo de Colombina abrazándola. En esto, le dirigió una mirada penetrante.

- Hola,- dijo la niña sin soltarse de Colombina- creo que te conozco, pero no ze... ¿Quien erezs?

- ¿No sabes quién soy?- Erik arrugó la nariz fingiendo contrariedad, el mismo gesto que hacía mami con pa cuando éste abría el pico- pues yo soy el primer castellano que nació vikingo. Y tú- con el índice dio un golpecito en la punta de la nariz de Maeva- eres la segunda. Tú y yo somos la primera generación de vikingos-castellanos de nacimiento, así que somos una especie de nobleza cuervil, jajajaja - Erik se echó a reír y concluyó- pero llámame Erik.

Justo al terminar sus palabras, una mujer le interrumpió para dirigirse a la madrina Colo.

- Titacolo, Titacolo, ¿eres del gobierno? Es que me adeudan cincuenta escudos.

Era lo normal, por muy reformados, deformados o lo que fuesen, aquello no dejaba de ser una iglesia aristotélica y, como todos, no dejaban de pedir constantemente. Si algún día les diese por hacer algo útil, igual no tenían que pedir.

- Quita, quita- y agitó la mano hacia la pedigüeña como espantando una mosca- pues vaya una porquería de Guardia Real que tenemos. Para que los grandes de Castilla no portemos armas están muy dispuestos, pero luego se les cuela un mendigo en la boda de la gabachita
Maeva_emj


Rompió a reír al tiempo que frotaba su nariz. No era la primera vez que oía algo parecido: su padre se lo decía continuamente, mientras intentaba enseñarla a manejar una corta espada. Ella era una vikinga. Sintió inflamarse su infantil orgullo y, cuando estaba pensando en cómo demostrar lo cierto de aquella afirmación, irrumpió en la conversación una mujer. Por supuesto no le gustó ni poco ni mucho lo que dijo:

-¡No! –gritó- ¡No ezs tu tita! ¡Tita Colo ezs mía! ¡Quita! ¡Quita!

Según hablaba, bajó del asiento y arremetió contra la mujer con toda la intención de apartarla de allí.

Ferrante


El traqueteo del carruaje por aquellos caminos perdidos de la mano de Dios era realmente una tortura; razón por la cual, Ferrante prefiriese siempre el viaje a caballo que dentro de aquellos armatostes rodantes. Si aquel día había hecho una excepción era por deferencia a su acompañante, su testigo, la condesa de Medinaceli y Frías. El novio suspiró mientras contemplaba el paisaje que se iba sucediendo al otro lado de la ventanilla. Se había quitado y puesto tantas veces sus guantes que casi estaban desgarrados. Unas gotas de sudor, no por el calor sino por los nervios, perlaban su joven rostro; incluso las piernas le temblaban compulsivamente como si ejecutase un intrincado pase de baile. Lanzaba miradas nerviosas a su acompañante, junto con alguna risa destemplada que pronto se perdía para trocar sus labios en una delgada línea apretada y dubitativa.

- ¿Creéis que hago lo correcto, mi señora?.- dijo mientras apretaba la blanca y delicada mano de la condesa entre las suyas, más fuertes y ásperas. - El día de hoy ha traído a mi fuertes recuerdos de mi anterior matrimonio... y no creo que haya entre ellos nada en común. Con mi querida Syn, pues debéis saber que aún la recuerdo, y creo que recordaré toda mi vida con especial cariño, sentía un pleno y sincero amor... era separarme a penas unas horas y sentir la necesidad de que volviera a caer en mis brazos.- Quedó callado unos instantes en los que la noble también quedó silenciada para no interrumpir sus delirios. - Sin embargo, con la de Tafalla no es lo mismo. Me he avocado a la necesidad del matrimonio con alguien de provecho político, ya sabéis... y siento que esto no es más que un negocio, sin ningún tipo de sentimiento. Y no negaré que ese era precisamente el argumento de más peso cuando me decidí a pedirle matrimonio. Tampoco negaré que no sea una mujer de virtudes, pues es inteligente, con múltiples recursos, convincente y bella... ¡oh si, endiabladamente bella!... pero es con quien compartiré mi vida, si Jah quiere, hasta que muera. Y temo estar en un error.-

Dudas, tenía muchas dudas, pero el peso de la necesidad de aquel matrimonio era quien le impulsaba a cumplir su palabra de compromiso. - Y tengo más temores...- dijo tomando aire, con el rostro triste y meditabundo - Ella es noble y yo no soy más que un plebeyo... si, rico y con poder dentro de la Corte, pero plebeyo al fin y al cabo. Y el rey no es ni más ni menos su protector, y supe desde el primer día que no estaba precisamente a favor de esta unión... razón de más por la que la señorita de Josselinière no creyera conveniente en pedirle su bendición.- Por enésima vez volvió a calzarse con manos temblorosas los guantes de ante gris.

Se abrochó los botones del jubón. Se había gastado una verdadera fortuna en aquellas prendas y en la preparación del banquete - pagado a medias con la de Tafalla -, hasta tal punto que sus arcas habían quedado resentidas y mermadas. Volvió a suspirar cuando vio que el carruaje se acercaba a las inmediaciones del templo reformado. - Mi señora ¿qué opináis de mis reflexiones y turbaciones? Vuestro mejor regalo para este día sería aconsejarme... vos que habéis tenido una vida plena y un matrimonio duradero con el señor barón.- acarició nuevamente las manos de la condesa, en una mirada de súplica que clamaba por ayuda y comprensión.
Colombina


En tan solo unos segundos, su presunta intimidad se vio trastocada por tres personas; aquel ahijado descarado como su padre y bello como su madre al que no podía negar nada, la pequeña de Debian y Jean que ya apuntaba maneras como pequeña vikinga y una mujer estridente que no conocía de nada pero a la que sería difícil olvidar, con nombre castellano pero acento extranjero que le pedía no se que cuentas de los que la italiana no tenía ni idea.

"Signora, vi prego, este no es el lugar adecuado para hablar de esas cosas, que para eso los castellanos tienen oficina para atenderles. Acaso está usted invitada a la ceremonia?" Le parecía cuanto menos extraño que el Maestro de Armas conociera a semejante pájara, aunque fuera un plebeyo venido a más, si algo recordaba de sus pocos encuentros con el pucelano era su extrema atención a otorgar su confinza a alguien.

Miró a Erik y le sonrío, haciéndole sitio en el banco para que luciera su desparpajo, y tomó a Maeva en brazos y la achuchó contra su regazo, besándole aquellos mofletes sonrosados. Nunca había demostrado mucho de su carácter maternal en público: a ser sinceros, jamás habia mostrado apego por ello.

"Tu padrino? Andará perdido entre sus legajos y blasones" le contestó al niño sonriendo.

Poco a poco se iba llenando el templo y esperaba con nerviosismo conocer a la que decian que era más que una conocida del Rey.

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Cyliam


Era la boda del pioji, era un dia tipico de invierno. La pelirroja se ocultaba bajo las mantas y refunfuñaba al saber que debia levantarse.
Finalmente y a regañadientes se levanto eso si, forrada con una manta.
Bajo las escaleras, su rubio esposo ya estaba listo para el bodorrio y una humeante taza de te esperaba en la mesa de la cocina acompañada de, como no, bollitos de canela, eso si alegraba el dia a cualquiera.

Desayuno como pudo, sacando una mano bajo la manta para atrapar o bien el bollito o bien la taza.

De nuevo en el dormitorio las cosas comenzaron a torcerse, llevaba casi un año sin comprar vestidos nuevos, pero habia adquirido en el ultimo mes tres modelitos invernales divinos de la muerte, y ahora su dilema era cual de todos ponerse para la boda. Al final opto por el del color mas llamativo, con un faldon rojo intenso con bordados florales en la parte inferior, acompañado de una chaqueta negra con los cuellos y puños forrados en una suave piel marron y con los mismos bordados que en la falda, con un fino acompañamiento de un gorrito de la misma pelleja que los puños de la chaqueta y guantes rojos que conjuntaban maravillosamente con el faldon.

Sin duda un calido atuendo digno de una pelirroja tan friolera como Cyliam.

- Ya estoy, por fin me he decidido. Dijo al rubio que esperaba mas que preparado. Ambos se dirigieron al lugar de la boda, eso si, en el carruaje, mas que por no pasar frio porque la pelirroja con los mapas no se llevaba bien. - Ya veras como llegamos tarde, quien me mandara a mi comprarme vestidos nuevos y no saber cual ponerme. Tras una breve pausa y una sonrisa. - ¡Por cierto! Grito dando un brinco sobre su asiento a la vez que aporreaba la pared del carruaje y sacaba la cabeza por la ventana como una loca. - ¡Da la vuelta! Que nos hemos olvidado de la morena, prometi que la recogeriamos por el camino.

Y asi fue como llegaron bastante tarde a la dichosa boda, la culpa la tuvo un vestido y quien diga que fue cosa de la pelirroja ¡miente! Pero por fin llegaron, un rubio, una morena despampanante y una pelirroja sonrojada y avergonzada. - ¡Por fin estamos aqui! Dijo agarrandose del brazo de sus dos acompañantes.

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Zebaz
Curiosidad por aquella rama aristotélica que cada día se aferraba mas a las tierras de Castilla quitando sitio a la universal Romana. Sin pergaminos ni libros que leer para conocer mejor aquella "nueva religión", como si podía saber del averroísmo o el espinozismo, mantenía curioso al barón. Dos altos funcionarios de la Corona unían sus vidas por aquel sacramento, rito o como se denominase, era su primera vez y seguro que no seria la última.

Suerte a la gente, aquel templo no producía eco entre sus muros de piedra, pues aquella decoración escasa dejaba en la estancia un lugar amplio y sin muebles. Las iglesias y Seos Aristotélicas, gozaban de una riqueza arquitectónica envidiable, como los muros y paredes repletos de figuras, retablos, lienzos, o cualquier adorno. Seria el principio, en el paso de los años seguro que ganaría en riqueza como la romana, no podía pensar que Roma era así de rica en los tiempos que empezaría. Seguro que el abandono de Roma en Castilla lograría que los reformados alzasen mejores templos o ocupasen los templos aristotélicos y los adaptasen a su credo. Los Aristotélicos habían perdido Castilla hace mucho tiempo, el baile de las sillas y la avaricia de los prelados que solo utilizaban las diócesis como trampolines. Vergüenza de curas Aristotélicos los que habían en Castilla, al único decente y honrado, Ignius, lo tiraron de malas maneras. Una Iglesia corrompida, si el pobre Aristóteles levantase la cabeza seguro que colgaba a toda la Iglesia Hispana por corruptos y abusar de la palabra del altísimo. Curiosa la variedad cultural y religiosa en Castilla, tierra de todas las religiones.

Perdido entre sus pensamientos, encontró un sitio donde presenciar el matrimonio entre sus dos compañeros en la Corte del Rey. Una boda que de ser de otra forna no hubiese asistido, la Condesa de Taffalla, una mujer engreída e insoportable por estar siempre escudándose con el Rey. Pobre Ferrante, el Maestro de Armas, casarse con semejante mujer, amargarse un futuro prometedor que tenia en la Corte por un lío de faldas. Dolor de estomago le daba solo de pensarlo, pero ya era un hombre adulto para saber que futuro quería el herrero.
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Morgui


Se sentía algo sofocada por el incidente del carruaje. No recordaba que la pelirroja y sus vestidos, no eran amigos del tiempo. Pero al entrar al templo de su brazo, se sintió mas aliviada.

Tomaron asiento, saludando a los vecinos con un gesto de cabeza y sonrisas por doquier.
Las bodas ponían feliz a la gente y a sus estómagos, pero no pasó por alto la sencillez del templo, lo que le llevó a dudar si su estómago se iría feliz aquél día.

Con disimulo, miró alrededor.

-¿Aquí se iban a casar?, ¿pero la novia no era pudiente?. - Susurró a la pelirroja.

Con recelo, miró su bolsito de tela fina, del cual con una precisa costura, salía una bolsa de tela mas gruesa del interior que servía para perecederos, croquetas, bollitos...y cualquier vianda que le sacara una sonrisa al día siguiente. Lástima que no había probado bocado ese día.

Sentada y en silencio, imaginaba a los novios espléndidos, ella rubísima y él como el ropero que acababa de comprar. Eso sí, esas greñas que se empeñaba ahora en llevar por las modas, bien le pondría remedio ella con un tijeretazo.

Observó los vitrales que llenaban de luz el templo, el olor a incienso y se relajó.
Desde luego se respiraba paz en aquél sencillo lugar.


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Mikumiku


A Miku sí que le gustó la Iglesia Reformada al entrar. En ambos sentidos reformada, pues desde lejos uno podía divisar las semejanzas arquitectónicas con el gran caserón que una vez había sido el edificio. Quizá no saltaran a los ojos ricas ofrendas de artesanías antiguas e imperecederas, pero el ambiente era tan sobrecogedor como un templo romano antiguo.

Cualquier fallo que pudiera tener la situación no hubiese importado lo más mínimo, de todas maneras, pues la compañía de la que aquella mañana gozaba era digna de admiración. “Sabéis que no son partidarios del oro en las iglesias, a ver si junto a estos diamantes no me dejan entrar.” Había bromeado en galanterías no especialmente originales. Por la compañía hubo de reprimir el caballero una curiosidad táctil muy de pareja con los abrigos nuevos de su esposa, pero a cambio fue un viaje entretenido con chanzas e historietas varias entre amigos.

Él iba como solía en aquellas ocasiones, con la ropa buena y elegante pero poco o nada ostentosa; Rematada por una capa tirada al hombro para en caso de arreciar el frío arrebujarse en ella. O enrollar a cierta dama friolera. Pues el invierno se acercaba, y con él había vuelto por otra parte la barba rubia que el castellano lucía por su porte soldadesco. Su mal de garganta extrañamente aún no le estaba rompiendo la voz, pero ya vendrían las nieves y los vientos de verdad.

Al final entraron en el lugar, ya poblado por grupos de invitados entre los que se divisaban multitud de rostros conocidos. Al fondo de la nave un iluminado Asdrubal de la Barca parecía prepararse para la función, espectáculo que Miku tenía curiosidad por conocer. Disimuladamente asombrado y con ojos atentos a cada detalle, el capitán de la guardia apartó la atención de su irmá y señora para estudiar las bellas vidrieras de los tres profetas. Pues él había escuchado las palabras de la Reforma, y aunque no se había acabado de decidir por hartazgo religioso, encontraba en ellas mucho sentido y buen hacer.

- ¿Te acuerdas de nuestra boda? – Fue una pregunta casi retórica. Mucho era lo vivido desde entonces, juntos o separados. – A ver por dónde se esconden los novios…

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