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[RP] La coronación de Astaroth I, Rex Erminevs

Don_diego_alatriste


Una dama se escurrió entra sus alguaciles y le saludó con un leve gesto de cabeza, le era familiar, mas no logró reconocerla en ese preciso momento con tantos asuntos que le barruntaban en la cabeza, hizo una reverencia a la joven y pensó: "La buscaré dentro de la sala, me resulta familiar"

A la llegada del Capitán, le saludó con un leve inclinamiento de su cabeza, le enseñío la invitación y le dijo: "Muy buenas, el mio, es Diego Alatriste, podéis estar tranquilo, tengo la buena costumbre de descubrirme cuando estoy bajo techo, y por el arma, lo sé, viene conmigo por si hiciera falta, mas la custodiará uno de mis alguaciles en la puerta - señaló a sus hombres y continuó diciendo - he traído a estos hombres para que reforcéis la seguridad, toda es poca ante un evento como el que nos aguarda, quedan bajo vuestro mando hasta que concluya la ceremonia, excepto uno, si me lo permitís, que esperará a las puertas del salón del trono con mi espada, montando guardia junto a vuestros hombres."...

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Ferrante


Aquella corona, que sobre carmesí cojín reposaba, había sido y seguiría siendo siempre la causa de tantas luchas de poder, de codicia, rencor e incluso lujuria. No era más que un trozo de metal, ornado y recubierto de joyas. En realidad no era nada, sino la dignidad que representaba lo que tanto se afanaban los hombres y las mujeres en conseguir. Y ahí estaba, sobre la mesa, lanzando un inequívoco desafío de brillo dorado que intentaba seducir los azulados ojos del de Toledo. Él respondió a aquel guiño con desprecio, y se giró, dando la espalda a tan codiciado objeto. Nuca había sido ese su propósito, ni nunca lo seria; apreciaba demasiado su vida como para dejarse matar por ello; tenía muchos planes en mente, que requería mayor atención y determinación y a los cuales ya estaba decidido a consagrar su existencia.

Juntó las manos a su espalda, haciendo que aquel pesado tabardo se arrugara en los costados. Era el traje de gala de los Maestros de Armas, sobre cuya tela estaban bordadas las armas de Castilla y León, aquellos castillos de oro, altivos y arrogantes, siendo tentados por el fiero y coronado león morado, con cuyas zarpas amenazaba constantemente en actitud beligerante. Un austero cinturón de cuero negro se ceñía en torno a su cintura, resaltando su esbelta y nervuda figura, acentuando más si cabe su altura. En realidad se sentía orgulloso de si mismo, pues había conseguido, a su temprana edad, semejante cargo de importancia. Y si bien es cierto que aquella dignidad revestía poder y - lo que era por muchos más ansiado - estar cerca del poder real, lo que Ferrante más disfrutaba era el tacto de aquelos viejos y ajados pergaminos e incunables, con la historia de las nobles familias del reino; y sus brillantes escudos, que a pesar de haber perdido las tintas su color, el orgullo de la sangre aún conservaba y defendía el orgullo y la patria Castellanoleonesa.

La habitación en que se encontraba, era el Camarín de los Reyes, donde los monarcas aguardaban y se vestían para las recepciones de las altas dignidades y prelaturas del reino y el extranjero. El Maestro de Armas abrió la puerta, y los dos guardias reales que la custodiaban se cuadraron, haciendo golpear sus largas alabardas en el suelo, creyendo que quien salía era el propio rey. Ferrante les dedicó una sonrisa indulgente por su confusión. Desde el mismo umbral, pudo divisar cómo el Salón del Trono se estaba llenando con los invitados, haciendo que toda la estancia se cubriera con un rico colorido de aquellas prendas de calidad, que semanas antes ya sustituyeran con alegría los negros brocados y lienzos por luto de la fallecida y Aristotélica Majestad Froda.

Se paseó por el salón, aunque no muy lejos de la puerta de camarín, por si acaso le requerían, pero lo suficiente como para saludar a algunos de los invitados que allí estaban congregados. La primera persona con quién se encontró fue al Capitán de la Guardia Real, vestido con las mejores galas. Hizo un saludo militar - guiño de su añorado pasado guerrero - Veo, excelencia, que tenéis todo en orden. Debo decir que estoy satisfecho y sorprendido por la labor que desempeñan sus hombres. Habéis conseguido reorganizar el Cuerpo de Guardia en tan sólo unas semanas.- Asintió con la cabeza convirtiendo el gesto en una reverencia. Junto a él se encontraba el altivo Marqués de Alcañiz, Condestable de la Corona; un tipo enigmático e igualmente peligroso, cuya ladina mirada despertaba constantemente la desconfianza del de Toledo, pero al que nada tenía que recriminar - por el momento - ya que parecía haber caído en gracia al Rey, pues la reputación de buen comandante le precedía. - Señor Condestable.- exclamó levantando la barbilla - No os demoréis en demasía, pues en breves instantes se os requerirá. Vigilad la puerta y cuando os indiquen, id con premura.- Quizás su petición había sido demasiado seca, pero prefería guardar las distancias y ser franco con los desconocidos.

En su corto recorrido por la sala, pudo divisar a numerosos invitados, algunos de ellos con una evidente felicidad, pues tenían la ocasión para codearse con la flor y nata del reino y mostrar sus bellos trajes; otros sin embargo, se les veía realmente disgustados por estar allí, aguantando el semblante sólo por la obligación que encerraba la invitación a tal evento. Divisió entre varias personas a sus antiguos vecinos, el caballero Ruysandez y la princesa turca Thiara, a los que saludó en la distancia con una sonrisa. Si entre todos aquellos convidados había uno que destacase en felicidad, sin duda era Asdrubal de la Barca; su dicha era palpable y el nuevo oficio de consejero espiritual de Su Majestad era para él un gran gozo. Pero más si cabe el honor que tendría en aquella memorable jornada. - Señor de la Barca.- estuvo tentado de besar su mano como a los sacerdotes aristotélicos, más sabía Ferrante que el trato con los Pastores Reformados era de igualdad, así que prescindió del boato - Le ruego que se reúna en el Camarín dentro de unos instantes; el rey no tardará en llegar y vos, como ya sabréis, tenéis hoy una responsabilidad importante.- Inclinó la cabeza y prosiguió su camino.

El de Toledo se sorprendió al ver a una persona en concreto en aquella sala, pues a pesar de tener invitación, creyó que no tendría la desfachatez de presentarse. Era el Marqués de Ibiza, que muy gallardamente iba del brazo de su señora esposa - a la cual Ferrante tenía el honor de conocer muy bien, tras aquellas aventuras comerciales que habían tenido hacía poco tiempo. - Señores Marqueses de Ibiza.- hizo una reverencia, dejando entrever una sonrisa burlona escapando de sus labios - Celebro veros, señor.- dijo dirigiéndose en primer término al de Migdit - Con tan buen aspecto. Hace pocas jornadas que aún seguíais postrado en cama. Parece que fue ayer cuando llegaron las noticias del... desafortunado naufragio de vuestro barco; al menos los restos del pecio darán muchas historias que contar durante generaciones, pues vuestra... gesta es, os aseguro, inolvidable.- Las últimas palabras las pronunció lentamente, mirando fijamente a los ojos del marqués, en tanto que pareciera un guante tirado en el suelo, invitando a la riña. - Señora marquesa .- besó la mano de la Melamed apoyando en ella los labios más tiempo del decorosamente debido - Estáis deslumbrante con ese vestido, aunque me permitiréis haceros observar, que la naturaleza humana ya es de por sí insuperable.- Hizo una profunda reverencia a la dama, sonriendo ámpliamente por su descaro.

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Astaroth_14


Silencio. Casi no recordaba la última vez que había sido capaz de escuchar el silencio. Nunca se había llegado a dar cuenta de que el silencio absoluto no existe, que incluso en la más absoluta quietud, era capaz de escuchar dos pulsos, uno agudo y otro grave, dentro de su cabeza. Sin embargo, habían decidido dejarle sólo, al fin, como no sucedía desde que tomase la Corona. Quizás pensaran que necesitaba descansar, dado que la enfermedad se resistía a marchar de su cuerpo. En cualquier caso, lo agradecía. Astaroth siempre había sido soldado, y aquello le daba la oportunidad de vestirse él mismo. Despreciaba profundamente a los criados que insistían en intentar vestirle.

Frente a un espejo de plata bruñida, muy ornamentado (de tiempos de Elena), se miró por última vez. Ropajes negros, sobrios, con un inconfundible aire militar, adornados sólo por algunos brillos de plata. Las botas relucían, con el cuero limpio y engrasado. Satisfecho, cogió el tahalí, sobrio como el resto del atuendo, en el que descansaba Hauteclaire. A pesar de que no era suya y siempre había despreciado las espadas enjoyadas, dignas de hombres con más bolsa que hígados, la espada era algo especial. Un recuerdo de tiempos mejores, por decirlo de algún modo. Prendida la espada, abrió el estuche en el que guardaba el collar que le correspondía como Maestre de la Orden de la Escama, colocándolo con cuidado alrededor de su cuello. Una vez adecentado, tomó una campanilla de plata y la hizo sonar.

Apenas un instante después, entró Ivanne. El Rey le dirigió una ojeada satisfecha y una sonrisa de orgullo.

Estáis preciosa, querida mía.-se acercó y tomó su mano, besándola.-Vos diréis cuando hemos de dirigirnos a la ceremonia.

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/Tengo una vida fuera del juego. No tiene por qué ser siempre más interesante, pero desde luego, sí es siempre más importante. Gracias por la paciencia./
Ignius


El cura entró en la sala, apoyado en su báculo episcopal, regalo del último primado de la Asamblea Episcopal, por sus servicios prestados, junto con el palacio episcopal.

Se sentó ahí donde encontró sitio. Y ya está

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Batsheva


Guiaba a su marido entre los invitados, haciendo comentarios sobre unos y otros sin mucho interés. Notaba cómo les miraban y evitaban dirigirse a ellos. Al fin y al cabo, la reputación de su marido siempre les precedería, aquello era algo que debía asumir, aunque a veces lo odiara. Sólo una persona tuvo a bien saludarles, y la rubia se tensó al oir las primeras parabras del de Toledo.

- Señores Marqueses de Ibiza. Celebro veros, señor...Con tan buen aspecto. Hace pocas jornadas que aún seguíais postrado en cama. Parece que fue ayer cuando llegaron las noticias del... desafortunado naufragio de vuestro barco; al menos los restos del pecio darán muchas historias que contar durante generaciones, pues vuestra... gesta es, os aseguro, inolvidable.

Notó la tensión en el brazo de su marido. Las heridas aún no habían terminado de cicatrizar, pero no eran las físicas las que le preocupaban. Era orgulloso y altivo, y aquel golpe le había afectado más de lo que hubiera deseado. Y allí estaba ese hombre venido a más, recordándole lo sucedido con esa irresistible sonrisa. Desde el momento en el que se cruzaron por primera vez, ella había deseado tener otro tipo de relación con él, pero no podía permitirse un escándalo así. Quizá cuando el bebé hubiera nacido...

- Señora marquesa. -besó su mano, quizá de forma poco adecuada para el momento - Estáis deslumbrante con ese vestido, aunque me permitiréis haceros observar, que la naturaleza humana ya es de por sí insuperable.

-Es un placer encontraros por aquí, os hacía bajo alguna falda. -sonrió con descaro -No os preocupéis por la salud de mi esposo, ya lo hago yo cada día. Y cada noche. -le cogió del brazo atrayéndole hacia si -Y espero que nuestra relación comercial nos siga dando beneficios en el futuro. -susurró con picardía.

Miró de reojo a su marido. Conocía esa mirada, no presagiaba nada bueno. O aquello empezaba pronto o los castellanos tendrían aún más motivos para hablar de él.

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Quimet


Entornó la mirada ante el breve coqueteo de su esposa con el de Toledo, arrugando el gesto cuando cruzó miradas con ella. "¿Con él? ¿Éste? Pero si es horrible" pareció decirle con una mueca inquietantemente divertida. Después volvió su atención al castellano.

Ferrante. - Dijo fríamente. - He oído que eres el capitán de Su Majestad. - Sonrió. - Su nuevo juguete. Y el de algún que otro noble más. - Añadió. - Enhorabuena, veo que el lamer culos... tiene sus recompensas. - Si aquello esperaban de él, iba a dar espectáculo. Le encantaba ensuciarse las manos. - Y sí, los bardos cantarán mis hazañas durante generaciones. Fue divertido ver como el obispo de Lisboa se hundía lentamente, junto a su navío. Lamentablemente no pude repetir la historia con el almirante portugués, pero todo llegará. - Miró distraídamente más allá del de Toledo. - Para desgracia de algunos, sobreviví y agradezco a los dioses que aquel pesquero me recogiera, junto a algunos de mis hombres y me trajera, curiosamente, de vuelta a Pucela. - Y como hiciera su esposa poco antes, él también se acercó al oído del capitán. - Agradece a Batsheva que le haya prometido no protagonizar ninguna escenita que le perjudique, de lo contrario tus tripas estarían decorando el suelo que pisamos y yo estaría bebiendo tu sangre. - Se apartó de él, propinándole unas palmaditas en el pecho. - Querida, he visto a algunos conocidos, vayamos a saludarles. Aquí empieza a oler a m*erda castellana.

Y así, los marqueses se alejaron. El rostro de Quimet podría mostrar síntomas de debilidad, su cuerpo podría estar demacrado y su mente, perdida y senil, pero no iba a dejar que le pisotearan o le humillaran. No al menos sin revolverse y matar mientras agonizaba: si se dice que los animales heridos son los más peligrosos, Quimet era el peor entre las bestias.

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I raise my flags, dye my clothes. It's a revolution, I suppose. We're painted red to fit right in...
Mikumiku


- Escuchad, porque no voy a volver a repetirlo. – Resignado y cabreado se pasó una mano por la frente. Estaba bastante harto. Dejó que las palabras salieran lenta y claramente– Tenéis buena intención, lo sé. Pero nadie, ¡Nadie! Va a inmiscuirse en el trabajo de mi institución sin que se le haya pedido o se haya coordinado un apoyo en caso de emergencia. Esta es la función de la guardia real y de nadie más. Si en un futuro queréís uníos estáis invitado, pero no es este el momento.

Se acercó un paso más a él, serio ahora. – No dudo en que lo que queréis es ofreceros para la seguridad de la Corte. Sé cómo somos los castellanos, sé que hasta el hijo tonto del panadero se tiraría a defender su tierra y su gente. ¡Pero somos una institución real, un cuerpo de élite! ¿Creéis acaso que estaría bien que una veintena de ciudadanos entraran en el tribunal supremo para ayudar con la decisión a los jueces? Agradezco el espíritu, en serio, pero debéis aprender vuestro lugar. Si queremos preservar la identidad de nuestros ejércitos, de nuestros soldados y regimientos de renombre, hay que empezar por respetarla.

Y no lo alargó más, por temor a perder la calma definitivamente. Tomó personalmente el arma del mariscal y recomendó a los alguaciles dispersarse y comportarse para no dar ninguna mala impresión. Desde que había vuelto de África no era el mismo, su paciencia había disminuido mucho y en general la guerra lo había endurecido a lo largo de los años. No quería perder en una mala reacción el respeto y la posición que había recuperado en su tierra natal, ni el cariño de sus seres queridos, ni esa mezcla de honor y orgullo desorganizada que le empujaba a algo más.

Cuando coincidió con Ferrante ya se había recompuesto y se permitió el palmearle un hombro fraternalmente.- Se agradece el reconocimiento. – Le sonrió, sincero, mas no se detuvo a hablar con él. Era hora de acercarse a los aposentos reales y el momento de la verdad estaba próximo. Con el áureo revuelo de la capa blanca pronto estuvo plantado junto a las puertas, sumido en el más leve silencio.

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Athan


Y más gente todavía, ya con ganas de concluir con la ceremonia la cual se tornaba eterna decidió darse un paseo, los rumores de que habían infiltrado croquetas de forma ilegal, se rumoreaba el nombre de Cyliam y de Mikumiku, recordó entonces que el a parte de jefe de la diplomacia, tambien era guardia real. ¿Donde estará Miku?pensó mientras buscaba con la mirada entre los asistentes, entonces, vió a Cyliam, un escalofrió le recorrió toda la columna de solo pensar en su alpagarta, de hecho, el moro tenía un trauma.

Continuaba desliazando la mirada entre los asistentes hasta que vió a Miku, requisando arma y ultimando los preparativos, sigilosamente se colocó a su vera, frente de Don Diego al cual saludó a la par que tomó la palabra.


Disculpad capitán, pero le estaba buscando por varios motivos, el primero el tema de la guardia real, ¿Se necesita algo más? Y el segundo sobre la importación de esto... ejem... cro...que...tassss...Esto último lo dijo en voz bajita para que nadie pudiese escucharlo, eso incluia a Don Diego.

Hacía poco que se había llenado a queso, pero el aburrimiento, las ganas de socializar un poco y, el morbo de comer croquetas a escondidas hizó que el de Saiid abandonase su escondite.

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Ruysandez


Caminaron, en aquél día soleado de inicios del otoño, desde la Casona hasta la puerta del Alcázar. Por las estrechas calles toledanas el gentío aclamaba a los invitados que se acercaban al evento, esperando posiblemente la dadivosidad de estos. Aurora disfrutaba con todo aquél alboroto, en brazos de su padre, mientras la princesa repartía sonrisas y saludos a toda aquella muchedumbre. Ruy, observaba atento, el numeroso despliegue de los alguaciles castellanos, que rodeaban la Corte.

¿Temerán un atentado? – pensó el soldado.

Al llegar ante la puerta del Salón del Trono, la Guardia Real les requirió las correspondientes invitaciones, y antes de entrar, Ruy dejó Spadone a cargo de estos.

La Gran Sala bullía repleta casi ya, de los invitados a la ceremonia, y el murmullo era atronador. Aurora observaba todo y a todos, con los ojos bien abiertos, callada y muy atenta, mientras sus padres se adentraban entre la multitud con ella en brazos. Nunca había visto tanta gente junta.

Mientras tomaban una copa de vino, observaron en la lejanía al flamante Maestro de Armas de la Corona, que les saludo desde la distancia con una sonrisa, a la cual respondieron ambos.

Impresiona ver al rapaz de esa guisa – dijo Ruy a su esposa – Confieso que jamás hubiera imaginado que aquél joven herrero al cual conocimos en Valladolid, llegara tan lejos.

Y yo te confieso, amor mío, que nunca entenderé el mal gusto de los castellanos para la decoración

La princesa localizó a lo lejos a su ahijado, y cogió de los brazos de Ruy a la pequeña Aurora para ir a saludarle.

Te la quito…un momento solo ¿eh? – dijo sonriendo

Ahora voy con vosotras – dijo despidiéndolas.

Había divisado al Capitán de la Guardia Real, en actitud acalorada con el señor Prefecto de Mariscales. Hallábase ahora solo ante la puerta, controlando el discurrir de la ceremonia desde su aventajada posición. Dispuesto a cambiar, de buen grado, su rostro firme e imperturbable, se dirigió hacía el, con paso firme y decidido.

¡Hola rubiales! Cuanto tiempo…Me alegro mucho de volver a verte…y de ver que las cosas te vayan tan bien – dijo al Capitán, a la vez que le daba una palmada en la espalda, desconcertándolo por un instante.

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Don_diego_alatriste


"¡Alto, volved a formar!" Ordenó Alatriste con la vena del cuello hinchada a sus alguaciles que comenzaban a dispersarse. Ya una vez formados, hizo gestos a uno de ellos para que le lanzara una espada envainada, cogiéndola éste al vuelo, preparándola por si, el Altísimo no lo quiera, tuviera que desenvainar, y volvió a dirigirse con los ojos incendiados al Capitán que tan alegremente había insultado a sus hombres y le había desarmado:

- "Vos y yo aún no hemos acabado, Capitán, con un "no es necesario, gracias" hubiera bastado, en cambio, vos habéis preferido insultar a estos buenos hombres que, cierto, no son soldados, pero son bien diestros con la espada, y guardan la Ley de Castilla a diario en sus ciudades, y no sólo eso, si no que cometéis la imprudencia de desarmarme con veinte hombres armados a mis espaldas ¡Y además les dais órdenes! Mis hombres no entrarán, pero tampoco se van a dispersar, se van a quedar a diez metros de la puerta del Alcázar hasta que yo en persona salga a ordenarles lo contrario, y ahora, os sugiero que me devolváis la espada, no os preocupéis, que no entraré armado, pero devolvédmela, que la custodien mis alguaciles fuera del Alcázar"

Tan alterado estaba Diego, que ni se percató de la presencia de Athan y Ruy...

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Ferrante


- Dad por hecho, mi señora... - dijo acentuando las dos últimas palabras - que he quedado satisfecho con nuestra empresa, aunque de momento no tengo más que reclamaros... quizás en un futuro me podáis ayudar.- E inclinó la cabeza mansamente ante la de Melamed, como dando a entender que era su más humilde servidor.

Ferrante comprobó por el rabillo del ojo que el marqués no podía contener más su enfado - era justo-, el de Toledo le había picado más de lo recomendable, para tratarse el otro de un hombre con aquella reputación de corsario irascible. Decidió pasar por alto aquellas palabras tan directas; sin duda un hombre acostumbrado a gritar barbaridades a los suyos sobre la cubierta de un barco, no tendría la delicadeza de tratar los asuntos de forma solapada, como el vallisoletano tuvo el acierto de hacer minutos antes. No se podía pedir que un cactus diera dulces racimos de uvas. - Tenéis razón, excelencia; siempre es un placer ver a un sacerdote romano ahogado en el fondo del mar, allí donde sus sahumerios y ornamentos no les valen de nada.- Se detuvo unos segundos sosteniéndole la mirada - Sin embargo, lo que os sobra como buen marino lo adolecéis en asuntos de política; ¿acaso creísteis que esos ladinos portugueses os iban a dejar saliros con la vuestra?. El orgullo os cegó, señor Marqués; no luchabais sólo contra los elementos.- Las manos del Maestro de Armas de crisparon al escuchar las amenazas en su oído. Cuando se recompuso, siempre sonriendo, devolvió la puñalada igualmente en voz baja. - Agradeced vos mismo que no os asfixiara con un almohadón en casa del físico cuando os trajeron medio desvanecido. Creedme que no eran pocos los que desearon veros muerto.- Y se giró de forma brusca y poco galante para encaminar sus pasos hacia el Camarín del Rey, pues poco faltaba ya para que comenzara la ceremonia.

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Virginia


Habíamos llegado al Alcázar de Toledo, con algunos contratiempos, pero solucionados rápida y eficazmente por Eliel, el fiel compañero de de mi querido amigo .
Talmoy me ayudó a bajar del carruaje y como todo un caballero, espero que me acondicionara el cabello y el vestido, nada suntuoso, pero llamativo por su sencillez . Puso su brazo en jarra, me tome de el y caminamos hasta el lugar a paso lento y elegante .
Al carruaje lo dejamos un poco alejado de la entrada principal, no vaya a ser que a alguién le incomode y nos haga pasar un mal rato . A eventos como el de hoy no se va todos los días, por lo tanto hay que saber comportarse más de lo habitual.

Entramos al salón y mis ojos no sabían para donde mirar, estaba tan bien decorado, tan bien organizado, que daba gusto estar allí .
Nos ofrecieron una copa de vino y con ella en mano, fuimos recorriendo el lugar y saludando a los demás invitados, yo no conocía a muchos de ellos, pero Talmoy me los iba presentando .

Por un momento mi mirada se alejó de ese lugar y se detuvo en alguien a quien conocía y quería muchísimo, mi amiga Clarisa . Pedí permiso y fui a su encuentro .

La alegría fue de las dos cuando nos encontramos, no hacía tanto que nos habíamos visto, pero siempre es grato estar con amigos .
Hablábamos animadamente de todo lo que nos rodeaba . Talmoy se paseaba con la copa en la mano observando todo, varias veces pasó por nuestro lado, solo se detuvo para saludar a Clarisa, pero lo noté un poco desencajado ... algo habrá visto que no le gusto, le dije a Clarisa .

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Zebaz
La cabeza de un león lucia el mango de su bastón. Tallado con suma destreza, sin escatimar en detalles, la boca abierta dejaba ver los colmillos perfectamente cortados en la madera, incluso la lengua en aquella temible fosa. Como la melena del felino se perdía en la madera lisa del bastón integrando la cabeza en el bastón. Escogido para el momento, la coronación del Rey Castellano-Leones. El manto de Par, achaparraba más aún si podía la figura del viejo Campeador. Un manto de flamante terciopelo rojo, forrado por piel de armiño, eso se decía. Le arrastraba, se encontraba ya en ella el desgaste del paso de los años, partes del terciopelo habían perdido su suavidad, y el blanco del armiño empezaba a amarillear ahumado por el humo de las chimeneas, desde que le fue entregada por el Rey Omar. Como solía decir a sus mas allegados, aquella capa estaba confeccionado a estatura de Vikingo, que tanto invadían aquella corona, no para su cuerpo de hombre ibérico. Acompañado de una corona de hidalgo terminada con un bonete, puesto que su dignidad de barón se perdía en todo acto oficial en aquella Corte. Un gorro que hacia feo hasta el más guapo. Y junto a toda prenda de gala oficial y obligada como mandaba la tradición, sacó de una caja de madera tallada con todo lujo de detalles un collar de oro engarzado de preciosas piedras. El collar de Gran Maestre de Montesa. Collar que le pertenecía, y en ocasión como aquella debía lucir con sus mejores galas.

Con la corona de Par cogida con la mano izquierda, descansada en el antebrazo y apoyado con la derecha por su bastón, arrastrando la capa barriendo el suelo a su paso entró acalorado en el salón de Trono. Por suerte el invierno se acercaba y el otoño dejaba ver el cambio de estación y tiempo, mejor que en las coronaciones en épocas estivales y calurosas como la de la Reina Froda.

Morimuki! Morimuki! Gritaba buscando al capitán de la Guardia Real, entre la gente que empezaba a agolparse en el salón esperando la llegada del Rey, mientras desfilaban y lucían sus mejores prendas. Capitán! Capitán!

Ves este collar?
Señalando y rozando sus dedos por el metal. Es de oro del bueno, si quieres puedes morderlo para que veas que no te engaño. Y las piedras también son buenas! Que no veas como pesa esto, que me hace hasta sacar chepa, ni que fuese un criado lisiado! Total, a lo importante, hoy es un día que la Corte se llena de gente de todas partes, y serán muy nobles y todo lo que uno quiera pero no veas como se tiran y de lo que son capaces de hacer por un collar de oro del bueno. Así te pido que tus hombres me vigilen para que no sufra ningún atentado! Y si algún valenciano, intenta quitarmelo no duden en cortarle una mano! Sentenció, golpeando con fuerza su bastón contra el suelo. Confió en ti y en tus hombres!. Si te portas bien te compensaré, el otro día sobro mucho vino de la audiencia que tuve con el Rey. Te lo daré todo para tus noches de guardia.

Se giro sobre sus pasos para dirigirse al saloncito donde el rey esperaba junto a sus Pares. Al tiempo que se acordaba de un asunto de su hija.

Morimuki! Otra cosa... mi hija vendrá acompañada a la coronación por un muchacho. Que lo vigilen también, y si se propasa que lo encierren en alguna parte y de ese me encargaría yo!! Y te compensaría también, que no solo sobro vino, jamón también !! Todo para ti.
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Noega


No podía ser, estaba ocurriendo una vez más. Levantó la mirada al cielo, parece que había despejado pero ello no quitaba peso al hecho de que era tardísimo. Se recolocó una pequeña horquilla que sentía reptar por su cabeza

- Cortesanas del infierno, siempre inventando suplicios nuevos para una - resopló mientras espoleaba al enorme percherón. Había dejado de lado carruajes, servicio e incluso compañía de dudosa procedencia y aún así...tardía era la hora....

Tras unos minutos, que parecieron horas, se presentó en puertas. A punto estuvo de caerse de bruces en el descenso, que las prisas nunca fueron buenas compañeras, pero un fornido guardia-real, casualidades de la vida y suerte que tiene una, fué a hacerle de parapeto (ciertamente fué como chocar contra un muro de adobe, pero nunca lo reconocería).

- Oysh, perdóneme usted, caballero ¿Sería tan amable de conducirme a la coronación del daLúa superviviente? - el hombre la revisó de arriba a abajo y ella se extrañó. Se había puesto de zarzaparrilla hasta las trancas así que no podía ser que restos de su no-muerte salieran a la superficie. Aquel sonrió - Uy! qué descarado - rió tragándose sus palabras. Aquel día no podía ser la prima-borracha, ni la prima-zorrón, debería conformarse con ser la prima-arpía, ese rol si que lo bordaría en medio de toda alquella nobleza rancia y recién llegada.

- La Duquesa de Menorca y primísima del condenado - comentó al anunciador mientras se recolocaba el corset con la mano libre. La otra parecía que no iba a soltar al grandullón en un ratito.

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Asdrubal1


Asdrubal contemplaba aquel despliegue de personalidades con interés, siempre era bueno conocer a las personalidades ilustres de la Corte... Y reencontrarse con gentes venidas de otras tierras que acudían a la Coronación del Rey. Saludó a Ferrante con una inclinación de cabeza, y escuchó atento lo que hubo de decirle, bien haría en abandonar aquella sala y dirigirse al camarín. La ceremonia estaba pronta a comenzar y requerirían su presencia. Se disculpó ante los que se encontraba diciendo;

-Que Jah y los Tres os bendigan hermanos, disculpad mi momentánea ausencia.

Y dibujando una media sonrisa atravesó los grupos de presentes en dirección al camarín, siempre evitando ser abordado en una conversación que le mantuviera ocupado y le impidiera llegar. Vio mientras caminaba el alboroto que se montó con la llegada del Prefecto de Mariscales, negó con parsimonia con la cabeza, la Guardia del Rey tenía la jurisprudencia en aquel lugar, cualquier otra institución militar habría de desarmarse, sin embargo no intervino, aquello solo le retrasaría.

Se encontró despues con los marqueses de Ibiza, su media sonrisa se expandió por ambas mejillas con un deje de sarcasmo en su mirada;

-Excelencias, que sorpresa teneros aquí-Escogía con cuidado las palabras, evitando mostrarse especialmente irónico, y al menos para él, pareció ser sincero-Batsheva os felicito por vuestra dicha, un hijo siempre es un regalo de Jah bien acogido. En cuanto a vos Quimet un gusto volver a veros... Desde Navarra os tenía por desaparecido en combate.

A la par que le devolvieran el saludo, retomó su camino llegando al camarín, felicitándose por haber atravesado indemne la muchedumbre de invitados, ya allí se deshizo del sombrero y de la coraza, aquel trasto de metal le ahogaba.

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