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[RP] La coronación de Astaroth I, Rex Erminevs

Vibora


Mientras los castellanos se saludaban y apuntillaban verbalmente esperando la llegada del rey, en la Casa de los Guzmán, aún no habían salido hacia la ceremonia.

- Adii, cari, ¿te queda mucho?, mira que el carruaje ya está listo, a Erik le hemos colocado las blondas y volantes y le van a durar poco.- se quejaba el duque.

- ¡Ay, no agobies!- Adii, sentada delante de un gran espejo daba órdenes a las sirvientas de dónde tenía que ir cada aceite y cada polvo... de maquillaje, naturalmente- Se trata de la coronación de Asta, que lo conocemos desde hace años, ¿no querrás que vaya de cualquier manera?

- Pero si tú estás resplandeciente vayas como vayas. Y vamos a pillar atasco en la VA-30, que ya sabes que ahora cualquier maestrillo lleva un carruaje digno de un príncipe y si llegamos los últimos a saber dónde tienen que aparcar el nuestro.

- Ah, pues tira de influencias. ¿No eres duque, vizconde, señor, par y todo eso que te gusta tanto repetir? ¿Y no has sido Secretario Real, Condestable, Gobernador y no sé cuántas más cosas? Pues mueve influencias y que nos dejen en la mismísima puerta, no se me vayan a ensuciar de polvo los zapatos tan maravillosos que llevo.

- ¿Qué zapatos?
- el de Sanlúcar miró y sólo vio vestido hasta el suelo- si no se ven.

- Ah, pero yo sé que están ahí y me siento más guapa y elegante. Con eso basta. Y, venga, id subiendo al carruaje el niño y tú, que yo bajo enseguida.


El duque de Alcalá bajó refunfuñando y maldiciendo entre dientes.

- Papá, yo no aguanto...- Erik calló al ver la cara de disgusto de su padre, adivinando que no era el momento para quejas sobre esa ropa tan incómoda.

- Erik, al carruaje y te dejas la ropa quieta o te confisco el arco y la espada un mes entero.

- Cariiiiii
- la voz de Adii surgió de lo alto de la escalera- deja al niño en paz, no lo pagues con él o esta noche no tienes postre.

La verdad, es que Adii estaba totalmente deslumbrante. No iba a haber cabeza que no se girase para admirarla en la ceremonia. Los hombres con asombro y las mujeres con envidia. Sonrió satisfecho y calló, que ya empezaba a tener ganas de postre.

- Ea, todos al carruaje y a la cornocación de la comadreja.- dijo alegre el duque.

- Querrás decir coronación- le corrigió su esposa

- No, he dicho "cornocación", que en vez de corona, ya podían clavarle dos cuernos a juego con el parche.- dijo divertido

- Cari, compórtate, hazme el favor. No la líes con el da Lúa y cuidado con los tonteos, que te conozco, no vayas a darme un espectáculo- se giró hacia Erik y le habló levantando el dedo índice- y a ti te digo lo mismo, que eres igualito a tu puñetero padre. Al que me dé el más mínimo espectáculo, le aplico el plan B hasta que se me olvide. Y ya sabéis que tengo muy buena memoria. Así que ¡andando!.

Los tres subieron al carruaje, adornado con los escudos de Alcalá de los Gazules sobre las puertas, los de La Frontera en el frente y el de Sanlúcar de Barrameda en la trasera. El cochero partió hacia la ceremonia, seguido por Polonio, Estudiante y dos guardias con los colores de los Guzmán.

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Khanigalbat


Bien, bien. Muy bien. Excelente.

Se le notaba contento de estar allí, no tanto por asistir a la coronación en sí, sino porque era la primera vez que en una coronación no tenía que hacer prácticamente nada, a excepción de las breves instrucciones que el nuevo Maestro de Armas de la Corona le había hecho llegar privadamente y que el Heraldo estaba decidido a pasarse por donde dijimos. El de Toledo había intentado venderle la carreta con lo de su supuesta "intervención especial durante la coronación", que no era otra cosa que ir en la comitiva real de los Pares del Reino acompañando al Rey en su llegada al Salón del Trono, lo que en román paladino venía a significar hacer bulto, algo a lo que no estaba dispuesto a prestarse ni-de-coña. Además, estaba la muy castellana costumbre de ignorar al Maestro de Armas cuando éste pedía algo, costumbre que no estaba dispuesto que se perdiera y mucho menos en ese día tan señalado.

Por todo ello, en lugar de vestirse con el pesado manto de Par y otras incómodas zarandajas propias de la dignidad, se había ataviado con calzas, camisa de lino de halda corta, saya de cicatlón en púrpura y blanco, margomaduras, aljuba de tercipelo azul, manto afiblado al pecho con el broche de Tara y botas tibiales, todo ello bordado y adornado de manera sencilla pero con exquisito gusto, lo que era señal de elegancia. Completaba, cómo no, su atuendo con la espada que portaba al cinto bien visible para todos y su sombrero de plumas bien calado cubriéndole la cabeza [repito: espada bien visible al cinto y sombrero cubriéndole la cabeza] que tan característico le era y al que no estaba dispuesto a renunciar pese a haber recabado el incomprensible desprecio de todas las damas de Castilla y buena parte del extranjero.

Así dispuesto, se había dirigido hacia el lugar de la celebración, a socializar un poco y ya de paso criticar la organización del evento, que motivos había. Tan pronto hubo llegado y tratando de pasar desapercibido (no fuera alguien a preguntarle por su asiento o a quejársele de que el señor embajador de tal había protestado por cual), se escurrió discretamente y con todo el disimulo que pudo por los pasillos atestados de invitados que esperaban ansiosos su turno para poder entrar antes de que llegara la novia (quicir, el Rey), y aprovechando que andaban unos y otros distraídos en sus propias conversaciones, se saltó a cuantos aguardaban y se situó (invitación en mano) prácticamente a las puertas del Salón del Trono, esperando que le permitieran pasar con prontitud.

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Waltraute




Enrique Lope y Waltraute se apearon de sus caballos en la entrada del lugar, y se pusieron a buscar dónde ir. La rubia, Par, tenía pase "rápido" y apuró a Enrique a su lado, para que pasara él también y se evitara la fila de gente. Llegaron a la puerta del Salón del Trono, donde encontraron a Khanigalbat, el hermano de la rubia y el más feliz con la unión que casi llevaba un año.

- Hailsa, mano - le saludó - Habrá que esperar a que nos digan dónde ir, ¿no?


Anelle


A pesar de ser una especie de rehén*, la Suprema había decidido disfrutar en la medida de lo posible de la vida palaciega, y su estancia en el Alcazar durante el reinado de Froda le había servido para conocerse su pasillos y pasadizos como la palma de su mano. Las dependencias que le habían sido asignadas eran mucho más modestas que las que le habían correspondido durante su tiempo como Secretaria Real, pero aún así no se sentía en posición de quejarse. Un par de doncellas elegidas por la de Josselinière la seguían a todas partes, serviciales, aunque la mora era consciente de que a quién realmente servían era a la francesa y no a ella. Suspiró resignada mientras terminaban de desenredar la cabellera azabache y cubrían su cuerpo con aceites aromáticos y perfume, para poco después ataviarla con una túnica de color rosa palo, cuidadosamente adornada con bordados y un cinturón de color plata, y unas babuchas nuevas a juego. Se observó detenidamente en el amplio espejo y pensó que a pesar de que no era lo que ella había elegido, no la habían dejado mal e iba a resultar que Ivanne tenía buen gusto, al menos en cuanto a ropa se refería.

El camino hasta el Camarín del Rey lo realizo en silencio, acompañada por las dos jóvenes. Los guardias que custodiaban las puertas no hicieron preguntas y se retiraron para dejar entrar a Anelle en la estancia, quien se sorprendió al encontrarla completamente vacía. ¿Dónde se habrían metido el resto de Pares? Un sirviente se acercó con una copa de plata llena de vino y se la tendió presto a la mora, gesto que hizo que la muchacha sonriera durante unos instantes, agradecida. Miró la copa y la acercó hasta sus labios, dando un buen sorbo. Dado que su tarea durante la ceremonia le impedía integrarse entre la multitud que se agolpaba ante las puertas del trono y todos los grandes de Castilla parecían ir por libre, el vino al menos le haría compañía hasta que el Rey y la Secretaria Real diesen por bueno el momento de comenzar.


*Eso se explicará en el hilo "Aut disce, aut discere".
Khanigalbat


¿Cuánto tiempo llevaría ya allí sin que nadie le prestara la más mínima atención? El caso es que la gente se acumulaba en la puerta cada vez en mayor número, porque los heraldos de la Corona, que eran pocos y no muy espabilados, eran incapaces de encontrar los lugares asignados a los invitados con la suficiente rapidez, lo que hacía que tardaran lo suyo en regresar... por no hablar de los persevantes (que esa es otra) a los que se les notaba una falta de motivación preocupante, ahí escurriendo el bulto en cuanto podían y adoleciendo de una falta de disciplina que a esas alturas ya tendría poco arreglo.

El Heraldo (Honorario de Irlanda y Venecia, nada que ver con esos de allí) bufaba cada vez que uno de ellos se acercaba, visiblemente superado por las circunstancias, y él trataba infructuosamente de ponerle la invitación delante de los ojos, a ver si así conseguía captar su atención. Fue entonces cuando a su espalda una voz familiar (nunca mejor dicho) consiguió sacarlo de su abatimiento y al volverse, encontró a surmana la shica que se ponía a su lado.

-¡¡Walt!! - incapaz de contener su alegría, la abrazó soltándola de paso del brazo que la traía- ¡¡Walt!! - repitió, acariciando con cariño sus rubias trenzas y besándola en las mejillas; dirigió entonces la mirada hacia su acompañante para saludarlo - Excelencia, es un placer teneros aquí - dijo con una voz tan gélida que el aire entre ellos pareció congelarse al instante. Giró a su hermana de forma que él acabara dándole la espalda al "ese", como quien no quiere la cosa, y continuó hablando.

- Digo yo que sí - añadió respondiendo a la pregunta de surmana - Pero ármate de paciencia, esto tiene pinta de ir para largo... ¡qué desastre de organización! Y la seguridad también deja mucho que desear: mira esa cortina al lado del trono... ¿no te parece la más idónea para que un ballestero se oculte en ellas, dispare un virote contra el Rey y escape tranquilamente por la puerta entreabierta de al lado? A ver por qué nadie ha situado todavía allí a un Guardia Real... ¿y los embajadores van a tener que esperar también todo este tiempo? ¿dónde está el Jefe de la Diplomacia Real? - suspiró resignado - Ya nos podemos dar con un canto en los dientes si se presenta vestido, mana. Pero todo esto es por la Secretaria Real, que se dedica únicamente a pintarse las uñas y teñirse el pelo, no entiendo cómo Asta ha podido confiar las Instituciones de la Corona a tanto advenedizo. Y el único que no lo es, no ve más allá de sus narices como no sea con lentes - suspiró aún más largamente que antes y entrecerró los ojos, dando a entender con el gesto que ya no se podía hacer nada.


Finalmente, un heraldo al que había conseguido agarrar del brazo antes de que se fuera pareció ocuparse de él.

- Parece que nos toca, mana, a ver si puede ser... vos quedáos, Don Enrique, por si se necesitara de vos aquí - hizo que surmana le agarrara del brazo y esperó a que el heraldo terminara de pensar a ver por dónde andarían sus asientos y pudiera conducirlos hasta ellos.

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Mikumiku



Le interrumpían, le llamaban de todas partes aun cuando ya estaba acercándose a escoltar al rey. No tendría mucho tiempo para cerrar aquel desaguisado y debía hacerlo ya de una vez por todas. Los reinos hispánicos iban a aprender a respetar a la guardia real de Castilla y León o a arder en el camino. Pensó en la brutalidad con la que hubieran contestado en el lejano Imperio de Mali a semejante insubordinación, pero ésta no era una tierra tan salvaje.

- Tomad vuestro hierro. – Le devolvió la espada. – Cerrad la boca y pensad en lo que os he dicho. No he sido yo el que sin permiso ha pretendido invadir la jurisdicción de otro.

Y se dio la vuelta otra vez dando el tema por zanjado. Otro de los guardias le llamaba ahora, Athan Saaid. También era un amigo de Valladolid, y también era un personaje famoso a nivel internacional. Le había sorprendido mucho su deseo de incorporarse al cuerpo en primera instancia, pero tampoco estaba siendo tan malo como esperaba.

- ¿Croqué? – El ruido en la sala del trono le impidió entender el susurro. – Bueno puedes ayudar échale un ojo a los sospechosos. Si quieres acompaña al Prefecto hasta el Condestable, y que le explique cómo se coordinan las fuerzas de los distintos reinos y la corona. O mejor no.

La solución no podía estar en someter un objeto inamovible a una fuerza irresistible, las consecuencias podían ser desastrosas para la humanidad. El siguiente en su sendero de guerra era Sández de Kyria, a quien el rubio había llamado capitán durante mucho tiempo en el pasado. El caballero inclinó ligeramente la cabeza a la pareja de viejos conocidos, cada vez costándole un poco más de esfuerzo recuperar la sonrisa. Pero no tenía ganas de seguir allí en la puerta, y mantuvo la conversación agradablemente al mismo tiempo que caminaba.

- Ruy, me alegro de veros tan bien como de costumbre. – Le devolvió el palmeo. – ¡Encargarse de un castillo y de una hija pequeña, tareas heroicas donde las haya! Saludadla a ella y a Thiara de mi parte.

Él lo comprendía, por supuesto, tenía experiencia en ambas cosas. Al menos Deza estaba más cercana que la misteriosa y verde Galicia, le tocaría sufrir menos los caminos. O quizá con la inmediata cercanía de Aragón tampoco fuera un lugar especialmente idílico. En cualquier caso, el capitán de la guardia se sentía más solicitado que el viejo Zebaz en una audiencia, y hablando del rey de roma por allí asomaba con su bastón de los domingos.

- Pero qué porte, sí señor. – Rió, siguiéndole la corriente al engalanado. – Del vino ya nos encargaremos cuando salgamos del uniforme. Mientras tanto no os preocupéis por nada que estaréis seguro. En cuanto a vuestra hija, ya es toda una dama y seguro que se defiende bien con esa fiereza de mujer que las caracteriza.

Por el camino se encontraba ahora a Hernando de Osuna, el que había sido su maestro de armas antes de abandonar la capilla heráldica de Castilla. Bien armado y sin reparo alguno exhibía todo su plumaje como un pavo real, y sonrió al verle vestido de aquella manera – batallitas del pasado.

- Disculpad. – Le interrumpió. No le sabía mal por él, sino por cortar quizá a Waltraute. No conocía a su acompañante pero no estaba allí para socializar. - Heraldo, ya sabéis a por qué vengo. Dejad ese acero en manos del servicio y ya veréis como estaréis mucho más cómodo. No sufráis, que no os caerán las calzas sin ese apoyo en vuestro cinto.

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El_estudiante


Ya desde mucho antes de llegar, el camino estaba atestado de carruajes, caballos engalanados y campesinos caminando. No había forma de avanzar e iban a llegar tarde.

El señor duque asomó la cabeza por una ventanilla y emitió un silbido, al que Estudiante respondió espoleando su montura y poniéndose a la altura del carruaje.

- Estudiante- se le dirigió el Guzmán con sonrisa burlona- a este paso no llegamos, despeja el camino.

- ¿Expeditivo, excelencia?

- Expeditivo y lo que haga falta-
contestó el de Alcalá volviendo a recostarse en el mullido asiento.

El Estudiante miró a los soldados que le acompañaban e impartió las órdenes.

- Tú, delante abriendo paso- dijo al primero y se giró hacia el segundo- tú, a la derecha y sin contemplaciones. Al trote.

Aprestaron las armas y se colocaron en formación delante del carruaje.

El primer soldado iba dando voces, exigiendo el paso libre al duque de Alcalá y manteniendo en ristre la alabarda, a la que todos iban abriendo paso bien por las buenas, bien saltando fuera del camino.

El Estudian y el otro soldado trotaban justo detrás, manteniendo entre ellos una distancia igual a la anchura del carruaje y, espada en mano, iban dejando paso libre a golpes con el plano de sus armas, dejando atrás más de un moratón y muchos sustos.

Así, a las bravas, consiguieron alcanzar la misma entrada, haciendo oídos sordos a las múltiples quejas, quejidos y llantos que sonaban a sus espaldas.

- Excelencia, hemos llegado a tiempo- dijo a don Víbora mientras éste, la señora y el pequeño Erik se apeaban.

- Sabía que podía contar contigo, como siempre- le agradeció el señor duque. Eran ya muchos años de servicios y ambos sabían qué esperar del otro.

- Menos mal que dije que nada de espectáculos, vaya una entrada que estamos haciendo- protestaba doña Adii

- ¿Preferirías haber llegado tarde, como siempre?- preguntó burlón el Guzmán a su esposa- Además, la culpa es de la comadreja, que se ha puesto a invitar como si no fuese a haber más coronaciones en el mundo... y, con suerte, tendremos otra en breve...

Menos mal que ya estaba acostumbrado a estas escenitas. Mucho protestar uno del otro y, luego, no sabían vivir separados. Mientras los señores se entretenían con sus numeritos de pelea, El Estudiante les precedió hasta la puerta, repartiendo aún algún que otro codazo entre los curiosos e invitados que esperaban para entrar, y los escoltó por los pasillos hasta la sala anterior a la de la ceremonia. Allí concluía su labor de momento y podría acercarse a las cocinas, donde siempre encontraría algo de comer, algo de beber y algo de pellizcar.
Syn


Para ser martes se levantó relativamente tarde. No había escuchado la llamada a maitines aunque no tenía por costumbre la de asistir a los actos del monasterio, bastante tiempo ya soportaba a las hermanas y sus cuchicheos y sus empeños de hacer de ella, ¡de ella! una gitana de pro aristotélica y devota. ¡Si ya no podía haber cabestro en Castilla que creyera que profesaba la fé de Jah, tal y como habían terminado sus días! Pero era pensar en la inquisición y en unos gigantes y cabezudos que vivían al otro lado del nudo de la gallina los que llenaban sus malos sueños nocturnos y le llenaban de mardisioneh la cabeza.

Instintivamente cogía el hatillo de romero que llevaba anudado en una de sus muñecas y se lo pasaba repetidamente por frente, mejillas y barbilla, repitiendo como sonámbula una estrofilla mal rimada

"Romero, romerito, saca lo feo de dentro y deja lo bonito"

Se aseó y adecentó como era menester, en algo había que ocupar las largas horas del día ( y de la noche ) que pasaba entre aquellos muros sólidos, que no por su anchura evitaban que pasara todo tipo de cotilleo, quebranto y recochineo. A la gitana le gustaba mucho disfrutar de las historias de trovadores, que a cambio de un almuerzo y una buena jarra de vino le contaban las buenas nuevas de la nobleza y hasta de palacio. Cuando le dijeron que el próximo rey era tuerto, tuvo un respingo: aquella noche barajó, repartió y tiró durante horas las viejas cartas del tarot que nunca le abandonaban hasta que se dio por vencida.

"Er destino es asin, tuertolojo, y tu llevas mucho tiempo azuzándole con el fuego miarma"

Alargó la mano hasta la invitación a la coronación que había recibido como le correspondía por ser noble de Castilla y acarició las letras, parecían esculpidas a conciencia. No tuvo que escaparse por la ventana, las hermanas, ya dadas por vencidas, le dejaban entreabierto el doble portón a costa de las faldas a remendar que llevaba tras de si la zíngara. Recogió un par de amapolas del campo que rodeaban el sendero para prendérselas en el pelo y llegó al Alcazar justo a tiempo para colarse por las puertas de atrás, con el servicio, como quien no quiere la cosa. De algo habría de servirle los meses que estuvo de aquí para allá recorriendo recovecos del edificio, un atajo le llevó directamente a unos telares aterciopelados y bien gruesos como para que la gitana pudiera observar la maquinaria del Alcazar en acción, entre ellos el que no hacía mucho era su marido.

"Mira el zagal como se ha hecho todo un hombre! no reconozco más al herrero que rescataba cofres de mi sótano y luchaba con dragones de fuego. Pa que luego me digan que el matrimonio es bueno, quiá"

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Waltraute




No terminaba de atajar a Enrique, para que no se alejara cuando su hermano la cogió del brazo, que apareció Miku Espinosa.

- Heraldo ... vuestro cinto.

- ¿Para qué el cinto? se le caerán los calzones - preguntó Wal, seria pero claramente distraída. Haciendo gesto de "por fin" con las manos, añadió - Miku, por favor, por fin un heraldo decente. Guía a mi esposo, el Señor de Vizcaya, a su asiento, con er Khani nos apañaremos para encontrar, escoltar y proteger al futuro Rey, como buenos Pares que somos.

Dicho eso, tironeó del brazo de surmano, a ver si así avanzaban algún casillero.


Ivanne


Avanzaba con paso ligero, contoneando las caderas y con ellas las manos, engalanadas con varias joyas de oro bruñido y rubíes. Desde donde estaba ya se podía escuchar el jolgorio que provenía de la recepción de invitados, pero Ivanne era ajena a todo eso; apenas prestaba atención a los donceles que la acompañaban tras de sí, portando el manto de Par castellano-leonés (que por cierto, estrenaba) y su propia corona condal, con el distintivo navarro-aragonés de sus dominios. De vez en cuando se volvía hacia ellos para comprobar que seguían su paso y con aquellos objetos tan valiosos a buen recaudo, pero eran más las veces en las que les ignoraba por completo. Los funcionarios reales de menor rango se apartaban a los lados a medida que la Josselinière avanzaba, dada la arrolladora y altiva actitud, y al hacerlo unos se santiguaban, otros miraban al suelo compungidos. No era de extrañar si se tiene en cuenta el poco respeto que la de Tafalla estaba demostrando por las costumbres de la Corte castellana, más aún si recordamos que la última vez que pisó aquellos pasillos fue para presentarse en la lectura de testamento de la difunta reina. Al fin y al cabo, la maldita francesa era intocable: de hecho, no hubo quien tuviera los arrestos de llamarle la atención por su indumentaria.
Vestida en terciopelo carmesí (el color de la realeza), ya daba signos de desprecio por aquellos funcionarios de Palacio que se cruzaban con ella, practicando todo tipo de muecas, pretendiendo que no la tocasen si por algún casual chocaban con ella en su arrebatador galope de "soy la preferida del rey". Se consideraba importante, especialmente aquel día, y nada habría de salir mal. El ascenso de Gondomar era el ascenso de Tafalla, que se cobijaba bajo su estela, y bien era consciente de ello.

En otras circunstancias Ivanne ya se hubiera relamido del gusto al igual que el gato más caprichoso y consentido de la Tierra; pero no tenía tiempo, al menos no en aquel instante, y nada la podía frenar: ni si quiera el ocio. Ver que la respetaban, pero sobretodo porque la temían a causa de la interminable carta blanca conferida por el Rey, era el mayor de sus gozos pese a no disponer del tiempo y por ello se congratulaba infinitamente.

El Rey se está vistiendo. -fue todo lo que le dijeron, sin embargo, deteniendo su paso ante las puertas del Camarín Real e interrumpiendo las fantásticas ensoñaciones sobre la dominación absoluta mundial y en concreto de la Corona. Aún no reconocía de donde provenía aquella voz que le había refrenado cuando apenas captó la iniciativa de la guardia real apostada en los flancos de la entrada a la estancia, disponiendo ésta de sus alabardas entrecruzadas.
Bien hubiera supuesto el inicio de una catástrofe, pero aún guardaba ciertos escrúpulos en cuanto a la intimidad del Rey suponía, y por no tentar más la suerte decidió mirar con exagerado disgusto al guardia, prometiendo que se la guardaría para un futuro, y esperó, con las manos echadas al regazo, a que en algún momento la dejasen pasar.

Tal fue así, que tras los minutos de rigor resonó una pequeña campanilla, dedujo, pues fue al momento del tímido tintineo cuando se abrieron las puertas y permitieron el paso a la condesa. De pronto el da Lúa se hallaba frente a sí aguardándola y mirándola, con satisfacción y orgullo, aprobando lo que veía. Tal y como pensó, el carmesí era un color apropiado, sin duda.

« Mi Rey… » -fue todo lo que pudo decir en el momento en que agachaba la mirada y se disponía a realizar una reverencia, la primera que le haría, cuando el Rey la interrumpió tomándole de la mano y alzándola, besando allí donde sus nudillos se hallaban.

Estáis preciosa, querida mía. Vos diréis cuándo hemos de dirigirnos a la ceremonia.

« Muchos honores conferís a quien nada tiene que decidir. »

Desde luego, Ivanne se había vuelto mucho más hábil con el lenguaje y sin duda controlaba a la perfección la zalamería de quien no ha roto jamás un plato. La realidad, sin embargo, distaba de lo que la condesa pretendía dar a entender; era calculadora, e incluso esas ingenuas palabras estaban escrupulosamente labradas para los oídos del monarca. No hablemos entonces de las miradas de ingenuidad que le dedicaba, mansa y dócilmente.

« Aún habríamos de mantener la expectación entre nuestros invitados... quiero decir, vuestros invitados. Vuestra llegada debe ser triunfal, ¡como la de un emperador cruzando las puertas de Roma! Pero no la Roma decadente que vos y yo conocemos... sino la pragmática que los hábiles estrategas construyeron. Al igual que vos, mi Rey, que haréis de Castilla el más grande de los reinos. » -se le aproximó con pasos de gata centinela y seguidamente se tomó la licencia de colgarse de su brazo. Aunque bien era cierto que Astaroth tenía una edad muy por encima que la de Ivanne, no dejaba de resultarle extraño verle rodeado de un aura tan jovial, una que nunca antes había visto en él. El poder, aunque envileciera a las personas, no dejaba de conferir la más gozosa de las aptitudes, con el atisbo de la eterna juventud corriendo por las venas. - « Reuniré a la comitiva de Pares, mi señor padrino no merece menos. » -fue todo cuanto dijo en lo que sonreía, malévola por un lado, vistiendo la mano de Astaroth con un anillo de oro que parecía ser hueco.

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· CONDESA DE TAFALLA · CONDESA DE ALBARRACÍN · SECRETARIA REAL DE CASTILLA Y LEÓN · VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT ·
Thiara


La primera impresión que tuvo de Toledo era la de una ciudad bien fortificada, de abigarradas casas intramuros y callejuelas en permanente pendiente por la que resultaba difícil desplazarse si no fuera en silla de manos o caballería.

En el punto más alto de la Villa, dominando esta y sus accesos, como no podía ser de otra manera, se levantaba imponente el Alcazar. Su esposo le había contado que allí, desde tiempos inmemoriales habían habitado Pretores, Reyes legendarios, mandatarios de cada una de las culturas que habían poblado aquellas tierras y cada uno de ellos habían dejado su impronta en el edificio, que resultaba recio y tosco en su exterior, intimidante para todo aquel que osara siquiera pensar en tomarlo por la fuerza.

Una vez que accedió al interior de la fortaleza no le resultó mucho más acogedora, tampoco era su finalidad, aunque había sido engalanada al gusto castellano y las mullidas alfombras eran agradecidas por los pies de las damas que sufrían lo indecible pisando el duro pavimento calzadas con finos borceguíes.

Una vez en el salón la concurrencia era considerable. Nobles, Pares del Reino, la Guardia Real con sus lucidos uniformes luchando para que los reacios "depusieran" sus armas, y todos exhibiendo sus mejores galas, "como ellos mismos", pensó Thiara sonriendo para sí y alegrándose de haber obligado a su esposo a engalanarse como correspondía. Pero entre tanta testa engalanada la turca se fijó en una particularmente llamativa. No podía ser, pensó incrédula. mas ese pelo rebelde e intensamente rojo no podía ser de otro.

Arrebató a aurora de los brazos de su esposo, no sin trabajo, pues era reacio a soltarla, dejándolo más libre de saludar a sus conocidos, hermanos de armas en su mayoría.

Llegue donde se encontraba el de Yieste, ya que no era otro el pelirrojo y lo saludé con familiaridad.

Realmente no pensaba encontrarte aquí aunque me agrada sobremanera. le dije, ¿Como te han dejado entrar? le pregunté entre risas, mientras le mostraba a Aurora, que había crecido mucho desde la última vez que Talmoy la vió.

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Vibora


Tanto Adii como él conocían el palacio perfectamente, cada pasillo, cada sala, cada estancia e, incluso, cada pasadizo oculto. No en vano, ambos habían sido Condestables Reales, eran Pares de Castilla y León y él llegó a ser Secretario Real. Así que habían recorrido el palacio de arriba a abajo infinidad de veces.

Según el protocolo que les había contado Ferrante, ese muchacho tan educado y servicial, ellos debían entrar al salón de ceremonias escoltando al rey, así que se dirigieron a la cámara privada contigua al gran salón, seguro que allí es donde deberían reunirse los Pares para formar la comitiva. Decidieron ir por los pasillos interiores, más privados y que solían usar los funcionarios reales, así evitaban los saludos a todos los conocidos que habría esperando la llegada del rey, que como empezasen con salutaciones varias, llegarían tarde seguro.

Así, al girar de un pasillo a otro, se dio de bruces con el compadre Hernando de Osuna y la hermana Waltraute de... eso, Walt.

- ¡Hombre, compadre, veo que no renuncias a tus plumas!

Lo primero que notó, después da las plumas que lucía el de Osuna, es que para ser una reunión de Pares de Castilla, ninguno de los dos llevaba la pesada, incómoda y calurosísima capa de Par.

- ¿Ves, cari?, si Hernando que sabe de protocolos lo que no está en los escritos, no la lleva, es que no era obligatoria- susurró el duque a su esposa.

- Pues tú la llevas y punto, también él va luciendo pluma y tú no.- le contestó ella también en voz baja.

Lo siguiente que llamó su atención es que ambos llevaban la espada al cinto. Eso le tranquilizó, pues él había hecho lo propio y esperaba que alguien se lo recriminase, a lo que ya tenía preparada una sarta de improperios, bufidos y collejas para salirse con la suya ante quien fuese, incluso el mismo rey. Eso de un Par sin espada no se le ocurría a nadie, salvo a los melindres de Castilla. Así que apoyó la mano en el pomo de su espada con satisfacción.

Se fundió en abrazos con el compadre y con la valkirya, más reacia a estas efusiones públicas y sin quitar nunca el ojo de Erik, pero se tuvo que aguantar.

- ¿Pero qué hacéis aquí los dos? ¿os habéis perdido?... Anda, vamos a la cámara privada, que nos estarán aguardando.

Ya estaban a pocos metros de su destino y, al abrir la puerta y pasar al camarín, pudieron ver a la única Par que había llegado a tiempo, la dicharachera Anelle de Lancaster (dicen, que ésta sí paga siempre sus deudas), condesa de Bailén, la heredera de los títulos de la difuntísima reina Vla.

- Es curioso, pero en Castilla hay cierta querencia a entronizar a las ratas... uhmmm, habrá que estudiar el tema- se le escapó, pensativo, entre dientes.

Y al fondo, con cara de aburrimiento y llevar allí más tiempo que las paredes, descubrió a doña Maruca de la Huerta, estrenando en un acto oficial su título de Golmayo. El duque la saludó con una leve inclinación de cabeza y una amplia sonrisa.


Walt y Khani, andando, que ya está bien de perder el tiempo. Ya estamos todos listos para seguir al rey.
De nada, Ferrante

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Khanigalbat



No sufráis, que no os caerán las calzas sin ese apoyo en vuestro cinto - dijo su antiguo compañero de la Capilla Heráldica, que frungía ahora de guardia real.

- Pues no estéis tan seguro, Espinosa - respondió el Heraldo - porque con las prisas se me ha olvidado ponerme el cinturón y sólo se me sujetan las calzas con el cinto de la espada, así que ya me diréis qué hacemos. Si queréis os lo doy, pero luego no os quejéis de que vaya por ahí enseñando los gayumbos... que ahora que pienso... con las prisas... no recuerdo ahora si...

Su hermana le tironeaba el brazo, pero el Rubio se la había quedado mirando después de oir lo de "por fin un heraldo de verdad" (ten hermanas para esto). En fin. El de Osuna resopló y se dispuso a desabrochar el cinturón del cinto.

- No me extraña que haya tantas medidas de seguridad - dijo volviéndose de nuevo al Espinosa - si al uniojo lo odia media Castilla y la otra media lo detesta - aseguró - Pues estáis muy equivocado si pensáis que abrigo intenciones de atentar contra el Rey... es mucho más divertido esperar que se tropiece con su propia capa y le pasen luego por encima tres ejércitos enteros de genoveses, eso nos da luego para muchos meses de descojone en la taberna - sonrió maliciosamente entregándole el cinto y la espada al Espinosa - Cuidadmela, es la espada de los Osuna... perteneció al gran Carlomagno, os hago di-rec-ta-men-te responsable de lo que le pase.

Llegó entonces el Señor Duque, al que no se le esperaba hasta después de la coronación dado su gusto por la puntualidad, y le abrazó. El rubio respondió abrazándole con una mano, porque con la otra ya se estaba sujetando las calzas que se le empezaban a escurrir hacia el suelo, y justo en ese momento hubiera sido de lo más inconveniente. Le sacaron de allí casi a rastras, llevándole hasta la habitación donde se estaban reuniendo los Pares para formar la comitiva real y donde aguardaba la de Bailén un poco aburridilla.

-Holaaaaa, Anie - dijo abrazándola - ¿estás lista? ¿Falta alguien? ¿Podemos empezar ya por fin?


Vibora, Walt -> Traidores. Me apunto esta, ya hablaremos.

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Urania


- Faltaba yo, dijo la de Winter, pero ya estoy aquí. Ahora vendrían las bromas sobre su tardanza y la relación de estas con la edad, por lo que puso cara de pocos amigos (nada difícil, por cierto), para ver si así las cortaba. Y de paso, con una cierta sorna para sí misma añadió: ahora SI puede empezar la ceremonia, que puede que a una coronación falte el rey, pero ¿que falte la de Winter?. Enarcó una ceja. Le gustaba provocarles.

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Pasan los días, pasan los años, y yo sigo teniendo orejas. ¿Y tú?
Talmoy


Saludé a mi madrina con la cordialidad y efusividad típicas en mí mas, por una vez, no fue ella el principal foco de mi atención pues yo solo tenía ojos para su adorable hija, Aurora, que había heredado toda la belleza de su madre y me miraba con los ojos muy abiertos.

– Moyi ¿Hola? ¿Me ves? – preguntóme un poco harta del poco caso que le había hecho

– Por supuesto Alteza pero habéis de comprender que hacía mucho tiempo que no veía a la pequeña aurora y he visto que es casi tan guapa como vos – Dijele utilizando las formalidades que solía emplear con ella en público. Acompañé estas palabras con esa sonrisa y la mirada de niño bueno que tan bien sabía hacer ya que conocía sus debilidades y confiaba en la seguridad de mi cuello al tener ella la niña en brazos y no poder acariciarlo con sus cariñosas collejas

– Veo que sigues igual de zalamero que siempre – respondió la princesa – Pero aún no me has contestado a mi pregunta

– No me he colado si es lo que piensas madrina. He venido acompañando a la alcaldesa de Aranda, Dª Virginia Aguirre de Biezma que ha tenido a bien pedirmelo – contesté hablando ya de forma más coloquial.

– No tengo el gusto de conocerla aunque si he oído hablar de ella

– Eso tiene fácil solución. Espérame aquí que no debe estar muy lejos

Anduve por el gran salón entre la multitud que casi lo llenaba. Entretúveme un instante en cambiar mi copa de vino, ya vacía, por otra más repleta mientras intentaba localizar a mi alcaldesa con la mirada. Tras unos pequeños paseos pude localizarla. Encontrábase conversando con su amiga Clarisa junto a unas columnas.

Fabriqué una nueva sonrisa en mi rostro y con una exagerada reverencia supliqué a la de Álvarez que permitiera que le robase a su interlocutora por unos instantes, prometiéndole que no sería por mucho tiempo y que le sería devuelta sana, salva y cabal.

Ante tal petición no pudo oponerse a entregármela aunque hizome repetir la promesa y la reverencia ante la mirada de Virginia que no comprendía muy para que la precisaba pero accedió a acompañarme.

Expliquele que iba a presentarle a mi querida madrina y pusela al tanto de su rango social mientras nos acercábamos a dónde nos esperaba la princesa con su preciosa retoña.

Una vez todos juntos aclaré la voz, puseme en plan serio y dije imitando a un criado real

– Alteza os presento a Dª Virginia Aguirre de Biezma, alcaldesa de la villa de Aranda de Duero – sin poder continuar la presentación por entrarme un ataque de risa al oirme a mi mismo

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