Después de "hablar" con el reformado, Galbart, paseó por las calles de Valencia, ajeno al mundo que le rodeaba pero con un objetivo: llegar a la casa de Anastasio. Debía acabar con aquello, su libertad estaba en juego. Aunque el escocés era libre de hacer lo que quisiera, hizo un juramento al actual Cardenal que le obligaba a servirle a cambio de salvar sus vidas. Lo que ahora se preguntaba el escocés era que si había hecho bien, quizá si se hubiera negado su destino hubiera cambiado para mejor o para peor, sólo los Dioses lo sabían. Miró al cielo. Un color naranja le ganaba la partida al azul que había dominado durante el día. La noche acechaba, una vez más, a las gentes de Valencia, y el escocés, aprovecharía esa situación para visitar a su "amigo" Anastasio. Era el elemento que le separaba de su libertad, pero a medida que se acercaba a su destino, el de Caithness pensó en la inteligencia del científico. Era sin duda un hombre notable en sus quehaceres, se le veía muy meticuloso a la hora de ponerse a hacer sus cosas y aquello representaba una verdadera amenaza, tanto para él como para ella. Lo que debía hacer, era buscar una forma de incriminarle y que además no pudiera hablar.
La lengua.- Dijo en alto mientras seguía caminando. Claro, debía cortarle la lengua para que dejara de hablar, no sería la primera vez que cortaba una lengua. Primero debía dejarlo inconsciente y después proceder al corte. Luego llamaría a la guardia para que visitaran el lugar.
¡Devuélveme mis monedas, canalla! - Observó la escena. Dos hombres peleaban por una monedas. La pelea era brutal, puñetazos y patadas iban de un lado para otro. El escocés solía mediar en aquel tipo de asuntos, pero siguió de largo, ignorando a aquellos dos hombres. Al final de la noche, uno de ellos, seguramente, estaría agonizando.
Llegó al lugar en cuestión. Había oscurecido desde la última vez que miró al cielo. El naranja se desvanecía para dar paso a la noche. Antes de llamar a la puerta, la imagen de hacía unos días se le vino a la cabeza. Pegó dos veces en la puerta. Acababa de invocar a un ente maligno. Su corazón palpitaba cada vez más fuerte y su mano derecha estaba sobre la empuñadura de la espada. Pero no pasó nada. Volvió a llamar y volvió a quedar sin respuesta. La ausencia de Anastasio, a priori, no le planteaba un problema pero sí era una preocupación más. Decidió volver a la posada con Carrie y planear su próximo movimiento, que evidentemente sería buscar a Anastasio. Volvió por el mismo lugar. Quería saber como había transcurrido la pelea, pero no vio a nadie. Supuso que quedarían como enemigos y cada uno para su casa a lamerse las heridas. -
Eso en Irlanda no pasaba. - pensó mientras se le dibuja una sonrisa en el rostro. Y era verdad, en Irlanda recordaba haber visto una pelea por dinero que llegó a las espadas e incluso la gente que apoyaba a uno o al otro se empezaban a pelear. Era un mundo completamente diferente. La posada no quedaba lejos y apuró el paso. Cuando llegaba avistó al joven que se encargaba de vigilar a Carrie. Había tomado aquella decisión porque la conocía bien y sabía que de salir iba a cometer algún error. Aunque quizá lo que quería era protegerla y tenerla controlada en cualquier momento, pues le había confiado su vida. Pero la cara del jóven parecía distinta a la de aquella mañana. ¿Cómo se llamaba? ¿Oleg?
Se... Señor Galbart, tengo que hablar con usted es importante.- El escocés se tensó y se temió lo peor. -
Han, han secuestrado a su señora.- El escocés se encendió de rabia y Olegario se alejó un poco.
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¿Cómo caspita has permitido que la raptaran?- Quería darle un puñetazo allí mismo pero se contuvo y fue corriendo a la habitación de la posada. Era cierto, allí no estaba. Bajó inmediatamente a buscar al jóven. -
Por lo menos sabrás dónde la han secuestrado, ¿no?- Le dijo mientras iba a por el caballo. Él asintió y añadió:
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Es más, señor, sé dónde están.- El escocés le miró incrédulo y le ordenó que subiera al caballo y que se agarrara fuerte. Espoleó a Beleno hacia una de las salidas de la ciudad.
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¿A dónde han ido chico? - La ira se convertía en más ira y en ganas de matar.
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Al norte, a un poblado cerca de Olocau, creo que se metieron en una casa porque no les vi salir del pueblo.- Conocía el lugar de uno de su trabajos para el entonces Inquisidor de Valencia. Espoleó al caballo y notó como el joven Olegor u Oleg, que más daba, se agarraba más fuerte. Sería un viaje de una media hora a caballo porque irían a buena velocidad. -
¿Sabes cómo era el secuestrador? ¿Por qué diantres no hiciste nada? - Gritó el escocés. -
Era un hombre alto, y delgado y con el pelo largo..- Hizo una pausa y susurró para sí mismo: -
Me pudo el miedo.Habían llegado al pueblo. Le había costado orientarse pero al final lo encontró. Lo primero que hizo al bajar del caballo fue atarlo a un poste de una de las haciendas y darle el puñal a Oleg. -
Escúchame Oleg, vamos a ir casa por casa hasta encontrar a ese bastardo, ¿de acuerdo? ¿Sabes usarlo? Bien, agárralo con firmeza y si se acerca a ti espetalo con todas tus fuerzas hacia delante, ¿de acuerdo?- Se pusieron en marcha. Oleg era bastante alto para ser un joven de menos de dieciséis años. Su constitución delgada, por la falta de comida, ayudaba a aquella percepción. Lo primero que hicieron fue ir a la casa de Hernando. Justo cuando abrió la puerta el escocés irrumpió en la estancia y le dijo a Hernando que se callara. Le contó lo que pasaba.
Eso explicaría los gritos en la casa de Laureano.- No necesitaba oír más. Sacó a Hernando de casa y le ordenó que le enseñara dónde estaba la casa de Laureano. Además les contó que Laureano había estado muy intranquilo durante todo el día. Antes de llamar, Oleg le dijo que se inventara que había fuego. El escocés asintió a la buena idea que había tenido el joven.
¡¡Laureano!! ¡Un fuego! ¡Por tus muertos, échame una mano!- La puerta se abrió instantes después y el escocés cogió del cuello a aquel hombre y lo tiró contra el suelo y entró en la casa. Anastasio se abalanzó rápidamente contra él con su maza. El escocés le esquivó y le pateó fuera de la casa junto con Laureano. Ordenó a Oleg y a Hernando que liberaran a Carrie.
Tu cuerpo arderá.- Se lanzó contra él y le clavó la espada en la pierna que ya tenía mal herida. El grito de Anastasio despertó a los mismísimos muertos. -
¡¡Dibújalo!! ¡Díbújalo miserable rata! - Un grito de dolor sonó a su espalda, Laureano con un cuchillo en la mano cayó de rodillas con el puñal que le había dado a Oleg en la espalda. El escocés destrinchó la pierna de Anastasio y con un rápido giro y pese a la visibilidad (una antorcha hecha por Hernando) separó la cabeza de Laureano del resto del cuerpo. Vio entonces a Carrie salir de la casa y apoyada en la puerta, pero cayó, seguramente de lo débil que estaba. Caminó hacia ella pero un fuerte peso le golpeó en la espalda. El aire se le escapó de los pulmones y cayó dandose la vuelta para ver lo que le había golpeado, no vio a nadie, pero pensó en que la maza de Anastasio había volado hacia él.
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Maldito criajo, ¡aparta!- Escuchó Galbart. -
Tu madre es una put...- El aire volvía a llegar a sus pulmones. Se fijó en que Hernando estaba paralizado contemplando la escena. Los dos hombres, malherido se levantaron, pero Anastasio cayó otra vez. El escocés respiraba con dificultad. Se acercó a él espada en mano.
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Eres un maldito estúpido..- Con la punta de la espada en su garganta dijo:
Morrigan, tu hijo te envía esta poderosa ofrenda.- Se abalanzó con todo su peso sobre su garganta y sacó la espada al instante para que se ahogara con su propia sangre. Se dio la vuelta y fue hacia Carrie que estaba, en el suelo. -
Se acabó cariño. Se acabó. - Se tiró con ella en el suelo ante el inmóvil Olegario y Hernando con su antorcha.
Días más tarde, después del incidente, las pruebas presentadas por Galbart fueron suficientes como para condenar el alma de Anastasio así como el testimonio de Hernando. El escocés encontró más dibujos de los que había hecho Anastasio, las pintadas parecían recientes y así se lo hizo saber a las autoridades que consideraron que él había cometido los asesinatos para fines demoníacos y perturbar la paz de las gentes de Valencia. Declararon, así mismo, al reformado culpable de incitar al odio hacia las instituciones eclesiásticas, lo que le llevó al calabozo durante dos años. Finalmente, Nicolas Borgia, el Cardenal, liberó a Galbart de su juramento. Por fin era libre.
¿Sabes una cosa Carrie? Este lugar me parecía una inmensa maraña de sombras, una especia de jardín de sombras. Ahora, algo ha cambiado. Las sombras se han tornado claras y visibles, ahora parece un jardín de luces.- Rió y la besó, recordando todo lo que habían pasado desde que los Dioses le otorgaran aquel don a Galbart y pensó, aun en ese eterno beso, en lo que les quedaba por hacer.
Su historia juntos no había hecho más que comenzar.