Ibelia.jordan
La carreta en la que viajaba la dama no era un noble carruaje como su esbelto cuerpo acostumbraba a utilizar, aunque eso ella no lo sabía; pero como no olía demasiado mal, ni estaba muy sucio, se ve que se dedicaba las más ocasiones, al transporte de grano, alimentos o fardos de paja, la dama se sintió complacida, sobretodo por ver que se alejaba del peligro que suponía le acechaba en Zaragoza.
Salía de la ciudad con sus empedradas calles, como notaba por el traqueteo, hacia los caminos de tierra, muy transitados en aquellas fechas previas a la guerra civil.
Iba pensando en esto y aquello, poniendo en orden su maltrecha mente. Escondida en el acomodo que le habían preparado; dormitaba; extraños sueños y pensamientos sobre esto y mil cosas más, aparecian delante de sus ojos en aquel duermevela.
Sentía el abrazo cálido de un amante, al que no podía ver el rostro, pero la calidez se tornaba ahogo y los brazos tornaban en serpientes que con su humeda y fria piel rodeando su cuello, le impedían respirar.
Despertaba sudorosa volviendo a sentir el traqueteo del carruaje, escuchaba atentamente los ruidos y voces del exterior parecía que se formaban ejercitos dispuestos a la batalla. ¿Volvería a estar soñando? Se preguntaba; aun a riesgo de ser vista y descubierta decidió salir de su escondite y ver su curiosidad satisfecha.
Poco se vislumbrabadesde la pequeña ventana del carruaje, con el sol matinal que asomaba por su derecha cegando su vista, viajaban hacia el Norte; desde ese lugar se podía observar el camino que iba quedando atras, mientras se acercaban a la ciudad de Huesca.
Nada más atravesar la Puerta Sur comenzó a oirse el bullicio de la ciudad que despertaba a sus oficios y trabajos. Podía ver el rostro de caballeros , damas, sirvientes, soldados y campesinos que se cruzaban, cada uno a sus quehaceres.
Un vuelco dió el corazón de la dama al ver su rostro, sintió los profundos ojos grises del Hombre clavarse en ella. No podía haberla descubierto si nadie conocía su paradero, ¿que hacía él allí?
Sintió un millon de hormigas en su estómago y una sensación de vértigo inundó su cabeza. -Era él ¿Cómo podía estar allí? ¿que destino cruel la esperaba que no podia zafarse de aquellos que la perseguían por mucho que lo intentase?
Se acumulaban los pensamientos unos sobre otros en esa maraña que era su mente.
-Y . . . . ¿Esta sensación extraña? ¿Que significa? mi corazón desbocado, mi cuerpo temblando.
Solo habían sido unos segundos pero estaba segura de que no podía encontrarse con aquellos mercenarios y su Capitán, muchos problemas aventuraba preocupada.
Dio una voz al mercader para indicarle que parara, cogió sus cosas y saltó del carro, se despidió y el carruaje siguió a su destino.
Ibel desapareció por los callejones, lo más rápido que pudo. No sabía bien dónde dirigirse, después de deambular un buen rato y con miedo de volver a encontrar a los mercenarios, decidió seguir el camino, sin alojarse en posada alguna.
Antes pararía para comprar a lado de la Puerta Norte en la venta del Esculabolsas un caballo que no se ahogase al primer trote y un poco de queso y pan para no desfallecer.
Andaba aparejando el caballo después de un breve descanso, en un lugar un poco alejado, una zona boscosa en la que podría ocultarse de miradas indiscretas.
Esperaba que cayese el sol para poder salir con más discreción. Aunque todavía no tenía claro hacia dónde partir.
Escuchó como llegaba cada vez mas nítido, el sonido de unos caballos que se acercaban por el camino. Preparó sus armas por si acaso las necesitaba y se colocó en un discreto lugar de observación, esperaba que pasasen de largo, lo más probable que fuesen soldados de los ejércitos que andaban formándose en aquel tiempo.
No era la primera vez en el día que había repetido tal acción sin consecuencia alguna. Conforme se acercaban distinguió el estandarte de la Compañía Roja.
Su cuerpo se tensionó y su corazón aceleró el ritmo, el sabor de la inminente lucha ya estaba en su boca. Se iban acercando y era evidente que sabían donde buscarla.
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