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[RP] El éxodo

Ibelia.jordan




Ibelia despertó aquella mañana, con cierta nebulosa en su cabeza y la sensación de no haber descansado en toda la noche; no estaba segura, si lo había soñado o había sido verdad, pero le pareció que su esposo la había visitado en la madrugada y cierto debía ser porque en su cama, el hombre dormitaba tras un ligero murmullo ronroneante y una leve sonrisa satisfecha.

Poco a poco, conforme su mente se despejaba, la Marquesa comenzó a desenmarañar la madeja de sentimientos y sensaciones que litigaban en su mente por hacer valer su derecho.

Los últimos acontecimientos la habían conducido hasta aquella habitación sin lujo ni servicio. Parecía que aquello era del gusto del no-marqués al que a juzgar por su semblante las cosas resultaban como él deseaba que fueran.

No así a Ibelia que angustiada se debatía entre sentirse feliz al lado de su esposo o desgraciada por haber sido secuestrada por un Mercenario, quedando a su merced, sin voluntad de huida.

Cuando ya había amanecido y la luz se filtraba entre los cortinajes de las ventanas llegando hasta el lecho de la pareja, Ysuran se despertó, se incorporó y besó a Ibel dándole los buenos días, la mujer olvidó al instante sus preocupaciones, correspondiendo al caballero.

-Te he echado tanto de menos. . .
Le dijo en un susurro mientras lo abrazaba.

No tardó mucho el hombre en salir del abrazo conyugal para ponerse en acción, empujando a Ibel para que se apresurase en preparar sus cosas para la visita de espionaje.
Siempre con una sonrisa, ella obedeció sin poder dar su verdadera opinión de todo aquello. Temía romper le ilusión del proyecto de su esposo, pero a la vez no le daba buena espina aquel negocio.
Su intención era boicotear el asunto, estaba firmenemte decidida. . . la cosa era encontrar la fórmula para que en la escaramuza no sufrieran demasiado y nadie saliera malparado.

Acompañó durante todo el día en el engaño a Ysuran haciendose pasar por compradores, lo cual podía haber sido cierto ya que los precios y calidades de aquellos telares eran bastante buenos. Mientras disfrutaba de la compañía del caballero que se mostraba con ella con amabilidad y cortesía, ella a su vez se mantenía distante.

Al llegar a la posada y mientras el Capitán informaba a la Compañía la dama se disculpó y con la excusa de que necesitaba descansar subió a su aposento.
Una vez allí cerró la puerta con cerrojo para evitar las visitas inesperadas.
Se desprendió de las prendas elegantes que vestía, recogió su pelo bajo un sombrero y vistió calzón negro y camisa gris como cualquier campesino, una vieja capa parda por encima, ocultaba su espada, única pieza reconocible como propia en su atuendo, si no contamos las botas de doble forro con sus pequeños puñales.

Así ataviada salió al pasillo, no quería cruzarse con nadie de la Compañía, con su esposo mucho menos, no estaba para dar explicaciones a nadie. Escuchó ruidos en la escalera y volvió a la habitación cerrando la puerta de nuevo.

Tocaron la puerta suavemente, sintiendo mucho el engaño a su esposo, hizo como si roncara, con suficiente volumen para que lo oyeran desde el pasillo, el hombre, al otro lado de la puerta desistió en su empeño y la dama escuchó sus pasos alejarse y la puerta de la habitación contigua abrirse y cerrarse tras los pasos de Ysuran.

Ibelia cruzó la habitación con paso firme, evitando hacer mucho ruido, abrió la puerta oteó el pasillo y le pareció que nadie la observaba. Salió deprisa ocultando su rostro y llegando a la escalera, en un momento sus pasos sonaban en el empedrado de la calle alejándose de la Posada en centro de la ciudad.

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Ysuran


Con todo explicado y aclarado, tocaba la parte que para Ysuran era como un ritual, debía prepararse, bruñir a Cazatanos, puñal y estilete; ajustar correas y el tahalí donde llevaría su arma y prepararía la capa que le cubriría completamente para evitar ser reconocido. No llevaría yelmo, en su lugar un simple gorro de piel, mucho más ligero, reforzaría su cabeza en cazo de golpes imprevistos.

Para llevar a cabo esto subió las escaleras en dirección a su habitación, pero se le ocurrió pasar antes por la de la pelirroja para ver que tal se encontraba. Los ruidos que procedían del interior hacían ver que la mujer dormía y muy plácidamente para ser escuchada desde fuera. El Pellicer sonrío pensando en esto y decidió ir directo a su destino dejando a Ibelia descansar.

En su cuarto iba a comenzar a preparar todo, pero consciente de que aún era pronto aprovecharía para echarse un rato, era conveniente estar descansado, después prepararía todo.

Durmió un buen rato, quizás un par de horas, pero aún tenía suficiente tiempo. Se preparó entonces como tenía previsto, tardó un poco más de lo que pensaba pues debía afilar bien la espada, no quería encontrarse con algún problema por descuido, algo que no se podía permitir...no debía ser muy normal decirle a un posible enemigo, espera que afilo la espada para pegarte...

Con todo listo salió preparado del cuarto, pasó por el de su esposa y pudo comprobar que nada se oía, debía estar ya abajo con los demás. Así que continuó su camino y fue a encontrarse con todos que estaban preparados y desperdigados por la taberna en pequeños grupos y con serio talante, cualquiera diría que eran los mismo hombres que podían revolucionar un local bebiendo y riendo. Buscó por todo el lugar a la pelirroja y no la encontró, no debía tardar en aparecer así que la esperarían una media hora, sino deberían partir sin ella.

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Ibelia.jordan



Había caminado un buen trecho desde que salió de la Posada con la sensación de que alguien le seguía los pasos.
Recorrió la calle Mayor y quiso asegurarse de que lo que hiciere se quedara entre ella y las calles de la ciudad, no deseaba ningún testigo de sus actos.

Decidió dar un pequeño rodeo por la casa del Dean y caminó con celeridad por las estrechas calles adyacentes a la catedral.
De vez en cuando se escondía en algún oscuro zaguán protegida por las sombras del atardecer que iba poco a poco impregnando de oscuridad las calles.

Observó que efectivamente uno de los de la Compañía roja la seguía, podía ser, por su aspecto y andares, aquel maldito tuerto que le hizo tragar la poción ponzoñosa con la que había estado aturdida tanto tiempo y que había dejado amargo sabor en sus labios.

Estaba segura que no la había reconocido así que probablemente le habría visto salir del cuarto de la marquesa y buscaba una historia con la que poder sacar beneficio propio ya fuere a la Marquesa o quizá al Capitán le interesara saber quien salía del los aposentos de su esposa de manera furtiva. Tener información siempre reportaba beneficios pensaba el rudo mercenario.

Tomó Sangil, pensando que ya había despistado al hombre para acercarse al puerto y la lonja, cercano se encontraba el almacén, aun no sabía muy bien que iba a hacer pero algo sospechoso y que había llamado su atención había en aquel asunto.
Al contrario que a la mañana pudo ver que sí había centinelas en el exterior, la calle más despejadas que en horas diurnas permitía ver como hombres armados, dos delante y otros dos bordeando el perímetro del edificio, montaban guardia en una rutina que no por serlo era mas eficaz si veían a alguien merodear, no había compasión en mostrarle su espada.

Una luz llamó su atención, uno de los tragaluces del sótano parecía levemente iluminado, la luz emanada era tenue e inestable, bailaba hasta casi desaparecer como si pasaran por delante opacidades caprichosas.

La disfrazada dama con silenciosa rapidez se acercó a ese punto de luz, en el instantes después que el centinela había pasado por delante; tenía unos segundos hasta que el otro centinela llegase hasta ella lo que le permitía ver que escondía la luz en la oscuridad.

Serpenteó para ocultarse en las sombras y acercó se al tragaluz, una bofetada de olor nauseabundo le dio en la cara haciéndole parpadear y casi vomitar. Allí estaban hacinadas, casi una centenar de personas de distinta raza, sexo y edad, como si de animales se tratase.

Observó en un segundo que podría haber enfermos, muertos, niños. . . en aquella sala que estaban indefensos o no podían haber hecho muchos males en su vida. El que aquello permitía no respetaba la vida humana y a Ibel el esclavismo nunca le había gustado; una cosa es servir a tu señor con un pacto de fidelidad de mutuo acuerdo y otra distinta poseer a otro como si de un caballo se tratase, sin respetarlo como Criatura del Altísimo.

Demasiado se había quedado en aquel lugar que ya el centinela estaba a punto de pasar y no podía cruzar la calle sin ser vista, sin encontrar un buen sitio donde esconderse de la mirada del guardia y sin querer alertar a los demás centinelas de que alguien conocía su secreto.
Decidió seguir el muro en dirección contraria al guardia que se acercaba, hasta tomar un poco de ventaja e intentar desaparecer en la esquina siguiente; con un poco de suerte, gracias a la luna nueva que ensombrecía las calles y la excasa iluminación propia de los tiempos, podría llegar hasta el callejón que llevaba al puerto y allí seguir hasta la posada.
Debía avisar a su esposo, antes de hacer nada había que sacar a toda esa gente de allí .

Actuó como tenía pensado y al llegar al callejón se sintió a salvo y respiró tranquila pero una mano como una garra, se acercó por detrás agarrándola por el cuello con tal fuerza que dio con su cuerpo en el suelo. Aturdida echó mano a su bota para sacar sus cuchillos pero se adelantó su oponente clavándole su pierna sobre la de la mujer con todo su peso; con un crujido de huesos, un gesto de dolor se hubiera visto en su rostro si la iluminación lo hubiera permitido, pero el grito ahogado de su garganta hizo que el hombre aflojara sus golpes que ya se habían saldado un labio partido y algunos moratones que tardarían en curarse pero lo que más dolor le causaba era el verse sorprendida, vapuleada y humillada.

Cuando el hombre aflojó ella se zafó, dando vuelta sobre si misma alejándose para incorporarse y poder sacar su espada se dio cuenta de que era el tuerto que la miraba boquiabierto sorprendido y sin saber que hacer ante la amenaza de la mujer que parecía dispuesta a clavarle la hoja hasta la mismísima alma del mercenario.

- ¿Que haces tu aquí y porque me atacas ? ¡Maldito ! ¡Nos descubrirán por tu culpa!

Increpaba la mujer, bajo el disfraz, al sorprendido Barrachina

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Ysuran


La hora de marchar finalmente llegó, no podían continuar esperando, Ysuran hizo un gesto con la cabeza para que todos fuesen poniendose en pie y saliendo de la posada en los pequeños grupos en los que se habían conformado como si no se conociesen. Ya habían salido todos salvo él y su compañero por lo que había podido estar atento a todos los que desfilaban junto a su mesa, por lo que notó la ausencia de la pelirroja, que aún no había aparecido y de Barrachina, que tenía una parte importante en la misión. Extrañado y preocupado preguntó al que estaba con él quien un poco titubeante dijo:

- Capitán, Barrachina dijo que salía antes, que había visto algo sospechoso y tenía que investigarlo, pero que estaría en el sitio acordado. Pero de la marquesa...no sé abosulatemente nada.

El Pellicer escuchó las palabras de su camarada y su mente recreó dos ideas posibles...Ibelia, no parecía muy contenta de participar, tal vez se hubiese finalmente negado y haberse ido a dar un paseo o que hubiese ido antes para esperarlos allí...Tras dudarlo un instante y viendo la impaciencia reflejada en la mirada del que lo acompañaba se levantó y dijo:

-Si es así, marchemos pues, la noche se nos presenta animada.

Se colocaron perfectamente sus armas tapadas por la capa, subieron la capucha y salieron fuera del local. Fue cuestión de tiempo ir andando por las calles para que se les fuesen agregando los que habían salido antes que ellos de los que algunos se colocaban más lejos y otros más cerca, según cual fuese su función para luego poder actuar más rápidamente.

Estaban a casi tres calles del taller donde debían intervenir, y ya estaban todos salvo los dos que se habían ausentado en la taberna, cuando vieron a lo lejos un par de figuras que parecía discutir y que se dirgían hacia ellos. Ysuran echó una ojeada y sus soldados ya estaban buscando en la oscuridad sus armas por lo que hizo una señal para que se detuviesen y esperasen, tenía que ver más de cerca quienes se acercaban, quizás pasarían de largo y no haría falta intervenir.

El par que se acercaba lentamente quedó alumbrado por la luz que emanaba de la ventana de una casa cercana, lo que se presentó al grupo los llenó de tranquilidad al mismo tiempo que de enfado, pudieron ver a Barrachina pero era imposible reconocer a su acompañate. Se alegraron a ver que era su compañero pero el Pellicer se enfadó porque debería ir más irreconocible, si él que con la edad había perdido algo de calidad en su visión a larga distancia, cualquiera podría haberlo reconocido. De todas formas esperaron quietos hasta que al fin se econtraron cara a cara e Ysuran tomó la palabra:

- Barrachina, ¿Dónde estabas? Deberías haber estado en la posada y...¿Quién te acompaña?

Miró el Pellicer al joven que iba junto al mercenario, tan tapado que no podía verle nada de la cara, así que dio un paso hacia él y le retiro la capucha para poder verle la cara...la sorpresa le sobrecogío, no se lo esperaba y no pudo reprimir su grito:

- ¡¡¡IBEL!!!

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Ibelia.jordan




Ibelia apuntaba con su espada el cuello del mercenario que había envainado y levantaba las manos temiendo por su vida. -Aquella mujer estaba loca, no se comentaba otra cosa entre sus camaradas, eso y su gusto por el vino.
Pensaba Barrachina.
Increpaba al mercenario en voz baja usando indignados improperios.
-Animal, casi me rompes el cuello, Mameluco ¿quien pensabas que era? ¿Querías matarme? Felón malnacido ¿Donde está el Capitán y los soldados? Debo hablar con mi esposo de inmediato. Hay que abortar la misión.

El otro sin poder más que balbucear unas disculpas sobre la dureza de sus golpes sobre el supuesto muchacho que resultó no ser tal, respondía al joven que tenía al lado.
-Marquesa , como iba a saber que era usted . . . . además. no debería salir de esa guisa y no quiero meterme donde nadie me llama pero. . . parecía otra cosa yo. . . al ver salir un hombre de sus aposentos . . . pensé. . .
y. . . ¿que es eso de abortar la misión?
Sorprendido dijo el mercenario que a la vez pensaba.
-Rematadamente loca esta esta mujer, ya me confirma lo que me contaron, si ya cuando lo de mi ojo ya le vi los suyos de animal salvaje.

-No podemos atacar antes de sacar a toda esa gente.
Dijo Ibelia con premura a la vez que aminoraba el paso.

-¿Que. . . ? ¿gente. . . . ? Debemos hacerlo ya! si no se notará nuestra presencia y darán la alarma . . . no se puede esperar por nadie
Discutía el Tuerto a regañadientes con la mujer disfrazada.

Ibelia no quería alzar demasiado la voz para no alertar a los guardias que vigilaban unas calles más abajo. Pero aquel hombre sin escrúpulos estaba sacándola de quicio. Decidió salir de allí lo antes posible, ir en busca de su esposo y sacar a todos los que había visto en el sótano del almacén.

Mientras, se alejaba con rápido paso , seguida de cerca por Barrachina, más enfadada consigo misma por haberse dejado sorprender que con el mercenario que al fin hacía lo único que sabia dar mamporros y pensar poco cuando no había un jefe al que seguir.

-Estaré perdiendo facultades? Será la perdida de memoria que me volvió confiada y estúpida? No puedo permitirme bajar la guardia de esta manera. Pensaba la mujer con rabia, dolorida por los golpes que acababa de recibir. Se volvió a ocultar bajo la capa y apretó el paso con rotunda determinación mascullando entre dientes contra el mercenario.

No habían recorrido ni cincuenta pies cuando de pronto callaron al ver un grupo de cinco o seis personas que se acercaba calle abajo.
Discreta la dama se arrebujó más en la capa y se caló el sombrero para convertirse en una sombra más de la noche. Miraba al tuerto al que sus dotes de camuflaje habían abandonado si es que alguna vez las tuviera.

Al llegar al grupo un poco separada del hombre se dio cuenta que eran los de la compañía antes de poder hablar el capitán con rapidez asombrosa, le había despojado de su embozo
-Definitivamente no es mi mejor momento. Pensó al oír que su esposo había descubierto su identidad.

-Si soy yo menos mal que tu no has empezado por pegarme como aquí tu merluzo camarada.

Hablaba a la vez que se tocaba la dolorida pierna. -Pero dejando esto a parte debéis abortar la misión no se puede quemar el almacén hay mucha gente allí en el sótano. Niños y enfermos todos hacinados.
Hay guardias vigilando también los he visto.

Escúchame Ysuran . . . No puedes hacer algo así. . . Si todavía apreciamos la vida humana, aunque sea un siervo o un esclavo.
No has podido cambiar tanto. Toma tu decisión pero si esas personas mueren . . . yo definitivamente no podre mirarte a los ojos.


Confiaba en que cambiaran los planes del hombre pero ella en todo caso había tomado su decisión iba a volver aunque fuera sola e intentaría sacar a los cautivos con ayuda o no; eso ya le daba igual.

Se puso el sombrero y echó a correr en dirección contraria, en un momento se perdió en la oscuridad.

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Ysuran


Las palabras de la pelirroja resonaron en el ambiente seguidas de una carcajada de los demás, sin duda no compartían la idea de la mujer de salvar a los retenidos, pero la decisión recaía en Ysuran, él debía elegir entre hacer lo que siempre había hecho o hacer caso al grupo que le seguía y terminar el trabajo sin preocuparse por nada ni nadie. No pudo responder cuando la marquesa ya estaba corriendo calle arriba, si la conocía bien, nada la detendría y salvaría a la gente a cualquier precio.

El Pellicer miró alrededor, esperó que todos se callasen, se rascó la barbilla, pateó el suelo, se ajustó la espada y dijo:

- Señores ya an oido a la marquesa, hay que ayudar a esa gente y luego haremos el trabajo.

Las quejas no tardaron en hacerse presentes, parecía que ninguno estaba dispuesto a cambiar los planes, el miedo a ser descubiertos los preocupaba bastante, así que se negaban, razonaban que solo eran esclavos. El rostro de Ysuran mostraba la sorpresa, aquellos hombres, que en sus inicios habían sido esclavos o siervos que se habían hecho mercenarios para mejorar su vida, ahora se negaban a ayudar a otros en su misma situación.

- Veo que camaradas, que no tenemos las mismas inclinaciones, os pido pues que nos deis hasta que suenen las de la catedral para ayudar a esa gente y luego podeis actuar, desde este momento sois libres y podeis elegiros un nuevo capitán.

El Pellicer tomó la dirección que había seguido su esposa para ir a ayudarla, dejando plantados a sus antiguos compañeros en la calle mientras asentían, otorgandole esa media hora que debía ser suficiente para llevar a cabo el plan que la pelirroja tuviese para liberar a los reos.

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Ibelia.jordan




Se arrepentía de haber salido corriendo, así de aquella abrupta manera en la que ni contestar dejó a Ysuran. Ella lo notó nada mas sentir la cara del hombre demudada a pesar de la oscuridad; pero bueno ya estaba hecho y se veía corriendo hacia un peligro incierto sin saber si contaba con aliados o no.

En realidad no quería escuchar una respuesta negativa por parte de su esposo al que casi ni reconocía después de tanto tiempo, era como un extraño para ella. Como si hiciera tanto que no se habían visto, que no se reconocían; lejano en el tiempo y el espacio, entre ellos, el muro de la confianza quebrada hacía muy difícil el acercamiento.

Un escalofrío recorrió su espalda, la negra noche lo envolvía todo, la inexistente luna no paría ni sombras. Un frío viento de las montañas pirenaicas llegaba a ella al volver la esquina llegando al almacén.

Volvió a calcular el recorrido de los guardias, contaba los pasos y calculaba el posible encuentro, al igual que hacen los gatos acechando a sus presas.
Su objetivo estaba claro, iluminado por la tenue luz mortecina que provenía del tragaluz.
Rodó por el empedrado de la calle hasta llegar a la abocinada abertura en el muro; angosto pasillo por el que introdujo su cuerpo comenzando por sus pies.

No tenia ni idea como sería recibida en el lugar dónde estaba cayendo y casi se le hizo eterno el trayecto hasta el suelo, atravesando el grueso muro de piedra, entre excrementos de rata y telas de araña.
Aquel túnel era muy estrecho y como si regresara al útero materno, reptó de espaldas por el agujero hasta llegar abajo, un pequeño hueco entre la gente se abrió al ver salir unas botas y tras estas el cuerpo de lo que parecía un muchacho.

Enseguida fue rodeada de los que allí estaban con no se sabe que intenciones. Comenzaron a hablarle en lenguas que ella no conocía intentaban tocarla y extendían sus mano hacia ella como poseídos por los espíritus de los muertos como en un trance enloquecido. Lejos de asustarse lo veía algo natural como efecto de la esclavitud, la tortura, la inanición y el trabajo forzado, conmoviendo a la mujer dándole mas argumentos para ver la necesidad de ponerlos a salvo.

Lanzando una fuerte sacudida logró zafarse de las manos que suplicantes se extendían hacia ella y recorrer el camino que llevaba hasta la puerta situada en un plano superior a la que se accedía por una estrecha escalera pegada a la pared.

Intentó comunicarse con alguna de las personas que encontró a su paso, pero nada consiguió si no fueron gritos de angustia y desesperación a los que no conseguía encontrar significado.

El nauseabundo olor casi la hacía desmayarse, conteniendo su respiración ante un temido vómito; justo estaba al pie de la escalera cuando la puerta osciló dando paso a la imagen de dos guardias que llegaban alertados por las voces de los esclavos; poco tardaron en notar la presencia de la intrusa.

Los prisioneros callaron sus gritos al ver a los guardias, como prevención ante el temido castigo; a la vez se alejaban del desconocido, tanto como permitía el escaso espacio.

Ibelia desenvainó su espada y se puso en guardia esperando que bajaran ante ella y poder enfrentarse, eran dos contra una, pero tenía la intención de que mientras esa puerta quedase libre y los cautivos salieran en tropel, ella podría dar cuenta uno a uno de los guardias que se enfrentasen a su espada.

-Aunque no sé ni cuantos guardias son ni si mis fuerzas aguantarán hasta ponerme a salvo, antes de que las llamas envuelvan estos muros.
Pensaba con preocupación, en ese instante se dio cuenta que poco le importaba vivir o morir.

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Ysuran


Tarde, así lo percibió Ysuran, había llegado tarde para acompañar a la pelirroja, lo último que había visto de ella era su cuerpo introducirse por una apertura por la que él no cabría ni dejando de comer durante tres semanas y no por estar gordo como algún compratriota valenciano de cierta fama, sino por todo lo que llevaba encima que se sumaba a su figura más ancha que la de su esposa.

Miró ansioso en todas las direcciones, tendría que entrar por la puerta, cosa fácil durante el día con el taller abierto, pero no ahora, con la puerta presumiblemente bien cerrada y guardada por un par de guardias que daban paseos en torno al edificio. Observó sus recorridos y se percató de que sería imposible entrar, al menos no lo haría sino los distraía, así que esperó un poco y cuando pasó uno de los guardias le lanzó una piedra desde su escondite. Mientras el soldado se dirigía, junto al compañero, a su situación, el Pellicer aprovechó la oscuridad para mudar de ubicación y correr hacia la puerta ahora desprotegida, al menos durante un rato.

Empujó el obstaculo de madera todo lo que pudo, pero no cedía, así que obtó por romper la cerradura introduciendo el estilete en el cerrojo y luego golpeando el instrumento lo más fuerte que pudo para romper el mecanismo interno. La idea fue productiva, aunque ruidosa, pero no hubo problemas ya que parecía que dentro del edificio los guardias se habían movilizado por alguna razón hacia otra dirección. Empujó pues la puerta, rescató de ella su estilete, algo doblado tras su uso incorrecto, y penetró en el taller iluminado por antorchas pero que parecía vacío. Se escondió tras una caja y agudizó el oido esperando percibir algo, cosa que le fue útil porque pudo comprobar que había ruído y gritos en alguna planta inferior.

Salió de su escondite e inspeccionó la zona hasta que encontró la puerta de la que provenían los ruidos, ese debía ser el lugar al que había accedido Ibelia por la pequeña entrada de fuera, así que desenvainó y con espada en mano corrió por una escalera que daba a parar a una puerta que los guardias abrían en ese momento. Los guardias terminaban de abrir justo cuando se percataron de la presencia del que otrora fuese un barón y hoy poco más que un mercenario, desenvainaron para enfrentarse a él mientras que dentro un grupo de gente gritaba y los guardias que inteban entrar se encontraron con la espada que Ysuran, enzarzado en pelea con el primer guardia que se había dirigido a él, pudo reconocer como el hierro de su muy cara y amada pelirroja. Por lo tanto la idea estaba clara, tenía que abrirse paso en aquel pasillo para llegar al otro lado y frenar a los guardias desde el mismo frente.

El Pellicer esquivo varios golpes, por suerte el lugar en el que estaban anulaba la superioridad númerica del enemigo que a simple vista debían ser unos seis, sin contar los dos que estaban fuera. El mercenario peleó lo mejor que pudo, hasta que vió el hueco que ansiaba y se lanzó a por él como un borracho se lanza tras la última cerveza o el mendigo se lanza por un trozo de pan. Dió empujones, un par de puñetazos y cayó de espaldas sobre uno de los guardias para entrar rodando donde la mujer había mantenido estoicamente a los soldados sin dejarles penetrar en la sala.

El rubio, con alguna cana, se levantó tan rápido como pudo y empujó la puerta a fin de cerrarla pidiendo ayuda con la mirada a Ibelia que lo entendió rápidamente y ambos cerraron, para luego dejarse caer sobre la puerta.

- Ibel, tenemos que atrancar esta puerta y hacer salir a todos por donde tu has entrado y rezar porque los guardias de fuera hayan entrado a ayudar a estos o que no vean salir a todos. Dijo Ysuran mirando a su esposa, esperando de ella una aprobación o una idea mucho mejor que la suya tan adscrita a la suerte y al altisimo.

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Ibelia.jordan



Los cautivos habían retrocedido dejando un espacio libre en la sala que pronto se llenó con el cruce de espadas que a diestra y siniestra acorralaban a la de Sagunt.

Esquivó la que venía de la izquierda arremetiendo con la derecha hacia su oponente, sin perder ventaja lanzó una patada que no llegó a su objetivo pero hizo que el de la izquierda se apartara lo suficiente para pasar entre los dos y subir algun peldaño. Esta acción la puso sobre sus contrarios que volvieron a la carga con más furia.

La mujer dio un fuerte espadazo contra la cabeza del primero que lo dejó caído sobre la fría piedra. La alegría duró poco pues a su espalda sonaron los pasos y gritos de los otros guardias que acudían en ayuda de sus compañeros; ya se veía ensartada pero pensó que aun se llevaría a algunos por delante antes de que todos murieran bajo las llamas.

Algunos de los prisioneros rodearon al guardia caído despojándole de sus armas cayendo sobre el otro, que por seguro que les debía alguna, pues la violencia de la muchedumbre que busca venganza, siempre es digna de tenerse en cuenta.
El hombre mas diestro con la espada que los otros se llevó por delante algunos hasta que lo acorralaron con puños, piernas y mucha rabia lo redujeron y cayó también.

Ibelia se enfrentó a los otros que aparecían por la puerta. Apenas había comenzado a pelear con el primero, esquivando un tajo que iba hacia su costado y lanzando otro al contrario que le marcó un surco sanguinolento en el antebrazo; cuando lo vio. Era él, su corazón golpeó con más fuerza y no solo era por efecto de la pelea.

-¿Es mi esposo el mercenario? Ya pensaba que me abandonaba a mi suerte. Algo dentro de mi me decía que vendría. ¿Como pude dudar de su lealtad? Pensó sin dejar de luchar

Sintiéndose ya invencible, al lado de Ysuran volvieron a la carga y la pelea pronto se dio con cuatro bajas más.

Atrancaron el portón, pero la muchedumbre ya armada con todo lo que en su mano estaba, pugnaba por seguir hacia delante ya algunos portaban las espadas y puñales que habían obtenido de los seis guardias caídos.

Casi no podía oír el plan que proponía su esposo por los gritos de los prisioneros que viendo cerrarse la puerta de su libertad quedaron expectantes de lo que aquellos extraños hicieran.
Salir por el tragaluz sería bastante difícil para muchos por lo estrecho del conducto y luego costaría tiempo, pero era cierto que no sabían cuantos guardias más había y su pequeño ejercito improvisado correría bastante peligro.

-¿Y los demás? ¿y el incendio programado?
Le preguntó a su esposo con la premura de una decisión rápida. Escuchó la respuesta y con determinación tomó loa palabra.

Se hizo oir por encima de las voces dirigiéndose a los que allí había.

-¿Alguien habla mi idioma o lo entiende? Que cuente a los demás cual es el plan si quieren salir de esta prisión. Unas manos se alzaron y escucharon a la dama, traduciendo lo que ella iba diciendo.
-Los niños y quien quepa por el tragaluz podrán ir saliendo con ayuda de los demás y el que pueda y quiera pelear lo intentaremos hacer por la puerta. No sabemos cuantos guardias hay. Así que podemos morir en el intento.
Todos debemos salir lo antes posible pero solo colaborando lo conseguiremos.
Una vez fuera ya nada podremos hacer por vosotros cada uno será responsable de sus actos.


El efecto de las palabras de la marquesa se vio pronto, un grupo comenzó a desalojar a los niños y ancianos todos los que cabían por el estrecho agujero. Empujándolos desde abajo y tirando luego desde arriba; los que salían se iban perdiendo en la noche y la ciudad; a saber que suerte correrían.

El pequeño grupo que quedó junto a ellos se acercó a la puerta, no era un ejercito ni siquiera eran soldados pero estaban dispuestos a salir de allí peleando.

-Mi señora. Una joven se dirigió a ellos con acento occitano pero comprensible para todos. -Aquí estamos los que queremos pelear, dispuestos a dar nuestra vida.
Nos hicieron prisioneros de forma injusta y hemos dejado aquí nuestra piel, pocas oportunidades hemos tenido de salvarnos y el Altísimo os trajo a vos. No perderemos la oportunidad de vengar nuestra afrenta.


Ibelia miró a su esposo y le sonrió de esa forma en la que sabían que todo estaba dicho.

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Ysuran


Ysuran observó a su esposa, sin duda tenía buena capacidad de liderazgo, mientras él atrancaba la puerta ella había organizado el plan de huida haciendo salir a los más escurridizos por el agujero y animado al resto a enfrentarse por sí mismos a su única posibilidad de tener una vida libre.

Ya con todo listo una mirada fue suficiente para saber lo que tocaba, dejarían pasar a los que tantas ganas tenían de entrar y los recibirían con caricias de sus hierros esperando que eso fuese suficiente para poder salir sin parecer un queso, llenos de agujeros.

- Se está convirtiendo en una costumbre esto de ir de cabecillas de causas perdidas. Dijo a modo de chance mientras retiraban las cosas con las que habían atrancado la puerta y ponían a los "soldados" codo con codo para preparar un frente amplio en el que combatir. Cuando todo estaba terminado llegó el momento, esperaron un embiste de los captores contra la puerta para retirarse de ella y permitir que se abriese de golpe desorientandolos lo suficiente para tener al menos la iniciativa en el ataque, cosa que podía ser crucial en aquellas circunstancias tan poco favorables.

Un golpe aquí y otro allí, destellos, choques de espadas, todo era un caos, dificil de saber quien iba ganando en aquella maraña de gente. Sin embargo, aquello le encantaba al Pellicer, esa emoción de un combate, no saber que pasaría, donde todo podía depender de un buen golpe, verse cerca de la muerte, le hacía sentir curiosamente vivo.

De repente un fuerte ruido paralizó todo el combate, una explosión en el piso superior sorprendió a todos durante un breve momento en el que esta vez fue el enemigo quien tomó la iniciativa, al menos el que estaba peleando con Ysuran que aprovechó la distracción para hacerle un corte en el brazo izquierdo...

- ¡Hijo de la criatura sin nombre! Esta camisa era mi preferida y ahora la has cortado. Decía con una sonrisa mientras embestía al enemigo y lo derribaba de una patada, para luego darle un pase de primera a reunirse con su reciente nombrado padre. Acto seguido se volvió hacia la pelirroja que peleaba con gracia y casi sin inmutarse se libraba de otro guardia, se veía que en el fondo disfrutaba como el Pellicer, pero debía avisarle de los problemas.

- ¡Ibel! Esa explosión significa que los de la Compañía no han esperado, han cumplido el plan y estan haciendo arder el taller. ¡Hay que salir ya!

Y se situó junto a ella haciendo un ademán a los que quedaban con vida que hiciesen lo mismo, para que los siguiesen en la salida a una voz de la pelirroja.

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Ibelia.jordan




Se sorprendió, Ibelia, al oir el estruendo y escuchar a Ysuran que con voz queda comunicó a la dama aquel asunto, se notaba que le dolía y que la decisión tomada tendría sus consecuencias.

-Pensaba que les habías convencido. Al verte llegar . . . . Luchar a mi lado. . . . Eso significa que ¿has dejado la Compañía?
Replicó la mujer que no podía ver la cara de su esposo ante su pregunta, ya que andaban peleando a diestra y siniestra.
Sin perder la atencion en su adversario la marquesa emocionada volvió
a hablar.
-Si salimos de ésta, ten por seguro que te haré olvidar ese grupo de mercenarios. Ya me tenían un poco harta de sus atropellos. . . .
A la vez un joven francés intentaba desarmar a Ibelia, que lo vio venir y se apartó, dando con el cuerpo del guardia, fruto de la inercia, contra la fría losa, donde la dama lo ensartó al decir. . . -. . . Sobretodo del tuerto ese que te juro si lo encuentro le atravieso. Y sacó su espada del cuerpo del soldado.

Las llamas se iban apoderando, imparables, de todo el edificio. El pequeño grupo avanzaba poco a poco dejando cuerpos de guardias por el camino, casi sin darse cuenta, estaban en la calle.
Nadie se paró . . . nadie dijo ya nada; todos corrían alejándose del fuego mientras la ciudad se ponía en alerta por las lenguas ígneas que ya se veían a una legua.

Ibelia tampoco se quedó a esperar; ni premio ni castigo, buscó a su esposo y juntos emprendieron la carrera intentando no ser vistos ni descubiertos, alejándose lo más posible del lugar.

Llegaron a puertas de la posada por el camino pegado a la muralla de la ciudad; no se cruzaron con nadie, los centinelas habían acudido reclamados por los disturbios provocados por la confusión, de lejos se oía el crepitar de las llamas, el fuego se estaba extendiendo a los edificios adyacentes.

-La que se ha formado en poco rato. Ibel intentó animar a Ysuran mientras llegaban a sus aposentos. -Vamos a recoger lo nuestro y salgamos de aquí de inmediato. No tardarán en atar cabos. Van a buscar a la Compañía y ya veremos si no terminamos presos en Francia.
Me vas a arruinar la reputación.
Le sonreía mientras le decía -Al menos estamos vivos. Se acercó tanto que podía notar su respiración sobre la piel y sus miradas se cruzaron en una larga conversación.

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Ysuran


Habían llegado a la posada sin mucho problema, todo el pueblo se movía por el ajetreo del fuego y no repararon en dos caminantes. Tomaron lo más necesario tenían que poner tierra de por medio con aquel lugar quizás era hora de volver hacia Aragon porque el camino de Urgel solía estar cubierto de guardias que podían capturarlos achancadoles a ellos el incendio. Sin embargo, su esposa se veía de muy buen humor, se permitía hasta chancear sobre la situación, algo que a Ysuran le infundaba cierta seguridad.

Con las cosas preparadas bajaron a la sala principal de la posada, a diferencia de otras veces estaba vacía, debían estar todos ocupados con el jaleo que se había formado, cosa que les beneficiaba bastante y pudieron salir disimuladamente hacia los establos de la posada en busca de sus caballos para marcharse de allí. Al llegar se encontraron con que no estaban, solo había unos animales muy ricamente adornados con las armas de la Navarra francesa en sus gualdrapas y protegidos por un par de mozos que al verlos llegar desenvainaron sus puñales.

- Bajad eso, se hareís daño y nadie quiere eso, nosotros venimos por nuestros caballos pero como no están quizás debeís prestarnos los que custodiais. Dijo Ysuran a los dos jovenes que se miraron sorprendidos entre ellos y que luego se pusieron entre la pareja y los caballos dando a entender que no aceptarían por las buenas ese préstamo que tan urgente era para el Pellicer y su esposa.

- Mira pelirroja son valientes, una pena que vayan a tener una vida tan corta. Respondió Ysuran ante la actitudo de los mozos. Acto seguido desenvaino su arma y dio un par de pasos hacia ellos, tocó sus dagas con la punta de su espada y dijo:

- Una última oportunidad para vivir, si ella se enfada puede ser muy peligrosa. Dijo señalando a Ibelia con la zurda, después se quitó el guante que cubría esa mano para enseñar a los jóvenes la falta de su dedo meñique y trató de asustarlos añadiendo:

- Si a mi me hizo esto por despertarla de madrugada...¿Qué no os hará a vosotros?

Los mozos volvieron a mirarse, tiraron las dagas y salieron corriendo del lugar dejando a disposición de la pareja los caballos con sus alforjas y adornos que parecían bastante caros.

- Ilustre, tomé el que más le guste y perdona la mentira, pero no tenía ganas de pegar a dos muchachos que tanto les queda por ver. Sonrió brevemente mientras envainaba su espada y volvía a colocarse el guante de cuero de forma que quedase como siempre, haciendo imperceptible la ausencia de falange que le dejó de recuerdo de aquél que tan fiero enemigo fue y del que hoy ni recordaba su nombre.

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Ibelia.jordan



Ibelia se separó del Pellicer y entró en sus aposentos, recogió rápidamente sus escasas pertenencias, sin olvidarse de la bolsa de cuero dónde cada vez quedaban menos escudos.
Pronto estaban listos para partir. Ningún miembro de la compañía, se encontraba ya en la posada.
-Se han dado prisa por desaparecer. Menos mal que no les dio por llevarse lo que no era suyo. Pensó la mujer.

Pero su alegría duró poco al llegar a los establos, después de pagarle al posadero generosamente que no hizo ninguna pregunta y parecía ansioso por perderlos de vista , y ver que sus caballos no estaban donde los dejaran el día anterior.

La sorpresa aun fue mayor cuando vio a su esposo que utilizando una artimaña digna de un cuatrero, obligó a la mujer a poner cara de pocos amigos y mirada feroz.
Puso en un brete a los mozos que custodiaban las elegantes monturas del correo Real de la Navarra francesa, que corrieron asustados, dejando los caballos para la Marquesa y su esposo que sin pensar mucho más, los ensillaron y montaron, saliendo lo más rápido que pudieron de aquel lugar.
Tomaron dirección al sur, hacia la frontera, donde seguro que nadie los buscaría.

Cercana ya la salida del Astro Rey dejaron el camino principal, internándose en el bosque por un estrecho sendero. Pararon cerca de un río para descansar y que los caballos se refrescaran.

Ibelia se sentía helada, la fría madrugada y los acontecimientos de las últimas horas parecía que había dado un vuelco su existencia.
Descabalgó y dejó que su esposo aligerase las monturas, mientras ella se sentaba sobre una manta protegiéndose de la húmeda tierra.

-¿Y ahora qué haremos? Es posible que seamos unos proscritos en este Condado y en el de al lado.
Comentaba con voz triste y cansada.
-¿Esta es la vida que quieres para nosotros? Es duro vivir con miedo.
Aunque no me arrepiento, ¿sabes? Todo ocurre por alguna razón. Y sacar a aquella gente de su cautiverio, creo que ha sido una acción de justicia.
Aunque nos persigan por ello estoy orgullosa de tu acción y siento mucho que lo de la Compañía haya salido mal. Aunque nunca te oculté que no era de mi agrado y más después de lo desagradable que fue mi encuentro con el maldito Barrachina que si lo atrapo . . . te juro que lo dejo tuerto de los dos ojos
Le dijo bromeando pero con sinceridad al que hasta hace unos días llamaba mercenario.

-Ahora deberíamos comer algo. Parece que me entró el hambre. ¿A ti no? Sonrió cansadamente y rebuscó en su morral.
Se había llevado carne en salazón, queso, vino y pan para el viaje. Siempre llevaba poco equipaje pero el alimento no les podía faltar.

-Ven a sentarte a mi lado, con el vino y la cercanía espero calentar un poco mi cuerpo y espíritu. Rogó a su esposo

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Ysuran


Ysuran aceptó de buen grado sentarse junto a su esposa, estaba realmente cansado, todo había sido tan rápido que apenas había descansado desde que salieron de Aragón y de eso hacía unos días ya. Tomó el vino que le ofrecia la mujer y también algo de queso, esos alimentos se combinaban de maravilla.

Tras un rato callado, solo sentado junto a su esposa, disfrutando de la tranquilidad y el calor que sentía junto a ella dijo sonriendo:

- Ibel, creo que ya podremos volver, porque esta aventura ha terminado antes de lo esperado. Pero esta noche me gustaría pasarla aquí, mañana veremos que vía tomamos.

Acarició el cabello rojizo de la dama con los dedos y se puso en pie, si ellos iban a descansar también lo harían los animales que los habían traído hasta allí, por lo tanto se dispuso a quitarles las monturas y cargas para amarrarlos en un árbol cercano y que disfrutasen de agua y pasto. Cuando tomó uno de los paquetes que llevaban los caballos le sorprendió su peso, allí había algo más que suministros para el viaje de los anteriores dueños; abrió la bolsa y pudo ver en su interior varios pergaminos enrollados y lacrados con las armas de la Navarra francesa, debajo un par de bolsitas de finos tejidos con monedas y lo más interesante, lo que más atrajo al Pellicer fue el medallón con el blasón de Navarra por un lado y las de su rey por el otro.

- Ibel mira, los chicos que nos prestaron el caballo debían ser mensajeros reales. Dijo llevando el contenido encontrado ante los ojos de la pelirroja que lo observaba desde el hogar que habían prendido en el claro.

- Si te parece bien me quedaré esto, me encanta. Agregó entusiasmado mostrando el medallón mientras se lo colocaba alrededor del cuello, les podría ser incluso útil para salir del Reino si tenían suerte. Después se sentó nuevamente junto a ella para juntos revisar el resto de cosas y finalmente quedarse dormidos, tras rato de charla y entretenimiento.

Pasadas unas horas, aún con la noche cerrada Ysuran se despertó sobresaltado, el frío se notaba más intenso, lo que le hizo mirar a la hoguera que se había apagado. Se levantó para volver a encenderla antes de que la dama notase también el frío. Chocó las piedras que habían usado la primera vez provocando nuevamente una chispa que hizo prender el fuego...Que raro, si ha prendido tan rápido es porque aún tenía ramas suficientes ¿Por qué se habrá apagado?...pensó al tiempo que se giraba para volver al improvisado lecho justo cuando un golpe por detrás lo derrumbó sin darle tiempo a reaccionar, un par de hombres le tomaron por los brazos inmovilizandolo mientras otros dos zarandeban a la mujer hasta despertarla para situarla de similar forma que a él.

- Decidnos donde está y saldreis ilesos. Bramó el que parecía el cabecilla sin mostrar su rostro.

- ¿Dónde está qué? Respondió Ysuran a la par que recibía un par de golpes en el costado sin entender que buscaban, pues había comprendido que no eran simples ladrones, sino que buscaban algo en particular, pero lo importante en ese momento para el Pellicer era reaccionar rápido para librar a la marquesa de un destino que tan turbio se había presentado después de la agradable noche que habían estado pasando y el descanso que los había hecho bajar la guardia.

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Ibelia.jordan



Ibelia había caído rendida en los brazos de su esposo, bajo el resguardo de una improvisada tienda de campaña hecha con pieles y ramas, preparado por el Pellicer.
Había proporcionado a la pareja, un discreto y cálido lecho donde pasar la noche en el claro del bosque. Las suaves llamas de la hoguera les habían acompañando en su descanso.

La marquesa hacía días que no tenía esos sueños previos a recuperar su memoria que le resultaran tan inquietantes y a la vez reveladores. Al principio pensó que se trataba de aquello.
Pero al notar el dolor por los golpes de unas recias manos que la zarandeaban hasta ser brutalmente despejada de su placentero descanso, llevada en volandas y arrojada contra la tierra, pensó que estaba viviendo una pesadilla.

La herida de su labio volvió a sangrar, notó el sabor metálico en su boca. Y mientras cobraba la consciencia pudo ver a su lado como golpeaban a su esposo. Sometiéndoles a ambos a un duro interrogatorio del que, si no conseguían zafarse, poco les iba a quedar de vida para contarlo.

La oscuridad de la noche y sus rostros embozados, no le permitía averiguar quienes eran aquellos que los maltrataban sin compasión. Y su interrogatorio en aquella lengua desconocida para la mujer, hacía que sus intenciones fueran todavía mas oscuras.

Ibelia se defendía con uñas y dientes, sus piernas también hacían por zafarse de su enemigo, pero la ausencia de sus armas alejadas de su alcance y sin defensas que la protegieran, hacían muy difícil su situación. Más cuando notó el frío metal rozando su cuello. La menor presión le llevaría a la muerte.

Relajó su cuerpo y el fornido hombre la agarró con un doloroso abrazo desde atrás, mientras con su otra mano, aferrada la daga mortal, se disponía a asestarle un tajo en la garganta.

Se encomendó al Altísimo, dando por concluido su camino en este mundo. Miró a su esposo al que torturaban cruelmente; hasta que se dieron cuenta de algo y aferrado a su garganta, el jefe de aquellos, le arrancó el medallón que había encontrado en el equipaje de los correos. Cerró los ojos, pensó que su esposo exhalaba su último aliento, ya no le importaba el dolor ni la muerte.

El esperado tajo no llegó y notó como el hombre aflojaba su presión. A la vez que la lanzaba de un fuerte empujón hacia donde Ysuran estaba tendido en el suelo.

-No pueden dejarme con vida si se la arrebatan a él. Pensó desesperada. Sintió su pulso, al poner sus labios sobre su frente, el Pelicer respiraba. No podía saber si los asaltantes les dejarían vivir, pero aquello era una tregua. Se sintió aliviada.

Gracias que no vieron las armas escondidas bajo las mantas y pieles, al destrozar el refugio donde habían pasado la noche, prendiéndole fuego. Al menos podrían defenderse si no volvían a bajar la guardia.

Los hombres recogieron todo lo que de valor vieron en el campamento, incluidos los caballos, la comida, sus alforjas y las de los correos. Sacaron de estas los pergaminos y gritaron en señal de triunfo.

Desaparecieron igual que llegaron, dejando solos a los de Sagunt, con el cuerpo dolorido, sin comida, sin dinero ni abrigo pero con vida, en la oscura y fría última noche del mes de febrero.

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