Ibelia.jordan
Ibelia despertó aquella mañana, con cierta nebulosa en su cabeza y la sensación de no haber descansado en toda la noche; no estaba segura, si lo había soñado o había sido verdad, pero le pareció que su esposo la había visitado en la madrugada y cierto debía ser porque en su cama, el hombre dormitaba tras un ligero murmullo ronroneante y una leve sonrisa satisfecha.
Poco a poco, conforme su mente se despejaba, la Marquesa comenzó a desenmarañar la madeja de sentimientos y sensaciones que litigaban en su mente por hacer valer su derecho.
Los últimos acontecimientos la habían conducido hasta aquella habitación sin lujo ni servicio. Parecía que aquello era del gusto del no-marqués al que a juzgar por su semblante las cosas resultaban como él deseaba que fueran.
No así a Ibelia que angustiada se debatía entre sentirse feliz al lado de su esposo o desgraciada por haber sido secuestrada por un Mercenario, quedando a su merced, sin voluntad de huida.
Cuando ya había amanecido y la luz se filtraba entre los cortinajes de las ventanas llegando hasta el lecho de la pareja, Ysuran se despertó, se incorporó y besó a Ibel dándole los buenos días, la mujer olvidó al instante sus preocupaciones, correspondiendo al caballero.
-Te he echado tanto de menos. . .
Le dijo en un susurro mientras lo abrazaba.
No tardó mucho el hombre en salir del abrazo conyugal para ponerse en acción, empujando a Ibel para que se apresurase en preparar sus cosas para la visita de espionaje.
Siempre con una sonrisa, ella obedeció sin poder dar su verdadera opinión de todo aquello. Temía romper le ilusión del proyecto de su esposo, pero a la vez no le daba buena espina aquel negocio.
Su intención era boicotear el asunto, estaba firmenemte decidida. . . la cosa era encontrar la fórmula para que en la escaramuza no sufrieran demasiado y nadie saliera malparado.
Acompañó durante todo el día en el engaño a Ysuran haciendose pasar por compradores, lo cual podía haber sido cierto ya que los precios y calidades de aquellos telares eran bastante buenos. Mientras disfrutaba de la compañía del caballero que se mostraba con ella con amabilidad y cortesía, ella a su vez se mantenía distante.
Al llegar a la posada y mientras el Capitán informaba a la Compañía la dama se disculpó y con la excusa de que necesitaba descansar subió a su aposento.
Una vez allí cerró la puerta con cerrojo para evitar las visitas inesperadas.
Se desprendió de las prendas elegantes que vestía, recogió su pelo bajo un sombrero y vistió calzón negro y camisa gris como cualquier campesino, una vieja capa parda por encima, ocultaba su espada, única pieza reconocible como propia en su atuendo, si no contamos las botas de doble forro con sus pequeños puñales.
Así ataviada salió al pasillo, no quería cruzarse con nadie de la Compañía, con su esposo mucho menos, no estaba para dar explicaciones a nadie. Escuchó ruidos en la escalera y volvió a la habitación cerrando la puerta de nuevo.
Tocaron la puerta suavemente, sintiendo mucho el engaño a su esposo, hizo como si roncara, con suficiente volumen para que lo oyeran desde el pasillo, el hombre, al otro lado de la puerta desistió en su empeño y la dama escuchó sus pasos alejarse y la puerta de la habitación contigua abrirse y cerrarse tras los pasos de Ysuran.
Ibelia cruzó la habitación con paso firme, evitando hacer mucho ruido, abrió la puerta oteó el pasillo y le pareció que nadie la observaba. Salió deprisa ocultando su rostro y llegando a la escalera, en un momento sus pasos sonaban en el empedrado de la calle alejándose de la Posada en centro de la ciudad.
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