Aún no había podido borrar de su retina la imagen de Kossler, sobre un charco de sangre, con tenebrosa clavada en sus entrañas, atravesándole. En sus manos, las últimas letras que le habia escrito su marido.
... pero antes, aquella noche...
La guardia real tuvo que tirar la puerta abajo ante la nula respuesta desde el interior. Tras el secretario real, se abrió paso en la estancia, tenuemente iluminada, la luz de la velas estaba casi consumida, tardó unos instantes hasta que acostumbró sus ojos a la penumbra, y cuando vio aquella escena su corazón dio un vuelco, le faltaba el aire, tuvo que agarrarse para no caer allí mismo, y se acercó a él, despacio, yacía en el suelo, entre un mar de sangre, aún caliente, le movió, con ayuda le ladearon, el arma, atravesándole, no permitía otra opción; no podía dejar de mirarle, a veces miraba a Zebaz, pidiendo una explicación, unas palabras, que la despertaran de aquella pesadilla, no podía articular palabra, no era capaz de gritar, ni un susurro podía articular, se estaba paralizando por momentos...
Llevó su mano a la herida abierta, poca sangre ya brotaba de aquel manantial de muerte, aún cálida, en contraste con el frío acero de tenebrosa... Ni rastro de nada que indicara un asesinato, sus ropas, miró su mano, su anillo, las lágrimas comenzaron a deslizarse por su mejilla, recorriendo su rostro... con cuidado le retiró el mechón de pelo de la cara,
¿por qué, maldito Kossler de Castelldú? ¿por qué habéis hecho esto?... la ira comenzaba a crecer en ella, igual que sus lágrimas luchaban por salir, quería golpearle, maldecirle, no entendía el por qué de aquello, jamás le entendió, era un alma imposible, cerrada, inaccesible, nunca consiguió llegar a él... y jamás entendería por qué había hecho aquello.
Entre lágrimas se dirigió a los allí presentes.
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Avisad a Seberino, que venga de inmediato, cerrad el alcázar y callad bocas. Habrá muerte para el que hable lo que aquí ha ocurrido. Que todos guarden silencio.Se dio orden de cerrar aquellas estancias y silenciar lo ocurrido, la muerte sería natural para todo el mundo. No había testigos de lo contrario, y su cuerpo sería enterrado en suelo sagrado.
Largas horas estuvo presente mientras lavaban y cosían al Rey, la mortaja blanca en la que se entretuvo con sus propias manos en coser sus iniciales...
si vas al infierno, al menos que sepan tu nombre, le susurraba.
Sobre la mesa dos cartas, una con su nombre, que aún no había sido capaz de abrir, ni leer, ni había permitido que nadie lo hiciera en su nombre, la segunda lacrada, posiblemente el testamento real.
Entrada la larga noche, haciendo de tripas corazón, sola, la abrió y despacio, intentando no emborronar la tinta con sus las lágrimas que secaba con la manga del vestido de terciopelo rojo, leyó...
Citation:A Tadeita de la Vega, mi esposa.
Cuando leáis esta carta, habré muerto.
No quiero que os culpéis por ello. Nadie hubiera podido evitar aquello que era inevitable.
Siento no haberos dado un beso la última vez que nos vimos. Siento no haber sido quién esperabais. Siento no haber podido quereros cómo hubierais merecido, o cómo cualquier otro, probablemente, os hubiera querido. Sólo puedo que daros las gracias, por pese a todo ello, haber permanecido a mi lado. Sé lo difícil que ha sido. Si no me hubierais apoyado tanto, probablemente mi andanza por éste mundo hubiera terminado algo antes. Vuestra compañía me reconfortaba. Me hacía sentir menos solo.
Cuidad de vuestros hijos y prometedme que cuidaréis de los míos, incluso de los que no conocéis. A vos os nombraré albacea de mi testamento y a vos os daré en herencia mis títulos y tierras, cómo debe ser. Prometedme que cumpliréis con mis últimas voluntades. Es el último favor que os pido.
Vuestro esposo que os quiere,
Kossler
Y aquí acababa su historia, la de un buen hombre, que pocos entendieron, y muchos odiaron, y otros, como ella, admiraron y amaron hasta el final.
- Adiós mi protector, adiós mi amor.