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[RP] Funeral Real. Rey Kossler I de Castilla.

Ibelia.jordan



Las campanas habían sonado atronadoras escuchándose en la lejanía en señal de duelo, un tañer que conmovía a las gentes de toda condición, temido odiado o querido; como hombre como gobernante o rey; de fuerte personalidad y firme carácter. Admirado por Ibelia entre los que había compartido y aprendido en su dura estancia en Aragón.

Las noticias sobre la muerte del monarca castellano habían llegado hasta Sagunto, la marquesa hubo de confirmar aquella triste noticia; apreciaba al hombre que aunque siempre educado y algo distante le había mostrado con el ejemplo una manera de vivir de la que sentirse orgulloso.

No podían faltar en su despedida del mundo terrenal. Ibelia e Ysuran habían preparado un pequeño grupo y a caballo en pocos días se presentaron en Burgos, reconfortaría a la viuda su amiga Tadeita y acompañaría el alma del Difunto Kossler en su despedida.

Daba la impresión de que todo era triste ese día, la lluvia caía suave y monótona sobre los tejados de la capital, Ibelia vestía ropajes oscuros y sobrios al estilo castellano.
A su llegada al palacio del Primado, personalidades iban entrando al recinto sagrado, todos mostrando semblante triste y como color predominante el negro del luto.

Pronto comenzó la ceremonia, ante el altar mayor el cuerpo del monarca iluminado por las luces de los cirios prendidos, oficiaba la Archidiaconisa Lluvia, su agradable voz se dejó oír en todo el templo.

Cuando llegó el momento, con solemnidad, Ibelia pronunció junto con todos los presentes.
-"Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano." Amen.
Sentía que todas las voces unidas como una sola acompañaban al alma del difunto en su camino hacia el Paraíso Solar.

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Tadeita


Evitó esbozar una sonrisa sarcástica, seguiría enfadada con él... y sin cesar en el hilo de pensamientos sobre su muerte... de paraíso solar, nada, derechito al infierno lunar..., contemplaba los cirios que se iban depositando encendidos, algunos con una gran llama que parecía querer prender fuego a todo lo que había a su alderedor.

- Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano. Amen.

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Quin
Ivanne


No era la primera vez que visitaba aquel lugar, por irónico que pareciese. Pese a ser reformada, había pisado más veces el Palacio del Primado que cualquier otro aristotélico, siempre y cuando el susodicho fuese plebeyo. Ser noble confería determinados privilegios a quien ostentaba el título, pero también ciertas obligaciones; sobretodo aquellas últimas en el particular caso castellano. A veces Ivanne se preguntaba si su padre le había agraciado con el infantazgo y el ducado para desgraciarla más si cabía, además de hacerla cargar con el peso de la Iglesia Reformada, un peso que caía sobre sus hombros como la más terrible de las rocas, pero que pese a todo pronóstico aún llevaba consigo. Todo ello, junto a la extensa colección de libros prohibidos por Roma y que servían de fundamento, entre otras bases del dogma, para la Fe Reformada.
Vestía de un estricto luto. Había optado por el terciopelo negro para el vestido y la lana y el algodón para una camisa blanca, junto a las discretas joyas que adornaban el cabello y la propia caida de las mangas tajadas, con unos rubíes modestos, aunque probablemente para el disgusto de todo decoro. No es que no sintiera respeto hacia el Rey, pero sin duda era lo más modesto que tenía Ivanne; era francesa, con eso todo estaba dicho. El anillo simplemente se trataba de la alianza de boda, aquella boda que le había unido a Ferrante, quien caminaba a su lado accediendo al ostentoso edificio; bueno, en realidad esa no era la alianza. La franco-navarra no recordaba bien cuál era, dentro de su fastuoso joyero.
    - ¿No te habrás comprado un anillo nuevo, verdad?
    - « Pero, ¿cómo crees? ¡Jamás se me ocurriría! ¿Para qué quiero un anillo nuevo... teniendo... nuestra alianza? ¡FERRANTE! ¡¿Cómo no la has reconocido?! »

Y así terminaba toda discusión cuando de cuartos se trataba, recurriendo a la poderosa estrategia del enfado porque su marido no vestía, e incluso ni recordaba cuál era el anillo de bodas. Había días en los que se repetía la misma retahíla variando de anillo, pero mientras Ferrante no se diese cuenta... Ancha es Castilla.

Tapaba su rostro con un velo negro, fino y delicado. Era lo único sobrio en ella, porque ni siquiera su cara demostraba ápice alguno de dolor. No se apiadaba en lo más absoluto de la muerte de Kossler, su mayor enemigo; sí en cambio por la Reina. Era tan dura la vida de una mujer... Eso bien lo sabía Ivanne. A veces el pensamiento de que se trataba de su contrincante la frenaba para dar el pésame a la Reina Tadea, otras veces creía que por respeto a su dolor mejor no era dárselo igualmente, pues quizá ella lo tomara a mal. Pero luego pensaba que era su deber como Infanta y como duquesa de Nájera, y que no eran los títulos los que comportaban la dignidad a la persona, sino los actos, y sin duda sería digno dedicar aquel adiós al Castelldú, e incluso dar soporte a quien fue su mujer, que ahora tanto sufría.
Se mantuvo queda, mirando absorta cómo la condesa de Brigishella oficiaba la ceremonia, pero con la mirada fija en las cristaleras. No soportaba ver la mentira romana en momentos que tanto respeto y deferencia requerían de uno, pero en cualquier caso mejor era callar y asumir que aquella era la forma de creer de algunos.

Mientras que los feligreses congregados repetían a coro lo que la ceremonia mandaba según costumbres, la de Tafalla comenzó a recordar el momento en que recibió la noticia de la muerte del rey. Con sorpresa, sin duda, había cerrado la carta y observado nuevamente la autenticidad del lacre, para después sonreír con una mansa satisfacción; se alegraba, en cierta manera, porque ya que Ivanne no podía con Kossler, al menos que la Muerte pudiese con ambos. Se había preguntado mil veces quién moriría antes: ¿él con tantos enemigos o ella dando a luz a tantos hijos no natos? La Fortuna pareció esclarecer toda duda. Pero, para ser sinceros, en aquel momento no se atrevía a sonreír, tanto como se había dicho que no bailaría sobre su tumba. Pese a enemigo, fue un digno oponente, y no merecía humillación ninguna en muerte. ¿Qué gozo puede tener que alguien no te responda, y herir a sus personas allegadas, las que realmente le quisieron? Reflexionó ésta y otras tantas cosas entre un murmullo de plegarias romanas. Ella, por su parte, engarzó ambas manos con fuerza y se arrodilló sobre el reclinatorio, al contrario de lo que todos los presentes hacían. Ella rezaría, pero no en la forma en que se esperaba. Que la echasen si querían, pero ella ya estaba cumpliendo. Como noble, como creyente, pero sobretodo como persona.

- « Oh Señor Jah, Tú que todo lo puedes, Tú que todo lo sabes y que todo lo doblegas, así finalmente llamas a tus hijos sin distinciones, como has llamado al Rey a tu lado; te pido por el alma de tu hijo que hoy va a tu encuentro, para salvarlo del pecado. Juzga como Padre benevolente a quien no supo seguirte a través de la Verdadera Palabra, porque aún hoy, antes de alcanzar el Paraíso, podrá redimirse. » -Susurró en voz muy baja.

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Marta296


El camino hasta Toledo se le hizo largo y tedioso. Siempre era así cuando iba a un funeral y, aquella vez, no fue una excepción. Kossler había sido uno de sus hombres de confianza durante sus legislaturas. Había recibido de él consejos y directrices que ella necesitaba en lo referente a las defensas y el mando de ejércitos, tarea en la que era una auténtica ignorante.

No le resultó una sorpresa que llegara a ostentar la corona. Se le conoció como "El Usurpador" y, aunque no tuvo muy claro de donde le vino el sobrenombre (algo acerca de Caspe, creía), le vino como anillo al dedo.

Su muerte, sin embargo, sí la había sorprendido.

Avanzó presurosa por el pasillo lateral del templo y buscó asiento entre las primeras filas. Desde allí pudo ver el rostro de la viuda, lívido, en contraste con el negro de sus ropajes.


No tendrá consuelo, pensó. Decidió que no la molestaría con palabras vanas en aquella ocasión. Tiempo habría para hablarle más adelante.

Prosiguió la ceremonia y Marta siguió lo acostumbrado.


Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano. Amen. Musitó con un hilo de voz.

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Ysuran


Ysuran había recibido la noticia del fallecimiento en Sagunt junto a su esposa, la marquesa. Fue una sorpresa pues lo recordaba un hombre sano y fuerte, pero se ve que el altisimo lo requería para algo en su presencia, quizas necesitaria buenos generales para conquistar el infierno lunar...eso explicaría que otros muchos siguiesen vivos por estos reinos, solo meterían burocracia y dificultarían la tarea.

Prepararon todo y partieron al lugar donde tendría lugar el funeral del finado, veía algunas caras conocidas allí, en la travesía del Ebro incluso le parecía haber oído tañir las campanas de Caspe en memoria de uno de sus mejores Duques y eso que pensaba que lo habían tachado de traidor en vida.

Tomó Ysuran asiento junto a Ibel y escucharon a Lluvia ejercer su labor de oficiante, sintió el Pellicer en ese momento de reflexión interna pena de no haber conocido más al fallecido, porque mucho de militar habría aprendido, como así lo hizo de Carolum en heráldica.

Llegó el momento de intervenir y siguiendo al gentío que lo sacó de sus pensamientos dijo:

-"Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano." Amen.
Kalahn
Desde la puerta del Palacio del Primado se encontraba Kalahn participando de la ceremonia. Por respeto al rey, y no por su cargo o títulos se hallaba. Y por ese mismo respeto estaba en la puerta,pues como pagana se sentía como una profanadora si pisaba dicho lugar de culto.

Rodeada de vagabundos y pordioseros encendió una vela para depositarla más tarde cerca.

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Tatsuya


El joven pucelano no dejaba de impresionarse cada vez que entraba en esos edificios. El juego de luces, las sensaciones que flotan en el ambiente. El dolor disuelto en el silencio y el espacio, hacían que el paso de tiempo se detuviera en una extraña esfera de irrealidad. Cada vez que entraba en un lugar para este tipo de ceremonias, las sensaciones eran fuertes. Cómo llegaba tarde, para no variar en su costumbre, prefirió no interferir en la ceremonia religiosa que ya había empezado, y se quedo al final de la catedral.

Allá delante, yacía el Rey. Un buen Rey, sin duda. Era al segundo Rey que veía enterrar, pero era el primero que sentía ya su perdida. Vio a su esposa, de riguroso luto, que distinguió de las demás por su esbelta silueta, y la pequeña barriga que empezaba a dibujarse en ella. Sabía lo mal que lo estaba pasando su amada, ella había tratado mucho con él. Tenía que reconocer que él también había llegado a apreciar a aquel parco hombre y de firmes convicciones.

-Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano. Amen.

Levanto la mirada del féretro, y la elevo a donde la luz parecía guiar las almas de aquellos que bajo aquellas paredes se despedían. Cerró brevemente los ojos, y pidió a las fuerzas que hubieran allá arriba, que guiaran el alma de su buen Rey a un reposo digno de él. Que sus pasos en la tierra no se borrarán nunca, que permaneciese en los corazones de todos aquellos que lo apreciaban. Abrió lo ojos, y presto atención a la ceremonia. La vida seguía adelante.

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Diego_7


Toda Castilla había recibido una trágica noticia, su rey, el gran Kossler de Castilla había muerto, dejando tras de si un reinado prospero y bien encaminado. Pos respeto hacia él había decidido ir a su funeral pese a que fueran celebraciones que no le gustaran mucho. No era una persona muy conocida para él pues pocas palabras habían intercambiado en el tiempo que se hubieron conocido pero eso no significa que no respetara o incluso temiera a aquel hombre por lo que hubo sido; no era poco lo que había oído de él ya fuera bueno o malo.

Se dispuso a viajar al funeral de aquel hombre, largo era el viaje que tenia por delante pero debía hacerlo, debía presentar sus respetos y condolencias a aquellos que mejor lo conocían. Muchos leguas lo separaban y no era buena época para los viajes, el frió reinaba en aquel funesto mes de otoño mas pareciera que ya fuera el duro invierno por los malos vientos que le llegaban y le arañaban la cara; como el sabia, el hombre golpea como un martillo lo hace con el yunque pero la naturaleza siempre golpea mas fuerte. No sabia como el caballo iba a aguantar tal viaje, sin embargo, le preocupaba mas el mismo dado que mal se llevaba con esas enfermedades que aparecían en invierno sin avisar de las cuales el mismo rey podría haber enfermado e ir al mundo que nos espera cuando la segadora nos visita. No encontró cobijo ni abrigo en el camino y solo ansiaba la llegada para poder descansar y entrar en calor y no se hizo esperar mucho mas pues pronto encontró el lugar que buscaba aunque pareciera que todavía se le fuera a hacer eterno.

Nunca había estado en aquel Palacio, le parecía de una estructura y envergadura increíble, muchos sitios deben envidiarlo,pareciera que fuese el mismísimo paraíso. Había llegado tarde a la ceremonia asique entró lo mas silencioso que pudo y sin hacer el mas mínimo ruido, quería evitar miradas de soslayo en aquella situación poco agradable para todos. Se quedo atrás del todo evitando algunas miradas inadvertidas que parecía que le pudieran asesinar solo con verlo, al parecer había molestado en su entrada a varias personas aunque eso no le importaba mucho. Allí atrás se quedo, observando y escuchando atentamente la ceremonia y rezando para que el alma de su majestad encontrara la paz en el otro mundo fuera donde fuese, pues pese a algunos actos que hubiera realizado y no fueran gusto de todos, todos merecen el descanso eterno, hasta el rival menos honorable.
Asdrubal1


Saludó al Gobernador de Castilla con un ligero asentimiento de cabeza, el de la Barca no era dado a las grandes efusividades, una vez se hubo despedido, y ya en su sitio, aguardó hasta que apareció el cortejo fúnebre, divisó entre ella a la que de reina consorte había pasado a reina viuda, memento mori susurró mientras un súbito temblor recorrió su ser, apretó con fuerza el broche con la cruz de la Reforma que tintineaba sobre su jubón, nunca había sido supersticioso y mucho menos dado a aquellos arrebatos de Fe, sin embargo, no se sentía a la Muerte tan de cerca como en un funeral.

Vio también a la que iba a oficiar la ceremonia, la archidiaconisa Lluvia, ella lo corona, ella lo entierra, pensó sarcástico, no podía evitar pensar que aquella situación la había vivido en sus propias carnes, él en su día coronó al Armiño de Morlais, y él mismo hubo de oficiar el funeral de aquel a quien se llamó Rex Ermineus. El pasado lo atenazaba, deseaba salir de aquel templo herético, lleno de cirios a santos olvidados, de dogmas tervigersados y rezos encumbrados, pese a ello guardó la compostura, sería la comidilla de la corte que saliera corriendo en aquellas condiciones.

No acompañó el rezo que enunció Lluvia y de sus labios no salió el consecuente "Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano, en su lugar, rezó;

-Oh tu que eres Clemente, tú que eres el Único y el Misericordioso, perdona al que ayer fue Rey y señor de la Corona y hoy acude al Juicio de tu presencia, no tomes en consideración su herejía y no lo condenes al Monte de la Desolación, antes bien, acogele en tu seno y dale el descanso eterno en el Jardín de las Delicias.

Había conocido al finado monarca desde antes de que se ciñera la corona, incluso antes de que fuera Duque de Caspe, se podía permitir aquella oración de la que era su Fe, su Credo, su Reforma, ¿Acaso alguien iba a reprocharle aquel gesto? A él, quien había luchado junto al difunto en las murallas de Caspe, ganado una guerra a Aragón, derramado la sangre de hermanos en las guerras civiles del Principado, y a quien finalmente había abandonado en las murallas de Urgell.

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Lluvia


Le pareció oír un murmullo desigual que le hizo levantar ligeramente la mirada y con el rabillo del ojo, vio a Asdrubal, el que había sido su querido profesor, aquel que con sus enseñanzas la había sostenido y guiado hasta el encuentro con su fe. Entendió de inmediato que su rezo no era el de ella y su corazón se oprimió una vez más...

Esperó con las manos entrelazadas hasta que todas las velas hubiesen sido encendidas y el silencio volviese a reinar en el sagrado recinto. Se dirigió al Altar Mayor, cogió la cruz junto con uno de los cirios más brillantes y con voz suave y firme, prosiguió con la ceremonia.

- La Amistad es la luz del mundo, es la llama que brinda calor a nuestro corazón.

¡Que alumbre ahora el camino del Rey Kossler, que lo conduzca ahora al Reino de Dios!

Kossler, nosotros depositamos esta cruz aristotélica sobre tu ataúd. Esta cruz es el signo que conecta Aristóteles con Cristo, que ella sea para ti símbolo de salvación y de vida eterna.


Mientras los presentes tomaban una vela entre sus manos, los cánticos de los monjes resonaban como un lúgubre eco en todos los rincones de la Iglesia.


Uno de los amigos Rey aporta la canasta de la amistad donde son depositadas flores y obsequios.

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Ferrante


Los murmullos de las oraciones resonaban en todo el templo, mientras las tinieblas eran disipadas por la tenue luz de cientos de velas y cirios soportados por altos candelabros. Dos tenebrarios, de bronce y grandes dimensiones apostados a ambos lados del féretro del rey, acentuaban el dramatismo del momento con el titilar de sus llamas. Al contraluz podían observarse delicadas vaharadas que escapaban de las bocas de los presentes cuando respondían al oficiante de la ceremonia. Ferrante, junto a su esposa, la Infanta, escuchaba en silencio; mas tampoco se sorprendió en demasías cuando ella, en vez de responder a coro con el resto de voces, improvisó una súplica de la que sólo pudo entender algunas palabras. La observó de reojo mientras mantenía la respiración. Finalmente, él levantó la mirada hacia donde se encontraba la viuda y la familia y amigos más cercanos al rey, dedicando una ligera inclinación de cabeza.

-Señor, no desvíes tu mirada de nuestro hermano.- Al fin y al cabo el de Toledo era aristotélico. ¿O no?; dudaba. De lo que no dudaba era de la animosidad recíproca que habían sentido el rey por él, y viceversa. Era bien conocido en la corte los desacuerdos entre ambos hombres y su distanciamiento después del asunto de Tafalla. Precisamente por eso, Ferrante y su familia habían tomado la decisión de abandonar la corte de Castilla por un tiempo, iniciando un largo camino de peregrinaje por media Francia, para evitar que la cercanía pudiera ser la causante de una nueva disputa entre el Castelldú y el de Toledo. Lo que no estaba calculado era la prematura muerte del monarca. Ferrante ya no sentía odio por él, ni quería vengarse; ahora sentía indiferencia, aunque también respeto por el monarca, tanto por su persona como por el hecho de que los difuntos ya no podían defenderse, y por ello, tan cobarde como absurdo era el ataque en esas circunstancias.



Vestido de riguroso negro, con sus manos enguantadas y sin ninguna joya - muestra de profundo respeto y duelo que los difuntos merecían - Ferrate llevaba en la solapa de su grueso abrigo de lana castellana, una rosa blanca, delicada y grácil, aunque con sus espinas. Cuando la diaconisa terminó las oraciones, dejando un momento para que la gente depositara sus ofrendas, el conde-duque de Trujillo se acercó hasta el sepulcro y la arrojó sobre él: - Que buen vasallo e senyor si non oviesse entrambos tan alto orgullo - recitó en a penas un susurró con la mirada vacía como despedida.

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Lluvia


Tuvo tiempo de observar a los presentes. La muerte del Rey Kossler había dado lugar a la reunión de personas con las más variopintas creencias -...así como las tres esferas que componen el mundo jamás se reunirán debido a su esencia, algunos seres humanos triste e inexplicablemente jamás nos encontraremos debido a la nuestra...- reflexionaba la Archidiaconisa mientras contemplaba a algunos reformados y averroístas conocidos, acompañar a su modo al difunto.

Cuando los asistentes estuvieron nuevamente en su sitio, tuvo Froi que carraspear para que Lluvia saliera de su ensimismamiento y prosiguiera con el funeral. Lo miró con una sonrisa agradecida; a medida que crecía, la atención y responsabilidad del joven monaguillo crecían con él.

- Este entierro nos recuerda varias cosas: la memoria de un amigo aristotélico que acaba de dejarnos, de un hombre que tenía una historia única con el Altísimo, de alguien que fue rodeado de ternura por Él y que experimentó, a su manera, esta ternura.

Estamos aquí, junto a SMR Kossler, para darnos cuenta de este lazo de amor que siempre lo unió al Altísimo y que une al Altísimo a cada uno de nosotros, en cualquier momento.

La muerte vendrá para todos nosotros. Para unos temprano, para otros más tarde. Para unos en su juventud, para otros en su vejez. El Señor nos previene: "Mantente listo, siempre listo porque no sabes ni el día ni la hora".

Aristóteles nos guió y Christos nos invita a tomar ejemplo de él, para que encontremos nuestra alegría en vivir para otros. Nuestra presencia aquí es oración. Como el buen ladrón, invocamos a Aristóteles para que mida los pecados de nuestro hermano y a Christos para que interceda ante el Señor con el fin de que lo reciba en su Paraíso solar.


Buscando con la mirada a los amigos del Rey, dio unos pasos con el fin de apartarse del centro de atención y añadió:

- Dejo ahora a quienes le conocieron, hablar de él.

Un amargo silencio, solo interrumpido por algunos sollozos, inundó la iglesia.

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Segismundo


Segismundo permanecía callado en aquel templo que había quedado mudo tras el silencio de la Archidiaconisa que presidia la ceremonia.

Aquel no era un lugar al que a él le gustase visitar, más aun cuando dudaba de toda fe conocida y por conocer, la tristeza invadía aquella sala, y por primera vez en su vida no veía aquella luz resplandeciente en el rostro de la reina viuda. Quizás el fallecido rey se hubiese apoderado de ella para llevársela al paraíso solar.

Y allí sentado, Segismundo cerro sus ojos y voló su mente, dichosa muerte, que acecha y ronda, escondida u oculta, siempre espera, no importa ni el lugar ni el como, la muerte viene y el alma se lleva.

Maldita muerte, a vos no os temo, pues el olvido es más cruel que tu guadaña.

Segismundo abrió sus ojos, y entre sus manos, la luz en el cirio brota, abriré mi memoria, y allí, tu rey, nuestro rey, quedara presente.
Noega


La daLúa apretaba los puños irritada ante aquella amalgama aristotélica. Si bien tendía a no meterse en sus asuntos, había ocasiones como aquella en la que no podía eludir el caso, y tenía que aguantar esa sarta de frases sin sentido para su persona. Y fíjense que aquella mujer era amante de quedarse con los dioses de cualquiera, siempre que obviamente, correspondieran a saberes místicos de los ancestros de cada cual, los cuales siempre había podido aunar en su simple y propia creencia "las fuerzas de la naturaleza nos guíen y el alcohol nos conserve en cualquiera de sus formas"

En aquel momento se hallaba apretando los labios, sentada en su sombra, murmurando por lo bajini a cada palabra de la sacerdotisa oficiante y ¡por fin! parecía terminar aquel calvario, cuando ¡no!, se dió la posibilidad de dejar hablar al populacho, porque no nos engañemos... por mucho que de oro se vistan, allí había más vividores que en cualquier plaza de mercado.

Se hizo el silencio...

¿Eso qué quería decir?...que nadie conocía al difunto? ...que nadie tenía nada bueno que decir? ...o es que acaso nadie tenía valor de expresar fuere lo que fuere en público?

Antes de que las uñas le hicieran sangre en la palma de la mano, y vista la poca que tenían en vena algunos de los presentes, se puso en pié y se aproximó a la zona alta, donde parecía que aquella gente daba sus discursos sin sentido. Sólo quería terminar cuanto antes y salir de allí...y aquello le pareció la vía más rápida.

Los tacones de sus botas resonaron a cada paso en el solado hasta que llegó al punto señalado con su X negra mental.

- Si me permite.. - dijo en voz baja a la oficiante.

- Señores/as, damas de la corte, lugareñ@s, visitantes, señoritas/tos de vida alegre, aburrid@s sin vida propia, curios@s, pobladores/as de la zona y demás presentes sin clasificar... primeramente darles las gracias por su asistencia y paciencia demostrada en este terrible día... - dijo con media sonrisa viendo el jardín en el que se estaba metiendo...

Miró al punto donde descansaban los restos de Kossler - Como veréis, él ya se ha ido por decisión propia, sin consultar, vamos, como siempre...no sé si tildarlo de valentía extrema, estupidez, o del egoísmo más puro...y nosotros, aunque en algunos casos no debiéramos, aquí seguimos por designio de los dioses... - bajó un poco la voz perdiéndosele la mirada...

- No se ustedes, señorías, pero yo he venido hasta aquí como por una necesidad, un impulso al que no podía negarme...ese es el tipo de sentimiento que despertaba este hombre en cualquiera que se le acercara lo suficiente, un ineludible sentido del deber, el cual, nunca tuve si no fué a su lado.

¿Que si me arrepiento de haber compartido mi tiempo con su persona? Seguramente mis canas ocultas tras la oreja sí que lo hagan y dos o tres de esas arruguillas, lo sé..casi imperceptibles, en el entrecejo, pero mayormente os diría que no, que una daLúa nunca se arrepiente de nada...y en este caso, sólamente puedo sentir un extraño orgullo, tanto como peculiar fué nuestra relación de amor-odio.

Por lo demás era un ser osco, huraño, titulista y altamente engreído...bla blá blá....
- se paró a sí misma y se agarró una mano con la otra para quedarse quieta.... - pero en el fondo, si algo realmente se le puede achacar, es el ser uno de esos seres capaces de realzar, cada uno de tus defectos, de una manera tan esperpéntica, que finalmente los haces formar parte de tu mismedad, uno a uno... Una de esas personas capaces de cambiar el mundo.

Hasta siempre vinagres... -
sentencio bajando la cabeza - hasta pronto, amigo... - susurró deslizando el índice por la cajademaderadepino, mientras se desplazaba hacia la salida arrastrando su oscura capa. Si algo pudo comentarse en aquel instante, fué el extraño brillo en su mirada, ese sólo visto en los que se sabían un poco más allá del mundo de los vivos, aquellos que conocían el camino.

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Ivanne


Lo cierto es que no tenía la más mínima intención de participar en aquellos típicos discursos en los que se dignificaba al muerto y glorificaba sus acciones como tónica general. La pena de las plañideras hubiese resultado incluso más creíble que si la Josselinière hubiera acudido, en primer lugar, a hablar desde el altar, donde se hacía espacio para quienes quisieran participar. Pero bien cierto era también que la presencia de la duquesa de Menorca, prima de su padrino Astaroth y por definición familia suya, y su arrojo y valor para decir y comportarse como lo hizo, arrancó en ella un sentimiento de necesidad por liberar lo que a su lengua se le antojaba sin que pasase previamente por los filtros con más censura habida y por haber de su cabeza. Ella era consciente de que una mala palabra, una mala acción, y quedaría condenada, nuevamente, para los restos. Al final Kossler, tanto en vida como en muerte, sería su perdición.

No obstante, el ver a su marido continuar repitiendo como un lorito las mismas palabras que en el rito aristotélico se decían, impulsó definitivamente en ella aquel arranque de sinceridad... comedido. Tras la da Lúa, y compartiendo con ella una mirada de complicidad cuando ésta se alejaba imponente hacia la puerta, provocando una ráfaga de viento que abría su capa negra en vuelo, avanzó entonces la franco-navarra y subió los peldaños. Creía que la Reina querría hablar también, pero sin duda el dolor la frenaba, y sin duda le servirían de consuelo las palabras de los demás.

- « Hoy es un día amargo para Castilla. -Se le hizo un nudo en la garganta. ¿Por qué diablos había subido allí? ¿Pero qué demonios...? Bueno, a lo hecho, pecho. Ahora debía continuar. Sería breve.- Las muertes de los reyes se suceden pero el dolor por ellos permanece. Así, el pesar de la Reina Tadea es el sentir de todos sus vasallos y súbditos. El Rey Kossler fue un digno contrincante, no sólo para quienes le desafiaron; también para quienes aún no atreviéndose callaron. El silencio del Castelldú fue lo que lo identificó: ante la contrariedad se mantuvo quedo, pendiente de nuevos hechos. Hoy de él podemos aprender esta lección: es mejor callar y no hacer que hacer y precipitarse, porque entonces no hay retorno. -Tragó saliva. ¿Serviría de algo que dijese aquello? Esperaba que sí.- También era implacable cuando consideraba que debía y por ello se le recordará como un hombre tenaz. Así las puertas de Tafalla siempre recordarán, y se arrodillarán, cuando de él oigan hablar. -Suspiró. Hablar de Tafalla en aquel sentido fue como liberar a una bestia torturada que hasta entonces había permanecido dormida; y por extraño que pareciese, se sintió bien. Ya no había ningún odio o rencor. ¿Síndrome de estocolmo?- La Muerte hace lo que el hombre no puede. »

Después guardó silencio. Miró a los presentes una vez más antes de partir; ya nada más tenía que hacer. Por último miró a la condesa de Brigishella y, aunque no se conocían, asintió con la cabeza, acordando su retirada. Bajó los peldaños con cuidado, levantando las faldas del vestido con delicadeza, y avanzó por el pasillo como hiciera Noega, pero con mansedumbre, hasta alcanzar el nivel en donde su esposo aún permanecía. Con un gesto de la cabeza le indicó que se retiraría, y disculpándose con él, echó a andarde nuevo hacia la puerta, creyendo que podría alcanzar a la da Lúa. Aún tenían muchas cosas de las que hablar, quizá le apeteciese tomar algo en una taberna cercana, pues aunque Ivanne no fuese mujer que frecuentase ninguna clase de tugurios (más bien de beber sola y encerrada en casa) conocía bien que la duquesa, por su carácter y talante, en nada reparaba en aquellas nimiedades de mujer de Corte.

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