Kossler
Tras algunos meses de buscar una residencia a su altura en la capital Burgalesa, la había hallado. Se trataba de un pequeño palacio situado en el barrio rico de la ciudad, cerca de la Catedral y relativamente céntrico. No era muy grande, en comparación con la enormidad casi pecaminosa del Castillo de Alcañiz y no era, ni por asomo, tan confortable cómo lo era Mequinenza. De todos modos, era una edificación espléndida y sabía bien que en algún lugar tendría que vivir. Ya estaba cansado de que él y su esposa residieran en un lugar que no podían llamar hogar y además con un espacio tan limitado.
Tras contactar con el dueño, que resultó ser un importante mercader, el marqués comenzó a negociar el precio de venta del edificio. Estaba claro que aquél hombre quería deshacerse de aquella mole, pero no a cualquier precio. A juzgar por su espantoso aliento, necesitaba el dinero para comprarse algunos toneles de vino... que Kossler esperaba poder venderle, más adelante. Fué por ello que, tras pocos regateos, el marqués aceptó la cantidad que le pedía el burgués. No importaba pagar un poco más de la cuenta. En el fondo, un hombre contento bebía más.
Cuando hubieron arreglado las escrituras, ordenó el traslado de todos sus enseres a aquél lugar, que, aparentemente, habia pertenecido a unos nobles venidos a menos. Ya tenía algo que hacer.
En realidad el Palacio de Castilfalé data de mediados del siglo XVI, pero obviaremos eso y le quitaremos un siglo... que me viene de perlas para casita.
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