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[RP] El Palacio de Castilfalé

Ignius


La carroza episcopal de Osma llegó al palacio de Castilfalé. No es que el trayecto fuera muy largo, pero el catalán ya no tenía los huesos para andar.

El cochero paró en la entrada del palacio y un heraldo le abrió la puerta. La imagen del cura, un sotana y una capa, sorprendió a la guardia del de Castelldú, que cuanto menos habían esperado ver salir al obispo de Osma.

-Decidle a vuestro señor que ha venido Ignius de Muntaner a verle, el Señor de Ávila.

-¿Viene con usted el obispo, mi Señor?

- ¿Lo dices por la carroza?- el prelado sonrió, provocándose holluelos en las mejillas.- No, es un regalo del anterior primado. Vengo solo.

El guardia, estrañado, entró a avisar a quien correspondiese mientra el cura esperaba en la puerta, apoyado en su báculo y cerrándose un poco la capa.

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--Seberino_saez


Le avisaron de que alguien había llegado a Palacio. Seberino se acercó presto, vestido con ropas elegantes y pulcras. Llevaba la barba canosa perfectamente recortada y su mirada reflejaba lo que siempre había sido aquél hombre: un hombre leal.

Descendió los escalones que daban a la puerta principal, corrió la balda y abrió el portón, topándose con un hombre frente a la puerta de Palacio. Miró al hombre, aparentemente no mucho mayor que él, encorvado, con un gruesa capa sobre sus hombros y apoyándose débilmente en un báculo.

Sabía quien era, pero no recordaba su nombre en aquellos instantes. La memoria empezaba a fallarle de vez en cuando.

-Padre... -Dijo el de Larte, dubitativamente. Uno de los soldados le sopló su nombre con un susurro. -Padre Ignius, pasad. El Marqués seguro que estará contento de contar con vuestra visita. Seguidme, se halla en el salón, leyendo algo.

Seberino ofreció su brazo al anciano cura, si bién poco apoyo tenía que ofrecerle. Le acompañó por los pasillos hasta el salón principal, dónde el Marqués se hallaba sentado en un sillón al lado de un candelabro que le ofrecía luz para leer. Tenía entre sus manos el Libro de las Virtudes.

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Ignius


El cura se apoyó en el brazo del viejo mayordomo. Entre los dos retrocedían a tiempos de Diocleciano. Entraron en el palacio y el mayordomo le condujo hasta el salón, donde le presentó.

-Excelencia- saludó el sacerdote al marqués- He querido aprovechar mi estancia para venir a veros.

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Kossler


Percibió una presencia en el salón. Se aclaró la garganta y leyó en voz alta.

-"¿Ves cómo puede terminar el mundo al que amas? Será destruido por el agua, el fuego, el viento y la tierra. Pero no temas si eres virtuoso, porque los virtuosos pueden evitar este horrible final. Que no se inquieten los virtuosos, pues yo no olvido a quienes me aman."

Mientras leía aquél fragmento, sin apenas darse cuenta dió cierta enfásis a las palabras que más significaban para él. Terminar, destruido, final. Levantó la vista, desviando la vista hacia los recién llegados. Uno de ellos ya se retiraba, silencioso como de costumbre. El otro permanecía de pie, apoyado en su bastón. Marcó la página y luego cerró el libro, levantándose para dejarlo en uno de los estantes.

-El fin de los tiempos. El juicio divino. -Dijo el Marqués, colocando el libro en su sitio correspondiente. -Éste fragmento siempre me ha parecido gracioso. El mundo ya está destruído.

Hizo una mueca y se acercó lentamente hacia el cura.

-Sentáos, por favor. -Dijo, señalándole un butacón frente al suyo, ayudándole a llegar hasta allí.

Seberino ya llegaba cargado con sendas copas de plata, que depositó sobre la mesa. Luego llevó también una jarra de agua y una botella de vino.

-¿Y bien Pater? ¿Que os trae a la capital?

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Ignius


El sacerote se sentó en un sillón.

-Terminar el palacio. He venido a terminarlo para, tal vez, quedarme a vivir aquí. ¿Cómo va el negocio enólogo?

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Kossler


-Entiendo. -Dijo el caspolino, a la derecha de su butacón, apoyado con la mano izquierda en el respaldo. -Espero de verdad que os quedéis aquí. De vez en cuando, uno añora alguien con quien poder conversar. La mayoría de la gente tiene, extrañamente, muy pocas cosas que contar. Y cuando tienen cosas que decir, la mayoría de ellas son profundamente aburridas.

Dió un golpecito en el respaldo y se apartó del butacón.

-No me quejo. En los últimos días ha habido muchos tratantes que se han interesado en el vino que producimos. Hemos recibido pedidos de Languedoc, de los condados Portugueses, la costa occidental francesa y tenemos algunos barriles camino a Inglaterra... -Señaló con la mano las bebidas, colocadas sobre la mesita. -Pero tomad algo de beber, por favor. ¿Qué preferís? ¿Vino, agua, vino aguado? Por favor, no me pidáis esto último. Aguar un vino es casi un crimen. Puedo mandar que os hagan un poco de limonada si lo preferís.

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Ignius


-Agua, por favor.- pidió-. Ni tengo edad para el vino ni tenemos sangre helena para aguarlo- comentó divertido.

El prelado miró la estancia. Era sobria, como su dueño. Era adusta, como su dueño. Y sin embargo, tenía algo que le hacía sentirse protegido. Pensó en un momento en toda la relación que unió al exduque con el excardenal. Seguía sin entender la sensación de protección que tenía.

-Celebro que la viticultura se os de tan bien. Nada mejor que un buen asiento económico como para vivir plenamente en tierras extranjera. ¡Lo siguiente ya será poneros la corona real para sentiros en casa!- bromeó, con una carcajada, mientras con una mirada fría escudriñaba la reacción del antiguo duque.

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Kossler


El de Castelldú se acercó a la mesita, cogió una jarra y llenó la copa de Ignius con agua. No mostró su desagrado ante la solicitud. Si otro hubiera rechazado el vino le hubiera desairado en gordo, hasta el punto de tener tentaciones de echarlo a patadas, pero aquél pobre hombre pocas veces hacía algo con ánimo de ofender. Chascarrillos sí, de vez en cuando, pero nada más que eso. Ambos lo hacían. Sin embargo, el cura estaba ya mayor para trazar maldades. Al menos, nunca las había usado con él.

En silenció cogió la botella de vino y vertió parte de su contenido en su copa. La asió cómo si se agarrara a un cabo y se sentó en su butacón, con cierta parsimonia.

Estuvo un rato sin articular palabra, oxigenando el vino y mirando descaradamente al cura sentado frente a sí. No sabía si era la edad lo que había hecho tanta mella en él o si también debían haber contribuido sus desventuras por la Iglesia. Concluyó, sin meditar mucho, que ambas habrían tenido parte de contribución necesaria en el estado final y apartó el tema de su mente.

-El dia que yo sea rey vós seréis capellán real. -Dijo el caspolino, sonriendo, cómo si bromeara.

Sin embargo, sus palabras se habían parecido más a una promesa que no a una chanza.

-Pero no creo que hayáis venido aquí sólo para hablar de mí. Dejad ya de dar cuerda a mi ego. Contadme algo de vuestros quehaceres. -Fue casi una exigencia, pero formulada con mucha cortesía.

El Marqués dió el primer sorbo de vino, paladeando durante unos instantes los sabores y aromas del caldo, a la espera de la respuesta del clérigo.

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Ignius


El antiguo prelado sonrió al antiguo duque mientras le miraba. Sabía en qué pensaba. Rumiaba en cómo habían acabado sentados en el mismo salón con cierta fraternidad, en el exilio, cuando en su casa no hubieran respirado sin tensión a menos de cuarenta estadios de distancia.

-Poco puedo contarlos. Me limito a vivir de rentas y construir el palacio. Estoy esperando una partida de tapices flamencos...- musitaba-. También he rechazado mi cargo como miembro coaptado en la Asamblea y mi candidatura a Cardenal Nacional Elector- dejó caer como si nada, intuyendo la reacción que ello causaría.

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Kossler


El Marqués rió. Pero no era una risa burlona, sinó sincera. Encontraba cierta diversión al darse cuenta de que no hubiera necesitado que se lo refiriera. Sabía que tipo de decisiones solía tomar aquél hombre.

-Veo que os gusta jugar fuerte y a un sólo naipe. -Dejó de reír, pero su semblante aún contenía cierta alegría. -No es algo que nos sorprenda. No nos parece ni inesperado ni idiota.

Algo quejumbroso se levantó del asiento y dejó la copa, vacía, encima de la mesita. De pié parecía que las palabras del Condestable tuvieran cierta solemnidad. A veces, solamente.

-Probablemente vuestra negativa sea una clara demostración de sensatez e integridad por vuestra parte. -Hizo una pausa y luego miró al de Muntaner. -¿No lo creéis así?

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Ignius


-Tal vez- contestó pensativo-. No sé si es enterza y orgullo, la verdad. No estoy seguro si debí rechazarles, pero no me apetece lo más mínimo deslomarme mientras tienen a los santos difuntos en el expositor, como el caso del Cardenal.

¿Y vuestra esposa?-preguntó, acordándose de repente que su amfitrión había hecho fortuna repentinamente-. ¿Está en palacio?

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Kossler


El Marqués soltó una risita. Sabía bien qué era que la gente ocupara cargos que no desempeñaba. Precisamente esa situación era la que se había dado en Caspe y harto de ella y de aquél pasivismo, había decidido marcharse. No se arrepentía. Pese a que su corazón quisiese volver, él sabía que jamás volvería allí en lo que le quedara de vida. Al menos, exceptuando un motivo.

No respondió al cura, porque tenía la certeza de que se entendían prácticamente sin articular palabra. Al menos en aquello. Por algún motivo que aún no llegaba a discernir, aquél hombre tenía una estrecha conexión con él. Si bien divergían en algunas cosas, pensaban idénticamente en el resto. Y en lo que compartían, no hacían falta palabras.

-Me temo que se ha ido fuera por algunas horas. A recoger hierbajos y plantas, creo. Venenosas. -Admitió, asintiendo sin que el Muntaner dijera nada. -Una antigua afición que ha recuperado en los últimos meses. Dios sabe que hará con ellas, pero seguro que está bien. Estoy convencido de que lo entendéis. Tendré que intentar buscar unas tierras cercanas, a ver si la convenzo para cultivarlas allí. Será mejor que ir a buscarlas al campo. -Miró hacia el pasillo, en busca de alguien. -Si queréis, puedo mandar que la busquen. -Se interrumpió a sí mismo, y estuvo callado un momento, cavilante. -Bueno, de todos modos lleva tiempo fuera. Igual vuelve en cualquier momento.

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Ignius


-Me temo que hoy no podré verla, pues- se lamentó el antiguo prelado, mientras se levantaba apoyándose en un apoyabrazos y en su báculo-. Me voy, preo volveré en breve para quedarme a vivir en el palacio, cuando termine de decorarlo.

Apretó el hombro del marqués con afecto.

-Hasta pronto, amigo.

Apoyado en el báculo, se dirigió de nuevo hacia el carruaje.

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Kossler


Hizo una mueca, algo disgustado por la pronta marcha del invitado. Sin embargo, la charla habia sido ciertamente interesante. Ambos habían sacado algo de aquella visita. Qué exactamente era ya cuestión de cada uno.

Le acompañó hasta la salida y allí se despidió de él.

-Os tomo la palabra. Hasta la próxima. -Dijo, con cierta ternura.

Cuando el carruaje desapareció por las calles empredradas de la capital, el caspolino regresó al interior. Siempre había trabajo de despacho que hacer.

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Tadeita


Indignada llegaba hasta las puertas, jurando en arameo y haciendo aspavientos con aquel legajo hallado en la iglesia... bajó la voz al cruzarse con un carruaje desconocido, pero al instante y cruzando el umbral siguió con las consignas y maldiciones...

- ¿os habéis enterado? ¿habéis leído este último ultraje? daba voces por todo el palacio... hasta que llegó a él.

Se serenó al verle, era un don que su esposo le transmitía, la serenidad y la calma repentina... respiró hondo... y le entregó aquel documento.

- Es imperdonable, si le escribís, mandadle todo mi apoyo a la Obispo Casiopea, e invitadla, quizás necesite un descanso después de haber aguantado todos estos años semejante tiranía...

Arrastraba, enganchado bajo su codo, un gran cesto de hierbas... no hay suficiente veneno en el mundo, no, no lo hay..., esto es obra de los esbirros del demonio, es imposible que el misericordioso tolere estos abusos en el seno de la iglesia.


Citation:






La iglesia Hispánica está podrida, queridos Hermanos en la Fe.

El maligno corrompe las almas de quienes dirigen a esta hora el destino de fieles e iglesias de los Reinos Hispánicos con el beneplácito de los poderes romanos.

La iglesia se cae a trozos, no por falta de creyentes ni por anhelo de paz, no porque la fe no exista, sino por la maldad que corroe los corazones de los Cardenales que se pasean ufanos con sus joyas y sus riquezas por delante de las narices de los pobres.

Como sabéis he sido revocada de mi puesto como Obispo de Lérida por ellos, pues mi postura siempre les ha resultado muy molesta, ya que antes, igual que ahora, no he dejado de decir lo que pienso y hacerles frente. Claro que ellos solo aceptan a quienes lamen sus botas y sus anillos.
Han ido trepando y han conseguido el poder absoluto y es por ello que me han expulsado de la Asamblea Episcopal Hispánica mediante un proceso completamente irregular promovido por el señor Nicolino y dirigido por el señor Enriique (Primado de la Iglesia Aristotélica Hispánica en este momento).

Que el Altísimo os guarde de las malas artes de estos y de la corrupción que atesta la iglesia en estos reinos, cuidaos de ellos, pues ellos manejan los hilos de la inquisición y con ello amenazan, chantajean y manipulan a quien trate de hacerles frente.
La Criatura Sin Nombre está entre nosotros hermanos en la Fe.

En mi despedida quiero dar las gracias a todos los que me han acompañado durante este tiempo y que sepáis que no me voy de vuestro lado, sino que me echan.

Ignius, R.i.p.per, Xurri, Myriam_Rosa, Mustalo, Kossler, Relaxtor, Chiluvia, Selito, Daniel, Purireina, Kolme, Maypi, Vita, Serrael, Verillo, Isthar, Biol201, Gregy, Lujuria ... a tantos como me habéis ayudado a difundir la palabra verdadera os doy las gracias de todo corazón y os deseo lo mejor. Sois gente maravillosa y el Señor lo recompensará a los que siguen vivos y tendrá en el Paraíso a quienes ya nos han abandonado.

Acordaos de que el Señor, por encima de hombres, mujeres, iglesias corruptas y demonios nos observa y sabrá recompensarnos si cumplimos su deseo.

Sed felices y amaos como yo os he amado y os seguiré amando. Os quiere y seguirá rezando por la salvación de vuestras almas.

En Monzón a 1 de Febrero del Año del Señor de Mil Cuatrocientos Sesenta y Dos.



Casiopea Alonso Beltrán.
Servidora del Señor.


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