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[RP] El Palacio de Castilfalé

Kossler


Ante el griterío, el caspolino descendió las escaleras del palacete, en saltitos de a dos escaleras.

-¿Qué sucede? -Preguntó, con voz pausada. El de Castelldú extendió el brazo, para coger el legajo de papel que le ofrecía su mujer.

Lo leyó rápidamente, apenas saltando de línea en línea. No le hacía falta leer todo el documento para ver de qué se trataba.

-Ah, ésto. -Dijo el caspolino, en absoluto sorprendido. -Era una crónica anunciada viendo quiénes han ido copando los cargos en la Iglesia.

Hizo una pausa, doblando el papel y guardándolo en uno de los bolsillos de su capa.

-Sí, por supuesto que le escribiré. Espero convencerla para que deje de una vez de servir a la Iglesia. Tanto ella cómo Ignius han sido los mártires sacrificados en aras del ansia de poder de una Iglesia corrupta. Poner la otra mejilla seria postrarse ante eso.

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Vinagre


[Toc, toc, toc] Llamó Vinagre a la puerta. [Toc, toc, toc] Llamó de nuevo. [Ñiiiiieeeeeee] Abrió el ama de llaves. -¿En qué puedo ayudarles?- dijo la mujer ataviada con oscuras ropas de labor desde la escasa altura de un cuerpo enjuto, con los ojos como finas ranuras abiertas en una faz cuajada de arrugas. -Hola, ¿están los señores en casa? ¡quisieramos visitar el palacio!- respondió Vinagre con gallardía e inocencia juvenil. -No están en casa.- dijo ella sin mudar el gesto en una mueca eterna de infelicidad. -¿Nos la enseña?- dijo él sonriendo angelicalmente. -Pasen.- dijo ella con la misma cara de palo.

-Este es el recibidor. La cómoda es de roble y las alfombras de piel de oso. La lámpara es una herencia que el señor recibió de su tío abuelo por parte de...

[...]

-Ahora si subimos por las escaleras accederemos a las dependencias principales. Si nos detenemos a observar la barandilla veremos la fina factura de su artesanía. Fue encargada a medida por medio de un mercader veneciano...

[...]

-Este es el dormitorio real. Tras el dosel por las noches la cosa se pone seria ¿saben? las sábanas fueron traídas por una expedición recién llegada del oriente...

[...]

-Aquí en el despacho podemos observar el conjunto pictórico que un intaliano cuyo nombre no os resultará familiar pintó para Sus Majestades... -Vaya, ¿de cuándo es el retrato del rey? -Lo representa a los veintidos años, aunque lo pintaron el año pasado. -Eso explica que esté tan encorvado ¿pero era ya un viejo a los veintitantos? -El señor está y siempre ha estado en perfectas condiciones de belleza y forma física ya que por su profesión...

[...]

-Por último aquí en la salita de estar... -¡Qué bien, la tienda de regalos! ¡Tienen dedales... -La colección de dedales de porcelana de la señora que cuidadosamente ha ido... -¡Me llevo ese para mi madre! ¡Y tienen plumas! -Las plumas son regalos de la señora al señor con motivo de su... -¡Me encanta la de cristal de colores! ¡Para mi suegro! ¡Y esa cucharilla de plata! [¡PLAS!] -¡Suelte la cubertería de los señores ahora mismo! ¡Largo de aquí!- Y cogiendo al Vinagrillo de la oreja lo puso de patitas en la calle. -Turistas, hay que andarse con ojo o te lo ponen todo perdido... -decía ella volviendo al interior. -Si no lo tuviesen como un muestrario...- decía él alejándose del lugar frotándose la nuca.


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Gwendyon


La pelirroja troublemaker que habia seguido a su marido en la visita, estaba inusualmente callada y eso nunca era bueno. Ya imaginaba Vincenzo que algo malo barruntaba pero no fue hasta la salida que no lo descubrió.

- Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiraaaaaaaaaaaa que cosa mas bonita nos ha "regalado" la Reina. -Dijo sacando un pañuelo de encaje flamenco que al desenvolverlo mostraron unas preciosas peinas de perlas, nacar y plata. - Las guardaremos para algún apuro, si las vendemos tendrá que ser fuera de estos reinos peninsulares, aquí son muy conocidas.- La sonrisa de la niña era descarada y maliciosa, justo como a él le gustaba.

- ¡AH! dijo ella volviendo a guardar las peinas en el pañuelo y luego entre sus escasos pechos. No te preocupes por el pescozón cariño, he dejado en cocinas un regalito que le hará arrepentirse hoy de su grosero comportamiento. ¿recuerdas esos pequeños frutos rojos con forma de vaina que guardaba de aquel mercader de la india? ¿esa que solo tocarla picaba la piel? eché un par al guiso en un descuido de la cocinera. A mi maridito no lo toca nadie hombreya!.

Y los dos se alejaron calle abajo buscando el palacio del Señor de Vizcaya, a ver si los tios de la niña les daban asilo y buena comida.

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La-Dyc On D'rocks
Suplici


Los barones de Osona habían llegado a Castilla acompañados de su hija pequeña, y después de recorrer esta, el propio Rey habia decidido invitarles al palacio. La enfermedad habia requerido los servicios galenicos de su esposa, así que cuando esta pudo llegaron ante la magnifica puerta, y haciendo sonar la aldaba.

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Seberino, roleplayed by Kossler


Se hallaba en las cocinas, departiendo con el servicio cuando oyó llamar a la puerta principal de Palacio. Se despidió de los cocineros con rapidez y cruzó un largo pasillo, hasta llegar al salón principal. Una gran escalinata, que ascendía al segundo piso y justo enfrente, la gran puerta que daba al exterior, justo en el centro de Burgos.

El de Larte abrió el portón con delicadeza y asomó la cabeza por el resquicio. Un hombre esperaba, junto con una mujer, que parecía ser su esposa y una niña.

-¡Buenos días! -Les saludó el mayordomo de palacio, con una amplia sonrisa. Se presentó. -Seberino Saez de Larte, para servirles. -No le sonaba la cara de aquellas personas. A decir verdad, no parecían castellanos. -¿Y ustedes son...?

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Suplici


- Suplici Setzefonts i de Tobella. - dijo con un marcado acento catalán. - Barón de Osona, Marqués de Sóller y Lugarteniente General de Catalunya. - Recitó el de negro. - Ellas son mi esposa, Biolove Moulin y la pequeña Jana. - Finalizó la presentación dejando caer suavemente la mano sobre el pelo de la menor de la pareja. - Su Majestad nos invitó a pasarnos a verle. - Añadió sonriendo.

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Seberino_saez


Seberino terminó de abrir la puerta y les indicó con el brazo que pasaran al vestíbulo.

-Cierto, cierto... -Se disculpó el militar retirado. Ahora, estaba seguro que les había visto. Tal vez en la coronación del Rey, tal vez en la del Príncipe. -Qué memoria la mía. Uno no se puede hacer viejo...

Cuando los invitados pasaron, el mayordomo cerró la puerta tras ellos. Encorvó la espalda, acercandose a la vástaga de los invitados, que parecía encontrarse en la adolescencia y le hizo una carantoña en la cara, con sus manos ásperas y arrugadas.

-Que niña más guapa. Tan bella cómo su madre. -Le dijo el mayordomo, incorporándose después, entre un crujido de huesos viejos. Dirigió su mirada al hombre. -¿Venís a ver al señor? -Preguntó, cortés, aunque sabía perfectamente que la respuesta era afirmativa. Desde luego, se notaba el acento catalán. El de Larte supuso que serían antiguos amigos del Rey. Desde luego, no venían a verle a él, el mayordomo.

-Habéis estado de suerte. -Prosiguió el viejo Maestre de Campos, con tono animado. -Su Majestad suele alojarse en el Alcázar la mayoría del tiempo. Desde allí es más fácil gobernar los nueve reinos. Sin embargo, a veces se escapa de Toledo y decide venirse aquí, sin decir nada a nadie. Lleva a los guardias reales de cabeza. Y a mí, que nunca sé cuando ordenar que preparen una cena de su gusto.

Hizo un ademán de retirarse.

-Si gustáis de esperar aquí, iré a avisar a su Majestad de vuestra llegada.

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Biolove


La pelirroja no estaba acostumbrada a tanto protocolo y seriedad, únicamente había alcanzado su estatus al casarse con Suplici, antes era simplemente la hija de una odalisca y un juglar, así que cuando les introdujeron en el palacio estaba un poco incómoda. Sensación que se acentuó con el parloteo del anciano que había abierto la puerta. Espero que su Majestad no se líe tanto como su mayordomo, pensó preocupada: En eso caso no sabría ni como seguirle la conversación.

Tras confirmar que efectivamente iban a ver al Rey, ¿a quién sino? Desde luego no al mayordomo, ya tenían bastantes criados a su servicio, esperaron donde les indicó aquel extraño personaje. Se acercó un poco a su hija para susurrarle: Espero que no hagas ninguna de las tuyas, habrá que mantener las formas, aunque sea para no empezar una guerra catalano-castellana. - Se quedó pensativa un momento y volviéndose a su esposo, añadió: Aunque sería entretenido, ¿verdad, cariño? - Sonrió guiñándole un ojo.

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Seberino_saez


-Creo que al señor también le gustaría una guerra... -Profirió el mayordomo a los invitados, antes de retirarse escaleras arriba.

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Kossler


Toc, toc, toc.

Alguien llamó a la puerta. Se incorporó rápidamente de la cama, de un salto, quitándose las legañas. Un libro yacía abierto sobre la cama. Vaya. La lectura se le había ido de las manos y había terminado por dormirse. Se rascó la cabeza y se puso las pantuflas. Vestía una camisa blanca abierta, lo más cómodo para dormir. Tal vez, ése había sido su error. Se dirigió hacia la puerta. Toc, toc, toc. Llamaban otra vez, con mayor insistencia. La espada descansaba al lado de la puerta.

Kossler se acercó y la abrió. Seberino estaba detrás. Kossler estaba medio aletargado.

-Majestad, ha llegado...

-¡No digas más! -Masculló. -¡Ha vuelto Alcaudón, para invadirnos! ¡Asedia Burgos! -Kossler dió un bote en el suelo, cogió la espada, dió un empujón al viejo mayordomo y salió corriendo en pantuflas y en camisa dirección a la puerta principal.

El mayordomo había caído de culo al suelo y del dolor, no podía responder, ya desde la lejanía. Por el camino, el monarca se cruzó con varios criados.

-¡Convocad a los nobles! ¡Llamad a la Guardia Real! ¡Enviad un despacho a nuestros aliados portugueses y catalanes, deprisa! ¡Que venga Rocabertí con los almogávers! -Ordenó, a todo el que se encontraba a su paso. -¡Quiero a todo hombre y mujer que pueda empuñar un arma en formación de inmediato!

Por fin, llegó a la escalinata que descendía hasta el piso inferior y que daba de bruces a la puerta principal. Llevaba la espada en alto.

-¡Alcaudon! ¡Voy a por ti! -Gritaba, mientras balanceaba la espada en el aire. -¡Vas a aprender a no meterte conmigo! ¡Te daré una paliza cómo en...!

Se detuvo a media escalinata. Un hombre, una mujer, y una niña. Esperando. En el recibidor. ¿Asesinos de Alcaudón? No, diantres, ¿¡cómo enviarían a una niña!? La cara de al menos dos de ellos le sonaba...

Seberino apareció, tras él, con una mano en la espalda, masajeándola y con el rostro encogido por el dolor.

-Majestad... ha venido a veros Suplici... Y su esposa, junto con su hija...

-Oh, entonces Alcaudón...

-No está aquí. Está muerto.

-Y Rocabertí...

-Muerto.

Kossler guardó silencio un momento.

-Oh.

Tendió la espada a su Mayordomo, que a su vez, se la entregó a un criado. Éste marchó, dirigiéndose a los aposentos del monarca, para guardarla en el lugar que debía estar.

-Buenas tardes excelencias. -Dijo el monarca, cómo si nada de aquello hubiera pasado. -¡Que grato es veros aquí! ¿A qué se debe vuestra visita?

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Suplici


El mayordomo había desaparecido hacia unos minutos cuando en el piso superior se montó un escandalo, gente corriendo, y gritos indescifrables llegaban a sus oidos. Al final el Rey, espada en mano apareció a la cima de la escalera.

-¡Alcaudon! ¡Voy a por ti! -Gritaba, mientras balanceaba la espada en el aire. -¡Vas a aprender a no meterte conmigo! ¡Te daré una paliza cómo en...!

Justo detrás apareció el mayordomo, por su aspecto parecia que él ya había enfrentado a una hueste aragonesa. Después de que este y el monarca aclararan la situación, un criado se llevó su espada el barón hizó un paso llamando la atención del Rey.

-Buenas tardes excelencias. -Dijo el monarca, cómo si nada de aquello hubiera pasado. -¡Que grato es veros aquí! ¿A qué se debe vuestra visita?

- Esta es sin duda la mejor recepción posible para Alcaudon. - Sonrió el catalán. - Nos habiaís invitado Majestad, cuando nos encontramós en Soria. - Explicó calmadamente.

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Kossler


Se colocó la mano en la perilla un instante. Luego, pareció asentir con la cabeza. Murmuró algo inaudible en voz baja y luego miró a los invitados.

-Es verdad, sí.

Dió un golpecito en la barandilla y se apoyó en ella para bajar los peldaños de la escalera que le quedaban, algo menos de la mitad. Cuando llegó abajo, le señaló un pasillo con la mano y les indicó que le siguieran.

-Es que a veces no me acuerdo de las cosas, no os lo toméis a mal. Estoy obligado a memorizar a diario un montón de datos y a escuchar estupideces cada vez mayores. Ante eso la mente tiende a evadirse, a divagar... y luego pasa ésto. -Decía mientras caminaba por un angosto pasillo. -¿Os quedaréis a cenar? ¿Tenéis donde hospedaros? Me temo que el palacio es pequeño y no tengo más espacio que los aposentos del servicio, pero puedo mandarlos a dormir... no sé, ¿a la calle? No, es broma. Puedo mandarlos a una posada.

Tras recorrer el pasillo, el caspolino les llevó a un amplio salón. Con una gran mesa de madera, larga, para al menos veinte comensales. Les indicó dónde podían tomar asiento y él se sentó en la cabecera de la mesa. Se dejó caer en la silla, que emitió un leve crujido.

-No hay nada mejor que una buena merienda después de dormir un poco... ¿Habéis merendado?

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Janeta


Jana, que hasta el momento había conseguido mantenerse en silencio y en un perfecto segundo plano, enarcó una ceja. ¿Merienda? ¿Que si habían merendado, les preguntaba el mismísimo Rey? La imagen de unas suculentas croquetas castellanas se le vino a la cabeza.

- ¡No!

Y se hizo el silencio. O eso sintió ella. Se tapó la boca con ambas manos deseando inútilmente no haberse pronunciado. No le hizo falta voltearse hacia su madre para adivinar sus ojos clavados en ella. "Las formas, las formas, las formas... " - se dijo para sí.

La pequeña de los Setzefonts esbozó su mejor de las sonrisas y, tras un inocente pestañeo, se disculpó retirándose ligeramente hacia atrás a la espera de que sus padres se manifestaran.

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Kossler


El monarca dió un puñetazo sobre la mesa.

-¡Me encanta la sinceridad! -Exclamó, animado. -A veces el decoro nos hace perder nuestra humanidad. Suerte de los niños y los borrachos, que siempre dicen la verdad.

Miró acusadoramente a ambos progenitores. Por raro que pudiera parecer, la reprimenda iba hacia ellos y no hacia la chiquilla.

-¡Traed algo de merendar! -Gritó el caspolino. Las cocinas estaban cerca, forzosamente tendrían que oírle.

Al cabo de unos instantes, llegaron las viandas. Rebanadas de hogazas de pan, requesón con miel, aceite y tomate. Una jarra de vino, otra de agua y cuatro copas.

-Anda, si hasta han pensado en el pa amb tomàquet para que os sintáis cómo en casa! -Rió, cogiendo la jarra de vino y sirviéndose primero. Tomó un poco de requesón con miel y lo untó en el pan.

Dió un bocado, sorbió un poco de vino y miró a la hija de los barones.

-¿Te gusta lo que hay? Si quieres otra cosa, dilo... -Le preguntó, hablando con la boca llena.

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Janeta


Janeta abrió mucho los ojos; ojos que oscilaron del glauco al marino a la par que sus sentimientos saltaban del arrepentimiento al estupor, y del estupor a la admiración.

Con el orgullo inflado y la mirada vacilante, miró a sus padres y volvió a dar un paso al frente. Su rostro resplandecía felicidad; sus labios se curvaron hasta el infinito y sus ojos chisporrotearon pletóricos. ¡Viva el Rey!

Por aquello de no hacerle un feo al anfitrión, la joven tomó asiento en una de las sillas.

- ¡Me encanta! - contestó la catalana a modo de respuesta mientras asía una de las copas y se la acercaba al moncarca - Vino, gracias -

Entre tanto, con aire dubitativo, escudriñó cada uno de los manjares de la mesa.

- Esto... a decir verdad... echo en falta algo... - confesó, al fin. Se inclinó hacia su interlocutor y le susurró - ... ¿No hay croquetas?

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